1º de Septiembre de 1969 Gustavo Díaz Ordaz
La forma anárquica e irracional del conflicto del año pasado impidió a algunos ver el sustrato real de ciertos problemas y necesidades sociales no resueltos cabalmente, en diversas esferas déla vida nacional. Que se haya pretendido manejar esos problemas y esas necesidades con fines políticos e ideológicos encaminados a otros propósitos que el de plantearlos y contribuir a resolverlos fue, además de un acto de grave irresponsabilidad, algo que resultaba inaceptable.
Aprovechando innoblemente, con fines de propaganda, la proximidad de los juegos Olímpicos que situaban a nuestro país en el primer plano del escenario mundial, se promovieron los trastornos del segundo semestre del año pasado.
A la gestación de los hechos y su concatenación, me referí en el Informe anterior.
Sin bandera programática y con gran pobreza ideológica, por medio del desorden, la violencia, el rencor, el uso de símbolos alarmantes y la prédica de un voluntarismo aventurero, se trató de desquiciar a nuestra sociedad. Incitando al rechazo absoluto e irracional de todas las fórmulas de posible arreglo, a la negación sectaria y a la irritación subjetiva, se quiso crear la confusión para escindir al pueblo. Utilizando todos los medios de comunicación y recursos para envenenar corrientes de opinión generalmente sensatas, se intentó empujar a la nación a la anarquía.
Son fenómenos viejos la oposición al margen de la legalidad, la conspiración y la sedición; lo que se antoja nuevo se ha hecho evidente desde hace poco más de una década es el extraño contubernio de fuerzas en el que grupos e intereses de lo más contradictorio, cada uno con su objetivo particular, usando en conjunto de las libertades cuya existencia niegan, se unen con el propósito de romper el orden constitucional.
Unos buscaban que los acontecimientos exaltaran la resistencia a los cambios y se provocara un retroceso nacional, con miras a ganar posiciones o recuperar caducos privilegios.
Otros, habitualmente inactivos, de súbito obsedidos por la acción, pensaron hacer realidad inmediata sus anhelos ideológicos, nutridos en la ensoñación y en lecturas mal digeridas.
Y, por supuesto, hubo quienes actuaron por la paga y los vulgares pescadores de río revuelto.
Las disímiles fuerzas del exterior e internas, disputándose entre sí la dirección, confluyeron para agravar y extender el conflicto, y alentaron a la comisión de excesos y delitos graves, haciéndoles concebir la idea de que podían lograr impunidad con el solo hecho de rodearse de periodistas. Algunos de éstos, que anticipadamente habían llegado a nuestra capital, rebasando la misión de información deportiva que los había traído a México, de espectadores se convirtieron en actores, tomando parte en hechos de política interna que sólo incumben a los mexicanos, e inclusive, lo que es más grave aún, en actos francamente delictuosos.
Habíamos anticipado que ninguna presión obligaría al Gobierno a aceptar lo ilegal o inconveniente y, menos a mediatizar la soberanía de la nación en aras de un compromiso internacional.
También habíamos expresado oportunamente que, en la alternativa de escoger entre el respeto a los principios esenciales de nuestra nacionalidad y todo lo que de ellos depende, y la conveniencia de ''quedar bien", en lo personal no abrigábamos duda alguna.
En efecto, los intereses generales de la mayoría de los mexicanos están por encima de la obstinación de un reducido sector engañado, por respetable que sea, más aún cuando olvida deliberadamente que existen los medios legales para promover una demanda, manifestar descontento o inconformidad y solicitar la satisfacción de un agravio.
Lejos de ceder a las presiones, cumplirnos la decisión que públicamente habíamos anunciado, de seguir en todo momento el camino institucional señalado por nuestras leyes.
La inmensa mayoría de la nación se manifestó decididamente a favor del orden y en contra de la anarquía.
La táctica de ir planteando situaciones ilegales cada vez de mayor gravedad, hasta la subversión públicamente confesada; así como las acciones deliberadamente tramadas, para ser al mismo tiempo provocación y emboscada para la fuerza pública, y una serie de actos de terrorismo, determinaron indispensable la intervención del ejército.
El Ejército Mexicano tiene la grave responsabilidad de mantener la paz, la tranquilidad y el orden interno, bajo el imperio de la Constitución, a fin de que funcionen nuestras instituciones, los mexicanos puedan disfrutar de la libertad que la ley garantiza y el país continúe su progreso. La forma en que cumplió su cometido es prueba clara de que podemos confiar en su patriotismo, su convicción civilista e institucional: restablece el orden y vuelve de inmediato a sus actividades normales.
Reitero, a nombre del pueblo y del Gobierno, la gratitud nacional para el guardián de nuestras instituciones, y exalto, una vez más, la inquebrantable lealtad, la estricta disciplina y el acendrado patriotismo de sus miembros.
Por mi parte, asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política e histórica, por las decisiones del Gobierno en relación con los sucesos del año pasado.
Los obreros y los campesinos se mantuvieron inmunes ante aquellos que, creyendo arrastrarlos a la violencia, sólo provocaron su rechazo. Desoyeron las incitaciones sediciosas y, confiando plenamente en el Gobierno, que así se los pidió, se abstuvieron e recurrir a la contra violencia. La sociedad, en su conjunto, reaccionó con serena entereza.
Gracias, otra vez, a los obreros, a los campesinos y a la sociedad en general, por su confianza.
Podemos considerar que, en lo esencial, destruimos las asechanzas; pero sabemos que estos fenómenos tienden a ser recurrentes. Así pues, nos mantendremos permanentemente alertas.
No ignoramos que existen problemas sociales no resueltos y legítimas exigencias de algunos sectores de la población, como fondo subyacente y amorfo, no expresado, por cierto, en lo que quiso tomar apariencia de peticiones concretas y que, ni remotamente, recogió auténticas demandas populares.
Restablecida la calma y puesta a salvo la organización social que nos permite convivir políticamente, reiteramos nuestro indeclinable propósito de atender y analizar a fondo las solicitudes que se nos planteen dentro de los cauces legales.
No faltaron quienes, confundidos por los incidentes, creyeron que nos hallábamos en profunda crisis y sugirieron reformas efectistas, quizá a sabiendas de que carecían de eficacia. Hablar de reformas y cambios de estructuras se convirtió en tópico de tópicos.
No estarnos en una encrucijada. Seguirnos nuestro propio camino y estamos construyendo un modelo también propio para nuestro futuro, apegado a nuestras raíces, fiel a nuestro modo de ser.
A nosotros lo que nos interesa es resolver lo más a fondo posible nuestros problemas.
La realidad actual y las previsiones del futuro sugieren la necesidad de profundas transformaciones en todos los órdenes de la vida. Las sociedades modernas entrañan mutaciones inminentes en los sistemas tecnológicos. en los procesos de producción y consumo de bienes, y consiguientemente en las relaciones sociales y en las formas de conciencia.
Reconocemos que es necesario mejorar y depurar las instituciones que nos rigen; más, para lograrlo, lo primero es preservarlas; es mediante el ejercicio y el respeto al derecho como se puede alcanzar su renovación y perfeccionamiento.
La impaciencia lleva al retroceso. Irreflexión no es sinónimo de heroísmo. Las reformas revolucionarias se alcanzan con una acción deliberada y consecuente que sabe a dónde va; con encendida pasión, mente serena, actividad tenaz, firmes ideales y certeza de rumbo. Los entusiasmos intermitentes, la euforia momentánea no conducen a la revolución.
Para avanzar con firmeza, siempre debemos actuar con posibilidades razonables de éxito. La aventura romántica nos está vedada. Nuestra responsabilidad nos prohíbe actuar precipitadamente: el destino del país es lo que está en juego.
Está en el espíritu de una auténtica revolución mantenerse siempre inconclusa. Las revoluciones que lo niegan, admiten su naturaleza episódica, es decir, son falsas revoluciones; y si tratan de hacer creer que el mañana priva hoy, entonces, son mera demagogia.
La dirección de una reforma, su rumbo, su sentido y naturaleza son lo importante y decisivo. De aquí que en esta, como en otras muchas cuestiones, busquemos inspiración en nuestro movimiento social que ha realizado reformas que nos llevan a las metas que queremos alcanzar y, tan intensas, que han influido profundamente en el todo social y no tienen punto de retorno.
De esta manera la estabilidad, fruto de las reformas ya hechas, sirve de base para seguir reformando.
Sabemos que algunas personas están confundidas y creen que vivimos en un país que les cierra todos los caminos, exageran imperfecciones que no negamos y silencian los adelantos, en muchos órde nes excepcionales y evidentes, pero que ellas se obstinan en negar.
Vivimos en un orden que lejos de ser rígido e impermeable y de imponerse sólo por tradición o por compulsión, es dinámico; en él la movilidad social modifica las jerarquías y abre constantemente nuevas oportunidades de incorporación al progreso.
Es absurda la actitud del que pretende derribar puertas que están abiertas. Quien quiera defender sus ideas, respetando las de los demás; ejercer sus derechos, sin lesionar los de otros; hacer verdadera política y no actividad subversiva y delictuosa, no precisa de nombres falsos, de tinieblas, de lúgubres catacumbas, apara qué refugiarse en la clandestinidad, cuando puede pelear por sus ideales a campo abierto, organizándose políticamente y actuando al amparo de la ley, que es su mejor escudo y garantía?
Hay jóvenes impacientes, muchos de buena fe, que afirman estar fatigados de oír hablar de la Revolución Mexicana y de la justicia social y a quienes nuestros héroes les son indiferentes o despreciables. Es posible que su desprecio sea hijo de su ignorancia.
Invitamos a los jóvenes disidentes a analizar nuestra realidad antes de aceptarla o rechazarla; a conocer la vida de nuestros héroes para entenderlos y juzgarlos; a estudiar la Revolución Mexicana para identificarse con ella o criticarla y combatirla. Esperarnos que con el interés y la pasión que ponen en conocer otros caminos, vuelvan los ojos hacia lo que es suyo y no lo rechacen sólo porque es nuestro y lo tienen tan cerca. De todas suertes será aquí, en esta tierra, su tierra, nuestra tierra, donde tendrán que cumplir sus destino personal.
Si no deseamos jóvenes ilusos, menos querernos jóvenes desilusionados. Pugnamos por que las nuevas generaciones, en vez de navegar a la deriva, ingresen a la vanguardia de la Revolución Mexicana para impulsarla y para que, al sustituirnos, conozcan y sepan evitar nuestros errores y aprovechen también nuestros aciertos.
Los revolucionarios no podemos ver con temor a quienes desean declinar la responsabilidad de señalarles que su temeridad, derivada de su inexperiencia, los hace, en ocasiones, ponerse sin que se den cuenta, al servicio de causas que precisamente quieren combatir.
Fiamos en la limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos. Estamos convencidos de que su interés en la progresiva solución de los problemas nacionales y el proceso de su maduración serán de gran aliento para la vida democrática del país.
Es evidente el progreso alcanzado en las diversas esferas de nuestra vida democrática, por encima de los escollos y tropiezos.
Por convicción, hemos puesto nuestro esfuerzo para abrir más los cauces democráticos, ampliar la representación de las minorías, mejorar los sistemas electorales, alentando por los medios posibles, sin caer en perniciosa disgregación política, que los ciudadanos se agrupen de acuerdo con sus convicciones y se organicen en partidos que, contrastando ideologías, sean capaces de fundir sus esfuerzos para alcanzar metas esenciales de la nación.
Avanzamos cuando se acrecienta el interés del pueblo por las cuestiones políticas; cuando ese interés se traduce en organización, cada vez mejor, de los ciudadanos para defender sus derechos y cumplir sus obligaciones; cuando esa organización significa mayor participación del pueblo en las funciones cívicas y, con su presencia y sus ideales, da aliento vital al sistema entero de nuestras instituciones democráticas.
Avanzamos al desarrollarse las actividades electorales en un ambiente de orden y tranquilidad, y también cuando los distintos sectores formulan sus demandas y hacen valer sus derechos, sin cortapisas ni mediatizaciones.
Nunca como hoy, se habían discutido tan amplia y libremente todas las cuestiones políticas y socioeconómicas. No hay partido, corriente, tendencia que no haya expresado sus puntos de vista. Estamos llenos de planteamientos de todo orden y en todo los tonos: románticos y prácticos; inteligentes y absurdos; expositivos y analíticos; positivos, que aportan soluciones, y negativos, que sólo censuran por sistema.
Progresamos al mantener incólume la más amplia libertad de expresión, y al comprobar que su empleo sirve para ejercitar el derecho a la crítica y discutir con elevación; progresamos aun en los contados casos en que esa libertad sólo sirve de drenaje para las más bajas pasiones.
El respeto a la libre expresión del pensamiento es principio vertebral del Gobierno, convencidos, como lo estamos, de que la libertad asegura la vigencia de las instituciones democráticas.
La fuerza renovadora de toda democracia se manifiesta precisamente en la fluida circulación del pensamiento.
Avanzamos en la medida en que la obra revolucionaria ha creado mejores condiciones de vida para los mexicanos, proporcionándoles mayores posibilidades de salud, educación y seguridad social.
Al amparo de nuestras libertades democráticas, próximamente se iniciará el proceso para renovar el Congreso de la Unión y elegir Presidente de la República.
Cuando hablamos de libertades democráticas, aseveramos que no hay una sola de las que el mexicano disfruta que esté restringida. No tiene más límite que la libertad de otro mexicano.
A nombre y por el bien de México, exhorto a todos los partidos a que se esfuercen para que en el proceso electoral prive siempre el acatamiento a nuestras leyes; a que eleven la contienda a la altura de la dignidad del pueblo mexicano; al respeto a sí mismo y a la consideración que se deben unos a otros; a que debatan ideas, esgriman razones, comprueben hechos y ponderen argumentos, desterrando malevolencia y encono.
Es lícito el ataque político a los hombres, a los programas y a los principios ideológicos; pero es de hombría de bien hacerlo francamente y no en forma artera; úsese la invectiva política, pero suprímase lo que sea injuria, difamación o calumnia. Estas sólo son semillas de violencia.
Ningún grupo, ningún sector, ninguna clase tiene el derecho de imponerse a los demás; la voluntad mayoritaria del pueblo mexicano es la que decide.
Con votos deberán ganarse las elecciones. Los partidos postulan candidatos; el pueblo es quien elige y su decisión será fallo inapelable. La respetaremos y la haremos respetar.
La Constitución consagra los derechos políticos; el poder público garantiza su libre ejercicio.
Enfrentemos los próximos comicios con serena confianza. La prueba suprema de una democracia es la función electoral: hagamos de ella no pretexto de discordia, sino motivo de unión en favor de nuestros mejores afanes nacionales. Cada ciudadano defienda sus principios y a los hombres que considere dignos de representarlos; todos juntos defendamos lo más preciado que tenemos: nuestro México.
La estabilidad política y el desarrollo económico no son conquistas ganadas en definitiva y para siempre: hay que pelear a diario para conservar la primera y realizar el largo, interminable proceso del segundo, no sólo sosteniendo el mismo ímpetu del esfuerzo, sino acrecentándolo día a día. Nuestro objetivo supremo es el desarrollo integral: económico, social, político y cultural.
Nuestro pueblo ha superado, en las condiciones más precarias y adversas, los mayores peligros que puedan amenazar a una nación. Le ha tocado defender al mismo tiempo su integridad territorial, soberanía, subsistencia, patrimonio cultural y espiritual, lengua; sus tradiciones, costumbres, principios; y por si fuera poco, ha tenido que luchar también contra férreas estructuras del pasado y viejos sistemas de servidumbre y explotación que ahogaban su existencia física, sus libertades y su conciencia.
Todo ello en el marco de una geografía difícil y hostil, pobre en recursos, avara frente al esfuerzo del hombre y despiadada en las exigencias. El viejo mito colonial de la "grandiosa riqueza mexicana" se desplomó cuando el país, habiendo ganado su independencia, tuvo que enfrentarse a la reconstrucción de un territorio que la guerra de liberación había dejado en ruinas.
Si el pueblo mexicano ha vencido tantos obstáculos y carencias, tantas amenazas y limitaciones, ha sido porque confió siempre, con decisión, en su propia fuerza, en su capacidad creadora y porque en todo momento ha tenido una profunda vocación revolucionaria.
Unamos voluntades para que entre todos, padres de familia, maestros, dirigentes sociales y políticos, funcionarios, ciudadanos en general, logremos orientar sanamente a nuestro pueblo hacia su plena realización. Hagamos que la buena fe y las inquietudes sanas sean noblemente encauzadas.
Por todos los medios dignos y legítimos desde la posición que cada uno de nosotros ocupa, busquemos el acuerdo y no la fricción innecesaria; la solución pacífica, y no el enfrentamiento violento.
Ponga la juventud su rebeldía, su espíritu innovador, sus energías creadoras al servicio de las causas más elevadas de México. Aportemos nosotros la experiencia adulta, no para imponernos, sino para imbuir el espíritu de ponderación y tolerancia con que los hombres deben juzgar siempre los actos de los demás hombres.
Las tareas nacionales reclaman la cooperación de todos y será preciso no estorbarlas con odios y rencores estériles. Como cualquier otro pueblo de la Tierra, tenemos discrepancias y contradicciones; pero precisamente porque las hay y las habrá siempre, debemos reforzar nuestra capacidad de diálogo, de comprensión recíproca, de inteligencia, para hacer de la sociedad mexicana una comunidad de intereses superiores, a cuyo amparo podamos crecer y prosperar, como individuos y como pueblo.
Esforcémonos en que no se repitan hechos dolorosos como los que contemplamos el año pasado. Es urgente vigorizar la armónica convivencia de nuestra comunidad nacional.
La paz y la tranquilidad sirven al progreso de la patria; la zozobra y el temor lo estorban.
El orden justo beneficia a todos; del desorden sacan provecho unos cuantos, los más descalificados.
Un pueblo que se desangra en luchas estériles, se estanca o retrocede; un pueblo unido va hasta donde quiere ir: alcanza metas y realiza ideales.
Convoco una vez más a la concordia, que no es uniformidad de ideas o sometimientos servil, sino confluencia de energías creadoras, honestamente entregadas a acelerar el progreso de la patria común.
Sólo en la unión y la concordia podremos conjugar el orden con la libertad y así conquistar el derecho a una paz basada en la justicia.
Con fe inquebrantable en México y sus instituciones y con la confianza cada vez mayor en nuestras propias capacidades, sigamos los mexicanos fraternalmente unidos en el esfuerzo inacabable de engrandecer a nuestra patria...
Juegos Olímpicos. Del 12 al 27 de octubre del año anterior se realizaron los juegos de la XIX Olimpiada, con la concurrencia de 113 países, la mayor lograda hasta la fecha.
Participaron 6,059 atletas, además de 2,219 oficiales de equipo y auxiliares.
Si a éstos se suman informadores, observadores e invitados especiales, el total se eleva a 16.158 de quienes 1,353 fueron mexicanos.
La Oficina de Control de Alojamientos vendió certificados de garantía de alojamiento y boletos a más de 50,000 personas provenientes del exterior.
Contábamos con algunas instalaciones, que hubo necesidad de ampliar o adaptar, y construimos otras más hasta completar las requeridas para las pruebas olímpicas, en el plazo apremiante a que nos obligamos y a escala con magnitud de nuestro compromiso. En todas ellas jugó brillantemente la capacidad de los más calificados equipos nacionales de ingenieros, arquitectos, artistas, administradores y trabajadores en general.
La inversión directa en instalaciones deportivas ascendió a $670.000,000, y el Departamento del Distrito Federal erogó, en obras viales, $207.000,000.
El costo de la Villa Olímpica Libertador Miguel Hidalgo, fue de $201.000,000 y el de la parte utilizada en la Villa de Coapa Narciso Mendoza, fue de $159.000,000. Estos conjuntos habitacionales están siendo vendidos al público.
En 93.9% del monto total de los gastos fue erogado en México y sólo el 6.1% restante en el extranjero.
El gasto total fue de $2,198 millones, rebasando en $283.000,000 a las cifras que señalé en el Informe del año pasado.
El aumento se debió, fundamentalmente, al mayor gasto corriente que tuvo necesidad de realizar el Comité Organizador. Según estimación al 31 de agosto, sus erogaciones ascienden a un total de $961.000,000, financiados con $250.800,000 de ingresos derivados del propio evento y $710.200,00 de subsidio otorgado por el Gobierno Federal.
Se han recuperado diversos activos fijos por valor de $130.000,000.
Fueron pagados $159.600,000 a empresas del sector público o dependencias del propio Gobierno, por pasajes de avión, primas de seguro, lubricantes y combustibles, arrendamientos de villas, impuestos y otros.
El costo material de la Olimpiada fue necesariamente elevado, y compleja y ardua su organización.
Hubo, incluso, que resolver problemas derivados de los avances de la ciencia y de la tecnología, que por primera vez se habían presentado en la historia de estas competiciones.
Tanto los juegos como el programa cultural fueron ejemplares por su previa organización y la precisión con que se cumplieron los programas.
Contra los pronósticos de que la altura de la ciudad de México sería factor adverso para el resultado deportivo, en estos juegos se superaron más marcas mundiales y olímpicas. En Tokio se superaron 42 veces las marcas mundiales y en México 96; en Tokio se rompieron 354 veces las marcas olímpicas, frente a 483 en México.
La actuación de nuestros atletas fue relevante. En la historia deportiva del país, nunca se había logrado igual número de victorias olímpicas.
En el programa cultural participaron 97 países; se ofrecieron 2,255 funciones y 4,455 proyecciones de películas, presentándose, además 85 exposiciones.
Gracias nuevamente a las naciones amigas por esta importante colaboración.
Los juegos de la XIX Olimpiada constituyeron el acontecimiento quizá más difundido en la historia de las comunicaciones modernas. Se calcula que, tan sólo por televisión, 600.000,000 de personas siguieron su desarrollo en todo el mundo. La prensa, el radio y la televisión nacionales merecen especial mención por su magnífico y eficaz desempeño en la transmisión de los juegos deportivos, eventos atléticos y actos culturales.
Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la Tierra. Con este espíritu recibimos a nuestros visitantes y bajo este lema se desarrollaron los juegos Olímpicos.
Desde que aceptamos formalmente el compromiso, éste se constituyó en reto para nuestro pundonor, capacidad, imaginación creadora y eficacia.
Significó también el dilema de si se cumpliría o no la voluntad popular expresada en todos los ámbitos de la nación, sobre todo cuando se pretendió contrariarla y se irguió más recia y arrolladora para imponerse a la mezquindad.
¡Qué frustrados, qué tristes, qué dolidos nos sentiríamos millones de mexicanos si no hubiésemos podido, por cualquier circunstancia, cumplir el compromiso que habíamos contraído ante nosotros mismos y ante el mundo.
El estallido emocional de la clausura de los juegos fue el natural desbordamiento de júbilo de un pueblo que se había señalado una tarea y ya podía decir: misión cumplida.
El haber dado cima a la obra, por muchos considerada superior a nuestras fuerzas, rompió para siempre y de manera enérgica algunas de nuestras limitaciones de pueblo escaso o ayuno de muchas satisfacciones materiales y culturales; ese pueblo nuestro olvidó frustraciones y supo demostrar su valía. Independientemente de otros muchos aspectos, éste es uno inapreciable del balance de la justa internacional a la que México dio el espléndido escenario de su suelo.
Las medallas de oro, plata y bronce que cobramos en leal competencia con los mejores atletas del mundo, están en el corazón de los mexicanos y nos estimulan para alcanzar nuevas marcas en ése y otros órdenes de la vida; ya nos probamos a nosotros mismos que podemos conquistarlas.
Declaramos nuestra gran satisfacción y legítimo orgullo por los magníficos resultados del esfuerzo colectivo del pueblo mexicano para salir airoso, brillantemente airoso y hacer realidad la bella jornada de octubre de 1968, en la que México puso, al abrir sus brazos a la juventud del mundo entero, calor humano y sentido de la hospitalidad como nunca se había dado en la historia de estos eventos.
A la desbordante participación de nuestro pueblo se debió que México se hiciese notoriamente presente en el mundo y que nuestro esfuerzo mereciese el aplauso que nos saludó en todas las latitudes. Nuestra patria llenó el mundo, durante aquellos días, con su ardiente y conmovedora emoción.
Pruebas físicas y manifestaciones del concierto universal de la cultura fueron el marco de algo que nos es consustancial: nuestra voluntad de sobreponer a todo género de intereses, los intereses permanentes del espíritu; la voluntad de afirmar la paz en la confraternidad de todos los hombres, en el convencimiento de que, sin ella, la humanidad no podrá sobrevivir a las grandes pruebas que tendrá que afrontar en el futuro.
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