Luis Echeverría Álvarez, 21 de Octubre de 1972
Señores delegados;
Jóvenes:
El Partido acaba de iniciar una transformación que debe desarrollarse, que debe ser a fondo. Al renovar la Convención, su Declaración de Principios y su Programa de Acción, no ha tratado nuestro Partido de presentar un espejismo preelectoral, ni ha querido en este Régimen dar una mera apariencia de renovación. Si eso hubiera sido, nos estaríamos engañando; estaríamos engañando a los jóvenes, a las nuevas generaciones que tienen mucha razón para tener desconfianza; estaríamos simplemente poniendo una pantalla a los intereses creados de todo género. No ha sido tampoco la tarea de la Asamblea, una minera especulación intelectual -juegos de pirotecnia. Es un esfuerzo inicial esta reunión, en que no se ha cambiado el nombre de nuestro Partido, sino que se han remozado su objetivos y sus tácticas de lucha, ante los que debemos tener un sincero, profundo, subjetivo, valiente y honesto afán de renovación en todos los sectores y en todo tipo de actividades que desarrollemos.
No es posible que en un país en el que el afán de libertad y de democracia crecen, como en el nuestro; en que el crecimiento demográfico también es destacado, respectó de otros países del mundo; y en que miramos a la historia para tomar del pasado una fuente de inspiración, que no nos haga sólo pensar en el sacrificio, en el esfuerzo de nuestros héroes, sino en los objetivos, en los ideales, en los propósitos que llevaron sus pasos y animaron su lucha. Porque las nuevas generaciones piensan en héroes o en adalides ajenos, cuando nosotros, desde los cargos públicos o de dirección social, traicionamos a los nuestros.
Pero, ¿cómo revilitalizar realmente nuestros objetivos y nuestro esfuerzo, si estas modificaciones que han remozado esta gran agrupación política mayoritaria -a la que nos honramos en pertenecer- no llegan a significar cambios profundos en todas nuestras instituciones, en su autenticidad y dinamización?
Si incurrimos en el error de pensar que debe haber una estabilidad de acuerdo a la cual no se muevan las hojas de los árboles; y si no tenemos una actitud de rectificación y de permanente análisis de nuestros objetivos y de los medios que empleamos para lograrlos, no habrá sido ésta la reforma a fondo que todos nosotros queremos que sea.
No puede haber, en un mundo tan interrelacionado. una estrategia ni a largo ni a corto plazo, que llaga caso omiso de las circunstancias mundiales contemporáneas.
México es un país del Tercer Mundo. ¿Qué es ser un país del Tercer Mundo? Es no poseer la fuerza nuclear para la paz o para la guerra; no haber trascendido formas primarias de explotación agropecuaria; no ser fuente de desarrollos científicos y tecnológicos y tener, al respecto, dependencia de los países industrializados; es adquirir bienes de capital, maquinaria cara, y técnica que, en muchos casos, ya no debería de usarse; es tener limitaciones en el comercio internacional, por no ser metrópoli de un viejo imperio, o de zonas garantizadas como mercados seguros por 'a fuerza de las armas; es tener grados de dependencia política e ideológica de otros países; es vender materias primas baratas y comprar caro productos industriales, en beneficio de los factores de la producción de la metrópoli.
Ser un país del Tercer Mundo es presenciar las contiendas internacionales que, a veces, parece agravarse para llevar a la humanidad a una tragedia más grande que cualesquiera tragedias del pasado; también, sin embargo, conocer lo que pasa en el orbe y abrigar al mismo tiempo. afanes de libertad y de justicia, es conocer la existencia de una oferta de instrumentos para mejorar la vida del pueblo, y saber que no se dispone de los recursos para obtener lo necesario y saber de que muchos de estos bienes son inalcanzables; ser un país del Tercer Mundo es, por ello, colocarse en una situación frecuentemente de angustia o desilusión.
Pero tampoco es posible, aun teniendo los mejores propósitos que puedan esbozarse, pensar en ninguna estrategia, si no entendemos a fondo cuál es la raíz a la que hay que llegar para asegurar un progreso nacional sólido, independiente, con justicia y perdurable.
Cuando hacemos propósitos democratizadores, tenemos también que entender, para tener un más alto grado de éxito, que sigue latiendo en la base misma de nuestro ser nacional, una vieja y secular tendencia contradictoria que debemos de superar, a efecto de modernizar y remozar nuestras instituciones: o una pasividad y una inclinación a lo contemplativo, que nos hace desistir de la lucha y que permite el entronizamiento del abuso o del cacicazgo; o por el contrario, un afán de sobresalir para ejercer el mando, y ejercerlo frecuentemente, cualquiera que sea su forma, en lo político o en lo económico, sin equidad y sin pensar en que México es una Nación en formación, que tiene que cristalizar en sus estratos más íntimos una gran solidaridad para perdurar y para crecer en el presente y en el porvenir.
Todo concepto político, todo afán de desarrollo económico, serán negados en la realidad si dentro de la complejidad del alma nacional no llegamos a conciliar algunos factores todavía en contraposición, para lograr una actitud armónica y equilibrada en todas las formas de nuestra vida de relación.
¡Nuestro Partido puede y debe seguir siendo, al mismo tiempo que Institucional, Revolucionario!
Las instituciones son agrupaciones de hombres, para fines específicos. No hemos perdido la esperanza acerca de la posibilidad de renovación de los hombres de los que integran y dirigen, no solamente por una política de mayor permeabilidad para las nuevas generaciones, sino por la capacidad de auto generar, de revisar los propósitos que abriguemos y las actividades que, en relación con ellos, nos decidamos adoptar.
Y dentro de lo institucional, lo revolucionario; porque los objetivos iniciales, siendo los mismos, en su realización paulatina han generado ante el mundo y ante los nuevos problemas mexicanos, nuevos objetivos y nuevas formas de acción.
Un simple cambio de nombre del Partido hubiera sido algo superficial y, en realidad, innecesario. Una postulación n nueva de principios y de actividades concretas es, en cambio, un compromiso que, creo, todos nos hemos decidido a afrontar con determinación.
Estamos en vísperas de la renovación de la Cámara Federal de Diputados, del Poder Ejecutivo de una cuarta parte de las entidades federativas, de muchos acatamientos;.por ello, debemos preguntarnos: ¿qué hacer para un nuevo tipo de ciudadano, un nuevo tipo de candidato y un nuevo tipo -en verdad a fondo- de funcionario público? Porque será inútil cualquier propósito u objetivo que nos formulemos, si no logramos no una nueva imagen -porque la imagen es superficial-, sino una nueva conducta, una nueva forma de ser en lo esencial, una renovada convicción y una determinación para servir lealmente a los intereses colectivos. Tendremos que hacerlo cotidianamente. Cultivemos nuestras libertades, como siempre que los proyectos de democracia han querido ser realidad, a base de muchas expresiones verbales. Cada vez se escuchan en los recintos parlamentarios, en los mítines públicos, mejores expresiones y mejor articuladas promesas. Pero lo difícil es la lucha cotidiana; el vencer los intereses concretos, de acuerdo con las convicciones que mantengamos y con aquellas que debemos de exponer para orientara nuestros correligionarios y lograr la transformación paulatina de la realidad. Y no hay sector social del país que no tenga que transformarse, para llegar a nuevos conceptos de solidaridad.
Tenemos que buscar los caminos para, en las relaciones obrero patronales, crear más centros de trabajo y, cosa compleja, pero necesaria y posible: promover mayor inversión, y al mismo tiempo que creamos con ella más riqueza, saberla distribuir con mayor equidad y con justicia, para crear un más amplio mercado interno, que haga más equitativa la vida nacional y sea la base y trampolín para mayores exportaciones que nos permitan, con independencia y con costos sociales no altos, acelerar nuestra industrialización.
Necesitamos aprender la lección de seis o siete lustros anteriores. Se dijo hace poco más de treinta años: "La consigna es la industrialización". Y después de un gran impulso a la Revolución Agraria -que a muchos hizo pensar que era la culminación de la Revolución Mexicana-, el país aprovechando, por cierto, algunas coyunturas de la iniciación
de la última Guerra Mundial -que sí quisiéramos que en realidad fuera la última-, comenzó a industrializarse. La industrialización, indispensable en la lucha por la independencia de un país secularmente agropecuario, se ha realizado en México a un alto costo; y ha sido paradójico que después de los años de la expropiación petrolera, de la nacionalización de la industria eléctrica y de la mexicanización de muchas industrias, todavía haya habido en el pasado quienes no hayan tenido inconveniente en cooperar a la venta de empresas mexicanas -unas privadas y otras públicas- a intereses ajenos -que no tienen otro objetivo que el de obtener ganancias para exportarlas, dentro de un mercado reciente como el nuestro y, claro, no pueden tener ninguna actitud de cooperación para la educación o para la cultura, o para el desarrollo, o para ningún fin de carácter nacional de todos los mexicanos- pensando que esto en alguna forma traía más elementos para nuestro crecimiento económico.
No se ha detenido el impulso de la Reforma Agraria. Pero si no somos capaces de reorganizar la vida de los campesinos; de despejar de trabas burocráticas la asistencia técnica al campo y el crédito; de mejorar los cultivos y de destruir muchas barreras artificiales en la comercialización de los productos agrícolas, y buscar también mercados en el exterior; si no somos capaces de infundir una renovada confianza en el campo, en gran parte la Reforma Agraria se habrá frustrado.
Sabemos que el reparto agrario, después de una condición de semiesclavitud y a veces de verdadera esclavitud en el campo, en los viejos latifundios coloniales o del siglo XIX y principios del XX, que el reparto agrario vino a ser como una reconquista parcial para cada familia campesina de la Patria enajenada. Pero cómo hablar en México de remozamiento; cómo hablar de nuevas perspectivas, si este reto que tenemos enfrente solamente en una forma muy parcial lo estamos afrontando con éxito. Al respecto, lejos de hacernos ilusiones, debemos de tener en la autocrítica el principal aspecto dé nuestra conducta.
Y cuando necesitamos el continuo mejoramiento de los obreros, necesitamos, al mismo tiempo, pensar en fomentar la inversión patriótica y nacionalista de empresarios que cuando tienen preocupación y la comparten con nosotros respecto a los problemas nacionales, los consideramos también un legítimo producto de la Revolución Mexicana.
Hay muchos empresarios en México discriminados; empresarios medianos y pequeños, -discriminados por la gran banca en el crédito. Todavía hay por donde quiera muchos funcionarios que se deleitan en tener relaciones de amistad con los grandes industriales nacionales o extranjero, y ven con una gran indiferencia a los fabricantes mexicanos que han sabido, a través de muchos años, convertir en una fábrica pequeña, el pequeño taller que fundaron de jóvenes o de estudiantes.
Si honradamente no vemos el esfuerzo de quienes han tenido que sobrevivir y afrontar las asechanzas de quienes han querido comprarles, con grandes capitales foráneos, sus empresas modestas y familiares, no habremos comprendido cuál debe ser la base autónoma del desarrollo industrial mexicano. Y nuestros profesionales del sector popular habrán de salir de las universidades y de las instituciones técnicas cada vez más con una mentalidad no ya propia de la que antes concebía el título profesional una patente de corzo para el ejercicio egoísta e indiferente a los problemas sociales, de las profesiones liberales y técnicas; porque si cada vez más las profesiones se desarrollan dentro de instituciones, ya el atesoramiento y la riqueza misma no son una prueba de capacidad intelectual ni deben ser una característica de éxito social. Nuevos conceptos de solidaridad nacional y humana deben de presidir también el ejercicio de las profesiones.
Relacionemos, compañeros de Partido, todo esto, con la selección de los candidatos del Partido a los cargos de elección popular. Si esta reforma del Partido no es una revolución cultural y moral, no perdurará; si no logramos en la selección de candidatos, encontrar realmente a las mejores, gentes de cada sector; hacerles estudiar los problemas de un distrito electoral, federal o local, o de una circunscripción municipal o de un Estado de la República, y si no vemos que este estudio se realiza de acuerdo con los propósitos sociales, políticos y económicos del Partido, en realidad no habremos creado más que una fuente más de desilusión nacional.
Necesitamos una poca más de reflexión allá en la conciencia y en la soledad de cada quien; en la charla y en el diálogo con sus amigos más cercanos: en el seno de la familia, en el que debemos seguir viendo las grandes cualidades de nuestras mujeres que deben trascender a la vida social. Debemos fortalecer y auspiciar los grandes valores de la familia mexicana, para proyectar desde ella el futuro nacional y luchar por la Patria como se debe luchar por la familia: con una profunda convicción intelectual y moral; con dolor espiritual y, a veces, con dolor físico; con desvelo; con capacidad para muchas horas de trabajo, y despreciar lo que se llama imagen de los funcionarios públicos, y con ella, despreciar las apariencias y llegar en cambio a la médula del esfuerzo.
Si no redoblamos la convicción de que este país nuestro, tan amado, debe tener en sus hombres un creciente concepto de solidaridad, pasará días difíciles ante esas posibilidades de hecatombe universal y de grandes luchas imperiales y el abatimiento de las libertades que se registra en muchos países, en las dictaduras de uno u otro signo ideológico, todas con sus justificaciones, pero todas ellas abatiendo el espíritu del hombre. Si no pensamos en el México de fines de este siglo, que tendrá, según los cálculos técnicos, cerca de 100 millones de habitantes, y si no ponemos ahora las bases de solución de los problemas futuros, realmente no tendremos un concepto profundo de solidaridad Patria; pero si no lo logramos, con imaginación, trabajar para el futuro de nuestros hijos, iremos aprendiendo que las pequeñas ambiciones, los afanes individuales, los propósitos personalistas, son pequeños ante la gran y patriótica tarea de construir el México del siglo XXI.
No cabe, pues, que queramos estabilidad o que aparentemos formas democráticas; la forma, a veces, es lo de menos. Con nuestras virtudes y nuestros defectos continuaremos nuestra marcha. Lo que sí es necesario es que allá, en lo hondo de nosotros mismos, hagamos un remozamiento de nuestra actitud; esto es posible en todas las condiciones humanas en cualesquiera edades, con cualesquiera tipos de preparación intelectual.
Esto debe trascender lo meramente político-electoral, para que, conjugándolo con los grandes problemas económicos del país, con las circunstancias cambiantes, pero en un proceso de agravación de crisis en el. mundo tengamos una ruta sólida en todas nuestras actividades.
Los felicito profunda y emocionadamente por los resultados de la última convención de nuestro Partido. Propongámonos luchar cada día tesoneramente, en la medida de las posibilidades de cada quien, por llevarlas a la práctica; por hacer de la práctica concreta y cotidiana una expresión luminosa de la aplicación de esos propósitos; y tengamos el valor, así como existe la cláusula de exclusión en los sindicatos como una conquista revolucionaria; así como a los campesinos se les priva de una parcela cuando no la trabajan después de algún tiempo, tengamos el valor que denote nuestra convicción de comenzar a expulsar del Partido a quienes no cumplan con sus deberes.
Creo que si realmente tenemos una profunda convicción de que en verdad nos vamos a proponer -en el seno de nuestras grandes organizaciones o de la organización familiar, en la lucha de minuto a minuto practicar lo que decimos, tendremos autoridad moral y decisión para segregar a aquellos que violen los principios que colectivamente se han adoptado.
Se trata, pues, de una actitud cíe armonía y de equilibrio entre los grandes propósitos, levantados nuevamente ante la opinión revolucionaria y esperanzada del país, y las determinaciones concretas y sectoriales que a partir de este momento nos decidamos a poner en práctica.
Y es igualmente valioso el gran trabajo de organización de los activistas del Partido, la lucha sindical y la organización colectiva de los campesinos, que la aportación del pensamiento revolucionario mexicano. Nada se podrá hacer de aquí para adelante, si no logramos conjugar y armonizar, sin temores ni suspicacias, lo que cada quien en materia de trabajo material o intelectual: de guía, de orientación, de organización de fuerza político-electoral o de estudios de los problemas nacionales o internacionales, pueda dar generosamente a la gran corriente revolucionaria mexicana.
Desde los más destacados hombres de pensamiento que pueda haber en el Partido, hasta los más modestos obreros o campesinos, debemos de considerar que todos son igualmente valiosos y necesarios.
De la lucha social o del contacto con la tierra, y del panorama de montañas o de valles, o de ríos o de mares, se puede aprender más que de la universidades y de los libros; pero ningún esfuerzo social que se realice es completo en la lucha contemporánea, si no tiene la aportación intelectual y técnica que las universidades y las instituciones técnicas creadas o auspiciadas por la Revolución Mexicana, puede permitir.
Que el talento se apruebe en la lucha social para compartir con ella objetivos y responsabilidades; que la cultura, más que brillo superficial, y para deleite solitario de sus portadores, esté al servicio del pueblo. Que el libro y sus enseñanzas no sean motivo de apartamiento de quienes con grandes problemas a veces sólo logran balbucear sus necesidades. O corremos el peligro de, por estar en contacto con la masa de trabajadores del campo y de la ciudad, tener la soberbia de las puras perspectivas del triunfo electoral; o podemos nosotros, los que fuimos a la escuela y a la Universidad o al Tecnológico, tener la soberbia del que cree que sabe. más que los demás y, por tanto, que debe ser sordo o esos balbuceos que expresan las necesidades de la soledad, del frío, del aislamiento y del hambre, ¿Cómo puede haber solidaridad así?
Cualquier forma de poder o de cultura significa una mayor responsabilidad. Esta es la gran ventaja que tiene de modo creciente nuestro Partido. Y si nadie, en realidad, puede tirar la primera piedra; y si es falso como un Partido reaccionario y tradicionalista decía todavía hace algunos años; que la inteligencia y la cultura y la técnica estaban en sus filas; nosotros, lejos de alardear acerca de que el talento y la cultura y la técnica están sirviendo al poder en la Revolución o al Partido en el poder, con modestia, con auténtica convicción hablarnos de una conjugación de esfuerzos
Son éstas, estimados correligionarios, algunas reflexiones que dejo a ustedes que exactamente hoy, que justamente en este olía hace tres años, ocurrieron primero a la Secretaría de Gobernación y luego al pueblo de San Jerónimo, a ofrecerme la candidatura, que con tan profunda convicción acepté. Son estas unas cuantas reflexiones que hoy, con una gran satisfacción por los resultados de la Convención, me permito formularles.
Ni son, en realidad, ideas nuevas, ni serán reflexiones últimas que conjuntamente nos hagamos. Seguimos en un proceso dinámico cíe transformación continua y de observación recíproca. Con lo aprendido, tanto en la Universidad, como en el Partido Revolucionario Institucional, seguiremos sirviendo al país; aprendiendo de las orientaciones del pueblo y del Partido, para la vida nacional y para la vida internacional, con una fe renovada en el gran porvenir de nuestra Patria, siempre que nuestra Revolución continúe remozándose, elevando sus propósitos, presentándonos panoramas inéditos dentro del mismo camino de libertad y de justicia que todos deseamos continuar con una íntima y profunda convicción.
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