José López Portillo
17 de Febrero de 1977
"Señor Presidente;
Honorables legisladores de los Estados Unidos de América:
Es un gran honor estar ante ustedes y es un privilegio traerles el mensaje de mi pueblo, el de México.
Busco entendimiento, equilibrio y respeto.
Ofrezco nuestra buena voluntad, que sabemos es buena porque, en nuestra circunstancia, estamos dispuestos a tratar como quisiéramos ser
tratados aun en el cambio de circunstancias. Yo sé que esa es la regla de oro que vale entre los hombres y entre las naciones. Respetándola, podremos ser mejores y superar la otra ley, la que pretende que el que tiene el oro hace la regla. Sobre esta última se ha construido el mundo de los arbitrarios. sobre la primera, el mundo de la democracia que es el de los justos.
Permítanme referirme a sólo algunos conocidos hechos:
Somos vecinos en una geografía de más de 3 mil kilómetros de largo.
Significamos dos experiencias históricas distintas en la concepción de lo que en su tiempo fue un nuevo mundo.
Ustedes constituyen una poderosa unidad política. Y es difícil ser fuerte.
Nosotros distamos mucho de ser poderosos. También es difícil ser vecino de alguien tan fuerte. Hay dos riesgos graves: uno, la arrogancia, fácil pero estéril; otro, la sumisión, fácil pero abyecta.
Hemos escogido el difícil camino de la dignidad, fundada en la libertad, que queremos mantener, y en la responsabilidad, que deseamos asumir. Ese camino me ha traído ante ustedes.
Para uno de los extremos de nuestra geometría ideológica, mi presencia aquí significa que vengo a recibir las instrucciones del imperio; para el otro extremo, que vengo a allanar el camino de los negocios fáciles y desnacionalizados.
Yo afirmo que vengo ante ustedes, como el Presidente Constitucional de mi país, en un momento para nosotros crítico e importante a plantear nuestra realidad como problema. ¿Qué es lo que puede ofrecer y debe demandar de sus poderosos vecinos, un Presidente convencido de la vigencia de la Revolución Mexicana: de la opción política que entraña, en la que pretendemos conjugar libertad con justicia en un mundo en el que, lo hemos dicho, hay quien sacrifica la libertad a la justicia; otros que han levantado el Leviatán del orden sacrificando libertad y justicia y otros más que lo pierden todo en el desorden?
Queremos entendimiento. Yo he estudiado mucho la Revolución Norteamericana. Sé que el fruto racional del siglo de las luces, es la Constitución de los Estados Unidos, la primera escrita, ahora casi a dos veces centenaria, lo que habla del genio y la congruencia de sus próceres que así le dieron base.
Lincoln, ese coloso de vuestra historia, dijo que esta Nación fue "concebida en la libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres fueron creados iguales".
Ello ha permitido que recientemente el señor Presidente Carter haya dicho con sencillo y sólido orgullo: "Ya hemos encontrado un alto nivel de libertad personal y ahora estamos luchando para realzar la igualdad de oportunidades''.
Ello le da vigencia a la democracia americana. Nosotros, por nuestra parte compartimos esa misma preocupación.
Quisiera se entendiera nuestro planteo democrático: Antes que la igualdad de oportunidades, tenemos que garantizar la igualdad de seguridades, porque hay en nuestra realidad punzantes desigualdades por falta de capacidad real. Y aquella seguridad, que lo es ante los riesgos elementales de la vida, el hambre, la insalubridad, la ignorancia, el desamparo, sólo la puede otorgar el Estado como un servicio. A eso, sencillamente dicho, llamamos justicia social, la que debe una sociedad a cualquier hombre que la integra con independencia de su capacidad y para remediarla. Ese es nuestro sueño, tiene un costo y exige generar riqueza.
Por ello en nuestra Constitución la democracia se define no sólo como un régimen jurídico o un sistema político, sino como un estilo de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo. Y tal es el permanente propósito de nuestra Revolución, ya institucional. De esto se dio cuenta en forma lúcida un inolvidable Embajador norteamericano en México, Josephus Daniels, cuando en 1911, dijo ''México posee su propio concepto de loquees la Revolución. Ha llegado a considerar al buen Gobierno, a la luz de las prácticas revolucionarias. Mientras que otros consideran que la ''Revolución" es una etapa alcanzada, ya predicada y pretérita, para México es continuada y vital condición para todo Gobierno acertado, que más que nada debe ser revolucionario, de aquí que el progreso sea su mayor aspiración".
Ante este reto no queremos que la coyuntura actual nos haga perder rumbo y estructura y nos empuje como a otros pueblos a extremos. Sabemos que está viva nuestra Revolución.
Estos tiempos sin duda son difíciles para todo el mundo; pero particularmente graves para quienes vivimos en desarrollo. Los problemas del crecimiento no encuentran solución en lo que queda del sistema de Bretton Woods. A los problemas monetarios, financieros, comerciales, se añade la brecha tecnológica y la organización multinacional. Para nada de todo esto tenemos respuestas que de nosotros dependan.
La deuda del mundo en desarrollo, es brutal. Existen graves problemas de crecimiento. Aquellos que no tienen petróleo, incluso, empiezan a exportar niveles de vida para sobrevivir.
Ante esos hechos que pueden describirse dramáticamente, podemos, claro, encontrar culpables o encontrar responsables. Yo aconsejo encontrar lo importante: quién responda por la solución, antes que castigar al que pecó.
Reflexiono en que los Estados nacionales de tiempo acá resultan insuficientes para resolver problemas básicos.
Las soluciones internacionales se imponen y, claro hay muchas: unas bilaterales y otras multilaterales: unas específicas y otras generales.
Unas se afianzan en la hegemonía política de la prepotencia; otras, en la fuerza económica, incluso aquella que empieza a significar peligro hasta para los poderosos, la que ya no tiene metrópoli, ni cara, a fuerza de ser trasnacional.
Ninguna de estas soluciones hegemónicas expresa propósitos claros ni se expone a la luz de la razón, el derecho o la simple conciencia.
Mi pueblo cree que las insuficiencias nacionales sólo se remedian por el camino de la participación soberana, libre y responsable, que se comprometa en obligaciones y derechos, en foros establecidos y declarados.
Tal es la alternativa que vive el mundo: Hegemonías que no se hacen expresas porque no pueden confesarse o soberanías que se comprometen porque expresan propósitos de superación. Este último es el camino que queremos. Hablo por la soberanía de mi pueblo ante los representantes de la soberanía del pueblo norteamericano.
Vivimos una común realidad. Hagamos de sus contradicciones, expresión consciente, franca y racional de problemas. Así avanzaremos en una solución que a ambos convenga. Los tenemos en la relación de personas y en el intercambio de bienes y servicios. Unos lícitos y otros que no lo son.
Somos vecinos y lo seguiremos siendo mientras la Tierra orbite el Sol.
Estamos enterados que los Estados Unidos están preocupados por muchos problemas con muchos países, principalmente, como es obvio, con los países industrializados. Problemas de seguridad; equilibrio nuclear; limitación a la carrera armamentista; condiciones propicias para el comercio y la inversión estadounidense en el exterior y otros problemas, entre ellos la Luna, Marte, y pronto, Júpiter. Alguien tiene que hacerlo para enfrentar el futuro.
También hay cuestiones pendientes de este gran país con los que están en desarrollo: el conflicto en el Medio Oriente, actualmente en suspenso, con sus implicaciones en la política petrolera. En Asia y África. Problemas de influencia hegemónica y de miseria, opresión y discriminación racial, anticipo de turbulencias internacionales en el futuro venidero.
Todo parece indicar que para los Estados Unidos los problemas básicos con América Latina se reducen a las negociaciones sobre el Canal de Panamá y la evolución de las relaciones con Cuba. Un irritante menor lo constituye la represión de los derechos humanos en Chile dada la reacción de sectores liberales norteamericanos.
Con respecto a México se estableció desde 1933 por el gran Presidente Roosevelt una política especial, cuando dijo: "En el campo de la política mundial, dedicaré esta Nación a la política del buen vecino -vecino que resueltamente se respeta y por ello respeta los derechos de los demás-, el que respeta sus obligaciones y la santidad de su compromiso en y con un mundo de vecinos". Sin embargo y por recientes acontecimientos, afloraron con crudeza y despliegue publicitario sin precedente, incidentes que en otras circunstancias hubieran quedado circunscritos a la labor de Embajadas y que ahora pasan a la atención del público norteamericano en ocasiones con particular virulencia y no siempre con objetividad.
Todo un conjunto de elementos ha transformado la antigua relación de México con Estados Unidos. Financiamiento, intercambio comercial, moneda, inversión extranjera, turismo, braceros, narcotráfico, presos, relaciones con el Tercer Mundo, cobran nueva dimensión política.
Todos estos problemas son derivados de un desarrollo distinto en una amplia línea fronteriza que es la más transitada del mundo. Ustedes son nuestro primer cliente y nosotros el cuarto de ustedes en importancia.
La balanza nos es muy desfavorable y en ocasiones se restringen las importaciones que podrían equilibrarla, lo que incide en nuestros problemas económicos, provocan desempleo y es explicable que muchos de nuestros hombres deseen trabajar en vuestro país para mejorar sus condiciones de vida, como ha ocurrido en otros tiempos y ocurre en otras partes, y por las mismas y otras conocidas y reprobables razones, pocos más de los nuestros con algunos de los vuestros se dediquen al cultivo y tráfico de drogas. De ahí que sean conexos con nuestros problemas económicos muchos de los que más molestias causan a ustedes.
A México le corresponde resolver sus problemas y a ustedes examinar aquellas decisiones que puedan afectar o menguar nuestros esfuerzos de desarrollo y, sobre todo, el ideal político que anima la convivencia internacional.
En ésta, en la convivencia internacional, México no ha sido ni es líder de un grupo de países o de un continente. Históricamente aprendimos duras lecciones en nuestros mayores conflictos, luchamos solos y solos conseguimos nuestra Independencia y nuestras libertades. Tampoco proclamamos la insularidad porque es políticamente inalcanzable en el mundo en que vivimos, y si proponemos soluciones para mejorar la condición de los pueblos, lo hacemos con profundo respeto a su carácter nacional, convencidos de que sólo a través de las soluciones nacionales alcanzaremos universalidad. No es liderazgo. Si no participación. A aportar conciencia de la realidad y concepción de los problemas desde nuestro punto de vista, que demandamos se considere, he venido. A convenir para poder seguir realizando convenios, pues ni el diálogo ni el análisis deben cesar.
A recordar que al sur de la frontera continúa nuestro común continente americano, que requiere también, por parte de este poderoso país, la fijación de una política sensata apoyada en mecanismos eficaces, para eliminar o disminuir los problemas de fondo. Política que sólo el Gobierno como tal, puede fijar para lograr equilibrio permanente, pues los intereses particulares que ahora casi exclusivamente conducen la relación, no pueden o tal vez no quieren el equilibrio.
A insistir en que si no se hace efectivo un nuevo orden económico internacional, construido con derechos y obligaciones, no es extraño que los países débiles se desesperen ante la ausencia de la garantía del trato justo, fuente en ocasiones de supervivencia y que, del mismo modo que los poderosos lo hacen, busquemos unirnos para salvar nuestra debilidad ante la incomprensión o el abuso. Ello no es un delito. No merece castigo, sino remedio.
En síntesis: nosotros, al igual que ustedes, queremos un mundo mejor para nuestros hijos; queremos ser más libres y respetados; queremos la paz y la justicia.
Y que en importante medida, ello depende de los países industrializados. Este, principalmente, por lo menos para mi país.
A replantear una grave cuestión que en alguna ocasión me atreví a expresar en un foro internacional.
Resolver si la humanidad pertenece a los países industrializados, o éstos pertenecen a la humanidad.
Por ello, hemos dicho, es difícil ser poderoso.
Pero qué hermoso debe ser saberse fuerte y merecer el poder. “Muchas gracias".
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