Noviembre 22 de 2000
Discurso de Vicente Fox, presidente electo, en las conclusiones de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, 2000
Compañero y amigo Porfirio Muñoz Ledo; amigas y amigos integrantes de las mesas de estudios para la Reforma del Estado, a pocos días de asumir el mandato ciudadano, tengo el agrado de encontrarme con ustedes que generosamente han aportado su talento y su experiencia en los trabajos para la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado.
Nos reunimos de nuevo en forma colectiva. Con algunos de los aquí presentes he podido tener un diálogo directo sobre los temas de su especialidad y me han mantenido desde luego informado, a través del coordinador de la Comisión del avance de sus trabajos y mucha de las valiosas conclusiones.
Desde el 21 de agosto en que iniciaron formalmente sus tareas, han transcurrido apenas noventa días. Es admirable, sorprendente, sobre todo para quienes tenemos prisa de hacer algo por el país, el enorme caudal de ideas y aportaciones que ustedes han realizado en este breve tiempo.
Cuando dieron comienzo sus actividades, subraye que la tarea de esta Comisión era ofrecernos el plan institucional de un proyecto de nación parta el siglo XXI; los resultados que se acaban de presentar en su conjunto y para cada una de las mesas colman con creces las expectativas que nos habíamos formado. Mi reconocimiento más profundo por esta excepcional aportación ciudadana a nuestra modernidad republicana.
Han hecho ustedes un recorrido por los grandes problemas del país desde el enfoque estructural de la Reforma del Estado; lo han hecho con precisión, claridad y visión global. Poco podría añadirse a lo que han condensado tan magistralmente. Me permito, sin embargo, destacar lo que considero el sentido esencial de las propuestas y su coincidencia con mis propios compromisos.
Comparto plenamente su convicción en el sentido de que la plenitud de los derechos humanos y de las libertades públicas son a la vez requisito indispensable y objetivo último de todo Estado democrático. Mi determinación en este campo no admite duda ni tampoco reserva alguna, para emplear los términos de los tratados internacionales. Todos los compromisos contraídos por el país en materia de derechos humanos deberán considerarse -leyes internas y obedecidos estrictamente por las autoridades.
Habremos además de mantenernos abiertos a la creación de nuevos derechos y a las reformas institucionales que las garanticen. La diferencia entre el pasado y el futuro es justamente la vigencia del Estado de Derecho.
El debate fundamental en torno a la reinvención del Estado es el de sus responsabilidades económicas, sociales y -añadiría- culturales. En el caso de México, por historia y por geografía, así como por las exigencias que nos plantean nuestras abismales desigualdades y rezagos, es menester que las instituciones públicas se asienten sobre valores de solidaridad, eficiencia y justicia.
Más allá de los dogmas y las recetas, enterrados los fundamentalismos neoliberales, tendremos que edificar un Estado democrático comprometido ante todo con la educación, con la distribución del ingreso y con la igualdad de oportunidades. Instituciones jurídicas rectoras que propicien el desarrollo de la libertad y el imperio de la equidad, instituciones políticas visibles y presentes: promotoras del bien común.
Gracias al perseverante empeño de los ciudadanos y de las oposiciones, logramos un cambio formidable en las instituciones electorales del país. Sin embargo, tienen razón en proponer nuevas reformas en ese campo para que se acabe, de una vez por todas, la defraudación y la incertidumbre en los procesos locales en todos los procesos electorales.
La democracia futura no habrá de agotarse en el acto de sufragar. Estamos en el tiempo de la democracia participativa. Coincido en que el cuerpo electoral debe ser consultado sobre las leyes y decisiones que más lo afecten y en que los ciudadanos, las familias y las organizaciones civiles han de incorporarse a la planeación y a la gestión de los servicios públicos. Me comprometo a promover tanto el derecho a la información como la cultura democrática y a velar por la más absoluta transparencia en la actividad del estado.
Dije que estaba dispuesto a compartir el poder y me dispongo a cumplirlo. Los regímenes contemporáneos buscan combinaciones institucionales que eviten la concentración del poder, destierren la impunidad, garanticen la división de competencias y propicien la estabilidad y la eficacia en el marco de una escrupulosa legalidad. A eso llamamos democracia con gobernabilidad. El primer obligado al acatamiento del orden jurídico es el gobierno. Coincido en que todas las autoridades hemos de estar sujetas a la rendición de cuentas y al juicio que sus actos merezcan, comenzando por el propio presidente de la República.
Por origen, experiencia y convicción soy federalista. Comparto la visión integral que presentan en torno a la descentralización de las instituciones y actividades nacionales. Pienso como ustedes en la necesidad de impulsar simultáneamente la federalización de la política, la producción, las finanzas, los servicios públicos, sociales y privados. La convención nacional fiscal que proponen podría ser el arranque de ese proceso.
Una democracia verdadera sólo puede crecer a partir de la célula municipal. Ahí se concentra el atraso o la prosperidad de las naciones. Me propongo con la ayuda de todos, invertir la pirámide que hoy las aplasta y desatar la energía positiva de las colectividades locales.
Las autonomías étnicas y culturales deben ser consagradas en la Constitución y terminar con toda forma de discriminación y estériles confrontaciones. Nuestras armas serán, siempre, el diálogo y la razón.
El próximo primero de diciembre pondremos en manos del Congreso, la iniciativa de la COCOPA en el caso del conflicto en Chiapas. Estamos inmersos en el proceso de globalización. En muchos sentidos el futuro ya nos alcanzó. México necesita redefinir con lucidez y defender con determinación sus intereses nacionales. Coincido en la urgencia de ampliar y diversificar las relaciones de distinto género que sostenemos con el mundo y de asumir un protagonismo inteligente para impulsar cambios en el orden internacional que propicie la libertad y el progreso de todos.
Estimadas amigas y amigos,
Han llegado ustedes al término de una encomienda, pero apenas se inicia el esfuerzo por concretar la transición política en una profunda reforma del Estado. Tomo como propias las ideas a las que ustedes acaban de dar forma, a través de esta reforma del Estado. Ésta no es patrimonio ni responsabilidad exclusiva de ninguna institución, de ningún partido y de ningún sector de la sociedad. Es la culminación de una larga historia de esperanzas y sacrificios y constituye en el presente una tarea histórica de la nación. Asumiré la parte que me corresponde de esta obra colectiva. La que me señalan las leyes y la que deriva de mi propia convicción y de las legítimas funciones de dirigencia que los ciudadanos me han otorgado. Destaco la propuesta que se hace de adicionar un artículo 20 para que proceda el Congreso con esta Reforma del Estado. Y me mantendré en permanente comunicación con los legisladores federales y locales, a quienes haré llegar el resultado de estos trabajos.
En la esfera administrativa procederé además, mediante las consultas que sean precisas, a introducir reformas y a reorientar políticas públicas en la dirección hacia la que apuntan muchas de las propuestas.
El sistema autoritario que hemos dejado atrás convertía en la práctica el Poder Ejecutivo en el único y auténtico legislador. Nos desplazamos ya hacia un sistema sustancialmente distinto en que las reformas legales deben surgir de programas ampliamente consensados y de propuestas elaboradas entre todos los actores legalmente facultados y políticamente responsables. Ello aconseja un nuevo marco para el diálogo político, honesto, transparente y patriótico que evite la tentación de las mutuas exclusiones y de los extremismos ficticios. O lo que es peor, la banalización de la historia.
Nada más promisorio que todos los poderes públicos; los partidos políticos y las corrientes de opinión pudiésemos arribar a una sola visión compartida respecto de la arquitectura constitucional del país y los grandes objetivos de la nación mexicana.
A mi compañero de lucha y ahora de trabajo, Porfirio Muñoz Ledo, vuelvo a necesitar de tu concurso; te pido me apoyes en esta difícil empresa que exige lo mejor de nosotros mismos. Has probado una vez más tu capacidad de convocatoria, de entrega y compromiso con México; el país lo sigue requiriendo.
Una reforma del Estado no se contempla de una vez y para siempre; demanda empeño y renovación constantes; supone sobre todo el desarrollo de una sociedad democrática y participativa, y de una clase dirigente que se coloque por encima de toda pequeñez e intolerancia.
A todos ustedes, con la encarnación de la pluralidad, la inteligencia y el compromiso ciudadanos que aman y que quieren a su país, gracias por todo su esfuerzo; seguiremos juntos; el día de hoy es apenas el nuevo comienzo.
Muchas gracias.
México, DF, a 22 de noviembre de 2000.
Discurso de Porfirio Muñoz Ledo en la presentación de las conclusiones de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, 2000.
Ciudadano Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos; Amigos y conciudadanos.
He aquí el testimonio escrito de la palabra que acabamos de escuchar. Será publicado en su integridad gracias a la disposición generosa de la Universidad Nacional.
Pero su paradero no es sólo la memoria colectiva de la avidez de los eruditos. Prevalecerá sin duda el vigor y el rigor de las ideas.
Moverá además voluntades con el ejemplo de desinterés, la competencia y el entusiasmo de los mexicanos y mexicanas reunidos por su iniciativa.
Cualesquiera que fueran sus antecedentes, especialidades y convicciones políticas, los miembros de esta Comisión se erigieron en el reflejo fidedigno de una sociedad que optó por el cambio y que está decidida a seguir luchando por el cambio.
El árbol se conoce por sus frutos y estos tienen el sabor inconfundible del patriotismo. Republicanos como somos, a nadie hemos pretendido usurpar funciones pero, ciudadanos cabales, ejercemos el derecho de exigir a los poderes públicos que las cumplan.
Con frecuencia el desdén no es sino el tributo que la pequeñez rinde al talento. De ahí que agradezcamos, con genuina sinceridad, la atención inteligente que los medios de información prestaron al desarrollo de nuestras tareas. Más aún, que su propia y firme determinación haya colocado este esfuerzo en el centro del escenario nacional.
Las conclusiones y propuestas que hoy presentamos están a merced del escrutinio ciudadano, del análisis académico y del debate político. Por su naturaleza, son inmunes al mercadeo partidario y al chantaje inmediatista.
Constituye el cambio materia fértil para la germinación de consensos verdaderos que miren a largo plazo.
Hemos cumplido una destacada encomienda. Fue nuestro empeño recoger y decantar el estado de la discusión sobre la Reforma del Estado mexicano. Ninguna tesis o iniciativa relevante nos fue ajena, cualquiera que haya sido su procedencia. Demostramos, al final del camino que los acuerdos sobre el rediseño de los objetivos y las instituciones nacionales son posibles entre mexicanos de buena voluntad.
Estas respuestas se corresponden con el mandato que usted recibió de los ciudadanos, porque brotan de "la misma fuente y se orientan en la misma dirección. Mucho nos honraría que- hiciera suyos los proyectos que juzgue pertinentes y los ejecutara en la órbita legal de su competencia; pero también que impulsara cada uno y en su conjunto en la dimensión transparente de su liderazgo político.
Nuestros trabajos se fundan en la certidumbre de que la alternancia en el poder no es toda la transición democrática, sino apenas su inicio. Más todavía cuando las raíces y las ramificaciones del autoritarismo -y por qué no decirlo, de la corrupción- se remontan a una añeja historia y penetran la entraña misma de las prácticas políticas y sociales.
La experiencia de otras latitudes y el sentido común apuntan a la inevitable suscripción de un nuevo pacto nacional, obra que algo tiene de demolición y mucho de reconstrucción. No se trata sólo de convenir una ingeniería constitucional distinta, acorde con la modernidad política que ambicionamos. Fuerza es arriesgar un cambio más profundo y levantar un proyecto cabal de país. La tarea es política, en última instancia, cultural.
En una ruta de coincidencias crecientes, aunque no absolutas, descubrimos las nervaduras de un nuevo sistema político, de poderes compartidos en el que todos sus elementos se armonizan para garantizar el máximo posible de libertades junto con el funcionamiento equilibrado y eficaz de los poderes públicos. Un modelo de distribución de competencias políticas fundado en el acatamiento de ley, en la descentralización del poder y en la participación de la sociedad. Un régimen que transforme al súbdito en ciudadano.
La democracia entraña el ejercicio cotidiano de valores cívicos y morales. Es por ello, al mismo tiempo, unitaria y ubicua. Se practica en todas partes y a todas horas, pero persigue un mismo dictado de la conciencia. Mientras no alcancemos a democratizar todas las células del poder y de la sociedad y todos los ámbitos de la vida internacional, nuestra tarea permanecerá inconclusa. En ese sentido coincidimos en que se trata de una "brega de eternidad".
La gobernabilidad democrática que nos proponemos establecer no podría ser tan solo la resultante de una sólida y balanceada arquitectura institucional. Su verdadera prueba de resistencia será la capacidad que despliegue para modernizar las relaciones económicas y políticas entre los mexicanos, dentro del mayor respeto a sus diferencias y a sus derechos, pero sobre todo para satisfacer sus necesidades dolorosamente acumuladas y de hacerlos, como quería el poeta, contemporáneos de todos los hombres.
Tiene usted en sus manos un proyecto que podría desatar las energías más positivas del país. Me refiero a la iniciativa de reforma constitucional, pacientemente elaborada entre los miembros de la Comisión, que promovería el proceso de revisión integral de nuestra Ley Suprema. Asumirla significaría apelar a la responsabilidad de todos y de cada uno y convocar de nuevo la esperanza nacional del cambio.
Señor Presidente electo.
Al abrir las puertas de este museo, mi maestro Jaime Torres Bodet afirmó que su edificación tenía "el propósito de inspirar a los mexicanos, junto con el orgullo de la obra heredada, el sentido de su responsabilidad colectiva ante la historia que están haciendo y la que habrán de hacer en lo porvenir".
He ahí el espíritu que nos alienta. El 2 de julio el país resolvió emprender una transformación fundamental: un cambio de destino. No fue por cierto, la victoria exclusiva de ninguna organización ni menos aun la revancha de dogma alguno. Fue un triunfo de todos los ciudadanos que ese día "engavillamos la cosecha moral de la libertad". A todos nos pertenece, y en ese sentido nadie resultó derrotado.
Tal acontecimiento, del que usted es personaje emblemático indiscutible, debiera inscribirse en las efemérides de la nación como el Día de la Democracia, que no niega ni opaca ninguna de nuestras grandes celebraciones: ni el 20 de noviembre, ni el 5 de mayo, ni el 16 de septiembre. Aspiramos, por el contrario, a que se convierta en suma y síntesis de todas ellas. Nada menos que la cuarta revolución de nuestra historia.
El país ha ingresado, al mismo tiempo, en un nuevo siglo y en una nueva edad. Como a todas las anteriores, habrán de poblarla próceres y mártires, dirigentes y labriegos, creadores y desertores.
En un horizonte abierto de posibilidades, como el que avizoraron los fundadores de la República, cada uno habrá de definirse por su propia conducta y de salvarse por su propio mérito; pero la tarea de construir una morada digna de nuestra estirpe nos corresponde a todos.
Esa ha sido la inspiración de los trabajos que hoy culminamos. Entre todas las vivencias de estos afanosos días registro, en la retina más íntima de la memoria, la devoción y el compromiso de los jóvenes. A ellos les decimos: la clave de los signos que este recinto atesora es el testimonio irrefutable de la grandeza mexicana. Sepan merecerla.
Gracias, presidente, por la estimulante oportunidad que nos ha ofrecido.
Fuente: Porfirio Muñoz Ledo, Comisión de Estudios para la Reforma del Estado. Conclusiones y Propuestas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2001.
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