20 de Enero de 1814
Excelentísimo Señor.
El 30 de diciembre último, salí de esta capital, con las tres primeras secciones del ejército de mi mando, con dirección al pueblo de Tacámbaro, en cuyo lugar, o sus cercanías, tenía noticias debía hallarse el rebelde Morelos, con los demás cabecillas, reuniendo las fuerzas con que huyó de esta ciudad, y las dispersas en los ataques del 23, 24 y 25 de diciembre, por las tropas del ejército de mi mando. A mi llegada a Tiripitío en mi primer marcha, se presentó un recluta de fieles del Potosí, que fue prisionero en el ataque del 24 a la tarde en esta ciudad; quien me dijo, que la reunión no era en Tacámbaro, sino en Pátzcuaro. Acorde a esta noticia, varié el camino que había pensado llevar, dirigiéndome a Pátzcuaro, en donde teniendo noticias por dos soldados del provincial de México que se presentaron, de que Morelos no estaba en Tacámbaro, y se dudaba en cual de las haciendas de aquellas cercanías había hecho mansión, determiné aproximarme tomando la marcha al pueblo de Santa Clara. El 3 de enero, llegó el ejército a los ranchos de Zatzio: (6 leguas al oeste de Tacámbaro) en éstos, tuve noticia positiva de que Morelos, Matamoros, Galeana, Muñiz, Ramón y Rafael Rayón, y otros cabecillas, me esperaban en la hacienda de Puruarán con sus gavillas, y que estaban fortificándose, pues tenían adelantadas al intento algunas obras, como cercas y parapetos. El 4 llegué a los ranchos de los Acheros: el camino que guía a ellos, desde los de Zatzio, es penosísimo para la artillería; de manera que fue preciso el trabajo de los gastadores, y el desenganchar los cañones para llevarlos a brazo, sin los armones. En la medianía de este camino, supe con toda certeza la situación del enemigo, y aún algunos de sus proyectos. Con estas noticias, dí orden de que el ejército campase, en disposición de estar prevenido, colocando la primera sección, campo al frente: la segunda a la derecha, formando martillo, y la tercera a la izquierda en la misma forma; estando en el centro la artillería, parque, provisiones, y el cuartel general; disponiendo al mismo tiempo, dos avanzadas de a 60 hombres, y dos cañones, una en la avenida de Puruarán y otra, al camino que habíamos traído; y que la tropa estuviese sobre las armas, para las tres de la madrugada del cinco.
El camino de los Acheros a la Hacienda de Puruarán es malísimo, y casi impracticable para carruaje. A pesar de la corta distancia de legua y media que hay, no pudo el ejército estar hasta las once, a un cuarto de legua de distancia de dicha hacienda; habiendo salido a las siete de la mañana. Por las noticias que tuve ratificadas a mi salida, supe que los enemigos tenían dispuestas a nuestra izquierda, en las barrancas, dos fuertes emboscadas de infantería; y que por nuestra espalda debían atacarnos las reuniones de caballería, de los cabecillas P. Torres, del Bajío, y las del P. Navarrete, Arias, Cervantes, y otros. No podía mirar con indiferencia, unas noticias, que se me confirmaban por varios conductos.
Por esto dispuse, que el sargento mayor del regimiento de Nuestro Excelentísimo, Don Domingo Clavarino con el batallón de su mando, y la compañía de Marina, tomase las veredas de mi izquierda, para atacar a los enemigos emboscados por su espalda; pues absolutamente no podían observar este movimiento, hasta que Clavarino estuviese sobre ellos. A retaguardia dispuse quedase el teniente coronel Don Matías Aguirre, con su escuadrón, y 116 dragones de San Carlos, con el capitán Don Miguel Béistegui, para contener a los enemigos que pudieran atacamos por nuestra retaguardia. En esta forma marchaba, cuando avisté a la Hacienda de Puruarán, desde una altura que la domina por el norte. Con el anteojo, pude distinguir la mayor parte de su fortificación, y después reunido todo el ejército, bajé a ocupar otra, que a tiro de cañón dominaba la hacienda. Esta se halla a 22 leguas SurOeste de Valladolid, en un pequeño plano, rodeado de varias quebradas, de diferentes alturas. La fortificación de los rebeldes estaba dispuesta, según manifiesta el plano topográfico que incluyo. Mandé al teniente coronel graduado del cuerpo nacional de artillería, don Nicolás Pinzón, colocase un obús, y dos cañones de a 4, y se rompió el fuego con mucho acierto. Al mismo tiempo, protegidos por dichos fuegos, dispuse se hiciese un reconocimiento sobre los puestos enemigos, para desde la altura observar todas las fuerzas que presentasen los rebeldes, para la defensa de la hacienda. Para esta operación, puse a las órdenes del teniente coronel graduado Don Francisco de Orrantia, el segundo batallón de la corona, con su comandante accidental, teniente coronel graduado Don Ramón Soto: el batallón 39 fijo de México, con su sargento mayor Don Pío María Ruiz; una pieza y doscientos y cincuenta caballos de varios cuerpos. Cuando Orrantia se hallaba al frente de los parapetos, mandé a mi ayudante de campo, capitán don Alejandro de Arana para que se reconociese bien la línea, y me diese cuenta, para el ataque que pensaba dar por la noche; y que avisase a Orrantia, que concluido el reconocimiento, se replegase a la línea, si no hallaba un momento decisivo, para tomar la hacienda. La aproximación de las tropas que mandaba Orrantia, no intimidó a los rebeldes, quienes se mantuvieron en los puestos de su defensa, y solo rompieron el fuego al acercarse más nuestra infantería. A este tiempo, el teniente coronel Orrantia, con parte de la caballería, hizo un movimiento en nuestra izquierda, y avanzando en columna de ataque los dos batallones, 29 de la corona y 3" del fijo de México, entró por la batería más avanzada a nuestro frente, y la corona, por las cercas de piedra, contiguos, que a ambos puntos defendía la infantería de los rebeldes.
Desordenado el enemigo, iba huyendo su infantería y caballería en dispersión, y la nuestra por los portillos abiertos, empezó el alcance. Desde mi línea, en la primera posición, se vio claramente estar decidida la acción, e hice que saliese toda la caballería, al mando del señor coronel Iturbide; quien persiguió a los enemigos, a dos leguas distante de la hacienda. La artillería, parque, cargas de víveres y demás, bajó con los batallones de Noroeste y Celaya. Por retaguardia, intentaron los enemigos tiroteamos; pero siendo muy pocos los que se vieron, fueron perseguidos, y desaparecieron por los bosques.
Los rebeldes han perdido: más de 600 hombres muertos, con muchos jefes, 700 prisioneros, 23 piezas de todos calibres, 1200 fusiles (según manifiesta el estado número 19) y 150 cargas de municiones (de las que muchas se inutilizaron por haber faltado mulas en que conducirlas). Está prisionero el teniente general de los rebeldes (segundo de Morelos)
Lic. Mariano Matamoros, de cuya sumaria está encargado mi ayudante, capitán Don Alejandro de Arana.
Entre los muertos, hay dos o tres sacerdotes; pero solo se ha conocido al bachiller Juan Zavala, y además, hay prisioneros tres frailes de diferentes religiones.
Nuestra pérdida consiste en 5 muertos y 36 heridos (según el estado número 2) entre los primeros, es uno el capitán de caballería del príncipe, Don Esteban Rosas.
La dispersión del enemigo fue completa, por el alcance de nuestra caballería.
El cobarde Morelos, salió el día antes de la acción, con una compañía de su guardia; y aunque me consta estuvo cerca al tiempo del ataque, no pudieron alcanzarlo las tropas de mi mando, a este corifeo despreciable.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Valladolid, 20 de enero de 1814. Excelentísimo Señor. Ciriaco de Llano. Excelentísimo señor Virrey don Félix María Calleja del Rey.
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