26 de Octubre de 1876
Se manifiesta en todo el país el descontento, al declarar el Congreso de la Unión reelecto como presidente de la República a Sebastián Lerdo de Tejada. José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte de Justicia, se da a la rebeldía y se autonombra presidente por considerar la reelección como un golpe de estado.
Rápidamente constituye en Salamanca, Guanajuato, un gobierno legalista interino, con el apoyo de los estados de Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes, San Luis Potosí y Jalisco. Como parte de la reacción a la reelección presidencial, también se da la revolución de Tuxtepec, Oaxaca, suscrita por Porfirio Díaz, quien es vencido y tiene que abandonar el país.
A la muerte de Benito Juárez, en julio de 1972, Sebastián Lerdo de Tejada, por ser el presidente de la Suprema Corte, asumió a la presidencia interina. Se le consideraba político hábil y hombre experimentado y juicioso. De inmediato convocó a elecciones; decretó una ley de amnistía en la que proponía el olvido para todos los delitos políticos; los sediciosos dejarían de ser enjuiciados y gozarían desde luego de sus derechos civiles y políticos, pero perdían sus grados y honores militares, así como las pensiones del Estado que tuvieran que fue bien recibida por la opinión pública; también dijo que gobernaría como jefe de la nación y no de un partido.
Lo anterior hizo que su prestigio y la fuerza política crecieran lo que se vio reflejado en diciembre siguiente, al ser electo presidente constitucional y conservó en gabinete de Juárez. Después de acabar con la rebelión de Lozada, hay un periodo de paz en el que inaugura el Ferrocarril Mexicano.
Lerdo de Tejada no tenía carisma -como Juárez o Porfirio Díaz-; y su actuación decepcionó pues como escribió Daniel Cossío Villegas en Historia Moderna de México: “Su apariencia, su estilo y su técnica política le fueron creando la fama de abandonado, de condescendiente sin bondad ni interés por los problemas o las aspiraciones del prójimo; también de vanidoso y aún de soberbio. Más importante todavía, reveló, contra lo que todo el mundo suponía, una gran falla en su experiencia política: hombre enteramente urbano, sin el conocimiento y sin la experiencia de la vida pueblerina o provinciana, con una carrera política hecha exclusivamente en el plano nacional, calibró mal los intereses y el modo de la política local, y al tratar de intervenir en ella para consolidar su gobierno, sobre todo con vistas a su reelección, más hizo enemigos que amigos, más fueron los desaciertos que los logros. En fin, fue infiel a su principio político cardinal: ciertamente gobernó como jefe de la nación, pero no, como lo esperaban todos, uniendo a los partidos, sino prescindiendo de ellos, de hecho, anulándolos. El resultado fue que no ganó la adhesión de las fracciones enemigas y perdió mucha de la suya propia”.
Como resultado de su desempeño, Lerdo concluirá su periodo con tres grandes frentes abiertos de oposición: por parte de los liberales, las acaudilladas por Díaz y por Iglesias, y una conservadora y católica, con una revuelta cristera. Las dos primeras, le causarán gran daño a su capital político, pues darán la impresión de rechazo unánime; además, el Partido Liberal se disgregegará. El gobierno se debilitará en el transcurso de 1876 sin haber podido acabar con la rebelión de Tuxtepec ni con la conservadora revuelta cristera.
José María Iglesias esperaba suceder a Lerdo al término del primer período presidencial de éste. Díaz había presentado su candidatura con programas propios en las elecciones de 1867 y 1871, en ambas ocasiones perdió; para las elecciones de julio de 1876, “… Nada podía borrar la impresión de que las elecciones no habían podido celebrarse porque a todo el país se había extendido la revuelta; por consiguiente, la reelección de Lerdo aparecía como un fraude hecho por la mayoría lerdista del Congreso… De ese hecho partió todo el movimiento "decembrista" de José María Iglesias: como no hubo ni podía haber habido elecciones, el período presidencial de Lerdo concluía el 30 de noviembre de 1876, y el 1 de diciembre, acéfala la presidencia de la República, José María Iglesias, como presidente de la Suprema Corte de Justicia, entraría a sustituirlo y sería el presidente interino”.
Iglesias, se aliará con Díaz y le ofrecerá el puente legal de un gobierno interino "legítimo" de un paso legal entre un gobierno legal como era el de Lerdo hasta el 30 de noviembre, y el nuevo gobierno legal que surgiría de las elecciones a las cuales convocaría el gobierno interino legal. La alianza de Iglesias con Porfirio le restó fuerza a Lerdo, pero confundió a los sostenes del gobierno, particularmente los militares, que le fallaron cuando se enfrentan las armas gobiernistas a los tuxtepecanos. Iglesias pareció cubrirse con un velo tenebroso por “la circunstancia de que todo un presidente de la Suprema Corte de Justicia, que por añadidura decía encarnar la legalidad, conspirara en la sombra contra un gobierno que él mismo calificaba de legítimo, no podía dejar de restarle respetabilidad y simpatía al movimiento decembrista”.
El destino de la República se decidirá con la victoria Díaz obtendrá en Tecoac por la defección de los generales Tolentino y Alonso.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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