La preocupación y ocupación más constante de México en el ámbito internacional es el tránsito hacia un nuevo orden económico. [. . .] La reducción de las disponibilidades de crédito para los países en desarrollo tiene serias consecuencias, no sólo para ellos, sino para la producción y el empleo de los países industriales. No sigamos en este círculo vicioso. Podría ser el principio de un nuevo oscurantismo medioeval sin posibilidades de renacimiento. [. . .] Los países en desarrollo no queremos ser avasallados. No podemos paralizar nuestras economías y hundir a nuestros pueblos en una mayor miseria para pagar una deuda cuyo servicio se triplicó sin nuestra participación ni responsabilidad, y cuyas condiciones nos son impuestas.
Los países del sur estamos a punto de quedarnos sin fichas, y si no pudiésemos continuar en el juego éste terminaría en una derrota general.
Quiero ser enfático: los países del sur no hemos pecado contra la economía mundial. Nuestros esfuerzos para crecer, para vencer el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la dependencia no han causado la crisis internacional. [. . .]
Después de grandes esfuerzos correctivos en materia económica, mi gobierno decidió atacar el mal por su raíz y extirparlo de una buena vez. Era obvio que existía una inconsistencia entre las políticas internas de desarrollo y una estructura financiera internacional errática y restrictiva.
Era irreconciliable una política de crecimiento razonable con una libertad especulativa de cambios. Por eso establecimos el control de divisas.
Dicho control sólo puede funcionar, dada nuestra frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos, mediante un sistema bancario que siga las políticas de su país y de su gobierno, y no de sus propios intereses especulativos y los vaivenes del caos financiero internacional. Por eso nacionalizamos la banca.
Hemos sido un ejemplo vivo de lo que ocurre cuando esa masa enorme, volátil y especulativa de capital recorre el mundo en busca de altas tasas de interés, paraísos fiscales y supuesta estabilidad política y cambiaria. Descapitalizan a países enteros y causan estragos en su camino. El mundo debe ser capaz de controlarlos. Es inconcebible que no podamos hallar la fórmula que, sin coartar tránsitos y flujos necesarios, permita regular un fenómeno que daña a todos.
Se hace imprescindible que el nuevo orden económico internacional establezca un vínculo entre el refinanciamiento del desarrollo de los países en desarrollo que sufren fuga de capital, y los capitales que se fugaron. Siquiera migajas de su propio pan. [. . .]
No podemos fracasar. Hay lugar al tremendismo. Está en juego no sólo el legado de la civilización sino la sobrevivencia misma de nuestros hijos, de las futuras generaciones de la especie humana.
Hagamos posible lo razonable. Recordemos las trágicas condiciones en las que creamos esta organización y las esperanzas en ella depositadas. El lugar es aquí y el tiempo es ahora.
|