Marzo 4 de 1973
Hoy cumple nuestro Partido cuarenta y cuatro años de existencia. Aquí en este mismo lugar, se celebró la Convención Constitutiva del Partido Nacional Revolucionario, hecho que, como entonces se indicó, no debe considerarse como un acontecimiento político aislado, sino, por el contrario, como una nueva etapa en la vida de México en lo relativo a normas, procedimientos y formas de actuación política.
El movimiento social mexicano, con constantes en el proceso histórico de nuestro país, obtiene en 1929 una nueva forma de integración de las fuerzas revolucionarias. Se persigue con la fundación del Partido superar las contiendas interrevolucionarias, englobar o comprender en las actividades nacionales las actividades políticas municipales, sin que los grupos respectivos pierdan autonomía. Se pretende una vida política subordinada exclusivamente a los intereses nacionales, sin por ello descuidar los regionales o locales.
EL PNR, GRAN UNIFICADOR DE GRUPOS Y TENDENCIAS
Los intentos para formar partidos nacionales, previos a la constitución del Partido Nacional Revolucionario, fracasaron, porque pretendieron servir intereses de grupos políticos claramente identificados, que intentaban mantenerse cerrados o porque ignoraban los intereses municipales y regionales, practicando una centralización política contraria a auténticos intereses nacionales.
El Partido Nacional Revolucionario nace unificando a los grupos y corrientes de la Revolución Mexicana y agrupando a los partidos políticos regionales y a los grupos revolucionarios municipales. Logra, de esta manera, un equilibrio difícil y delicado entre intereses sólo en apariencia antagónicos. Se propone luchar contra la pasividad ciudadana, que muchas veces contribuyó al surgimiento de caudillos, y busca en su vida institucional contribuir a que la vida nacional se encarrile, se oriente por la vía institucional.
Establecer denominadores comunes ideológicos que puedan aglutinar a las corrientes o fuerzas revolucionarias no era tarea fácil. Había que incluir las aspiraciones democráticas, respetar las tradiciones de verdadero liberalismo mexicano e incorporar las tendencias agrarias, de socialismo agrario, como se les llamaba, y las tendencias sociales que buscaban el mejoramiento de los trabajadores asalariados de la industria, quienes, a pesar de ser escasos, habían brindado aportaciones decisivas al movimiento revolucionario en su momento destructivo.
En 1929 se obtuvo el denominador común ideológico que comprendiera las diversas corrientes, que captara los distintos matices y que permitiera formar un partido nacional, contando con los intereses municipales, regionales y estatales. No debe, sin embargo, ignorarse que, independientemente del mérito de aquellos hombres, algunos de los cuales vemos aquí en estos momentos, llenos de vitalidad y de inquietud, luchadores como antaño, el denominador común fue posible gracias a la síntesis ideológica y normativa lograda por el Constituyente de Querétaro. La Constitución de 1917 recogió viejos afanes históricos mexicanos, inventarió y encontró soluciones para grandes necesidades sociales de nuestro pueblo, estableció garantías que hicieron posible el desenvolvimiento de las libertades espirituales y consignó nuestro nacionalismo revolucionario y los métodos para que este nacionalismo pudiera desarrollarse y fortalecerse. Finalmente, la Constitución determinó que el pueblo mexicano tuviera la última palabra a la hora de resolver.
SIN SACRIFICAR SU ESENCIA, ADAPTARSE A NUEVAS REALIDADES
Merced a esta labor en materia de programa y de ideas, fue posible que el Partido Nacional Revolucionario surgiera como lo que entonces se quería: "Frente Único Nacional", para emplear el concepto de su primer presidente, expresión usada en México mucho antes de que surgieran términos similares en el exterior. Si algo caracterizó al Partido como frente único nacional fue la naturaleza de ser un frente amplio, con un solo requisito para pertenecer a él: creer en los grandes principios de la Revolución Mexicana, en sus directrices esenciales.
EI Partido, en su rica vida, ha sabido adaptarse a nuevas circunstancias, sin sacrificar su esencia, y encuadrar a nuevas fuerzas que han surgido como consecuencia del desarrollo del país.
El Partido ha contribuido decisivamente a la estabilidad política y a la paz social de la nación, ha aprovechado la estabilidad política para ir cambiando hí realidad conforme lo exigen las metas perseguidas y lo permite la correlación de fuerzas internas y externas. El pueblo de México, organizado en sus grandes mayorías a través de nuestro Partido, ha modificado y continúa modificando, la correlación de fuerzas para el avance dentro de la paz y la estabilidad.
El Partido ha podido continuar en el acierto y rectificar en el error, y en otras ocasiones, al igual que hoy, ha corregido deformaciones y reencauzado sus pasos para superar desviaciones. Y que esto no nos intimide: en un proceso revolucionario siempre se presentan deformaciones y desviaciones, y la capacidad revolucionaria se demuestra cuando se reconocen y se pueden corregir.
Sin alterar los principios y enriqueciendo con la experiencia el pensamiento, ampliando la experiencia con el pensamiento, el Partido logra su actualización casi permanentemente. Evita la espontaneidad productora del desorden y evita la rigidez, en que los pocos se imponen a los muchos, en que, a nombre de la disciplina, se asfixian sanas inquietudes.
Acumulando experiencias y cambiando las correlaciones de fuerzas existentes, propiciando otras más favorables, simultáneamente ha proseguido su labor de analizar la realidad y formar una coherente interpretación del momento mexicano así como de sus futuras posibles proyecciones.
Se ha obtenido, así, la subordinación de todos los integrantes al todo del Partido y la subordinación del Partido al todo nacional. Hoy el Partido debe luchar, y las bases ya están luchando, contra excrecencias adulteradoras de la naturaleza misma dé lo que debe ser el partido revolucionario de los mexicanos. Algunas de ellas, haciendo verdadera autocrítica, que es la crítica de sí mismo, vamos a señalar.
AUTOCRITICA PARA SANEAR Y FORTALECER AL PARTIDO
Hay algunos compañeros que, en lugar de atraer, de sumar, restan, excluyen, cayendo en un chocante exclusivismo partidista. Tal conducta debe ser eliminada, pues va contra la necesidad que nuestro Partido tiene de ser un frente nacional revolucionario amplio.
Cierto pragmatismo es necesario en cualquier partido político, en cualquier acción revolucionaria; pero un pragmatismo tan práctico, valga el pleonasmo, que sólo busque lo fácil, lo que no engendre resistencias, que aspire a conformar a 'todos sin satisfacer a nadie, sé convierte en un simple y puro oportunismo. Todo partido requiere de idealismo, de tener ciertos grandes objetivos; pero si ignora la realidad, si quiere encajar los hechos en las ideas que profesa, a más de caer en un trivial esquematismo, incurre en un pecado político imperdonable: el del dogmatismo.
Si el pragmatismo se impone sobre toda preocupación ideológica, se cae en el oportunismo; si el idealismo se impone sobre toda preocupación práctica, se puede arribar al dogmatismo.
Otra de nuestras enfermedades, que no sólo hay que diagnosticar, sino curar, es el "seguidismo": cuando alguien apunta en política, seguirlo, rodearlo, suplantar los principios e idolatrar, temporalmente -muy temporalmente por cierto-, a las personas de éxito político. El seguidismo es fruto y estímulo del oportunismo.
Debemos mantenemos al margen del sectarismo frío, dogmático e intransigente y del oportunismo acomodaticio y dispuesto a todo con tal de ganar. En tanto estemos más allá del dogmatismo y no nos deslicemos hacia el oportunismo, podremos seguir contando con principios válidos y con la indispensable flexibilidad para entender nuevas situaciones y para buscar nuevas soluciones a los problemas..
Todavía hay compañeros que practican o tratan de practicar, el nepotismo. Algunos piensan sinceramente que sólo sus parientes son capaces de desempeñar ciertas funciones y los designan. Quienes sinceramente lo creen tienen un círculo de acción muy reducido y un mirador muy estrecho. No es que no haya hombres, es que no ven más allá del minúsculo círculo familiar.
Otros, en cambio, simulan creer en ello, creer en la insustituibilidad de los parientes. Si los primeros son miopes, los segundos carecen de normas ideológicas y de normas de conducta, e incurren en deslealtad a los principios.
Lindando con el nepotismo se encuentra el "cuatismo" o "amiguismo". Son los que para todas las funciones piensan en los amigos, en los "cuates", que en algunos casos resultan cómplices. Este es un círculo apenas un poco menos estrecho que aquel en que se desenvuelven los que intentan practicar el nepotismo y resulta, casi igualmente negativo. En lugar de atraer amigos en el ejercicio de la política, se quiere que los amigos, tengan o no tengan vocación para ello, practiquen la política, se dediquen a esta actividad que exige vocación, preparación y dedicación. Cuando la amistad es el vínculo, se llama "cuatismo", cuando la complicidad es lo que une, estamos frente a las camarillas, es el "camarillismo". El "camarillisrno" cae en la esfera del derecho penal y esto no debe olvidarse.
LOS TREPADORES, ARRIBISTAS y OPORTUNISTAS...
Tenemos compañeros que practican lo que ellos creen es política, simple y sencillamente para satisfacer apetitos menores: riqueza, fama, o lo que erróneamente, consideran prestigio, como si el prestigio se obtuviera de inmediato en una actividad expuesta, como pocas, a la difamación y a la calumnia. Quienes pertenecen a esta categoría, cuando tienen un puesto de elección popular o de designación, hablan de haber llegado, ¡Corno si en el ejercicio de esta actividad, de la actividad política, se pudiera llegar a solazarse de haber ascendido al punto más alto de la montaña! En política nunca se llega: se sirve a la colectividad o no se sirve. Se sirve en primera línea, en segunda o en tercera, o se puede estar en cualquiera de estas líneas y no servir y, por consiguiente, no ser político. Los que creen que en política se llega, cuando consideran que han llegado, se regodean con los gajes y quieren los fletes sin la carga.
Estos compañeros trepadores y arribistas ejercen en grado sumo el "influyentismo": para lo que ellos llaman llegar necesitan influencia y para tener influencia necesitan colocar "cuates", amigos o subordinados, para así -piensan ellos- realizar el "Yo te asciendo para que tú me sirvas en mi ascenso; te apoyo para que tú me apoyes".
No es raro que muchos de estos compañeros no lleguen, usando su palabra, precisamente porque, en lugar de sumar voluntades y capacidades a la causa, incluso a la causa de ellos, las restan y, rodeados de incondicionales ineptos, tienen que hacer constantemente de "pilmamas", suplir la ineficacia de los incondicionales colocados en situaciones clave, cosa materialmente imposible, ya que el auténtico trabajo político es de equipo y el equipo se integra por capacidades o por representatividad.
Y en esta enumeración, simplemente ejemplificativa, no pueden faltar los que para ascender de buena fe, con afán de servicio o como simples trepadores, caen en el pecado de la barata retórica: el lenguaje loresco, la repetición más que la reiteración y, más de palabras que de ideas, la insistencia en conceptos expresados por otros y tomados como simples recetas; esgrimir razones sin razón, decir palabras sin sentido; la demagogia de pintar todo de color de rosa o de exagerar los males, claro, antes de asumir las responsabilidades, para culpar a los anteriores; asustar innecesariamente en busca de un aplauso; alabar y echar incienso. En este camino la lengua indisciplinada acaba por imponerse, por situarse encima de la mano que puede construir. Con el decir se quiere suplir el hacer, con el mal discurrir, la acción.
Junto a ellos, los sabihondos, es decir, aquellos que, pretendiendo deslumbrar, emplean un lenguaje esotérico, buscan "apantallar" y no persuadir, cuando en la política lo importante es convencer, persuadir, no impresionar, lo difícil es aprender el lenguaje de un pueblo y no la terminología de malos textos.
Frente a los sabihondos tenemos a los demasiado prácticos, aquellos que, refiriéndose a los que despectivamente llaman intelectuales, dicen. “Son los que leen pero no ven". Ellos, en cambio, afirman que ven aunque no lean, y se les olvida que no nada mas no leen, sino que a veces no piensan; son los ignorantes envanecidos de su empírica ignorancia, que difícilmente se salvan del oportunismo. Se acompañan de alguien que les "'ideologice" a posteriori su propia acción, por incongruente que sea. Creen que el éxito, por superficial que sea, lleva en sí su propia justificación; son los que con un dejo de cinismo nos dicen: en política lo que no es posible es falso.
DIAGNOSTICO Y TERAPEUTICA, ABSOLUTAMENTE INDISPENSABLES
Cuando hablamos de las aportaciones indiscutibles de nuestro Partido, en sus 44 años de existencia a la estabilidad y evolución política del país, no pecamos de envanecimiento o autocomplacencia. Tratamos, simple y sencillamente, de subrayar lo que sólo quienes no quieren ver niegan. Es un reconocimiento para los dirigentes y, sobre todo, para aquellos militantes que con su acción han hecho posible la permanencia y el mejoramiento del Partido.
Cuando hemos hecho la crítica de algunas situaciones, de algunas tendencias... que debemos combatir y eliminar, no pecamos de pesimismo, únicamente reconocemos algunas de nuestras enfermedades, que, haciendo un esfuerzo, estamos seguros de poder curar. Lo hacemos con optimismo, pues el Partido ha hecho mucho y sigue haciendo mucho por la evolución política del país, y precisamente para que haga más es necesario el diagnóstico de nuestros males y la adecuada terapéutica para curarlos. Si tuviéramos dudas sobre la posibilidad del mejoramiento de nuestro Partido, si tuviéramos dudas sobre sus aportaciones al presente de México y sus posibles aportaciones al futuro de México, no haríamos esta, que sí es verdadera autocrítica. La confianza en el presente y el futuro del Partido es la base de esta sana autocrítica.
Un partido que tiene la capacidad para reconocer sus males, al hacerlo, da pasos muy importantes para su remedio, para su eliminación. Nuestro Partido ha padecido en el pasado otras enfermedades que hoy ya no tiene, en virtud de la acción de los que nos antecedieron en la militancia política. Hoy, con su mismo espíritu, debemos enfrentarnos a corregir nuestras deficiencias. La nueva política en que creemos sólo estará a la altura de la vieja política, si lo logramos, y lograrlo es indispensable para que el país marche en la dirección deseada con paso firme y, empleando una expresión ajena, dándose prisa lentamente.
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