Orizaba, 22 de mayo de 1862.
A su excelencia el mariscal ministro de la Guerra
(París)
Señor mariscal:
La imposibilidad en que he estado de comunicar con Veracruz, desde fines de abril, me ha impedido dar cuenta a vuestra excelencia [V. E.] de mis operaciones militares después del combate de las Cumbres; hoy, de regreso en Orizaba, espero poder restablecer mis comunicaciones con Veracruz y tengo el honor de dirigiros mi parte sobre los sucesos ocurridos desde principios del presente mes.
Habiendo salido de la Cañada de Ixtapa el 1º (primero) de mayo, después del combate dado el 28 de abril en las Cumbres, marché sobre Puebla sin hallar resistencia y sabiendo en cada localidad que el general Zaragoza se retiraba delante mío, a una jornada de distancia, señalando su paso solamente con el incendio de las habitaciones y sobre todo de los molinos de granos y paja que abundan en la planicie de Anáhuac.
A mi llegada el 4 a Amozoc, población situada a tres leguas de Puebla, tuve noticia de que el gobierno de Juárez había dado orden para defender a Puebla a todo trance; que la ciudad contenía una guarnición de 12,000 hombres, que en todas las calles se habían formado barricadas y que estas barricadas estaban armadas con artillería.
Hasta entonces no se me había suministrado ningún otro dato; tan grande era la intimidación ejercida en las poblaciones que se sabía eran hostiles a Juárez.
Al día siguiente, 5 de mayo, llegué frente a Puebla a las nueve de la mañana y mandé hacer alto a la cabeza de mi columna, a unos tres kilómetros de la ciudad.
Me di cuenta que no podía titubear pues era menester apoderarse ante todo de Guadalupe y Loreto, cuya posesión aseguraba la de la ciudad.
Después de hacer que la tropa tomara el café, formé a las once y media mi columna de ataque, compuesta de dos batallones de zuavos, de la batería montada del capitán Bernard y de cuatro piezas de la batería montada de marina del capitán Mallat.
El regimiento de infantería de marina formaba la reserva.
Los fusileros marinos y la batería de montaña debían proteger la retaguardia de la columna de ataque, a quien amenazaba un grueso de caballería que se había presentado a la derecha.
Dejé a los cazadores de infantería para que contuvieran al enemigo, que también se dejaba ver a mano izquierda, por medio de algunos tiradores y encargué al coronel L'Heriller que protegiera con el 99º de línea y cuatro compañías de infantería de marina al convoy que había hecho formar en masa.
Había ordenado a la caballería que permaneciera entre el convoy y la columna de ataque, para hacer frente a las eventualidades que pudieran presentarse.
Los zuavos, marchando por batallones en columna con distancias y llevando entre los dos batallones las diez piezas de artillería montada, ejecutaron un gran movimiento de flanco sobre la derecha, a fin de acometer la posición de Guadalupe por pendientes accesibles.
El fuerte de Guadalupe rompió primero el fuego.
Las dos baterías avanzaron hasta el pie de la altura, lo más cerca posible, para poder romper el fuego contra esta posición: hallábanse a 2,200 metros; su fuego comenzó y los zuavos se desplegaron en batalla.
La puntería fue generalmente muy certera y el fuego del enemigo muy vivo y bien dirigido.
Después de tres cuartos de hora de lucha, hice trasladar las baterías más a la derecha, a fin de batir más directamente el frente que los zuavos debían tomar por asalto.
La batería Mallat se situó a cierta distancia de la batería Bernard, para hacer el fuego de los mexicanos más divergente y mandé que los zuavos llegasen hasta el pie mismo de la altura, para que no siguieran expuestos a los fuegos de enfilada del fuerte.
La disposición del terreno no me permitió abrir bastante brecha y como, por otra parte, carecía de material de sitio necesario para destruir la fortaleza de Guadalupe, resolví intentar un ataque a viva fuerza.
Los zuavos, prontos a lanzarse, habían llegado hasta la mitad de la cuesta; envié a buscar cuatro compañías de cazadores de infantería, prescribiéndoles que treparan las pendientes por la izquierda de los zuavos, de modo que dividieran la defensa del enemigo.
Ordené al mismo tiempo al regimiento de infantería de Marina, a los fusileros marinos y a la batería de montaña, que apoyaran al 1° (primer) batallón de zuavos que ocupaba la derecha y tomé un batallón del 99º de línea para remplazar, como reserva, detrás de nuestras columnas de ataque, a la infantería de Marina y a los fusileros marinos.
Mientras se ejecutaban estos movimientos, una sección de ingenieros partía con cada columna de ataque, llevando consigo tablas provistas de escalones clavados y de sacos de pólvora destinados a volar la puerta del reducto.
La artillería montada se esforzaba, en vano, por abrirse paso para trepar a la altura y aproximarse al fuego.
Dada la señal, los zuavos y los cazadores acometieron con la inteligente intrepidez tradicional en estos dos cuerpos; hicieron lo que las tropas francesas solas saben hacer: llegaron soportando un fuego terrible de artillería y fusilería, de metralla y balas rasas, hasta los fosos del fuerte; algunos consiguieron escalar el muro sobre el cual fueron muertos, a excepción del corneta de cazadores Roblet, que permaneció durante algún tiempo en él tocando paso de ataque.
Pero el convento fortificado de Guadalupe que se me había descrito como una posición de escasa importancia, estaba armado con diez piezas de a 24, sin contar con los obuses de montaña colocados en las plataformas y en los campanarios; tres líneas aspilleradas sobrepuestas habían sido establecidas con sacos de tierra colocados en los terrados; lo menos 2,000 hombres mandados por el general Negrete, estaban encerrados en el fuerte con una artillería bien servida.
El primer batallón de zuavos, la infantería de Marina y los fusileros marinos, al efectuar su movimiento de frente, habían encontrado sobre su derecha el fuego de las baterías de Loreto y, entre este fuerte y Guadalupe, cinco batallones de infantería en tres líneas, habían sido cargados por la caballería mexicana y detenidos así a 100 metros del fuerte.
Disponíame a hacer pasar adelante dos compañías de zuavos que tenía cerca de mí como reserva a mitad de la cuesta, cuando una tempestad tropical, oscureciendo el aire, descargó sobre nosotros y empapó el suelo de tal modo que era imposible permanecer en pie en las laderas que se acababan de trepar.
Habiéndome convencido de la imposibilidad de sostener más tiempo una lucha heroica, mandé que los batallones empeñados en ella volvieran a descender, aprovechando las sinuosidades del terreno, hasta el pie de la cuesta, donde hicieron alto para tomar las mochilas que allí habían dejado.
Faltábame hacer sacar mis heridos de una alquería adonde los había hecho llevar durante el combate, la cual estaba situada a 2,200 metros del fuerte.
Los hice salir por pequeñas fracciones a fin de evitar el fuego de la artillería de Guadalupe que continuaba disparando contra todos los grupos.
Cuando terminó esta operación estaba a punto de anochecer y mis tropas se retiraron al campamento escalonadas en el mayor orden y sin que los mexicanos osaran avanzar contra ellas.
Durante lo más recio del combate, las dos compañías de cazadores de infantería que habían sido dejadas en el llano, se encontraron envueltas por una masa de caballería sostenida por fuerza de infantería; estas dos compañías hicieron en mi presencia tal defensa que no sabía a quienes admirar más, si a los que avanzaban sufriendo el fuego de Guadalupe o a los cazadores que, sin desconcertarse por el crecido número de los enemigos que los rodeaban, se formaron con la mayor serenidad y mataron o dispersaron a los jinetes que se precipitaban hacia ellos.
Las pérdidas sufridas en el glorioso combate del 5 de mayo se resumen así:
Oficiales
Muertos 15
Heridos 20
Tropa
Muertos o desaparecidos 162
Heridos 285
Los diversos informes que me han llegado de los mexicanos, hacen subir a 1,000 hombres las pérdidas del enemigo.
La noche del 5 al 6 pasó sin que se disparara un solo tiro.
Tal era, señor mariscal, mi situación delante de Puebla, la ciudad más hostil a Juárez, según decían las personas en cuya opinión debía tener fe y que me aseguraban formalmente, en vista de los datos que se hallaban en estado de adquirir, que sería recibido en ella con transportes de alegría y que mis soldados entrarían cubiertos de flores.
Yo no podía pensar en atacar las barricadas de Puebla, mientras los fuertes de Guadalupe y Loreto estuvieran en poder del enemigo; una marcha directa sobre México, dejando a la espalda una plaza fortificada, era imposible; me decidí, pues, a retirarme a Orizaba; no obstante, para no desatender la probabilidad de que se me reuniera el ejército del general Márquez, cuya llegada me era anunciada a cada momento, resolví aprovecharme del plazo que me daba la cantidad de víveres que traía conmigo, teniendo presente el consumo diario.
Pasé, pues, los días 6, 7 y 8 delante de Puebla, limitándome el 6 a rectificar el asiento de mi campamento, sin hacer por eso retrogradar a las tropas que se encontraban más próximas a la ciudad; esperaba además atraer al enemigo y batirlo en campo raso, si tenía la audacia de venir a atacarme; pero tuvo la prudencia de no dispararme un solo tiro ni de día ni de noche.
Por fin, el 8, a las dos de la tarde, viendo que no recibía del general Márquez más que noticias evasivas y aun contradictorias, acerca de su proximidad y de su intención de venir a reunirse conmigo, comencé a hacer desfilar mi inmenso convoy hacia Amozoc.
Permanecí yo mismo en posición hasta las seis de la tarde con la mayor parte de las tropas y me retiré con ellas detrás del convoy, en el orden más perfecto, sin que el enemigo osara hacer salir fuera de la ciudad un solo jinete ni un solo infante.
Permanecí en Amozoc el 9 y el 10, accediendo a las instancias que se me hacían para esperar la llegada del general Márquez.
El 10 vino a reunirse con nosotros el general Márquez en persona, con una escolta de unos diez caballos.
Nos anunció que Zuloaga, en nombre de su partido, había celebrado, el 5 por la mañana, día de nuestra llegada delante de Puebla, un tratado con el gobierno de Juárez en virtud del cual se obligaba a neutralizar al ejército del general Márquez durante nuestra presencia delante de la ciudad.
Al saber esta noticia que aclaraba la situación, aun para los mismos que habían conservado más ilusiones, fijé mi partida para el siguiente día 11.
Me detuve sucesivamente en Tepeaca, Acatzingo, Quecholac y San Agustín del Palmar, en la cañada de Ixtapa, sin ser molestado y encontrando únicamente algunas partidas numerosas de caballería que permanecían siempre fuera de nuestro alcance.
A mi llegada delante de Palmar que me habían dicho estaba ocupado fuertemente y cerrado con barricadas, tuve ocasión de hacer prisionera una partida de 22 jinetes, rodeando la aldea a derecha e izquierda por la caballería de vanguardia.
Al día siguiente continué la marcha por la cañada de Ixtapa, donde debía esperar, según los datos que se me daban, encontrar dificultades para volver a pasar las Cumbres, cuyo camino estaría cortado por 40 barricadas u otros obstáculos.
Tomé mis disposiciones en previsión de estas eventualidades e hice ocupar los contrafuertes de derecha e izquierda.
Los informes que había recibido no se realizaron más que en parte.
Los mexicanos habían acumulado efectivamente obstáculos materiales que consistían en barricadas formadas con enormes troncos de árboles que habían hecho rodar desde lo alto de la montaña sobre el camino y en cortaduras cuyo escombramiento formaba grandes montones de rocas y tierra; había, en efecto, unos 40 obstáculos de esta clase en el camino; pero, sea que los mexicanos no osaran perseguirnos, sea que haya habido división entre los jefes, no encontré un solo defensor en las Cumbres y, a pesar del trabajo que exigió la destrucción de estos obstáculos, mi columna y mi convoy llegaron a Acultzingo antes de oscurecer.
El 17 llegué a Tecamaluca.
Un oficial mexicano del ejército del general Márquez se presentó en las avanzadas y me anunció que la caballería del general, compuesta de 2,500 caballos, venía a reunirse conmigo de Tehuacán por las veredas de las montañas y que el general con la vanguardia estaba ya cerca; me pedía un pase para ir a Orizaba a fin de encontrarse con el general Almonte.
Envié a las avanzadas un oficial de Estado Mayor con el oficial mexicano; al cabo de una hora volvieron con el general Márquez.
El general me dijo que venía de Matamoros, ciudad situada a 19 leguas de Puebla a la orilla izquierda del camino de México.
Después de haberme hecho su visita, partió para Orizaba con algunos jinetes, advirtiéndome que su caballería quedaría a retaguardia y debía incorporarse conmigo al día siguiente.
El 18 me puse en camino para Orizaba.
Cuando llegué a la aldea de Ingenio, dejé desfilar mi columna y mi convoy, y me detuve allí para instalar en esta aldea el 99º de línea, con dos piezas de la batería de montaña.
Dos razones me indujeron a destacar esta fuerza; quise evitar la aglomeración de las tropas en Orizaba y, por otra parte, el Ingenio, aldea situada sobre un río a seis kilómetros de Orizaba y en un punto muy cerrado por las montañas, me permitía, ocupándola, cerrar el paso para la ciudad de Orizaba.
A cosa de las seis de la mañana, vino el general Márquez a decirme que le habían avisado que el ejército de Zaragoza avanzaba por las Cumbres para oponerse a la reunión de su caballería conmigo, que no estaba seguro de que este informe fuera exacto y que iba él en persona al encuentro de su tropa para cerciorarse de ello.
Di orden al coronel L'Heriller para que secundara al general Márquez con un batallón, en caso que le hiciera saber que el general Zaragoza se hallaba efectivamente en presencia de su caballería.
Yo mismo permanecí en Ingenio hasta la una de la tarde y, viendo llegar soldados de la caballería de Márquez sin que ninguno de ellos me anunciara la presencia del enemigo, continué mi camino hacia Orizaba.
A las diez de la noche vino a decirme el general Taboada, que la caballería del general Márquez y el 2° batallón del 99° de línea, al mando del comandante Lefevre, habían sostenido a las cinco de la tarde un combate reñido contra las tropas de Zaragoza; que se habían hecho 1,200 prisioneros y que el 99° había cogido una bandera.
El coronel L'Heriller me confirmaba poco tiempo después estas noticias por medio de una carta.
Suponiendo que Zaragoza debía de hallarse con grandes fuerzas y que podría renovar al día siguiente sus ataques contra la caballería de Márquez y el 99° de línea, ordené a la mayor parte de las tropas que formaran a las dos de la mañana y marché a su cabeza por el camino de Acultzingo.
Atravesé, durante la noche, el campamento de Márquez y, al apuntar el día, encontré al batallón del 99° y supe que las tropas de Zaragoza se habían dispersado completamente la noche misma del combate.
El 2° batallón del 99° que había salido de Ingenio a las dos de la tarde, se había reunido con el general Márquez a las cinco.
La caballería de este general, que llegaba por un camino atravesando las montañas, estaba ya cortada por el ejército de Zaragoza colocado en una planicie que domina la reunión del camino de travesía de Tehuacán con el camino de Orizaba.
El comandante Lefevre, había dividido inmediatamente su batallón de 500 plazas en dos columnas y dirigido la primera hacia la izquierda del enemigo, mientras que hacía trepar a la segunda un montecillo que dominaba la intersección de los dos caminos.
La parte de la caballería del general Márquez que estaba cortada, se aprovechó de este movimiento para efectuar su incorporación precipitándose al galope.
El batallón del 99º y los jinetes del general Márquez cargaron entonces al enemigo con tal ímpetu, que a las seis de la tarde había desaparecido y los resultados de la jornada fueron:
Una bandera cogida por el 99º de línea.
800 infantes y 400 a caballo prisioneros.
100 a 150 muertos aproximadamente.
200 heridos.
Las pérdidas del batallón son 2 muertos y 26 heridos.
El estado sanitario del ejército es bueno, el espíritu excelente; mis enfermos y heridos se hallan instalados en dos hospitales en número de 600.
He tenido que cubrir provisionalmente las vacantes causadas por el fuego del enemigo.
Adjuntas remito las propuestas de ascensos a los diferentes grados, así como las de admisión y promoción en la legión de Honor, las cuales recomiendo a vuestra excelencia.
Soy con el más profundo respeto, etc.
El general de división, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de México.
Conde de Lorencez
Fuente:
Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo. Edición digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su consulta: Aurelio López López. CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Primera edición electrónica. México, 2006.
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