París, 27 de octubre de 1983.
Seguramente esta XXII Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, dará lugar, como las precedentes, a fructíferos debates y a la determinación de importantes orientaciones y líneas de acción en los campos de la educación y la cultura.
Nadie puede negar los avances logrados en la vida breve pero intensa de esta institución, en las finalidades y objetivos que persigue, y que mediante la coincidencia de voluntades busca implantar métodos y medios que hagan la educación accesible al hombre, preserven la identidad nacional y los valores de las distintas culturas y, al mismo tiempo, contribuyan y se nutran de la cultura universal.
En el mundo que habitamos, que más que de postguerra ha sido de interguerras, por bien localizadas que éstas estén, en este contexto mi gobierno ha expresado su profunda preocupación por los recientes sucesos ocurridos en el Caribe, acción que agravara la situación en dicha área y América Latina y crea nuevos peligros para la coexistencia pacífica entre los Estados de la región.
Pues bien, una de las pocas cosas que inducen al optimismo es la fe en la educación y la cultura.
Frente a quienes consideran inexistentes o muy endebles las posibilidades de una escuela nueva, en tanto no se forme una sociedad distinta a la presente, nosotros reafirmamos nuestra confianza en la gravitación que la escuela tiene en la sociedad, su peso y densidad y sus efectos transformadores, que hacen posible que la nueva escuela sea instrumento para llegar a una nueva y mejor sociedad, que conjugue justicia y libertad, certidumbre y bienestar social y espiritual.
El hilo conductor de la política educativa mexicana ha sido el reconocimiento de una relación dialéctica entre la sociedad y la educación: la sociedad orienta a la educación y dicta sus características; mas, a su vez, es guiada por la educación y es ésta la que siembra los proyectos que desarrollarán el futuro.
La esperanza en un mundo único no tiene otro camino que el de reconocer la diversidad, la diferencia, la pluralidad distintiva que lo caracteriza, el derecho de cada país a escoger el modelo de sociedad que desee, y la ruta para llegar a él es principio fundamental, no sólo para la convivencia pacífica de las naciones, sino también para obtener la complementariedad que permita que todos los pueblos y gobiernos de la Tierra se ayuden entre sí.
Reconocer esta diversidad no es negar la necesidad de la unidad; por el contrario, es admitir lo que existe, para, a través de ello, arribar a lo que debe existir: la unidad de lo diverso.
Si observamos la historia desde una amplia perspectiva, vemos que en encrucijadas similares a la presente, ante disyuntivas de modos de pensar o de ideologías, se han producido vastas y silenciosas síntesis históricas, que incorporaron lo bueno de distintos sistemas del pensamiento, síntesis que no son simples sumas ni total o radical eliminación de lo que se integra, sino que conservan para innovar.
Los imperios que han caído, las épocas que han periclitado, dejaron, al menos, un sedimento en el molde en que se fraguaron otros y diferentes tiempos.
Hoy, como ayer, es posible que ocurra una gran síntesis histórica, que concilie los afanes de libertades espirituales y políticas con las necesidades de justicia social.
La cultura es el descubrimiento y reconocimiento del hombre por el hombre.
Esto implica reestructurar el mundo, persiguiendo preponderantemente fines humanos, que empieza por la conservación y el crecimiento del propio hombre, de sus capacidades de saber y hacer, ambas estrechamente conectadas.
Entre los propósitos del caminar del hombre hacia el hombre está la liberación de la férrea necesidad, para que el ser humano mantenga y aumente su potencia de autoformación y transformación de la sociedad en que vive.
Con nuevas ideas y experiencias se logran sopesar debidamente los tiempos difíciles que vivimos, en que no hay que olvidar, sino tener muy presentes, los grandes riesgos, los numerosos peligros a que estamos expuestos.
Recordemos en un pasado no remoto las respuestas negativas que una situación parecida a la que atravesamos generó: dirigentes que, a falta de sapiencia, equilibrio y sosiego, erigieron la intuición irracional en sistema de gobierno, y masas que cayeron en una instintiva desesperación y fueron fácil presa de prédicas estadolátricas.
Rechacemos a ideólogos del poder por el poder, que con diferente ropaje vemos en nuestros días.
¿Hemos logrado evitar que ningún hombre sea lo bastante poderoso para oprimir a otro, o tan débil que se vea obligado a dejarse oprimir?
¿Hemos superado el doble miedo, el de quienes temen perder lo que poseen y aquél de quienes temen sucumbir por no poseer?
¿Hemos conseguido que la lucha del hombre no sea contra el hombre sino contra el hambre?
Por supuesto que no.
Lamentablemente estamos muy lejos de la obtención real del derecho social fundamental del hombre, por el cual se lucha desde el siglo pasado: el derecho al trabajo.
Similar comentario puede formularse sobre la universalización del derecho que toda persona tiene a la educación, de conformidad con el Artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de las Naciones Unidas.
Los recursos de la humanidad siguen distrayéndose y ni la revolución electrónica en la enseñanza, ni el progreso tecnológico alientan o ayudan a los países en vías de desarrollo, los que, con frecuencia, han obtenido poco a un costo muy alto.
Como se ha establecido, algunos grupos culturales íntegros han perdido su identidad en aras de un desarrollo frío, dilapidador y en ocasiones contraproducente.
En otras partes, como en mi patria, coexisten zonas de alto desarrollo económico y consumos conspicuos con colectividades enteras al margen de la economía o dentro de economías primitivas cerradas; se padecen, por igual, los males o enfermedades del subdesarrollo y los males o enfermedades del desarrollo desordenado.
Los efectos que ingenuamente se atribuyeron al puro desarrollo no han correspondido a la realidad.
Aquellos que creyeron que el desarrollo por si acabaría con el analfabetismo y el atraso educativo comprueban su error, así como lo constataron quienes pensaron que la educación en todos sus niveles eliminaría por si el subdesarrollo económico y social.
Aún conservamos la paradoja de que, en zonas de relativo auge económico en varios países, el analfabetismo aumenta por migraciones internas y, con frecuencia, las necesidades económicas conducen a desarrollos enajenantes y aniquiladores.
De ahí las esperanzas que abrigamos en relación con el Proyecto Principal de Educación para América Latina y el Caribe.
Atrás de todo ello y haciendo caso omiso de los simplismos, hay que ubicar las causas fundamentales de esta situación.
La plena expresión del espíritu humano se ha visto coartada por nuestra incapacidad de brindarle las oportunidades para su cabal formación.
La responsabilidad de la UNESCO en este difícil tránsito de la humanidad no debe soslayarse.
Consta en su acta constitutiva que la búsqueda unánime de la paz debe establecerse, ante todo, en la solidaridad intelectual y moral del linaje humano, pues es en la mente de los hombres donde se fraguan las guerras y también donde deben construirse las defensas de la paz.
Necesitamos una fortaleza enorme para la empresa común que nos reúne: hacer que este orbe encogido crezca espiritualmente, para que esté a la medida del hombre y de su libertad y dignidad.
Contamos con el poder de las ideas, porque con ellas y por ellas es posible concentrar el saber y hacer humanos; con el poder del pensamiento se puede concentrar el mundo en el hombre y extender a éste en el mundo, ampliando sus horizontes, de tal manera que el horizonte de un individuo, sea cual fuere la latitud en que se encuentre, sea el horizonte de todo el planeta.
A partir de 1921, México inicia un esfuerzo educativo, que se ha mantenido por décadas.
Al mismo tiempo que comienza la alfabetización, se extiende la educación elemental y se impulsa la investigación científica, tecnológica y cultural.
Los resultados han sido positivos pero no están a la altura de las necesidades.
Existen en mi país 6 millones de analfabetos de 15 y más años de edad, 15 millones de adultos sin haber concluido la primaria y 7 millones que no terminaron la educación secundaria.
Carecemos de estadísticas confiables en materia de analfabetos por desuso.
En el presente ciclo escotar se matricularon más de 24 y medio millones de mexicanos en todos los niveles educativos, de los cuales 21.5 millones correspondieron a instituciones públicas.
Ha crecido de manera acelerada la inscripción en los niveles de profesional, medio y preescolar, sin que en uno u otro tengamos la capacidad requerida.
La educación superior y el bachillerato se han incrementado considerablemente.
Por nuestra pirámide demográfica, tiende a reducirse la inscripción en educación primaria y a incrementarse grandemente en secundaria.
Esta expansión sostenida no ha dejado de dar lugar a agudos problemas, de tal manera que el Presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado, ha planteado la necesidad de introducir en el sistema educativo no simplemente parches o remiendos, o meras reformas limitadas; ha postulado toda una revolución: que deseche hábitos, venza intereses creados, elimine rutinas, haga a un lado métodos anquilosados, cambie usos, agrupe o consolide centros de estudios superiores en los estados de la República y realice esfuerzos sistemáticos para conciliar en éstos masa y calidad; intente verdaderos cambios para obtener la calidad educacional, la conexión de formación, trabajo y rendimientos, pues, dada la situación económica del país, estamos obligados a hacer más con menos, según palabras del Presidente de la República.
Estamos empeñados no exclusivamente en defender y lograr una mejor apreciación de la cultura técnica y tecnológica, puesto que el saber hacer es sabiduría.
Ya lo decía el gran romántico (Novalis): “Nosotros sabemos sólo en tanto qué hacemos".
En realidad, se sabe y se hace siempre interiormente lo que se quiere saber y hacer.”
El impulso a la educación técnica y tecnológica es preocupación fundamental del gobierno de México.
Si bien, en muchos aspectos la educación es instrumento igualitario, ésta no alcanza a eliminar las desigualdades de origen económico, social o cultural y se requieren acciones específicas dirigidas a compensar con la escuela tales desigualdades.
Parte sustancial de la revolución educacional radica en armonizar legalidad y realidad, para que la acción modificadora del derecho se obtenga.
Bajo estos auspicios se ha emprendido el proceso de descentralización de la educación que busca una mejor calidad en ella, combatiendo la hipertrofia que hoy por hoy nos invade.
La movilización de la sociedad es el único camino para poner en marcha la revolución educativa, que haga posible extender la letra y la cultura, modernizar y mejorar la enseñanza y desterrar en definitiva los métodos obsoletos, que no logran que el educando aprenda a pensar por cuenta propia.
Mediante la descentralización se piensa tener una mayor participación de padres de familia, alumnos y autoridades locales y un contacto más estrecho para que la aldea llegue a la región y a la nación, y ésta vaya a la propia aldea.
La descentralización respetará la autoctonía de los distintos estados mexicanos que mantiene su peculiaridad y que desea preservar e incluso hacer más firme.
Somos una nación pluricultural: tenemos 56 etnias que hablan más de medio centenar de idiomas y múltiples variantes dialectales.
De aquí que practiquemos y estemos empeñados en ampliar la educación bilingüe.
Vamos a reforzar nuestro acervo cultural, salvaguardando y enriqueciendo las raíces pluriétnicas que lo componen.
Represento a un país con una larga historia, que sin temor de ninguna especie incorpora ideas universales y las adapta a sus propias realidades; que, sin miedo de ningún género, asimila lo bueno que de lejos recibe y lo acrecienta con nuevas ideas v nuevos métodos de acción.
Represento a un país que, por su pasado y su presente, por haber sido protagonista de la primera revolución social del siglo XX, puede contribuir a lograr la síntesis histórica que los siglos venideros demandan.
La acción permanente de la UNESCO, a través de sus deliberaciones y decisiones, debe ser fortalecida para que, mediante ella, la variedad que constituye al orbe sea abarcada por un único mundo que atienda a los intereses de todos y respete sus diferencias y divergencias.
No hay conflicto insoluble cuando se da la voluntad de superarlo y se tiene la audacia y paciencia para intentarlo.
En el juego de fuerzas en la navegación a vela, no es raro que una pequeña fuerza detenga o debilite a la mayor, pues, con el clásico:
“No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora” (Saavedra Fajardo).
Sean, por lo tanto, los esfuerzos de la UNESCO la rémora que detenga las fuerzas de la desesperación, el miedo y el irracionalismo.
Fuente:
Revista de la Educación Superior. ANUIES. Número 53. Volumen 14. Enero - Marzo de 1985.
|