Julio 9 de 1988
Tanto por la afluencia de votantes como por la forma pacífica en que se realizaron, las elecciones del 6 de julio fueron ejemplares. Sin embargo, la discusión sobre su validez se ha enconado de tal manera que amenaza con llevar al país a situaciones que podrían revivir nuestro pasado de intolerancia y luchas fraticidas.
En las conversaciones, en la prensa, en las manifestaciones públicas, en el Colegio Electoral, se discute incansablemente. El abanico de opiniones negativas es muy amplio; en el espectro ideológico, en la cantidad y calidad de las personas que no creen los resultados oficiales, en los grados de rechazo, que van del escepticismo a una vehemencia a veces alarmante. No es fácil verificar los fundamentos reales de muchas de estas actitudes; sí lo es explicadas: el partido hegemónico cosecha las tempestades que sembró durante muchos años. La sociedad ha cobrado conciencia de su autonomía frente al poder. Gran y saludable cambio.
La sociedad está dividida. No es una minoría revoltosa la que impugna el resultado de las elecciones sino la mitad de los representantes de la ciudadanía en el Colegio Electoral. Incluso las opiniones de los que firmamos este documento reflejan la división del país. Pero todos coincidimos en que, más allá de nuestras divergencias, debe darse un paso hacia adelante. La disputa sobre la validez de las elecciones no debe estar por encima del sentido de responsabilidad civil que exige esta hora.
Dos caminos se abren ante nosotros: el de los enfrentamientos que detendrían y malograría el proceso de transición pacífica hacia el pluralismo democrático o el de la serenidad política, que aconseja, como tarea primordial, consolidar y continuar ese proceso. Nos inclinamos, como la gran mayoría de los mexicanos, por lo segundo y exhortamos al gobierno y a los partidos a asegurar y consolidar el proceso de transición pacífica.
El gobierno y la oposición pueden demostrarles a los mexicanos que realmente desean la transformación democrática de nuestro país. Lo primero que debería hacer el nuevo congreso es modificar la ley electoral, a fin de dar la mayor transparencia posible a nuestros comicios. Habría que empezar' por el padrón y la composición de las comisiones electorales: suprimir los candados que impiden a las minorías llegas a ser mayorías, romper las situaciones que se han prestado a la parcialidad del gobierno a favor de uno o más partidos.
Las próximas elecciones en Jalisco y en Tabasco ofrecen otra oportunidad tanto para iniciar la descentralización política como para rendir, por la limpieza y la equidad de los procedimientos, resultados que sean inobjetables para todas las partes.
Construir la democracia no significa aplastar sino respetar a nuestros adversarios. Tampoco significa sacrificar las saludables diferencias en el altar de una imposible y, a fin de cuentas, estéril unanimidad. Pero para mantener y afirmar esas diferencias debemos crear los espacios públicos en que éstas puedan desplegarse y enfrentarse de manera pacífica. La paz, la libertad y la democracia son inseparables.
Edmundo O'Gorman, Vicente Leñero, Femando Benítez, José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Huberto Batís, Marcos Moshinsky, Carlos Monsiváis, Víctor L. Urquidi, Luís González y González, Lorenzo Meyer, Teresa Losada, Eduardo Lizalde, Hugo Hiriart, Salvador Elizondo, Héctor Aguilar Carmín, José Luís Cuevas, David Huerta, Juan García Ponce, Enrique Krauze, Gabriel Zaid.
Fuente: Las elecciones de 1988, Crónica del Sexenio 1982-1988, México, Presidencia de la República, Unidad de la Crónica Presidencial y Fondo de Cultura Económica, 1988.
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