Mayo 20 de 1976
El Primer Mandatario mexicano improvisó en esta ocasión las siguientes palabras:
"SEÑOR LICENCIADO RODRIGO CARAZO,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA:
Esta no ha sido una visita protocolaria. Habíamos convenido en que no habría sino un brindis y no discursos de fondo; pero la importancia de la reunión me obliga a referirme a algunas cosas fundamentales:
Que conveniente, qué útil es que los amigos —y por qué no emplear la palabra correcta: los hermanos— se reúnan periódica, frecuentemente para comunicarse el acontecer de sus respectivos ámbitos. Y lo que aquí usted nos ha confirmado nos ha llenado de inquietud y nos ha impresionado profundamente.
Claro, viejos amigos en la historia y en la democracia, mantenemos vigentes identidades sustanciales. Nuestras políticas internacional e interna tienen las obvias similitudes que la reiteración hace frecuente, diría yo cotidiana. Pero qué importante que se actualice la información; que sepamos de nuestros hermanos costarricenses cuál es el momento y cuál la condición en la que ahora están viviendo, en el área y en el mundo. Y respecto del área y del mundo, con su autorización, señor Presídeme, quisiera decir cosas que estimo importantes.
Con toda serenidad y objetividad, el insobornable testimonio del vecino nos ha confiado la trágica situación en la que están viviendo nuestros hermanos nicaragüenses. Me ha dicho usted, porque le consta —y yo creo al costarricense—, algo que sabíamos y que no queríamos creer: el dramático, repugnante ataque a los derechos humanos más elementales, el horrendo genocidio que se está haciendo del pueblo nicaragüense. Me lo ha dicho usted con la serenidad del testigo de todos los días, del testigo que tiene el título de las instituciones de un país ejemplar como Costa Rica. Nos ha impresionado, porque nos ratifica lo que sabíamos, al extremo de que en estos momentos estoy instruyendo al señor Canciller Castañeda, para que rompa relaciones con Nicaragua.
Oí en su voz, en su autorizada y democrática voz, la angustia del hermano frente a la suene del hermano. México no puede soportar que la permanencia de ningún régimen político entrañe, para el pueblo que lo vive y que lo sufre, no sólo la servidumbre sino el abuso inaceptable. Y la única manera que tenemos en nuestro sistema, además de ratificar ante la Organización Regional que tome cartas en este asunto, es adoptar esta decisión.
Cómo nos gustaría que otros hermanos latinoamericanos ratificaran esta decisión. Y así, desde este foro, se los estoy solicitando.
En el ámbito mundial, cómo me ha impresionado, señor Presidente, que usted me dijera que frente a la crisis de los energéticos, frente al desorden de los precios de un combustible que es la sangre de nuestra civilización, el petróleo, el orgullo de los latinoamericanos, la ejemplar, la paradigmática Costa Rica, corra el riesgo, por problemas sociales antes inexistentes, de cancelar su sistema de vida.
Cómo me ha impresionado que me diga que la democracia en Costa Rica, que la armonía costarricense, esté comprometiéndose porque el veintisiete por ciento del ingreso nacional se esté dedicando tan sólo a la adquisición de petróleo.
Qué grave consideración la que usted ha formulado; qué cargo de conciencia para una humanidad que no acierta a ordenarse. He recogido su voz responsable y angustiada, señor Presidente.
México tiene la suerte de disponer de ese recurso —por cierto no renovable—, y tal vez tan sólo porque nosotros no tenemos ese problema -y quizá este sea el único mérito en ello— y sí la posibilidad de aprovecharnos del desorden, lo que yo diga merezca alguna consideración.
Celebramos hace años la decisión de los países productores de petróleo de revalorar esa materia prima. Era una política adecuada, oportuna, valiente y conveniente: revalorar las materias primas. Como tal se aplaudió; pero desde entonces se advertía que la revalorización de una sola materia prima, por más que gran parte de la producción viniera de países en desarrollo, no era una solución armónica de ninguna manera y por varias razones: una, porque los países más poderosos son también productores de petróleo y cualquier deformación del precio no se resolvería en el beneficio exclusivo de los países en desarrollo.
Años después, sin una respuesta armónica y correlacionada, el precio del petróleo se está convirtiendo en azote, verdadero azote, de los países en desarrollo que no tienen petróleo. Y esto, México, productor de petróleo, no puede, frente a su conciencia histórica, frente a su conciencia revolucionaria, admitirlo como una situación conseguida y permanente. De ninguna manera, señor Presidente.
Hemos dicho -y ese es el conflicto de conciencia que tiene México, y ahora lo expreso, señor Presidente— que nunca México, productor de petróleo, se convertirá en esquirol de los productores de petróleo. Pero frente a esta decisión, congruente con una política que busca el orden económico concebido como obligaciones y derechos, enfrentamos la dramática situación que usted con tanta sencillez nos describe.
El precio del petróleo, claro, desordena y grava a los países ricos y poderosos, ávidos de consumo, por cierto derrochadores de ese vital elemento; pero también, y ya no para derrochar, sino para satisfacer las necesidades más elementales, golpea en su misma viabilidad a los países en desarrollo. Y eso México no puede ni admitirlo ni tolerarlo.
Por esta razón, señor Presidente, ratifico ante usted el propósito de México de llevar esta grave cuestión, esta pugna de valores, al único foro que tiene derecho a escuchar una proposición de este tipo: las Naciones Unidas. En breve plazo, señor Presidente, y de modo formal, plantearemos ante la ONU la necesidad de darle contenido al acuerdo sobre derechos y deberes económicos de las naciones, precisamente con algo tan vital, tan sustancial, como los energéticos; necesidad ya inaplazable, pues la alternativa es la cancelación de las posibilidades de desarrollo de los países que no tienen petróleo. El orden o la guerra. Y esto de ninguna manera puede verse con indiferencia o agazapados en el egoísmo del beneficio transitorio de unos precios que el desorden hace por sí mismo negativo.
Propondremos allí —y hemos encontrado en usted apoyo— que nos resolvamos de una vez por todas a ordenar la producción, la distribución y el consumo de todas las fuentes alternativas de energéticos, para que todo —comercio, financiamiento, transferencia de tecnología y disponibilidad viable de fuentes de energía—, se organice regional y mundialmente.
Esta es, así sencillamente dicha, la respuesta que México da al planteamiento responsable pero angustioso, de un gran pueblo hermano y democrático que tiene derecho a luchar por su supervivencia. Esta es nuestra respuesta, señor Presidente Carazo.
¡Bienvenido! En buena hora que me haya usted planteado can sencillos y graves asuntos.
La ocasión nos obliga a terminar esta intervención formulando un brindis porque nuestra fraternal relación, nuestra comunicación constante, nos permita seguirnos apoyando en la vida, como hasta ahora lo hemos hecho, en busca de los valores en que ambos pueblos creen, único camino de progreso, de paz, de justicia, en un mundo que está obligado a ordenarse o tal vez a desaparecer.
¡Salud, señor Presidente!"
Fuente: Aguayo Quezada Sergio. La Transición en México. Una historia documental 1910- 2010. México. Fondo de Cultura Económica – Colegio de México. 725 pp.
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