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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1984 Discurso en la Sesión Conjunta del Congreso de los Estados Unidos de América

Miguel de la Madrid, Washington, D.C., 16 de Mayo de 1984

Honorable señor Presidente; Honorable líder del Congreso:

Agradezco a ustedes su generosa invitación para dirigirme ante esta Sesión Conjunta de la Cámara de Representantes y del Senado. Respondo a esta invitación en representación del pueblo de México y en su nombre expreso el más ferviente deseo de que la cooperación, la amistad y el respeto mutuo sean, permanentemente, el signo distintivo de las relaciones entre nuestros dos países.

Señores senadores; Señores representantes; Señoras y señores:

Es un honor para mí acudir a este recinto que alberga a los representantes de la Nación norteamericana, para exponer ante ustedes lo que corresponde al interés del pueblo de México.

Estas Cámaras legislativas constituyen una legítima expresión de la Democracia de los Estados Unidos. En ellas se refleja la incontrolable diversidad de un pueblo que mantiene una rica tradición política fortalecida por sus distintos orígenes y culturas, que han hecho del respeto a la pluralidad una norma vigente de su convivencia nacional.

El Congreso encarna por excelencia la dinámica política y social de su pueblo. El sistema constitucional de esta gran Nación funda y limita, a la vez, el ejercicio del poder, el cuerpo legislativo es fuente del orden social, y garantía última de las libertades ciudadanas.

La Revolución de Independencia de este país y el genio político de los fundadores de Estados Unidos consagró, en forma que ha devenido clásica, la división de Poderes, el reconocimiento a la majestad de la lev y el sagrado derecho de los pueblos a su autodeterminación. Sin tales principios, que representan la gran aportación de los Estados Itnidos a la cultura política y lurdica contemporánea, no es concebible la organización constitucional del Estado de Derecho. Para el hombre del siglo XX, estos ideales significan una conquista irreversible de la civilización.

Los Estados Unidos han contribuido también a la revolución del Derecho Internacional. Desde la Declaración de Independecia a la Carta de las Naciones Unidas, encontramos instituciones que expresan el pensamiento del pueblo norteamericano. Al finalizar la Segunda Guerra y ante la barbarie del nazismo, la esperanza de la comunidad de naciones descansó, en buena medida, en la promesa del respeto invariable al orden jurídico.

Desafortunadamente, la historia de las últimas décadas no ha colmado las expectativas de desarrollo y bienestar que suscitaron las naciones victoriosas. la realidad parecería corroborar una hipótesis que carece de fundamento moral: la expansión del poder, por ley histórica inexorable, anula los anhelos de liberación. Los regnerinrientos de la seguridad pretenden justificar esferas de influencia y limitaciones inadmisibles a al soberanía nacional. Este es el prisma a través del cual se percibe hoy la división del mundo en un sistema bipolar.

Los pueblos han de tener memoria y sentido del futuro. Debemos evitar la tendencia destructiva que antepone intereses circunstanciales a valores permanentes y pretende negar las preocupaciones legítimas y las justas aspiraciones de los demás. Sin el entendimiento y la comprensión sería imposible garantizar la paz y la prosperidad de las naciones.

América Latina despierta ahora a la conciencia de su identidad. En el pasado, las distancias geográficas y la propia estructura del sistema internacional lograron separarnos. En nuestros días, los objetivos e intereses coincidentes son rasgos distintivos del proceso político que vive la región. Haremos realidad el propósito de solidaridad.

Más allá de orígenes y culturas similares, la integración de los pueblos latinoamericanos es un imperativo de su desarrollo. Los acontecimientos de los últimos años demuestran inequívocamente que, en el aislamiento, resulta inalcanzable la seguridad política y económica a que aspiramos. mediante la convergencia de voluntades, forjamos en este tiempo nuestro destino común.

Hoy, América Latina demanda un nuevo entendimiento entre los países de la región y las naciones industrializadas del hemisferio. Las profundas transformaciones registradas hacen imprescindibles nuevos cauces de cooperación e intercambio que aseguren una comunicación política eficaz y atiendan a las necesidades del desarrollo de nuestros pueblos.

Las naciones latinoamericanas buscan, en la equidad y el respeto, un nuevo tipo de relación con los Estados Unidos. Desean eliminar cualquier sombra de subordinación, con la preservación de soberanías e identidad nacional. Los principios de autodeterminación y no intervención confirman nuestra capacidad de gobernarnos autónomamente. Para nosotros la independencia no es un hecho del pasado sino una conquista diaria. Es el valor supremo de nuestra historia.

A pesar de asimetrías y disparidades, en la igualdad jurídica radie la norma fundamental de un orden armónico entre los países del continente. Este principio, la más alta creación política de las Américas,subraya las ricas posibilidades de la negociación y la diplomacia. En el presente, más que nunca, es necesario desplegar las armas de la inteligencia y el ejercicio de la razón.

La uniformidad es utopía en una época de agudos contrastes y cambios acelerados. La prometedora evolución democrática que se advierte en diversas naciones latinoamericanas reclama la plena aceptación del pluralismo. A nadie se puede imponer un estilo uniforme de la vida democrática. Por definición, la democracia no puede usar las armas de la tiranía.

Para nosotros, la paz y el desarrollo han sido y son cuestiones primordiales. La necesaria cooperación con los países del norte debe excluir cualquier condición política, criterio discriminatorio o exigencia de una imposible reciprocidad. La justicia y el bienestar constituyen las únicas garantías eficaces para alejar los peligros de la inestabilidad y de una inflagración generalizada en América Latina.

Por desgracia, la actividad económica de la región disminuyó severamente en los últimos años y el nivel de bienestar de los pueblos latinoamericanos sufrió grave deterioro, al cúmulo de las necesidades tradicionalmente insatisfechas, se suman ahora las consecuencias del retroceso actual. La profunda crisis que vivimos ocupa sin duda el centro de nuestra atención.

Es verdad que nuestras dificultades tienen su origen en factores internos. Pero también son elementos decisivos los que radican en la estructura de la economía internacional. Existe así la convicción generalizada de que para superar la crisis es necesario replantear las insuficiencias en la cooperación entre los Estados.

El endeudamiento externo, las altas tasas de interés y el creciente proteccionismo de las economías avanzadas son, al mismo tiempo, causa y efecto de la crisis. En América Latina, la deuda ascendió en 1983 a alrededor de 340 mil millones de dólares, de los cuales México absorbió la cuarta parte; en ese año, destinamos casi el 35 por ciento de nuestras exportaciones al pago de intereses, proporción que excede un límite razonable para el manejo adecuado del presupuesto y la balanza de pagos.

Este mismo Congreso postuló, al autorizar recientemente un aumento de la contribución norteamericana al Fondo Monetario Internacioanl, la necesidad de explorar medidas para ampliar los plazos del pago de las deudas y disminuir sus tasas de interés: asimismo, estableció la norma de que al servicio anual de la deuda externa se asigne un procentaje razonable de los ingresos de exportación, a fin de aliviar el discurso social de los programas de ajuste económicp. Lamentablemente el curso de los acontecimientos se ha orientado en otra dirección.

Ante la crisis, México lleva a cabo un sévero esfuerzo de reordenación económica, sus indudables logros merecen el reconocimiento de la opinión internacional, que ha apreciado el valor y la responsabilidad de un pueblo para sujetarse a su propio proyecto de renovación.

Este esfuerzo se ha llevado a cabo dentro de un marco de libertades, que ha servido para fortalecer nuestras instituciones, así como la vida democrática de nuestro país, corroborando que nuestra Revolución sigue vigente.

En 1983, se logró abatir la tendencia al alza de los precios que nos estaba conduciendo a una situación hiperinflacionaria, logramos reducir el déficit de las finanzas públicas de un 18 por ciento del Producto Interno, en 1982 al 8.5 por ciento en 1983; asimismo, el sector externo mostró una mejoría sustancial y por primera vez en varias décadas obtuvimos resultados positivos, los anteriores logros fueron metas que mi Gobierno se propuso alcanzar y revela consistencia entre lo que se dice y lo que se hace. Adoptamos medidas de disciplina económica y el pueblo ha aceptado su costo social porque juzgamos, con plena independencia de criterio, que resultaban necesarias para fundar sobre bases sólidas, el desarrollo futuro del país.

Sin embargo, el momento difícil por el que atravesamos ha tenido un elevado costo social. La economía mexicana registró un retroceso por primera vez en 90 años y nuestra población vio disminuido su nivel de vida.

Los pueblos reclaman equidad. Pero cómo explicarnos entonces, que a los países en desarrollo se nos exija reducir el gasto público, cuando otros hacen de un déficit creciente la palanca esencial de su recuperación. Cómo aceptar que el aumento unilateral de las tasas de interés haga nugatorio un severo esfuerzo de ajuste económico, con abatimiento del bienestar. Cómo se justifica que, en la interdependencia,unos cuantos disfruten de la prosperidad mientras otros, la mayoría padecen limitaciones y sacrificios.

Las naciones en desarrollo parecen atrapadas en un círculo de hierro de endeudamiento y cancelación de progreso. Las elevadas tasas de interés disminuyen las inversiones, reducen la capacidad exportadora y suprimen, por consiguente, la posibilidad de mayores ingresos de divisas. Remedio indispensable será que las materias primas y manufacturas de nuestros países tengan más amplio acceso a los mercados internacionales y se elimine el proteccionismo. En un mundo que se empobrece debemos establecer juntos nuevas bases para el intercambio financiero y comercial

Más aún: paradójicamente la crisis convierte en su víctima no sólo a las economías menos desarrolladas, sino también a amplios sectores de los países avanzados. Entre 1981 y 1983, América Latina dejó de comprar a Estados Unidos más de 32 mil millones de dólares. Se calcula que las exportaciones perdidas afectaron a 600 mil empleos en este país. Nadie escapa finalmente a las duras realidades de la mutua dependencia.

Por mandato de su historia y decisión soberana de su pueblo, la política exterior de México se rige por principios invariables que reflejan y aseguran el interés nacional. Con base en ellos, mi Gobierno sostiene relaciones de amistad con todas las naciones de la Tierra y contribuye a establecer un orden de paz, justicia e igualdad entre los Estados.

Reiteramos que frente a las apremiantes necesidades) del desarrollo resulta absurdo el dispendio de recursos en una carrera armamentista que pone en peligro la supervivencia del hombre. Amplios sectores de la opinión pública, en todas las latitudes, demandan una firme voluntad política para lograr el desarme.

Seguramente este Congreso puede hacerse eco del reclamo universal.

Es inaplazable reanudar las conversaciones que puedan conducir a una reducción significativa, de los arsenales nucleares y en definitiva a su completa eliminación. Las grandes potencias tienen la ineludible responsabilidad de garantizar y la continuidad de la historia y de coadyuvar a que desaparezca la angustiosa secuela de atraso y marginación.

Los conflictos regionales, que tienden a generalizarse, amenazan también a la paz internacional. Son ellos ocasión propicia de afanes intervencionistas que pueden conducir a una confrontación global. Por ello, es urgente el esfuerzo responsable para eliminar los motivos de controversia.

En nuestra imperfecta sociedad de Estados, la imposibilidad de aplicar coercitivamente la norma internacional no resta valor jurídico y fuerza obligatoria a sus decisiones. Si excluimos al Derecho, sólo nos queda la anarquía y el imperio arbitrario de quien pueda imponer su voluntad. Los Estados tenemos el deber de fortalecer a las instituciones de la comunidad internacional.

Dentro de este espíritu se inscribe el esfuerzo que lleva a cabo el Grupo Contadora, que es una gestión latinoamericana para resolver un problema latinoamericano. Sostenemos que es posible el diálogo y la solución negociada de los conflictos; rechazamos por consiguiente esquemas militares que pondrán en grave peligro la seguridad y el desarrollo de la región, sin excepciones. Este continente no debe ser escenario de una violencia generalizada que, como ha ocurrido en otras partes del mundo, sea cada vez más difícil de controlar. Para nuestros países es evidente la superioridad de la razón y el entendimiento sobre la ilusoria eficacia de la fuerza.

En América Central, la política y la diplomacia ofrecen la perspectiva real de acuerdos para proscribir la instalación de bases extranjeras, reducir y a la postre eliminar la presencia de asesores militares foráneos, establecer mecanismos que impiden el tráfico de armas, evitar la acción de grupos desestabilizadores, así como disminuir el armamentismo en la región. Se trata, sin duda, de compromisos viables que debieran asumir todas las partes involucradas, mediante acuerdos honorables y seguros. La premisa del arreglo es la voluntad política de las partes.

Tenemos la convicción de que el conflicto centroamericano obedece a las carencias económicas, al atraso político y a la injusticia social que han padecido los países en el área. No podemos aceptar, porconsiguiente, que se le inscriba en la confrontación Este-Oeste y que las reformas y los cambios estructurales se perciban como una amenaza a la seguridad de las demás naciones del hemisferio.

Deseo expresar a ustedes, señores congresistas, el reconocimiento de México por el apoyo unánime que la Cámara de Representantes ha brindado a las acciones del Grupo Contadora. Su firme respaldo nos alienta a perseverar en este esfuerzo pacificador y constituye una esperanza para los pueblos de la región.

México y Estados Unidos comparten una amplia gama de intereses. En el pasado, nuestras relaciones fueron, en muchas ocasiones, difíciles. Sobre la base del respeto mutuo y la comprensión hemos forjado ahora sólidos lazos de amistad. El intercambio de opiniones nos permite zanjar las diferencias y aprovechar mejor los puntos de nuestra coincidencia.

La vigorosa interacción social entre las dos Naciones enriquece la vida y la cultura de ambos países. El contacto entre sus hombres sintetiza tradiciones diferentes, permite conocer otras experiencias y ensancha el horizonte del futuro. Debemos incrementar así nuestros intercambios científicos, tecnológicos y educativos, teniendo presente que la voz de cada pueblo es punto de referencia necesario para la conciencia del otro.

De la proximidad geográfica nace inevitablemente una composición de intereses en beneficio común. La disparidad del poder y el desarrollo no puede ocultar la necesidad de acuerdos satisfactorios para ambas partes. En el comercio y'.as finanzas, la definición de los límites marítimos, los derechos pesqueros y la protección del medio ambiente fronterizo, hemos de mantener el propósito de lograr una solución.

Deseo en particular.referirme al problema de los trabajadores indocumentados. Mi país tiene la convicción de que los emigrantes temporales para laborar en los Estados Unidos contribuyen significativamente al desarrollo de los Estados fronterizos y por lo tanto a la prosperidad de la economía norteamericana en su conjunto. México mantiene una permanente preocupación por el pleno respeto de sus derechos humanos y laborales.

Señores senadores; Señores representantes:

El Congreso de los Estados Unidos tiene en sus manos la posibilidad privilegiada de que se mantengan vivos, en el ámbito interno y en el internacional, los ideales permanentes de esta gran Nación. Ha de asumir así el compromiso de que la tolerancia, la comprensión de otros intereses, el reconocimiento de identidades ajenas y el respeto a la voluntad de los demás, definan el porvenir de su país. Confiamos en que el pueblo norteamericano sabrá anteponer invariablemente el ejercicio limitado del poder al uso de la fuerza, y la razón a la voluntad de dominio.

La causa de la paz y el desarrollo impone deberes a todos los Estados. En la historia, los cambios esenciales se han originado por la suma convergente de voluntades e inteligencias. En la esfera de sus capacidades, los pueblos de América Latina pugnan desde hace tiempo por la distensión y el freno de la carrera armamentista, comprometen su acción para evitar conflictos regionales y ajustan su conducta al Derecho. Se esfuerzan igualmente por establecer un diálogo fructífero entre el Norte y el Sur que siente las bases de un orden económico internacional justo y equitativo.

Los miembros del Congreso de los Estados Unidos sabrán reconocer la legitimidad de las demandas de los países de América Latina y, en general, de aquéllos en vías de desarrollo. Su contribución será decisiva para lograr el bienestar de nuestras Naciones en una época en que fatalmente compartirnos crisis o prosperidad.

Hemos dicho que México es frontera de América Latina con las naciones industrializadas del continente. La cooperación entre nuestros dos países demuestra que es factible una convivencia digna y respetuosa entre el sur en desarrollo y el norte desarrollado. Tengo la certeza de que ambas partes habremos de encontrar nuevas fórrnulas de colaboración, ampliar los mecanismos existentes de consulta y fortalecer los lazos de una fértil y provechosa amistad. Esperemos que este sea el signo de la nueva comunidad internacional a la que aspiran, por igual., los pueblos de todo el orbe.