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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1862 Carta del genera Prim a Camilo Jacinto Barrot, embajador de Francia en España.

Veracruz, marzo 1° de 1862

 

 

Excelentísimo señor conde Barrot.
Madrid

Mi muy estimable señor conde:
He querido escribir a usted una de una vez, pero lo aplacé para cuando la situación entre la República y los aliados estuviera más clara que los primeros días; ya lo está y desde luego me hago un placer en dando a usted mis noticias.

A nuestra llegada este pueblo estaba desierto y si alguien había en las casas nos recibieron queriendo hacer guerrillas, batiendo la campaña, amenazando de muerte a los que trajesen víveres a la plaza y, por consiguiente, el mercado nulo. A los dos días salimos a establecer tropas a Tejería y Medellín y, como esto nos ensanchó el círculo de tres a cuatro leguas, los paisanos que se encontraron dentro de esta zona pudieron venir a traer sus productos y el mercado se renovó.

Desde los primeros días empezaron las tropas a sentir los efectos del clima y, por momentos, iban aumentando los enfermos de tercianas, lo que nos hizo ver la necesidad que en breve tendríamos de marchar hacia Orizaba o Jalapa, pues de continuar aquí el mes de marzo, abril y mayo perderíamos las dos terceras partes de nuestros soldados. Pero ¿cómo salir para atravesar un desierto de treinta y tantas lenguas sin tener nada, absolutamente nada de lo que se necesita para marchar? Hasta los cañones estaban sin mulas para arrastrarlos y no sólo los españoles, sino los de Francia e Inglaterra lo mismo; ni mulas ni carros para llevar las provisiones, ni carros ni mulas para las municiones, ni caballos para los jefes, ni medios para llevar las ambulancias. Los francais avaient besoin de 800 a 1,000 mulas. Avien abatí pas une seulle. J'avait besoin de 1 500 et je n'avait 30 dans 16 de sauvage; imposible ce ne metre les baf (sic) Los mexicanos al retirarse se habían llevado hasta los borricos y, por lo tanto, no había que esperar procurarnos aquí el gran material que necesitábamos. En tal situación y, a fin de ganar tiempo de que viniese de La Habana lo que allí hubiera y ver si podíamos comprar algo por ésa, emprendimos la conversación dirigiendo una alocución al país que usted sin duda ha visto y luego pasando una nota colectiva al gobierno que fue conducida por jefes de las tres naciones. Habrá quien diga que los aliados no debían haber tratado ni poco ni mucho con este gobierno demagogo, como le llaman, pero ¿con quién habían de tratar entonces? ¿Con los reaccionarios? imposible, porque hubiera sido manifestar el que los aliados desconocían al gobierno constituido de hecho y de derecho en la capital que sanciona y manda en la mayor parte de los estados para reconocer otro que no existe más que en un rincón de Sierra Madre y cuya fuerza no se han dejado ver, no han hecho demostración ninguna de que existen y esto que han tenido la buena ocasión de haber el gobierno aglomerado la mayor parte de sus fuerzas en Chicuita y Cerro Gordo y, cuidado que los conservadores no pueden alegar ignorancia de lo que haríamos al llegar aquí; pues a los que en La Habana fueron a verme, Miramón, Miranda, Bambalina, con deseo de tratar con los aliados, les dije, de acuerdo ya con el almirante francés sobre este punto: "los aliados no pueden tratar con los conservadores que hoy están dispersos en guerrillas, los aliados tratarán con el gobierno que encontraran constituido en la capital de hecho o de derecho; aprovechen ustedes el tiempo y la tontería del gobierno en aglomerar una mayor fuerza para impedir el paso de los aliados y marchen ustedes sobre la capital pero, si cuando lleguen allí nuestros emisarios, los conservadores se han apoderado del capitolio, los aliados tratarán con los conservadores"; pero de nada sirvió el encouragement y ni a cien leguas apareció una partida conservadora. Si los realistas de España hubiesen sido tan flojos o torpes en el año 22, el duque de Angulena no hubiera podido restablecer a Fernando VII en la plenitud de sus derechos divinos; pero el duque en cuanto pisó el suelo español, encontró al barón de Eroles con diez mil realistas que saludaron a los que venían a restablecer la monarquía, los puso en su vanguardia y marchó hasta Cádiz.

Entretanto, seguían las conferencias en la mayor armonía teniendo siempre por base la convención de Londres, hasta que, a consecuencia de alguna ligereza del ministro francés conde de Saligny relativa a su lenguaje contra la política de los aliados cuando él aprobaba y firmaba los acuerdos, empezó a entibiarse la cordialidad. El vicealmirante y yo hemos estado desde el primer día perfectamente de acuerdo, pues es un digno y noble camarada, lleno de buen esprit, lleno de razón y lealtad, activo y enérgico, entendido mandando tropas de tierra como lo es mandando una escuadra, por lo que yo le llamo general de mar y tierra. No deseo sino que el general que viene a remplazarle en el mando de las tropas tenga las buenas cualidades militares y sociales de Mr. de la Gravière, pues mejor no es fácil que las tenga. Pasaron días y fuimos comprando mulas y caballos y asnos; construimos carros, tiendas y bastes y fueron llegando cargamentos de lo mismo de La Habana y, ya que estuvimos cerca de estar prontos a marchar, se lo comunicamos al gobierno diciéndole resueltamente: "No nos conviene estar en Veracruz por las enfermedades y sobre mediados de febrero marcharemos hacia Orizaba y Jalapa".

Creímos unos días que tendríamos que avanzar a tiros y nos preparamos a ello. Yo pedí fuerzas a La Habana para llenar en parte las 1,500 bajas que he tenido y para ir a tomar a Tampico según lo habíamos resuelto los generales; mientras tanto recibimos indicación del gobierno para que los comisarios fuésemos a Orizaba en donde se encontrarían delegados del gobierno. Contestamos que los comisarios de las tres naciones no podían conferenciar más que con los ministros de la República; que Orizaba tampoco era punto conveniente y que, por fin, si venía el ministro de Estado a punto intermedio entre los dos campos avanzados allí encontraría al conde de Reus, tal día y hora. Vino el ministro a la Soledad y avisó que el punto indicado por los aliados era muy malo, por lo tanto que si el conde de Reus creía no deber ir hasta la Soledad él vendría a la Tejería. Fui a la Soledad y a las dos horas de conferencia firmamos los preliminares que usted ha visto, los que fueron en el mismo día aprobados por mis colegas y después lo fueron por el gobierno de la República. En su consecuencia, las tropas francesas emprendieron su marcha el 26, por cierto que la primera etapa fue terrible, por un lado el sol de plomo que lo abrasa todo y por el otro el mal camino y las mulas no acostumbradas al tiro de malos y pesados carros, se vio mi camarada muy apurado para hacer llegar su impedimenta. Yo me quedé con el objeto de tener una conferencia en cuanto despachamos el paquete inglés, pues debíamos tratar de devolver la aduana al gobierno mexicano con ciertas condiciones. Usted habrá oído más de una vez que esta aduana producía millones y que, por lo tanto, las naciones que tenían créditos no tenían más que mandar una escuadra para apoderarse de ella y, sin necesidad de más expedición, cobrar los créditos, lo que obligaría al gobierno a transigir. Esto está muy bien en teoría pero no en práctica, porque en la práctica ha sucedido todo lo contrario, es decir, que la aduana en dos meses que estamos aquí no solamente no ha producido un peso sino que a esta fecha me cuesta ocho mil duros que la caja del ejército español ha adelantado para pagar a los empleados. Y ¿en qué consiste? Pregunta usted ¡parbleu! c'est tres simple; en empechant de faire le commerce dans l'interieur! El mismo día que llegaron los españoles, las autoridades mexicanas dieron orden de suspender el comercio y se acabó. Los comerciantes han recibido cargamentos pero como no han podido mandar al interior, al quererlos hacer pagar los derechos han contestado que no tenían dinero y que no ha habido medio. Por todas estas soberanas razones hemos resuelto entregar la aduana, dejando tres delegados y restableciendo la percepción de las sumas estipuladas en tratados especiales y tal cual estaba de las sumas estipuladas en tratados especiales y tal cual estaba la cosa antes de la suspensión de pagos por ley del 17 de julio último. Otra de las condiciones será que todo lo que desembarque para uso y consumo de las tropas aliadas estará libre de todo derecho.

En este estado las cosas, llega el paquete inglés y nos trae la buena noticia de que van a llegar cuatro mil franceses más. Les deseo viento en popa y mar bonanza y Mr. de la Gravière y yo tratamos de que permanezca aquí lo más posible, pues la época de las enfermedades de muerte está ya encima. Al efecto, tendremos preparados ambos convoyes y en cuanto desembarquen, a los tres días podrán echar a andar. Pero el mismo paquete que nos trae tan buena noticia nos trae la de el emperador manda a sus soldados a sostener la bandera de monarquía a favor de un príncipe de la casa de Austria, el archiduque Maximiliano, y por el mismo paquete llegan el general Almonte, el señor Haro y otros personajes que pertenecen al partido reaccionario o conservador y que hoy están dispersos o emigrados de su patria. Dichos señores vienen también dispuestos a sostener la bandera de monarquía a favor del príncipe Maximiliano y, contando con el resuelto apoyo de las armas aliadas, se prometen hacer pronunciar el país en este sentido antes de dos meses, a los cuatro se corona el rey y ya no hay más que hacer.

El gobierno de S. M., Maximiliano I, reconoce los créditos que reclaman las naciones extranjeras, porque no estaría bien que empezase su reinado regateando. Los mexicanos deponen sus odios personales; hacen abnegación generosa de sus aspiraciones; renuncian a sus opiniones políticas y tan satisfechos estarán que se prometen aprender la lengua alemana a fin de mejor entenderse con su monarca y su arte. Et viola des châteaux en Espagne, mon cher Comte: mais aussi ¡¡¡qué delirio y qué absurdo es todo esto!!! Los emigrados no dudan jamás de nada porque, con tal de volver a su país, recobrar el poder u anonadar a sus enemigos políticos, aceptan siempre todo. Estos republicanos aceptan ahora —los emigrados, se entiende— a un príncipe extranjero pero cristiano y lo mismo aceptarían a un príncipe moro o chino y hasta africano. Esto es sabido y, según cuenta la historia, se ha visto varias veces en distintas naciones.

Como primera consecuencia de la venida de más tropas francesas de las convenidas en la convención de Londres y más que por esto por el deliberado proyecto de crear aquí una monarquía temiendo que esto se haga con violencia sin respetar la voluntad nacional, los ingleses, que estaban prontos a ir con nosotros a Orizaba, me declararon ayer que ya no van y se vuelven a sus naves. Sin embargo, los plenipotenciarios continuarán haciendo parte de la conferencia. La retirada de las fuerzas inglesas causará gran sensación en este país, como es indudable, dará mucho que hablar en Europa. Mis ideas no pueden ser sospechosas, pues siempre he estado como estoy francamente attaché a la monarquía Constitucional, lo que quiere decir que si yo viese la posibilidad de consolidar aquí un monarca constitucional, coadyuvaría con mis buenos deseos y leales consejos. Mais, mon cher, creo que semejantes pensamientos son de imposible realización si hemos de contar con la voluntad del país por la terminante y concluyente razón de que en México no hay monárquicos. Ahora se presentan como tales algunos jefes del partido caído; aceptan la idea; otros pocos hombres de posición financiera que no harán nada para que la idea llegue a ser un hecho; pero unos y otros jamás formarán un milésimo de la población y el resto, que será la inmensa mayoría, combatiría la monarquía cada uno como pueda, unos con las armas, otros con el silencio y la inercia, y la monarquía impuesta por las bayonetas extranjeras causaría heridas de muerte y el solio del príncipe extranjero rodaría por el suelo el día que le faltase el apoyo de los soldados de Europa, como rodaría por el suelo la autoridad temporal del Papa el día que los soldados franceses salgan de Roma.

Que no se trata de imponer el país lo que no quiera es el ánimo del emperador, no me cabe duda, pues no puede querer otra cosa quien como S. M. I., afirma su poder y su grandeza en reinar por la voluntad de siete millones de franceses. Pero no es contando con el país como quieren los conservadores crear una monarquía, sino consultando a los hombres de posición del mismo partido conservador y a los hombres ricos, pues todos los demás, según su opinión "o son rojos anarquistas y demagogos o son gente pelada e ignorante a quien no vale la pena el consultar". Pero, como el hecho es que los próceres y elegidos del señor son muy poquísimos, como que están en la proporción de uno por mil, resulta que novecientos noventa y nueve valen y pueden más que el uno, aunque éste uno sea un obispo, un cardenal o un millonario de pesos.

Usted sabe lo que yo venero, respeto y quiero al emperador, como sabe usted mi fraternal amistad con los franceses y, por lo mismo comprenderá usted fácilmente, cuál será mi ansiedad hasta que llegue el general que viene a mandar las tropas a fin de saber a qué atenerme, pues si dicho general trajera instrucciones terminantes de apoyar la monarquía contra viento y marea, mi posición sería amargamente penosa, pues, por mi parte, no podría ayudar a mi buen camarada secundando las miras del emperador que tanto me ha honrado y distinguido y no podrá, porque, como he dicho, veo y toco que en este país no hay más monárquicos que los de circunstancias y últimamente porque no puedo oponerme en abierta contradicción con lo que dijimos al país y al gobierno en la alocución y despachos firmadas por los cinco comisarios.

Lo que a mi entender conviene a las naciones aliadas, es que aquí haya un gobierno estable y fuerte que dé garantías de porvenir a este país y garantías de respeto y seguridad a nuestros nacionales, sean los hombres de este gobierno rojos, blancos o amarillos y a esto íbamos y sin duda lo hubiésemos logrado huyendo de los extremos, pues tan malos son para hacer un buen gobierno los rojos exaltados como malos son los exaltados blancos.

Creo que mi manera de ver y obrar está conforme con los deseos de mi gobierno; si así no fuese me revelaría y me retiraría con la satisfacción de haber cumplido como buen español, como político y como hombre que no desmentirá jamás el lema de sus armas: honor, valor y lealtad.

Queda de usted, señor conde, con distinguida consideración, su afectísimo servidor y amigo q. b. s. m.

El conde de Reus

 

(P. D.).
De esta carta puede hacer el uso que estime conveniente.