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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1973 No pueden vencer los incapaces de convencer: El caso de Chile. Jesús Reyes Heroles

Septiembre 14 de 1973

Discurso pronunciado en el acto de solidaridad con el pueblo y la democracia chilenos, organizados por el CEN del PRI.

Compañeros

Un crimen múltiple, repugnante y tonto ha sido cometido.

Crimen múltiple porque se ha violado la legalidad, se ha atentado contra la democracia, se ha negado la voluntad mayoritaria de un pueblo, se ha obstruido un camino para construir una nueva sociedad, en que el hombre en la justicia y la libertad alcance su plena dignidad.

Crimen repugnante porque sus autores han regado la sangre de sus hermanos, porque han usado armas dadas por un pueblo en contra de ese pueblo, porque la traición a la ley ha sido acompañada por la traición a un hombre que con singular decoro y nobleza llevó la investidura que limpiamente le habían concedido su pueblo y la ley, a un hombre que a las fuerzas armadas chilenas les ofreció un camino de respeto, dignidad Y enaltecimiento, que fue desechado en aras de la ignominia.

Crimen tonto porque los objetivos que con él se persiguen son frustráneos en su propia base, porque el fracaso está garantizado para los fines que se pretenden implantar, porque es insensato luchar contra la historia, oponerse a lo que viene, y linda con la imbecilidad creer que el destino Le un pueblo se puede torcer o alterar con traiciones, asesinatos y fango. a sangre del pueblo chileno, la sangre de quienes han muerto por creer en la democracia, es una cuota que Chile paga, para reafirmar, sin lugar a dudas, su derecho a construir el futuro que desea, a la altura de ese pequeño gran país.  

Aproximadamente faltaban tres años para elecciones y el camino pacífico es cruelmente interrumpido. Quienes tal cosa hicieron revelaron nula confianza en sus hombres y programas. En las tinieblas y a espaldas de su pueblo intentaron suplantarlo.

Debemos, sin embargo, sobreponernos a la indignación que nos produce la tragedia de nuestros hermanos, ahogar nuestra justificada ira, reflexionar con cabeza fría y ánimo sereno, para que nuestra solidaridad sea militante y efectiva y podamos, junto con los chilenos y todos los pueblos en condiciones similares, levantar un mundo nuevo, a la escala, al tamaño del hombre.

¿Qué querían, qué quieren, las mayorías chilenas? Independencia económica; que únicamente Chile decida sobre sus recursos naturales; mejorar a las clases de menores ingresos, mediante una economía ordenada en que no prive el exceso sobre la necesidad; liberar las fuerzas productivas para así liberar al hombre; luchar, dentro de la legalidad y por la vía pacífica y democrática, por una nueva sociedad, en que la libertad y justicia social se conjuguen, en que el pluralismo ideológico no sólo sea posible, sino que opere como sustento mismo de la libertad y la justicia. En resumen, una sociedad libre, justa, dueña de sus recursos. Se avanzaba con firmeza y flexibilidad hacia una nueva sociedad, en una democracia revolucionaria, con pluralismo y libertad, en que el pueblo cada seis años podía escoger la ruta a seguir, en que se podían expresar todas las ideas en un clima de respeto y tolerancia.

Ante este proyecto, ajustado a la idiosincrasia chilena y no susceptible de exportación, como reiteradamente declaró el presidente Salvador Allende, con saña y fiereza reaccionaron los peores sectores de la sociedad chilena, aquellos que anteponen sus mezquinos intereses de grupo o clase al interés del país.

¿Qué proyecto presentan estos rezagantes grupos, que no deben ser confundidos con lo que integra el cuadro de la vida política chilena? Se trata de un nuevo fascismo, o mejor dicho, de "la nueva cara del fascismo": el "fascismo colonial" (Parker). Si el viejo fascismo, el viejo totalitarismo nazifacista quería dominar pueblos, explotar tierras y hombres con la fuerza y la hegemonía militar, el nuevo fascismo colonial encuentra su apoyo en el hecho de que los grandes monopolios internacionales exploten despiadadamente los recursos naturales de su país; quiere evitar las tensiones y conflictos imponiéndose con mano férrea a las contradicciones económicas; busca la alianza entre los monopolios internos y los externos, o mejor dicho, la subordinación de los primeros a los segundos, y facilita, acabando con la libertad sindical, con los derechos de los trabajadores, la mayor explotación de la mano de obra por los monopolios internos y externos.

En lugar de reivindicar los recursos naturales, los entrega al exterior, pretendiendo de esta manera resolver irresolubles contradicciones domésticas. Vender barato materias primas y alquilar a bajo precio mano de obra para que unos cuantos en el interior acaparen los beneficios de lo que la naturaleza ha dado y de lo que el hombre genera con su trabajo. Concentrar la tierra en antieconómicos latifundios y explotar al peón. Acaparar las grandes utilidades en unos cuantos nacionales subalternos de unos cuantos que dirigen las grandes empresas transnacionales. Reducir los salarios reales y, así, no sólo imponer la injusticia, sino cerrar cualquier posibilidad de contar con un mercado que sustente una industria autónoma. Contrarrestar la ineficacia económica con la inicua e irracional explotación de los recursos naturales y la más inicua y más irracional explotación de los recursos humanos. Centralizar el poder y arrogarse la minoría la facultad de pensar por todos.         

Adentro se forma una pirámide, en cuya cúspide unos cuantos dominan, detentando el capital financiero. El Estado se queda con los malos negocios, necesarios para que los escasos poderosos obtengan utilidades; se construye la infraestructura que permita las grandes utilidades. Lo que se recoge de los más se les transfiere a los menos; las pérdidas de éstos se hacen públicas y se hacen privadas las utilidades nacionales. La ineficiencia de unos cuantos es compensada por el trabajo sin límite, más allá de la fatiga, de los más. Se instaura un paraíso para las empresas transnacionales, superpotencias económicas sin nacionalidad, que se sirven de los gobiernos, estados y patrias. En este ajedrez internacional, el fascismo colonial aspira a forjar numerosos peones.

Se aplica la eutanasia helada y sin entrañas a la empresa nacionalista, a la que creando capital propio, crea capital nacional, a la que sabiendo que su base es el mercado interno, quiere que la mayoría disponga de adecuado poder de compra. Se fomentan, en cambio, industrias, si así pueden llamarse, que con artífices y esclavos produzcan lo suntuario, lo lujoso, lo que satisface el consumo conspicuo de los nuevos mandarines asentados en el propio solar o fuera de él. Y así se forma una industria meteca, extranjera en su propia patria, que ni siquiera ha podido, por voluntad, escoger su metrópoli: la geografía se la ha designado.

Las clases medias, cuya exasperación en un mundo de inflación, desempleo o incertidumbre, se capitaliza inicialmente, acaban proletarizadas, o lo que es más lamentable, semiproletarizadas, o sea, con ingresos proletarios y un inelástico género de vida que en la añoranza pretende sustituir pobreza y dependencia.

El pequeño comerciante es descartado por el gran negocio; el profesionista libre es convertido en dependiente directo; el investigador que quiere la verdad es transformado en esclavo que busca lo que tiene precio, aunque carezca de valor; al empleado se le quita su ámbito de libertad: acatar órdenes absurdas, ilógicas e indignantes es su función. Todo aquello que da raíz y sentido a las clases medias desaparece, convirtiéndolas en ciegos instrumentos políticos, enajenados a un sistema en cuya entraña está concentrar la prosperidad y difundir la miseria.

Una élite militar -autocalificada así- se entiende en la cumbre con una élite económica, también autocalificada, que gustosamente se somete a los nuevos señores feudales de las finanzas internacionales. Este es el esquema económico del fascismo colonial.  

En política se comienza por el autoritarismo y se acaba sin remedio en el totalitarismo. Se disuelven los partidos políticos; se anulan las libertades de expresión y de manifestación de las ideas; se prohíben los sindicatos y las organizaciones estudiantiles y para-políticas; se erigen la intolerancia y el terror en la esencia misma del sistema. No existen derechos del hombre; el hombre común y corriente sólo tiene obligaciones y frente a los hombres sin derechos, unos cuantos, sin dignidad, gozan de privilegios.

¿Es viable para Chile este monstruoso proyecto, en que un modelo político se supedita a propósitos económicos? Lo negamos rotundamente: sería tanto como que se pudiera edificar sobre puntales carcomidos.

El presidente Salvador Allende hizo reformas sin punto de retorno y es un obstáculo para los rezagantes; pero se cuenta, además, con un secular apoyo, con las reformas, también sin punto de retorno, que forman parte de la historia de Chile. La historia de un país que con su pueblo progresa, que en él halla fermento e inquietud, anhelo y pasión creadora, esa historia es irresistible, y no vuelve atrás; partiendo de ella se puede sólo proseguir, no regresar, ni menos deformar. Sobre el futuro del pueblo chileno sólo esperanzas, fe y optimismo podemos guardar, a pesar de su doloroso presente.

El experimento en que se empeñaron las mayorías de Chile revestía enormes dificultades. Si modificar una sociedad es siempre complicado, más complicado aún resulta cuando se intenta hacerlo en el rígido marco de la legalidad, respetando la voluntad popular, y más difícil aún cuando se triunfa con una coalición, pues es regla establecida que las coaliciones revisten gran eficacia para triunfar, pero, desgraciadamente, no facilitan el gobernar. A esto hay que añadir que no se contaba con una mayoría parlamentaria que asegurara la adopción acelerada de reformas profundas.

Por último, el presidente Allende se enfrentaba a los problemas de reformar en una sociedad democrática. Como ha sido observado –León Blum-, hay que distinguir la conquista revolucionaria del poder y el ejercicio del poder por mandato popular, dentro de un contexto democrático. En este último caso, se tiene poder en el poder del Estado, pero no se tiene el poder del Estado (Heller), a lo cual hay que agregar que el Estado en nuestros días, en sí, se enfrenta a múltiples poderes, que no sólo tienden a reducir su hegemonía, sino a negar su autonomía rectora, su independencia. O, en otras palabras, la Unidad Popular y el presidente Allende, sin contar con todo el poder formal del Estado, se encaraban a recios poderes reales.

El desafío era, por las perspectivas que ofrecía, atractivo. Se trataba de un experimento singular: a cambio de la posibilidad de hacer las cosas, de lograr algo, prescindir de los escrúpulos timoratos de los celosos guardianes de la ortodoxia.

Con vigor y entusiasmo, con imaginación, sin timidez, y con prudencia, se decide seguir esta innovadora brecha, que de antemano se sabe es estrecha, llena de escollos y que se da entre hondos precipicios. Enfrentarse a lo que muchos creen imposible es el método que proporciona las más sólidas aportaciones al acervo científico, cultural y político de la Humanidad.

Salvador Allende, contando con una ideología muy clara en su mente, con propósitos generosos en su corazón, con una aquilatada experiencia, con un carácter firme y una gran flexibilidad para desentrañar y moldear realidades, inicia la marcha de un vasto y profundo experimento, que tiende a evitar muchos de los dolores inherentes al tránsito a una nueva saciedad. Sabe que ningún tránsito es cómodo, pero cree que siguiendo la vía pacífica se eliminan y reducen sufrimientos y es posible arribar a un modelo de sociedad en que la justicia y la libertad se hermanen.

Si alguna palabra repetía Allende, como si fuera un concepto permanente en su inquebrantable actuar, era la palabra flexibilidad: ser flexibles, actuar con flexibilidad, no actuar con rigidez, no actuar nunca en el endurecimiento, nunca adoptar actitudes de tiesura que conducen a la esclerosis, enfermedad mortal para un político que quiere modificar el contorno en que vive. Exclusivamente los débiles y quienes dudan de la capacidad transformadora del hombre se empecinan. Firmeza en los grandes objetivos; flexibilidad en los medios, el empleo de variados instrumentos y ello unido a lo que en Allende era ya una segunda naturaleza: sagacidad y confianza en que lo mejor del hombre se impone en su actuación. Sagacidad y confianza no son palabras encontradas: los mejores protagonistas de la historia, siendo sagaces, siempre han poseído una gran dosis de confianza en la palabra de sus semejantes. Únicamente el violento irracionalismo sostiene que en política el mérito es comprender lo que no se dice, lo que se oculta.

Lo ocurrido no debe dar lugar a juicios precipitados sobre la línea adoptada por la Unidad Popular Chilena. Ni extrapolaciones ni la universalización de un caso concreto, que, estamos seguros, a no muy largo plazo dará la razón a Salvador Allende, por encima de la temporal imposición de la fuerza.

Salvador Allende sabía los riesgos y ventajas de la acción política. Por eso se apartaba del guerrillerismo, que, con frecuencia, suple la incapacidad de acción política con el aventurerismo desbocado e infundado, y más aún, del "foquismo" enervante, que hace a un lado las condiciones peculiares de los distintos países o grupos de países, que simplifica y prescinde de la multiplicidad de caminos y de modelos político-sociales en que debe traducirse la peculiaridad, lo específico y característico de las muchas colectividades que, abiertas a lo universal, incorporan su personalidad como ingrediente del camino a seguir y el modelo a construir.

Nosotros los mexicanos, continuadores de una Revolución que conquistó el poder, debemos perseverar en nuestro propio camino y en procurar elaborar nuestro propio modelo. Tenemos una doctrina internacional que, al fundarse en la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, nos permite pugnar por la convivencia pacífica de las naciones y por la auténtica cooperación entre todos los pueblos.

El presidente Echeverría ha enriquecido la doctrina internacional de México y ha puesto en rápida marcha una política de "solidaridad sin fronteras", para emplear una clara expresión que escuchamos al presidente Allende en la ciudad de Guadalajara. La Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Estados hoy se discute, es intento por lograr que los países se hagan entre sí el mayor bien posible, por obtener la prosperidad compartida, que es la única posible y firme. Contamos con una política social avanzada que salvaguarda e incrementa el poder adquisitivo de las grandes mayorías. La reforma política se ha iniciado con hondura para que en nuestra patria, gobernando las mayorías, las minorías estén debidamente representadas.

Contamos con fuerzas armadas surgidas de nuestra Revolución. Es nuestro tercer ejército; el primero, imbuido de espíritu colonial, fue disuelto por el presidente Juárez; el segundo, degenerado en el porfirismo, fue disuelto por Venustiano Carranza, y surgió así el nuevo ejército popular en su origen y esencia, en su función y tareas: defensor de la soberanía nacional, de las leyes y las instituciones del país. Lo que hubo de heroico en el pasado constituye limpia tradición de nuestro ejército. Símbolo de esta continuidad es el heroico Colegio Militar, que en la lealtad a las instituciones y en la custodia a la patria encuentra su razón de ser.

Nuestro actual ejército surgió cuando, a un golpe de Estado, la sociedad mexicana respondió con un contragolpe de la nación, de la propia sociedad. Sus orígenes configuran su destino, de su vinculación al pueblo y a su causa, extrae líneas de conducta, metas que perseguir, confluyendo con el pueblo mismo, en nuestras instituciones. Rodear y apoyar al jefe nato de nuestras instituciones, fortalecer la institución presidencial, para así fortalecer todas las instituciones de México. Afianzar la unidad revolucionaria y mediante las coincidencias en lo esencial y el acuerdo en lo fundamental, que no excluye diferencias básicas sobre la organización de la sociedad, pero que excluye el recurrir a la violencia y los intentos por romper el orden jurídico y nuestro estado de derecho. Ensanchar la vía institucional para el firme avance nacional.

Un dirigente chileno, miembro de la Unidad Popular, cuando le preguntaron que si, en caso de fracasar la vía pacífica y democrática postulada en Chile, se renunciaría a ella, respondió: si tuviéramos un resultado adverso, no significaría que se invalidara la tesis sobre la vía democrática y pacífica, al igual que los fracasos en varias tentativas de colocar en órbita naves cósmicas no significó el fracaso de la tesis sobre la posibilidad de la conquista del espacio cósmico.

Esto debe ser lección y estímulo. Seguir hacia adelante, mediante la acción política, no desesperar el camino pacífico, no eludir la responsabilidad de actuar, sumando votos y no suprimiendo vidas ni restringiendo libertades y derechos. No desesperar de abordar las contradicciones y solucionarlas empleando la razón y la libertad de ideas, manteniéndonos ajenos al esterilizante dogmatismo. Ni resignación ni escepticismo. Proseguir sin desmayos en nuestra propia ruta, es la más eficaz solidaridad que podemos brindar al pueblo chileno, es el mejor homenaje que podemos rendir a Salvador Allende.

Salvador Allende, en el ejercicio del poder que a tantos empequeñece, se engrandeció, la fidelidad a sus ideas y a su pueblo lo agigantó. Tuvo derrotas de las que aprendió y en que se aceró. Al morir sabía que seguiría siendo útil a su causa. También muerto se sirve a aquello en que se cree. Ante el golpe, creció, ingresando a la historia combatiente de su pueblo que a la postre resultará victoriosa. No pueden vencer aquellos incapaces de convencer.

14 de septiembre de 1973.