Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1977 Conferencia sobre el Estado Moderno

José López Portillo
27 de Julio de 1977

El texto de la conferencia sustentada por el Jefe del Ejecutivo es el siguiente:

"Es para mí muy satisfactorio este segundo encuentro en esta Escuela Superior de Guerra. Quise molestarlos con dos etapas en el desarrollo de un tema que considero puede ser interesante para ustedes, y concurrir a su información.

En la primera parte de mi exposición intenté explicarles en forma muy esquemática, cuál era la génesis y conceptuación del Estado Moderno. En esta segunda parte intento desarrollar un tema de más directo interés para nosotros: cómo las estructuras del Estado Moderno, gestadas en la experiencia política de los países occidentales, son recogidas a partir de nuestra Independencia por México, adecuadas a su realidad, incorporadas a su entraña para que, finalmente, de ser lo que era -con frecuencia digo-, un país importador de instituciones, nos convirtiéramos a partir de 1910, en país portador de soluciones.

A muy grandes rasgos explicábamos cómo sobre el trasfondo de la necesaria organización política a la que tiene que acceder el hombre por su insuficiencia individual -decía Aristóteles que el hombre es un animal político, y político, reiteramos una vez más, viene de poli: muchos-, éste es un ser que tiene que vivir entre muchos, pues sólo de la organización, esto es, del establecimiento de un orden que se asegura en función de objetivos y que se establezca por órganos especializados, puede ser suficiente.

El hombre, políticamente organizado lo ha estado siempre, desde que hay memoria, conciencia de su ser o existencia; pero sobre toda organización política caben modalidades específicas que va viviendo cada etapa, cada experiencia, en la tormentosa historia de nuestra humanidad.

Explicábamos en ocasión anterior, cómo la experiencia política que se configura en las tres grandes revoluciones burguesas, la inglesa, la norteamericana y la francesa, son la culminación de un proceso que se inicia en Occidente, en el siglo XV, y que se caracteriza, primero, por la expresión política de una verdad sociológica, la Nación, que busca organizarse en Estado; y sobre esta Nación organizada en Estado, se va a instituir una serie de ideas que le dan el perfil moderno a la organización política que, aún en crisis, todavía es el ámbito, la específica realidad estatal que la rodea.

Esta idea que se instituye es, a partir de la verdad sociológica de las naciones, la idea de la soberanía, esto es, de la necesaria existencia de un poder superior territorial, capaz de dirimir toda controversia social y política dentro del ámbito territorial y de acuerdo conciertos principios; el poder superior en un ámbito territorial, en consideración a que el binario, esto es, el dos, era un número infame, según decía algún teórico político.

La idea de soberanía se instituye, pero la existencia del poder que se expresa absoluto en la primera etapa del Estado-Nación, tiene que ser limitada frente a los derechos individuales que empiezan a expresarse a partir del derecho a creer, de enlazarse cada quien con la divinidad libremente. Y en función de la lucha religiosa y a partir de la lucha religiosa, se va cristalizando una serie de derechos del individuo frente al poder público, frente al Estado, y para limitarlo -también para limitarlo-, se instituye otra idea: ese poder superior hay que dividirlo para que, entre sí, se equilibre y se evite el abuso.

Pero en esos poderes sigue siendo la otra idea, tiene que estar representada la opinión de los individuos que integran el grupo, porque el poder es inmanente al propio grupo y no es trascendente. Idea ésta elemental, decíamos, que ahora nos parece casi ridícula porque vivimos en lo que casi también es el dogma de que tenemos el derecho a ser representados políticamente. Pero hubo una época, una larga época en la historia de la humanidad, en la que se concebía que el Estado venía trascendente de una entidad superior: la divinidad, y el que la recibía, el soberano.

La representación política es, pues, otra idea que se instituye, todo lo cual constituye después el Estado de Derecho que habrá de expresarse en la Constitución escrita, por primera vez la norteamericana, después la francesa, y a partir de ésta se universaliza. Y si el poder –decíamos se concibe dividido, necesario es reunificar esta división del poder en una sola personalidad jurídica, el propio Estado, con lo que se constituye así ya su perfil.

Esto que hemos dicho en unas cuantas palabras, es el resultado de una experiencia que va del siglo XV, prácticamente a finales del XVIII y principios del XIX, cuando todas estas ideas instituidas empiezan a universalizarse, aceptando el molde, fundamentalmente, de la Revolución Francesa y de la Revolución Norteamericana. Pero, ¿qué es lo que sucede con estas ideas cuando se exportan? ¿Qué es lo que sucede con estas instituciones cuando pueblos de distinto desarrollo social y político reciben este conjunto de ideas hechas institución y resultado de una experiencia específica, la occidental? ¿Qué le pasa a un pueblo como el nuestro, que en el siglo XIX, necesariamente al realizar su Revolución, la inicial Revolución tiene que ser de Independencia y, como resultado de la Independencia, la incorporación a su verdad sociológica, de la serie de ideas que -valga la expresión- en paquete presentaba ya la experiencia política de Occidente?

¿Qué es lo que ocurría y cuál fue el proceso? Y aquí empieza un análisis que, claro, merece libros y que yo me atreveré a tratar de sintetizar en unos cuantos minutos para dejar siquiera algunas inquietudes en la concepción que de estos problemas seguramente ya ustedes tienen.

¿Cuál fue el molde occidental, primero -y esto es muy importante para que entendamos los procesos que ocurrieron a América, incluida Norteamérica y particularmente México-, cuál fue el molde del proceso político de la estatización? Después de mil años de la realidad medieval, en la que rotas las comunicaciones se aislaron los valles y las regiones, y se nutrieron -valga la expresión- de sí mismas para constituir las nacionalidades modernas, la falta de comunicación hizo que se encajaran las raíces regionales y que los grupos humanos fueran incorporando identidades que los solidarizaron para crear las grandes naciones de Occidente: España, Francia, Alemania, etcétera. Mil años de constantes que identificaron a los hombres en sus aspectos naturales, biológicos, culturales y, sobre todo, en la voluntad de pertenecer.

En Europa, pues, el fenómeno es el siguiente: primero son las nacionalidades, la verdad sociológica de las nacionalidades, la identidad solidaria de grupos de hombres que quieren ser una sola unidad política y ésta se convierte en Estado. Primero es la Nación y después es el Estado, como expresión de la voluntad política de las naciones.

Pero, ¿qué es lo que ocurre en América? En América, señores -y esta es una reflexión inicial muy importante que habrá de ilustrarnos sobre una serie de ricos fenómenos y de muchas contradicciones-, incluidos los Estados Unidos, a partir de las revoluciones de Independencia, el equivalente de las revoluciones burguesas que tuvieron que ser de Independencia, se crea el Estado, y es éste el que va a buscar el apoyo real, sociológico de una nacionalidad, a la sazón, informe y -pudiera yo atreverme a decir- inexistente.

En Europa, primero las naciones y después el Estado, como consecuencia de la voluntad política unitaria. En América, el fenómeno es inverso, primero es el Estado como molde y una de sus funciones, tal vez la más delicada, fue la de crear o recrear la Nación que la habría de sustentar; en Norteamérica, el proceso de la federalización de sus colonias.

La única identidad era la solidaridad antibritánica, y a partir de ella se va creando el cuerpo político, y el cuerpo político a partir de las instituciones, va a expresar la voluntad política unitaria del pueblo norteamericano que empieza a crear el sentido de su nacionalidad en torno a sus instituciones. Dispares en sus orígenes, muchos pueblos europeos que concurren, se solidarizan en torno a la institución estatal y al principio constitucional y a los principios de su Revolución. Lo mismo, sólo que en otro contexto, ocurre en nuestro país y, desde luego, en el resto de América Latina. Y esta es una consideración muy importante para que entendamos nuestro tormentoso siglo XIX y después la dimensión, alcance y trascendencia de nuestra Revolución.

Los padres de la Patria, inexpertos en la política práctica, echan mano de la teoría política occidental; todos son lectores de Rousseau, de Montesquieu; han recibido la influencia directa de los revolucionarios norteamericanos y tienen un cuadro de soluciones teóricas que está significado por los principios de la Revolución Francesa, de la Revolución Norteamericana y de las instituciones, de esas ideas a las que hemos aludido. Tienen que echar mano del equipo político, resultado de esa experiencia ya hecha en Europa. Y la primera necesaria expresión que sigue a la Independencia, es la afirmación de la soberanía nacional, de la soberanía del pueblo de México.

Y ¿qué cosa era el pueblo de México en ese primer momento de nuestra Independencia, difusa como estaba todavía, en la idea de Anáhuac y de la América, recogidos todos los americanos como estábamos, en la idea imperial española?

Viene esa etapa de adecuaciones sociales a partir del principio unitario de la institución política que va a ser normativa, y norma se convierte en rigor en horma. El Estado va a hormar, literalmente a meter a la horma a esa verdad sociológica que todavía no era una unidad nacional, y empieza el interesantísimo proceso de adecuación: el primero, el imperio estatal de crear un concepto nacional ahí donde la idea de Nación todavía no existía.

De aquí que haya sido, como sigue siendo, para el Estado Mexicano, como el primero de sus imperativos, formar y conformar como misión primaria el concepto de la solidaridad nacional, fuente, ámbito humano de la soberanía como expresión de su poder superior.

El primer problema de los Estados americanos fue crear no la idea de Nación, la realidad sociológica de la Nación para darle consistencia que pudiera ser orgánica.

Morelos hablaba del hombre americano y hablaba del Anáhuac, pero no es sino avanzada la Independencia, cuando se empieza a hablar de un México que, independiente en 1821, tiene que resolver sus fronteras con Centroamérica, y el mismo fenómeno ocurre en Sudamérica.

En México tuvimos el talento político de importar, además de las instituciones a las que he aludido, otra experiencia política norteamericana, el concepto del federalismo, idea de integración mediante la cual se establece una relación directa del pueblo con el Gobierno central constituido por el pacto entre varios Estados, que es la característica de la Federación y que nos permite a nosotros los mexicanos resolver mediante la integración federal, los problemas de división que pulverizaron Centroamérica.

Si no hubiéramos recogido para integrarnos, la idea federal, México sería en este momento un mosaico -si es que fuera- corro lo es Centroamérica. El primer esfuerzo del Estado Mexicano consciente o inconsciente, y en rigor sólo consciente hasta Benito Juárez. fue crear la idea y la realidad nacional.

Recordábamos en ocasión anterior. cómo en la confusión ideológica del siglo XIX -cuando la invasión norteamericana-. muchos Esta(los de la Unión se declararon neutrales porque en rigor no sentían, no sabían lo que era México. Así tenernos que explicar el eterno desconcierto. La brutalidad de esas luchas elementales del siglo pasado, en la que surge vigorosa la figura de Benito Juárez, como el carácter que quiere la conciencia nacional, como la voluntad que hace la realidad nacional y que lucha por ella y que la consigue.

Ese es, tal vez, el sentir histórico más importante de ese prohombre que ilumina el siglo XIX. Siglo XIX que vive la experiencia extraordinaria de hormar una realidad confusa, de acuerdo con la experiencia política occidental que ha convertido principios e ideas en instituciones. Tiene que darle sentido a la soberanía.

Las luchas revolucionarias del siglo XIX son luchas por la soberanía externa e interna, porque el poder superior territorial tiene dos ámbitos: es un poder superior dentro de un territorio que por esa razón, es capaz de derecho y de hecho de excluir cualquier otro poder dentro de su ámbito territorial, y el siglo pasado fue la lucha por la soberanía nacional, la lucha por la descolonización, primero, de España, después de Norteamérica, después de Francia. Lucha por afirmar la soberanía.

Perdimos, en ese empeño, territorio; el que conservamos es ya el ámbito de nuestra soberanía, ya no sólo de nuestro derecho, sino de nuestra capacidad de hecho, de afirmar nuestra voluntad política unitaria.

Es, pues la lucha por afirmar la soberanía, dolorosa lucha por afirmar la soberanía nacional. Y esta lucha tuvo que ser concomitante, con algo que era una verdad que se expresaba institucionalmente en Occidente: los derechos individuales. Los individuos exigieron su derecho, lucharon por su derecho, instituyeron sus derechos. Estos, concebidos ya como institución, son importados por nosotros, y el Estado, en una sociedad contradictoria, iba de los más largos extremos a tratar de instituir y normar, afirmar y hacer vigentes, derechos individuales que no sólo eran reclamados, ni siquiera eran conocidos por grandes sectores de nuestra población que en el siglo pasado -y hay que decirlo, en éste todavía- viven en etapas muy remotas de organización política. Todavía en este fin de siglo XX, tenemos sociedades que, de hecho, viven en el neolítico, con organizaciones políticas tribales y sentimientos religiosos vincula torios.

El derecho individual tuvo, pues, que ser norma de nuestra organización, y así ser transmitido y así ser entendido y hacerlo vigente en un pueblo que no lo reclamaba en algunos sectores, porque ni siquiera lo conocía. De ahí el lento proceso normativo de la función estatal en nuestro México, y de la misma manera tendríamos que ir recorriendo cada una de las ideas que se hicieron institución en experiencia política occidental, para entender nuestro siglo XIX y las características del que estamos viviendo.

Hacer entendible la idea de la representación política, que fue la afirmación de un derecho en Occidente de una sociedad reclamante que rescató su derecho al mando del poder absoluto del monarca, y que luchó específicamente por ganar la representación política que instituida, importada por nosotros, tuvo que ser hormada en nuestra sociedad, fue un lento proceso que todavía tiene vivencias de extraordinario interés.

La representación política tuvo que ser incorporada a la realidad nacional en el sentido occidental de la expresión. Y lo mismo podríamos decir de la división de poderes y de la idea del Estado-Derecho y de la personalidad jurídica del Estado. Instituciones normativas que tienen que ser incorporadas a una realidad en cierta forma ajena, a una realidad contradictoria que tiene que aprender a vivir ideas que fueron el resultado de experiencias políticas ajenas, pero que incorporamos a partir de nuestra Independencia.

Todo el siglo XIX es un doloroso proceso de normatización, es un doloroso proceso en el que una sociedad disímbola y elemental, empieza a convertirse en Nación y a vivir en y de acuerdo con las instituciones que fueron importadas y que van penetrando cada vez más en su verdad, hasta formar parte ya de sus propias vivencias.

Eso es el siglo XIX que tiene dos modalidades que es necesario recordar para acabarlo de entender.

El proceso de secularización del Estado que se inicia y se resuelve entre los siglos XV y XVI en Europa, en México retarda su incorporación hasta el siglo XIX. La separación de la Iglesia y el Estado que sacudió con las luchas religiosas a Europa, se resuelve ahí mediante la institución del Estado separado de la Iglesia; pero el retardo histórico de nuestro proceso, hace que hasta el siglo XIX, ya entrado el siglo XIX y con motivo de las luchas de Reforma, se secularice el poder público. Secularizado el poder público, para entender el proceso, tenemos que completarlo con la incorporación, ya recordada, de la idea federal.

De esta manera, la experiencia del siglo XIX, es, en grandes apartados, la siguiente: México independiente tiene que afirmar su soberanía territorial; primero, el Estado tiene que crear y recrear a su propia Nación, y a esa Nación constituida por un pueblo lleno de contradicciones, tiene que incorporarle normativa, normativamente, las ideas institucionales que caracterizan al Estado Moderno. Porque no vivida la experiencia por nosotros como gestión, tuvo que serlo como normalización, y en ese proceso de algún modo todavía estancos inmersos.

Federal y secular, el Estado Mexicano se consolida en el último tercio del siglo XIX; consolidación fatalmente necesaria en las manos de una dictadura, de un poder absoluto en el que se reproduce el inicial proceso del Estado Moderno es el absolutismo de los monarcas.

Después de los setenta y tantos años de experiencias del siglo pasado, cuando empieza a consolidarse la idea estatal, ésta se expresa como dictadura y como poder absoluto: el del general Díaz. Proceso histórico muy interesante, respecto del cual simplemente dejo apuntada esa idea. Necesaria fatalmente cuando empieza a funcionar la idea estatal, se expresa en un poder absoluto. Un poder absoluto que lo es ya en una sociedad que tiene una fuerza política secular y en la que empieza a trabajar el principio de la federal ilación.

Claro, cada uno de estos tenias que dejo apuntados en esquemas que -repito- espero no sean caricaturas, merece un estudio detallado de lo que pudiera ser la génesis del Estado Mexicano.

La lucha por incorporar a la realidad social de nuestro pueblo los derechos individuales, la representación política, la división de poderes, merece estudio pormenorizado, porque cada revolución de alguna manera va dejando algún jalón en este olorosísimo proceso de gestación que nos convulsionó, nos dividió, y en el cual perdimos territorio C ganamos unidad.

Tormentoso siglo XIX que tiene las figuras contradictorias de Santa Anna y de Benito Juárez, extremos de la geografía política del siglo

XIX: el fantoche y el hombre de hierro: el bufón de nuestra historia y el héroe cívico del siglo XIX. Simplemente para polarizar el contraste de lo que fue ese siglo que nos precede y que ilustra muchos de nuestros problemas.

Con este esquema podemos entrar ya al siglo actual, al siglo XX. Un Estado importado en sus instituciones que tiene ya cien años de arraigo, que tenia buscado convertir en realidad lo que es norma, lo que es horma en las ideas estatales; que se ha convertido, por la fuerza de la historia, en un poder absoluto y abusivo, en el que tienen que extremarse las condiciones de la politización liberal, en el que tiene que llegar hasta sus últimas consecuencias la idea de los derechos individuales, lo que rompe con las ideas de la comunidad india, que habían sido preservadas en la Colonia, y este es un tema lleno de sugestiones que simplemente dejo apuntado.

Este siglo contempla sobre las revoluciones de la democracia política de Occidente, una primera de contenido social que estaba latiendo desde la Independencia, especialmente en el ideario de Morelos, que vive y revive y aparece una y otra vez -Ponciano Arriaga es un magnífico ejemplo- en el siglo XIX, sobre la revolución política, experiencia occidental, la revolución social que es nuestra propia experiencia, buscada afanosamente, desarticuladamente etc el siglo XIX, pero que explota en este siglo XX con la primera revolución social de este siglo, que es precisamente la nuestra.

A algunos de los aquí presentes les tocó vivirla, a todos los que aquí estamos, heredarla. Y; qué cosa es, qué cosa fue, cómo se expresó en las instituciones y en las normas esa aportación que hace México con su propia Revolución después de esforzarse por vivir conforme al molde de la democracia política occidental vivida con los balbuceos e ineficiencias a los que he aludido A partir de 1910 expresamos nuestra propia vocación política en una lucha cuyos detalles y perfiles todos conocemos y que culmina en 1917 con una Constitución a la que, para. concluir, me voy a referir muy rápidamente, para tener ya el esquema de cómo recibido un Estado Moderno en México, como importación, nuestra Revolución hace su propia aportación como búsqueda de nuestra propia verdad, de nuestra propia voluntad política. Porque a partir de nuestra Revolución ya constituimos una Nación que se expresa en unidad y que ya sabe lo que quiere, que ya pretende un destino político, que ya quiere un objetivo social.

¿Cuáles son las novedades que aporta la Revolución de 1910 respecto del molde que importamos de la experiencia política occidental? Una primera y fundamental que normalmente se olvida: la que significa el artículo primero de la Constitución.

Todas las Constituciones del siglo pasado van incorporando como idea central de la organización política, la de que los derechos del individuo son naturales anteriores a la sociedad que se organiza para protegerlos: vida, libertad y propiedad. Y todavía la Constitución de 1857 afirmaba que el país se organizaba para defender derechos, para proteger derechos individuales.

Si analizamos el texto del artículo primero de la Constitución de 1857 y el texto del artículo primero de la Constitución de 1917, vemos cuál es el parte aguas que significa nuestra Revolución. En el artículo primero de nuestra Constitución vigente se afirma que los derechos se establecen por la Constitución. Es en consecuencia, la sociedad, fuente de los derechos, fuente de los derechos individuales y, en consecuencia, también de los derechos sociales, cuestión importantísima que nos va a explicar la total dimensión de nuestra Constitución de 1917. Es la sociedad en la que se dan, la que protege, la que políticamente garantiza los derechos; no es un individuo anterior el que entra a la sociedad con derechos, es la sociedad la que se los da y los reconoce. Dimensión importantísima para entender nuestra Revolución, la función social del Derecho, la explicación social de los derechos, gozne, eje, el artículo primero -y esto, repito, normalmente se olvida-, de toda la estructura constitucional.

Esta es la primera innovación de nuestra Constitución de 1917; es una vuelta total de campana a la concepción liberal de la experiencia política de Occidente, que encontraba como explicación y justificación de la sociedad y del poder público, la defensa de derechos individuales anteriores a la sociedad. No, señores, nuestra Constitución afirma que la fuente del Derecho es la propia sociedad, que el individuo sólo tiene derechos en el seno de la sociedad y que son función de una sociedad en la que deben buscarse los valores de la convivencia.

El otro artículo importantísimo que constituye la aportación básica de nuestra Revolución, es el artículo 3Q., que dedicado a la educación, ha tenido, claro, una serie de modificaciones y que ahora constituye un núcleo macizo de nuestra concepción democrática y social. No en vano, o no en balde, es el artículo de la educación. Yo recomiendo con mucha frecuencia que se lea y se relea el artículo 3ro de la Constitución, porque es fuente filosófica de conceptos fundamentales. Bastaría recordar dos, para concebir su trascendencia: primero, ahí se define lo que es la democracia; expresamente el artículo 30. define lo que es la democracia, no un régimen político simplemente, no un sistema político o jurídico simplemente, sino un estilo de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, en ese orden. Es la democracia un estilo de vida, un sistema de vida, no es nada más un régimen político o jurídico, es una forma de vivir buscando el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, que es, si ustedes meditan, una concepción llena de materia, llena de contenido de lo que es la democracia; todavía más vivo y sugestivo que la formal, respetable pero formal definición de que la democracia es una forma de Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Se trata no sólo de eso, sino de darle la idea del mejoramiento popular a la democracia.

Bastaría recordar que el artículo 3Q define magistralmente lo que es nuestro nacionalismo, para entender su importancia. En forma expresa se afirma que somos un país en busca afanosa de nuestra nacionalidad, entendida no como hostilidad, no como exclusivismo- sino algo tan elemental e importante como esto: porque estamos resueltos a plantear nuestros problemas, a resolverlos con nuestros recursos, buscando la independencia económica y política. Ese es el alcance y sentido de nuestra nacionalidad.

Somos un grupo de hombres resueltos a plantear nuestros problemas como una unidad a resolverlos con nuestros recursos como una unidad, y como una unidad, exigir nuestra independencia política y económica.

Bastaría esto y el ideal a que aspira nuestra educación: educar para la paz, en la libertad y en la justicia, para encontrar la aportación que significa este artículo 3Q a la idea de la revolución social de la democracia, ya no sólo política, sino social. Quiero subrayarlo para que entendamos la trascendencia de nuestra Revolución: el artículo le., la función social de todo derecho; el artículo 34., el contenido social de toda organización democrática, idea que va penetrando en el detalle con el siguiente artículo que es aportación característica de nuestra Revolución: el 27, en el que se establece la Reforma Agraria, el imperativo de la justa distribución de la riqueza social -volvemos a la misma idea-; artículo 27 en el que se condensa la experiencia específica respecto al problema de siempre de México, el problema de la tierra, y que ustedes conocen y a mí me corresponde ahora simplemente mencionarlo, con otras dos ideas fundamentales que deben recogerse de nuestro artículo 27, consecuencia del artículo 14.: primero, la propiedad original de la tierra y agua de nuestro territorio, corresponde a la Nación; otra vez el principio que deriva de la trascendencia del artículo le., la propiedad como función social de la sociedad que hace posible la generación de la riqueza. La propiedad originaria le corresponde a la Nación, que es la que tiene el derecho de constituir y proteger la propiedad privada y todas las formas de propiedad social que establece nuestro Estatuto Máximo.

Importante consideración que, junto con el imperativo de distribuir la riqueza pública, empieza a darle base al sentido social de nuestra Revolución, que establece, en el juego de estos tres iniciales artículos, el sentido, alcance, significado, concepto de una justicia social, ya no de una simple justicia distributiva, ya no de una simple justicia conmutativa, sino de una justicia que debe ser social, que debe ser función de una sociedad que la vive y que daría materia a muchas reflexiones.

El siguiente artículo con el que aportamos es el 28, originalmente concebido tal vez como la expresión máxima de liberalismo y de libre cambio, porque es el artículo que le permite al Estado combatir los monopolios para garantizar el librecambio. Sin embargo, si estudiamos el homólogo 28 de la Constitución de 1857 respecto de la vigente, nos encontraremos una final adición mediante la cual se afirma que el Estado tiene el derecho a combatir toda forma de acumulación de tráfico, mediante el cual se pretenda abusar de un grupo de individuos o de una clase social; se herramienta al Estado para proteger a las clases sociales desprotegidas en la relación económica; artículo 28 que tiene esa gran significación.

Finalmente, y para ya no fatigarlos, con exceso por lo menos, recordemos el artículo 123, en el que se establece constitucionalmente y por primera vez los derechos del trabajo. La Constitución Mexicana, en su artículo 123 hace esa aportación: el trabajo es un derecho, un derecho que debe ser normado por la sociedad. Con el artículo 123 y con algunas modalidades operativas del 131, se configura la aportación que significa y entraña nuestra Revolución.

Así señores, podemos entender, desde el punto de vista normativo, el momento que vivimos. He intentado hacer, es esta serie de dos exposiciones, un análisis global de nuestra realidad política. En el primero intenté describir el impacto que en nuestra realidad social producen las instituciones políticas de Occidente, la dolorosa incorporación y gestación que ocurre en el siglo XIX y la aportación revolucionaria y explosiva que se da a principios de este siglo con nuestra Revolución; el significado normativo de sus artículos característicos y fundamentales.

Estos son los instrumentos constitucionales con los que tenemos que resolver los problemas de nuestra convivencia; estos son los instrumentos normativos,-repito, normativos con "hache", con los que tenemos que configurar nuestra realidad, en el esfuerzo cotidiano que tenemos que cumplir para que la norma se convierta en realidad, en el entendido de que la norma, por definición, por esencia, tiene la posibilidad de ser violada, de ser desconocida. La validez de la norma no es igual a la vigencia. En el mundo de la naturaleza, las leyes que llamamos naturales valen porque se cumplen y en tanto se cumplen, si están bien formuladas. En el mundo normativo, en el mundo de lo que el hombre quiere que deba ser, la validez no es igual a la vigencia, las normas valen aunque no se cumplan; el deber debe ser aunque se desobedezca y desconozca. Este es tal vez el más importante e íntimo secreto de lo que significa el hombre en nuestro mundo: la voluntad del deber, la voluntad de influir en el cambio voluntario, de acuerdo con un patrón de valores que da una tabla de comportamientos; el hombre modifica su universo en razón de lo que considera el deber. Independientemente de que no se cumpla, debe ser. Y allí está, señores -y esto es lo importante-, lo que el pueblo de México, en su historia, ha considerado como su deber. Nuestra Constitución, deber fundamental de los mexicanos, norma de nuestra acción, independientemente de conculcaciones, independientemente de fracasos, independientemente de simulaciones, independientemente de hipocresías, independientemente de nuestra falla humana, la Constitución que hace la unión de todos los mexicanos, es lo que debe ser. Así la aceptamos, así la queremos, y así ustedes militares, y yo Presidente, hemos jurado defenderla y hacerla valer".