Mayo de 1973
Hoy, aquí, en el plan de analizar las campañas de nuestros candidatos, para enriquecer a nuestro partido con sus experiencias y para remediar a tiempo sus problemas, debemos referirnos al papel que la oposición desempeña en los actuales momentos y examinar tendencias, incipientes algunas, embarnecidas otras, dirigidas a neutralizar los progresos revolucionarios o hacerlos imposibles, por predicar o auspiciar la violencia. Estas tendencias no sólo se reflejan en actitudes políticas: tienen una mayor extensión, aun cuando consideramos que no pasan de la superficie.
Hemos enfáticamente declarado que debemos combatir a quienes esgrimen ideas contrarias a las que profesamos, precisamente con ideas; hemos expresamente señalado la necesidad de respeto para nuestros adversarios. En alguna ocasión, grupos que integran nuestro partido objetaron esta posición inquebrantable de la dirección nacional, señalando que a la violencia de nuestros adversarios, así fuera verbal, habría que responder con la violencia. Y el Comité Ejecutivo Nacional reiteró la línea de respeto absoluto a nuestros adversarios ideológicos, agregando que era obligación del partido mayoritario de México responder a la violencia con la paciencia.
¿Se ha equivocado a este respecto el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional? No lo creo. A pesar de las acciones de nuestros adversarios, los seguiremos respetando, confiados no sólo en nuestra fuerza, sino también en el buen sentido del pueblo de México, que coloca, a la postre, a cada quien en su lugar y entiende las razones que nos conducen.
La historia nos ayuda
No estamos en contra de los disidentes, puesto que venimos de la disidencia, venimos y nos apoyamos en aquellos que apuntalaron su actuar en contra de un régimen opresor, de aquellos que en la disidencia, en la heterodoxia, encontraron su razón de ser.
Hace tiempo que en el país existe el pluralismo ideológico y el pluralismo de intereses, y no es nuevo el propósito de que puedan expresarse con efectividad las disidencias, las diferencias. Ya el fundador de nuestro partido lo manifestó en forma categórica, al señalar que algún día en la Cámara de Diputados de México tendrían representación aquellos cuyo pensamiento no coincidía con el de la Revolución. Y esto es hoy una realidad. La conciencia que la Revolución Mexicana tiene de su propia fuerza la obliga a buscar en las diferencias ideas que la enriquezcan o ideas que la ayuden a efectuar una fecunda autocrítica.
En los momentos actuales, en que se ha logrado la concurrencia de quienes no piensan como nosotros, a través de un benévolo sistema electoral, que siempre pensamos formulado como un germen de lo que debía haber y no como un ideal deber ser, tal como hoy parecen demostrar con su actuación quienes en este sistema se amparan, hay que reiterar que queremos ir más allá de lo que sólo fue punto de partida, que queremos realmente más y mejor democracia en la vida política mexicana; que una mejor democracia exige, a la par, el mejoramiento interno del partido mayoritario y el mejoramiento de la oposición. No todo depende de nosotros; algo también depende de la oposición para mejorar la vida democrática de México.
Nos falta la oposición
Reiteramos que el país requiere de una sana oposición. Necesitamos que quienes piensan distinto a nosotros participen en la vida política nacional. Y ahora nos preguntamos: ¿es el camino para convertirse en verdadera, en real oposición, la violencia verbal, sustituía de la fuerza real? Tal parece que el Partido Acción Nacional, experto en malabarismos ideológicos a lo largo de su historia, hoy intenta dar el salto mortal, intenta convertir, así sea de palabra, en lo único seguro para el país, la inseguridad. En tanto nosotros tratamos de ejercer, a veces en exceso, la autocrítica, el Partido de Acción Nacional, sin rubor, ejerce la anticritica...
Admitimos con gusto que en México hay pluralidad de ideas e intereses y que sería deseable que esta pluralidad de ideas e intereses se tradujera en pluripartidismo. Pero el pluri o bipartidismo supone alternativas. ¿Hay, acaso, alternativa en nuestro país? Si el Partido Acción Nacional en lugar de malabarismos, en lugar de líneas superpuestas, hubiera seguido una línea, tendría en nuestros días el apoyo sincero de los conservadores que todavía existen; pero la línea del conservadurismo original fue desechada y hoy la bandera es la incongruencia oportunista.
El pensamiento del PAN en el transcurso del tiempo no representa una línea que se amplía, sino una serie de líneas que se contraponen. Sólo el oportunismo dicta las ideas y comportamientos. Oportunismo más oportunismo, oportunismo sobre oportunismo se llama ultraoportunismo.
Un partido político que se concreta a realizar el inventario de los problemas, que trata de capitalizar las naturales inconformidades parciales y que no presenta un proyecto de gobierno, que no brinda soluciones a los problemas, que se conforma con unos cuantos sobados latiguillos, ni es una opción para el electorado ni podrá serlo, en tanto siga siendo lo que es, en tanto siga en las mismas actitudes y en tanto emplee los mismos procedimientos.
El acuerdo en lo fundamental
Hace unos cuantos años, un dirigente de Acción Nacional, Adolfo Christlieb, decía que su partido convenía en que la nación estaba por encima de cualquier partido político o corriente ideológica, y textualmente afirmaba: “Acción Nacional, como partido político, contribuye a gobernar desde la oposición. Actúa y actuará buscando siempre la concordia entre mexicanos. Pero la concordia no resulta de la unificación de las opiniones, sino de la unión de las voluntades, y se da como sus mismas raíces lo expresan, en cuanto las voluntades de diversos corazones convienen en lo mismo.
Y nosotros, estamos aquí buscando convenir en México”. Al hacerlo, seguía el camino trazado por Manuel Gómez Morín, cuando dijo; “El deber mínimo es el de encontrar, por graves que sean las diferencias que nos separen, un campo común de acción y de pensamiento, y el de llegar a él con honestidad, que es siempre virtud esencial y ahora la más necesaria en México”.
Unas y otras son palabras cargadas de razón, puesto que entrañan una coincidencia en lo que puede ser la base para la evolución política de México. Es aquella que en el siglo pasado se trató de alcanzar; la coincidencia en lo fundamental, obtener ciertas cosas en que coincidieran todos los mexicanos, independientemente de su credo religioso, de sus intereses de grupo o personales; adoptar aquello que permitiera colocar a la nación por encima de intereses y modos de pensar, aquello que permitiera que la nación no estuviera expuesta a perecer por ideologías, credos o intereses. En nuestro tiempo a esto lo llamamos el acuerdo en lo fundamental, apoyo de cualquier posible democracia, y para lograrlo nos conformamos con que se cumpla con ese “deber mínimo”; nos conformamos con la concordia, que es convenio entre quienes contiende, entre quienes luchan entre sí.
¿Y qué debe ser el acuerdo en lo fundamental en México? En los momentos que vivimos las fuerzas revolucionarias de México, consolidados ciertos avances, seguras de su apoyo popular, están empeñadas en lograr la convivencia pacífica de todos los mexicanos, están empeñadas en lograr que las ideas se ventilen libremente, que cada hombre piense lo que quiera y diga lo que piense, que se aireen los problemas, que se discutan sin cortapisas, que sean las mayorías las que decidan el destino nacional, que cada vez el pueblo participe en mayor proporción en las decisiones políticas...
Creemos en un acuerdo en lo fundamental que no sea coraza exclusiva de una ideología, que sea coraza de la nación, que sea el instrumento para la resolución pacífica de los inevitables conflictos.
Del acuerdo en lo fundamental, que desearíamos que fuera, como hablan los ideólogos del siglo pasado, coincidencia en lo fundamental, pero que nos conformamos con que sea acuerdo en lo fundamental, sólo deriva un compromiso para todos los partidos políticos, y me atrevo a decir que para todos los mexicanos, un solo compromiso que, por su propia naturaleza, excluye las componendas: el compromiso de sujetarnos todos a las decisiones de las mayorías; el compromiso de reformar la constitución, si así se quiere, dentro de los procedimientos que el propio texto establece para su reforma; el compromiso de aspirar, si se desea, a cambiar nuestro régimen, siempre y cuando se intente hacerlo en la paz y por decisión de las mayorías; el compromiso de estar en contra de la violencia.
¿Es mucho pedir? Si superamos la contienda de origen religioso y obtuvimos que el mexicano pueda convivir pacíficamente, independientemente de su credo religioso, ¿es mucho ambicionar el que los mexicanos podamos vivir pacíficamente, sea cual fuere nuestro modo de pensar político? ¿Qué, acaso, no se desborda la incontenible conciencia más en lo religioso que en lo político? Creo que lo que hemos conseguido en el curso de nuestra historia es mucho más de lo que ahora aspiramos a conseguir.
Y que no se nos malinterprete. El acuerdo en lo fundamental no excluye la diferencia en lo esencial. Se puede, dentro de él y respetándolo, aspirar a un régimen totalmente distinto a aquel en que se vive, siempre y cuando se respete un compromiso básico: sólo emplear para lograrlo los medios legales permitidos, recurrir a un solo método, obtener las mayorías populares.
¿Estaremos equivocados? ¿Acaso no existe un acuerdo en lo fundamental? ¿Acaso somos banderías y no una nación? ¿Acaso somos facciones y no un pueblo? No lo creo. México arribó a la mayoría de edad. Los mexicanos, reafirmo, estamos de acuerdo en lo fundamental; queremos una nación independiente, libertades y progresar en un régimen pluralista, imbuido de justicia social.
La base de esta política de libertades, de discusiones, de decisiones mayoritarias, es la creencia de que los mexicanos ya hemos superado el México propicio a la sangre.
Programa de retacería
Los dirigentes del Partido de Acción Nacional, más que ganar elecciones, tratan de combatir las sospechas que en el interior de su partido hay sobre su propia conducta. Quieren eliminar estas sospechas. Se dividieron en abstencionistas y participacionistas. Los participacionistas son los dirigentes, acusados por los abstencionistas de “paleros”; quieren, pues, quitarse el epíteto de “paleros”, diciendo; ¡no somos “paleros”; fíjense cómo atacamos al gobierno! ¿Es lícito políticamente que un partido adopte banderas o postulados nacionales, en razón exclusiva de sus luchas internas? No lo admitimos. Nosotros tenemos problemas internos pero los resolvemos adentro del partido y nunca intentamos endosárselos a la nación. ¿Es posible que pueda un partido aspirar a gobernar a un país, cuando no puede resolver sus divisiones internas, sus conflictos dentro del propio partido, cuando no puede autogobernarse? Por supuesto que no. La mayor irresponsabilidad de un dirigente político es pasarle a la nación las divisiones internas de su partido.
Un partido político, esté en el gobierno o en la oposición, forma parte del poder legal. Un partido o es institucional o no es partido. Un partido está integrado en un sistema constitucional; por consiguiente, de romperse el orden constitucional, se acaban los partidos previstos y establecidos dentro de ese orden. Un partido en la oposición aspira al poder íntegro, al gobierno, no a los fragmentos de un gobierno destruido, deteriorado. No es concebible que a través de latiguillos, que a través de enconar viejas o nuevas heridas, se trate de deteriorar el poder político, se trate de desmedrar el poder que se dice se pretende obtener. Se va contra la naturaleza y esencia de un partido político en un régimen constitucional.
La incongruencia como sistema del PAN
Su acción no es la acción positiva que deben emprender los partidos políticos, de buscar adhesiones; es recoger y ensamblar inconformidades...
El Partido Acción Nacional intenta coleccionar todas estas inconformidades, por pequeñas que sean, y al hacerlo presenta no un programa sino una lista de quejas contradictorias, de incongruencias, de parches multicolores, es decir, retacería pura. La técnica es muy sencilla y tan repetida que en nuestros días resulta infantil: prometer todo a todos, apoyar a todos, buscar que todos estén contentos a base de promesas; al cabo son promesas cuyo cumplimiento nunca se va a exigir.
Dicen que el país está en un hoyo, en un callejón sin salida, y esto lo dicen desde hace muchos años; pero no dicen cómo salir del hipotético hoyo.
Ser más revolucionarios que la revolución, ser revolucionarios sólo en el lenguaje, ser campeones con las frases y las palabras, aprovecharse de que la oposición es muy cómoda, pues se pude uno comprometer, sin riesgo de que le exijan el cumplimiento de las promesas. Ni frases retumbantes, ni estridencias verbales convierten a alguien en revolucionario.
Golpear juntos
En cuanto a los otros dos partidos, que dicen apoyar en lo esencial nuestro programa, aunque diferir en orígenes, en vías, en métodos y en el tiempo de realización de ciertos objetivos, no tenemos inconveniente en que nos apoyen en ciertos puntos; pero siempre insistiremos en que somos distintos, en que coincidimos en algo, pero diferimos en mucho; nunca olvidaremos los distintos intereses que perseguimos, los distintos caminos que transitamos y nunca, como es natural, los veremos con la confianza que vemos a los miembros de nuestro partido.
En lo que toca a los principios, nunca cederemos; en lo que toca a los candidatos, no nos prestaremos a acomodos ajenos a la voluntad del pueblo. Al respecto, seguimos rigiéndonos por un consejo de quien algo sabía de alianzas circunstanciales (Lenin): golpear juntos y marchar separados; no ocultar la diversidad de intereses; vigilar al aliado lo mismo que al enemigo.
La situación que priva en el cuadro de los partidos políticos y las características muy especiales de nuestro desarrollo económico y evolución política, hacen que en el país operen grupos de presión bajo distintos y aun contradictorios signos ideológicos. No se trata de asociaciones que defiendan intereses profesionales o de otro género, sino de grupos que influyen o tratan de influir en la opinión pública, que actúan con tendencias contradictorias, al margen de la vida política nacional y de las responsabilidades que ésta implica.
Tenemos, en primer lugar, al llamado Partido Comunista Mexicano, guiado por un esquema teórico, reducido y ajeno al tiempo, conducido por un pequeño catecismo al cual debe sujetarse la vida de la sociedad, poseedor de unos cuantos dogmas elementales e infalibles, riñendo con otros grupos que dicen seguir su misma ideología, que trata de compensar su falta de miembros con acciones peligrosamente diversionistas, resarciéndose de la carencia de número con la actividad premeditada hacia la perturbación. Parece caer en la vieja táctica de que lo mejor para sus fines es que al país le ocurra lo peor, pues así se precipitaría la realización inexorable y catastrófica de sus propósitos. Objetivamente, su actuación se traduce en permanente provocación. Sin recuento alguno de fuerzas, sin consideración del cálculo de probabilidades, nutre el endurecimiento reaccionario de ciertos sectores, de ciertos grupos también de presión, de emblema inverso.
Unos manejan, como mero instrumento, a jóvenes que confunden la insurgencia juvenil con la provocadora incitación a la violencia. Frente a los intransigentes de la elemental izquierda están los intransigentes de la primitiva derecha. Para unos y otros la negociación es pecado, la flexibilidad es falta de carácter, el entendimiento por encima de las diferencias es carencia de firmeza de convicciones. Ignorando que el compromiso es indispensable para la convivencia pacífica en una sociedad ideológicamente plural y formada por muchos y antitéticos intereses, erigen la intolerancia en bandera y desatan negativos enfrentamientos.
A pretexto de defender el derecho positivo se cae en la violencia; ésta va contra el progreso revolucionario. La violencia, según su viejo apologista –Sorel-, descansa en una concepción pesimista, se alimenta de mitos y no de ideas e intereses. La violencia, en cuanto se enlaza con la protesta, es una “ideología de la muerte”, para usar el término de un nuevo apologista; Marcuse. Si todo es movimiento y nada las ideas, lo mismo se puede ser revolucionario, reaccionario o fascista; basta moverse, basta moverse sin tomarse la dificultad de pensar.
¿Para qué la violencia?
La violencia es degeneración del individualismo, es egocentrismo, es sobreestimación propia, es la exaltación solitaria, es embriaguez de pesimismo. En un violento siempre hay frustración; como no puedo hacer que el país vaya a donde quiero, que el país no vaya a ninguna parte o caiga en el abismo.
La insurgencia juvenil debe ser protesta cuando las leyes se violen, cuando se incurra en la violencia autoritaria; la insurgencia juvenil debe ser ejemplo de voluntad transformadora; la insurgencia juvenil en México no puede ser violencia. Con la verdadera insurgencia juvenil tenemos que estar, puesto que nacimos como nación bajo el signo de la insurgencia. Ante la violencia, nos preguntamos, ¿para qué? Si todo se puede cambiar sin la violencia, ¿para qué la violencia?
La política, la auténtica política, que es la que puede cambiar, transformar, modificar, hacer y deshacer, exige optimismo; sólo con optimismo y confianza se pude lograr que la vocación individual coincida con el quehacer colectivo, sólo la auténtica vocación política hace que se puedan sentir los intereses de una colectividad como intereses propios.
Exclusivamente la necedad, la falta de imaginación, un aventurerismo seudoromántico a los apetitos ilícitos, pueden emplear la vía violenta en México. Ampararse en la legalidad para actuar ilegalmente quebranta el régimen de derecho.
El acuerdo en lo fundamental, que, como señalamos, presupone y contiene el régimen de derechos, es útil a quienes creemos en el sistema mexicano, pero es más útil a quienes no creen en él, a quienes lo cambiarían por otro.
Y no ignoramos esa llamada ironía de la historia, que hace que los defensores de la legalidad corramos más riesgos dentro de la ley que aquellos que aspiran a cambiar al régimen. No ignoramos lo que un fundador del marxismo dijo: “Nosotros, los ‘revolucionarios’, los ‘elementos subversivos’, prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos”. La idea y los términos son de Engels; con la idea estamos de acuerdo, con la terminología no...
Revolución en evolución revolucionaria
Vivimos en un orden establecido en constante cambio, cuyo sentido y significado es bien claro: estamos en una revolución en evolución revolucionaria. Que no se subestime lo que implícala evolución revolucionaria. Ella se traduce en hechos, en movimientos, en consolidaciones y avances, en estrategias y tácticas.
Hay países que tienen una tradición de pluralismo ideológico manifestada en pluripartidismo, que nosotros no tenemos, pues, habiendo pluralismo ideológico, nuestro pluripartidismo es débil y pobre.
En cambio, tenemos una tradición de evolución revolucionaria, de gobierno revolucionario por origen y definición, con altas y bajas, con flujos y reflujos, en el impulso e intensidad revolucionaria, que pocos países pueden vanagloriarse de tener. Poseemos una larga tradición de operar con directrices esencialmente revolucionarias, no obstante desviaciones y regresiones que combatimos.
Hoy el presidente Echeverría intenta reformar la sociedad en su conjunto, apoyándose en las ricas posibilidades, en las amplias perspectivas que ofrece el camino de la evolución revolucionaria mexicana. Con una revolución en evolución revolucionaria podemos llegar a donde queramos, respetando un requisito; la decisión de las mayorías; contando con una sola voluntad; la voluntad del pueblo.
El Comité Ejecutivo Nacional de nuestro partido ha decidido el tiempo de sus acciones, ha elaborado con serenidad, evaluando las realidades, un ritmo de trabajo trazado de conformidad con lo que en política siempre debe perseguirse; eficacia. Nos hemos sujetado a este calendario y ni los atrabancados de adentro o de afuera, ni los* quietistas de adentro o de afuera han logrado apartarnos de él. No debemos actuar ni antes ni después; debemos actuar en el momento oportuno. Estoy seguro de que en el futuro tampoco nos apartarán del paso exigido por nuestra Revolución en evolución revolucionaria.
La política es demasiado seria para que sus acciones sean determinadas por el temperamento y la emoción, al margen de la cabeza. Sin emplear la cabeza muchas cosas se pueden hacer, pero no política.
La fuerza de la política
Sin reservas mentales de ninguna especie, invitamos a confiar plenamente en la fuerza de la política para que no medre la política de la fuerza. La fuerza de la política, que es persuasión y no imposición, que es convencer y no vencer, que es demandarnos el deber de la convivencia antes de demandárselo a quienes no piensan como nosotros.
La fuerza de la política, que es respeto a la sociedad en que se vive y respeto a la dignidad moral de quienes la integran; que es, por sobre todas las cosas, un imperativo ético. La fuerza de la política, que para reinar requiere ser ejercida abiertamente, sin disimulo ni tapujos, con franqueza, con orgullo y sin vanidad, ser ejercida como una de las actividades más nobles y de más alta estirpe. La fuerza de la política, que impone atraer fuerzas ajenas y no intentar subordinarlas; sumar intereses, buscando denominadores comunes; adoptar más lo que une y acerca que lo que separa y divide; desechar el descontar fuerzas por exclusivismo, por encerrarse en lo propio, por creer que siempre se tiene la razón. La razón que actúa requiere una buena dosis de duda.
La fuerza de la política, que exige ver la acción política como misión, como empresa, en el verdadero sentido de la palabra, que es más, mucho más, que operación o negocio.
La fuerza de la política, que obliga a tener valor para contraer compromisos y valor para cumplirlos. Es más fácil ser dogmático que negociador, ser intolerante que tolerante; es más fácil dividir que juntar. Que el compromiso no asuste. La política está hecha de muchos compromisos, dado que es una actividad entre hombres y en la naturaleza del hombre está casi siempre el pensar de distinta manera.
La fuerza de la política, que aconseja respetar el derecho a la resistencia ante el acto injusto, pero también aconseja oponerse a la agresión al orden jurídico. La fuerza política, que exige limitarse o autolimitarse ante el derecho para algún día poder llegar a la justicia. La fuerza de la política, que es correr el riesgo de la legalidad, sabedores de que por ser el mejor camino para quienes piensan en forma opuesta a nosotros, es el mejor camino para quienes piensan como nosotros.
La fuerza de la política, que implica conciencia de que en ciertos momentos “la palabra es acto” y, por tanto, no se debe con la palabra ni provocar ni inhibirse de su empleo por temor.
La fuerza de la política, que para alcanzar plenitud necesita, a veces, la violencia para con las cosas y no puede emplear nunca la violencia para con los hombres.
Si sólo con la política se pude cambiar, transformar, hacer y deshacer, confiemos en la fuerza de la política. Si logramos que triunfe la fuerza de la política sobre la política de la fuerza, habremos conseguido una victoria para México.
Fuente: Revista “La República”, órgano del Partido Revolucionario Institucional. 1973
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