18 de julio de 1848
Celedonio Domeco de Jarauta, quien comanda una guerrilla contra los invasores norteamericanos, es fusilado en las minas de La Valenciana, Guanajuato. Anastasio Bustamante, monárquico y usurpador, ordena en nombre de la República su fusilamiento por la espalda. Era “bajo de cuerpo y robusto, nariz aguileña y ojos foscos y encapotados”.
Domeco nace en 1814 en Zaragoza, España, donde toma el hábito de San Francisco y participa en la primera guerra carlista; viaja a La Habana y en 1844 se le concede una parroquia en Veracruz. Se seculariza en este puerto y obtiene del obispo Vázquez una parroquia en Puebla, que deja poco después para domiciliarse en el convento de la Merced de Veracruz. Por su carácter dominante deja el empleo de vicario y se convierte en el cura de moda como clérigo particular.
Al desembarcar los norteamericanos, de inmediato acude al llamado de la guerrilla y con algunos rancheros combate a los invasores en las playas de Collado. Es nombrado capellán del 2° Batallón de Infantería, al mando del coronel Arzamendi, y luego jefe del hospital de sangre. Al capitular el puerto, se dedica a interrumpir sus comunicaciones entre Jalapa y Veracruz. Asalta convoyes norteamericanos, intercepta correos y detiene destacamentos en la región veracruzana e hidalguense. En Huamantla dirige la acción de guerra en que muere Sam H. Walker, jefe de los rangers de Texas, lo que obliga a los norteamericanos a organizar un cuerpo antiguerrilla en su contra. Se hace famoso y popular porque causa más estragos a los estadounidenses que los propios soldados de Santa Anna. Así se convierte en “el dirigente guerrillero más famoso de la guerra […] Su fama se propagó y generó la escritura de poemas sobre sus proezas y la acusación de los estadounidenses en el sentido de que, en realidad, ni siquiera era un sacerdote: para los estadounidenses, Jarauta se convirtió en el odiado símbolo tanto de los guerrilleros como de los curas que alentaban la resistencia”. (Guardiano Peter. La marcha fúnebre).
Cuando los invasores entran a la capital mexicana, abandonada por el general Santa Anna sin intentar luchar, Jarauta, al grito de ¡Viva México! ¡Mueran los yanquis!, encabeza la resistencia civil que durante tres días amaga a los norteamericanos y les causa numerosas bajas. Después se repliega a Tulancingo y Zacualtipán, en donde combate contra los estadounidenses enviados por el general Scott en su persecución.
“Aunque muchos mexicanos celebraron durante meses la intransigencia y eficacia de Jarauta, finalmente su deseo de seguir adelante con la guerra después de la caída de la ciudad de México lo alejó de la élite política […]”
Firmada la paz con Estados Unidos, Jarauta radica en Lagos de Moreno, Jalisco, donde el 1° de junio de 1848 lanza el plan revolucionario que lleva su nombre, en contra de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo. Mariano Paredes se le une y el 15 de julio, también Manuel Doblado, que había votado en contra de esos Tratados: juntos marchan y ocupan la plaza de Guanajuato. Sostienen violentos combates con las tropas del general Anastasio Bustamante. El 18 del mismo mes, Jarauta sale de Guanajuato hacia Mellado y Valenciana con cincuenta hombres, y mientras reconoce el terreno, es sorprendido y aprehendido. Paredes y Doblado logran escapar. Presentado al general Cortázar, es remitido al general Bustamante y éste ordena su inmediato fusilamiento.
“[…] muchos mexicanos conservadores y acaudalados recordaban la insurgencia de la guerra de Independencia no como un triunfo heroico de la identidad nacional, sino como un periodo de anarquía y disturbios sociales durante el que habían padecido la cólera popular […] creían que un pueblo armado y movilizado podría volverse contra ellos; además, sabían que la guerra de guerrillas y los esfuerzos de la contrainsurgencia dirigidos contra aquélla habían sido muy costosos incluso paro la población civil humilde […] para muchos federalistas radicales, el éxito de los guerrilleros durante la guerra de Independencia fue de capital importancia para la fundación de la nación y dieron por sentado que las tácticas guerrilleras darían al traste con las ventajas organizativas y tecnológicas de los estadounidenses… No obstante, la mayoría de los oficiales regulares se sentían más cómodos con la tradición de los ejércitos profesionales del siglo XVIII: las tácticas guerrilleras iban en contra de su propia concepción cultural de la guerra limitada… creían que los guerrilleros podían ser útiles en conjunción con las operaciones regulares… En la primavera de 1847, la victoria de los estadounidenses en Veracruz hizo aumentar el interés de los políticos por la guerra de guerrillas: en muchas regiones, los políticos alentaron a las personas con influencia a que organizaran unidades de guerrilleros, lo cual fue aceptado con gran entusiasmo. Después de la batalla de Cerro Gordo, Pedro María Anaya, el presidente interino, emitió un decreto en el que hizo un llamamiento a los ciudadanos preocupados, con medios e influencia en sus regiones, a establecer "secciones ligeras de la Guardia Nacional… el decreto es una muestra de que los federalistas moderados entonces a cargo del gobierno creían que las unidades de guerrilleros debían ser comandadas por hombres con el prestigio y la riqueza necesarios para reclutar, armar y alimentar a unos grupos de 50 o más hombres… el hecho de poner a los guerrilleros bajo el mando directo de las élites locales también reduciría la posibilidad de que se volvieran en contra de los ricos, en lugar de contra los estadounidenses […].
Muy pronto, la fuerza invasora comprendió que todo hombre, dinero o provisiones que necesitara hacer llegar desde Veracruz hasta el altiplano sólo podía desplazarlos en caravanas escoltadas por cientos o incluso miles de soldados; no obstante, incluso esas caravanas a menudo perdieron muchos hombres y carromatos de provisiones […] Jacob Oswandel escribió que los guerrilleros ‘combatieron como otros tantos tigres’: más tarde, dijo que él y sus camaradas voluntarios preferían enfrentar a diez soldados mexicanos regulares que a un guerrillero. No obstante, no todos los mexicanos apoyaban la guerra de guerrillas y algunos se mostraban de acuerdo con los estadounidenses respecto de que la línea que separaba a los guerrilleros de los bandidos era realmente muy delgada. […] Los daños que la guerrilla causó entre la población civil fueron superados por la respuesta de los estadounidenses, quienes cada vez con mayor frecuencia hacían responsable a la población civil de las actividades de los guerrilleros. […] Winfield Scott decretó que multaría a las autoridades que no capturaran y entregaran a los guerrilleros, a los que el general describió como ‘asesinos y ladrones’ […] Levinson afirma que la guerra de guerrillas desgastó a los estadounidenses[…] La posibilidad de que esa guerra hubiera podido continuar de manera indefinida provocó que los soldados y los civiles estadounidenses se mostraran ansiosos por salir de México […] y también hizo que algunos estadounidenses comprendieran que la anexión de todo el país llevaría a una guerra interminable. Asimismo, es probable que la guerrilla haya provocado que las exigencias territoriales del gobierno de James K. Polk se redujeran. Sin embargo, la acción de los guerrilleros fue extremadamente costosa para la población civil mexicana (por las represalias de los norteamericanos) y por sí misma no habría sido suficiente para derrotar al ejército estadounidense mientras éste pudiera aprovisionarse comprando sus alimentos en México”. (Guardino, ya citado).
La lucha guerrillera contra los invasores será continuada por Joaquín Murrieta, sonorense que se había unido a Jarauta, tras de que su esposa fue violada y asesinada por la soldadesca norteamericana. Entre 1849 y 1853, Murrieta operará en la zona minera de California ya arrebatada a México: asaltará diligencias, tomará poblaciones ubicadas en la nueva frontera, robará conductas transportadoras de oro y plata. Encarnará el dolor, la rabia y la impotencia de los derrotados. Hará justicia con su propia mano y repartirá el fruto de sus atracos entre los mexicanos condenados a la miseria al ser despojados de sus bienes. Se ganará el nombre de “El Patrio”, pero su lucha terminará con una traición que hará posible su asesinato manos del capitán Harry Love y que su cabeza sea exhibida en un establecimiento de las calles de San Francisco, California, antes territorio mexicano.
En 1853, hipócritamente, Santa Anna emitirá un decreto para honrar la memoria del padre Celedonio Domeco de Jarauta.
En la en la plazuela de la iglesia de Valenciana en Guanajuato capital, una modesta columna se erige sobre el lugar de su fusilamiento.
Doralicia Carmona. MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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