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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1889 La introducción de la imprenta en México

Joaquín García Icazbalceta

Cuenta la ciudad de México por una de sus principales glorias haber sido la primera del Nuevo Mundo que vio ejercer en su recin­to el maravilloso Arte de la Imprenta. Pero si bien la verdad del hecho ha estado siempre fuera de toda duda, su fecha y sus circuns­tancias permanecen envueltas en tinieblas. La falta de noticias que los contemporáneos no cuidaron de transmitirnos me obligará con frecuencia a formar conjeturas que el hallazgo de cualquier docu­mento puede destruir; o a dejar vacíos que acaso nunca se llenarán. Confío, sin embargo, en que el registro de los archivos de España ha de suministrar con el tiempo mucha luz; pero mientras ésta no llegue, conviene recopilar lo ya sabido, y poner algo de nuestra parte para ayudar al completo esclarecimiento de la verdad.'

Sabemos, por documento auténtico,2 que Juan Cromberger,3 céle­bre impresor de Sevilla, envió a México una imprenta con todos los úti­les necesarios a instancias del virrey D. Antonio de Mendoza y del obis­po D. Fr. Juan de Zumárraga; pero desgraciadamente no se da otro pormenor, ni se fija la fecha. Creo, sin embargo, que esas instancias no se le hicieron desde aquí, sino allá. Desde 1530 se le había ofrecido a Mendoza el gobierno de este reino, y le había aceptado, pidiendo úni­camente tiempo para disponer su viaje. En 1533 y 34 anduvo en Espa­ña el Sr. Zumárraga, y es natural que allí se viesen y conferenciasen acerca de los negocios de la tierra que iban a regir, el uno en lo civil y el otro en lo eclesiástico. El prudentísimo virrey no perdería tan buena ocasión de aprovechar la experiencia adquirida por el prelado en más de cuatro años de Indias, y éste, tan empeñado en difundir la enseñanza, no dejaría de advertir cuán necesario le era traer una im­prenta para el logro de sus laudables fines.4 Viendo lo que después le favoreció, me atrevería a asegurar que él sugirió al virrey la idea. Era imposible que hubiese olvidado auxilio tan importante quien traía la­bradores, semillas, ornamentos, libros y cuanto juzgó necesario para lustre de su Iglesia y bien de sus ovejas. En los últimos meses de 1533 y los primeros de 1534, cuando ya justificado ante el gobierno y consagrado hizo la erección de su Iglesia y los preparativos para volver a su diócesis, debemos colocar los tratos con Cromberger.5


La venida de la imprenta no se debió, pues, como se había creído hasta ahora, a D. Antonio de Mendoza exclusivamente, sino a un acuerdo entre él y D. Fr. Juan de Zumárraga. De manera que si el contrato no se hizo en España y en ese tiempo, hay que buscar otro en que ambos estuvieran reunidos, y no puede hallarse sino después de la llegada de Mendoza en noviembre de 1535. De ser así, los tra­tos habrían comenzado, cuando más pronto, bien entrado el año de 36, pues no había de ser ése el primer negocio a que atendiesen vi­rrey y obispo, teniendo a su cago tantos y tan graves. Considerando la dificultad de las comunicaciones, no hay tiempo para que el ne­gocio se arreglan por cartas y la imprenta estuviera ya trabajando en 1537. Sería en verdad extraño que el virrey y el obispo no hubie­ran advertido hasta entonces la conveniencia de tener imprenta; o que pudiendo haberse arreglado fácilmente en España con Juan Cromberger, lo dejaran para cuando ofrecieran mayor dificultad.

No es preciso admitir, por otra parte, que el virrey trajera consigo la imprenta: basta con que procurase su venida, para que los autores puedan decir con propiedad que la trajo;6 como se dice que trajo una industria nueva el que por su discurso y trabajo la introdujo, aunque él no se haya movido de su casa. Es cosa notable que todos los escritores contemporáneos callen la parte que tuvo el Sr. Zumá­rraga en ese beneficio, y la causa de tal silencio ha de ser que como todos vieron que la imprenta llegó tras el virrey, o con él si se quie­re, y era gran favorecedor de toda clase de industrias, a él la atribu­yeron, e ignoraron que al obispo se debía también la venida. Nueva prueba de que el contrato se hizo allá y no aquí.

La primera noticia cierta y segura de la existencia del estableci­miento no remonta más allá del 6 de mayo de 1538. En esa fecha es­cribía el Sr. Zumárraga al emperador: "Poco se puede adelantar en lo de la imprenta por la carestía del papel, que esto dificulta las muchas obras que acá están aparejadas y otras que habrán de nuevo darse a la estampa, pues que se carece de las más necesarias, y de allá son pocas las que vienen." De consiguiente, la imprenta había llegado antes de esa fecha.

Me parece que bien puede atrasarse su venida cuando menos hasta 1537, aunque para ello tropecemos con ciertas dificultades. El virrey Mendoza dirigió al emperador, con fecha 10 de diciembre de ese año, una extensa carta en que le da cuenta de muchos asuntos, y no dice palabra de la imprenta,8 ni tampoco el Sr. Zumárraga en la que escribió al secretario Sámano diez días después, siendo así que habla de la casa de las campanas, donde estaba o estuvo luego la imprenta.9 Pero éstos son argumentos puramente negativos que a mi parecer no prueban gran cosa, y menos si todavía no estaba la imprenta en la casa de las campanas. Mayor fuerza tiene el saberse que en marzo de 1537 se trataba de imprimir en Sevilla una Doctri­na castellana y mexicana, de lo cual pudiera deducirse que no había aquí imprenta, pues se encomendaba a las de Sevilla una tarea mucho más propia de las prensas de México.

En resumen, y con la desconfianza propia del que camina en tinieblas, digo que a mi parecer la imprenta llegó a México en 1536, acaso entrado ya el año: que desde luego se ocuparía en la impre­sión de cartillas u otros trabajos pequeños muy urgentes, y que a principios de 1537 ya saldría de las prensas la Escala, que fue el pri­mer libro impreso en México.

¿Quién fue el primer impresor? Juan Pablos, según Dávila Padilla, y él mismo se califica de tal en las Constituciones de 1556. Lo fue, sin duda, si la palabra se toma en el sentido de haber sido el primero que imprimió en México, aunque no era dueño del establecimiento. El virrey y el obispo se concertaron con Juan Cromberger para que enviase a México una imprenta y la envió; pero no dejó su casa ni vino nunca a la Nueva España. Todo hace creer que Juan Pablos, era uno de los oficiales de Cromberger, quien le envió a México con los materiales necesarios para establecer la oficina, dándole sueldo fijo o parte en las utilidades. Existieron de hecho al mismo tiempo dos talleres tipográficos con, el nombre de Juan Cromberger: uno en Sevilla y otro en México. Este era una rama de aquél, y como per­tenecía a Cromberger, Juan Pablos se veía obligado a poner el nom­bre del dueño y no el suyo en los libros que imprimía, como se ve en las ediciones más antiguas. Pero es de notar que ninguna de ellas aparece impresa por Juan Cromberger, sino en su casa, como si Pa­blos quisiera dar a entender que Cromberger no era el impresor, sino el dueño de la casa. Los vecinos de México veían que Juan Pablos había venido con los útiles y que ejercía su oficio, lo cual bastaba para que le tuviesen por primer impresor, como en realidad lo era, y Dávila Padilla siguió la creencia general.

Lo poco que nos queda de las ediciones del siglo xvi basta para conocer que aquellas prensas no estuvieron ociosas, y que la mayor parte de sus trabajos fueron de notoria utilidad. Como los libros de ciencia podían venir de Europa a menos costo (tal cual hoy sucede), no es de extrañar que nuestra imprenta, establecida con el único objeto de proveer a las necesidades del país, no produjera obras de aquella clase (si bien tenemos la de los PP. Ledesma y Vera Cruz, reimpresas en España), sino que atendiendo a lo más urgente, co­menzara por las Cartillas y siguiera con las Doctrinas y demás libros en lenguas indígenas, que por sí solos forman la parte más impor­tante de la antigua tipografía: todo con el fin de extender la ense­ñanza. Al finalizar el siglo había ya obras en mexicano, otomí, taras­co, mixteco, chuchón, huasteco, zapoteco y maya, sin contar con las en lenguas de Guatemala, sobresaliendo entre todas los cinco Voca­bularios, mexicano de Molina, tarasco de Gilberti, zapoteco de Cór­doba, mixteco de Alvarado y maya de Villalpando.10 También se imprimían libros de rezo o de liturgia, como los Manuales de sacramen­tos, y las notables ediciones del Misal, Salterio y Antifonario, con el canto notado cuando era menester. En libros de legislación, ecle­siástica o civil, tenemos las Constituciones del Concilio de 1555, las Or­denanzas de Mendoza y el Cedulario de Puga. Tratados de medicina no faltaron: hay los de Bravo, Farfán y López de Hinojosos, a que pueden agregarse, por tratar de ciencias naturales, la Física del P. Vera Cruz y los Problemas de Cárdenas. De arte militar y náutica im­primió el Dr. Palacios dos tomos con figuras. Materiales para la his­toria y la literatura nos dan la Relación del terremoto de Guatemala, los libros de Cervantes Salazar, la Carta del P. Morales, y las Exequias de Felipe ¡1. Los jesuitas imprimían en su propia casa los libros que ne­cesitaban para sus colegios, y que podrían haber pedido a España. Libros de entretenimiento o de historias profanas faltan, porque al clero no tocaba publicarlas, teniendo cosas de más provecho a que atender, y la autoridad estaba tan lejos de favorecerlos, que hasta se había prohibido importarlos. Quizá por eso no se encuentra aquí uno solo de los antiguos Libros de caballerías. Al fin vino a prohibirse también la impresión de los de rezo, como misales y breviarios, a consecuencia del privilegio concedido al monasterio del Escorial. Pan entonces eran ya vigiladas las imprentas, tanto como antes habían sido favorecidas, cuando estaban casi exclusivamente bajo el amparo de la Iglesia. A un obispo se debió, si no en todo en mucha parte, la venida de las primeras prensas: prelados y religiosos se obli­garon a sostenerlas, y las órdenes les dieron continuo aliento con el tesoro de sus obras en lenguas indígenas, tan estimadas hoy en el mundo entero. Nuestra primitiva Iglesia puede, pues, gloriarse de haber introducido y fomentado en el Nuevo Mundo el maravilloso Arte de la Imprenta.