Gustavo Díaz Ordaz
Palacio Nacional, 17 de Julio de 1968
En primer lugar, muchas gracias a todos ustedes por esta visita, por la oportunidad que me brindan de saludarlos personalmente, de escucharlos y de estrechar su mano.
Ninguna cuestión importante para México, para uno de sus sectores sociales, puede ser indiferente o ajena al Presidente de la República. Es cierto que éste tiene un enorme cúmulo de compromisos y obligaciones. Pocas son las veinticuatro horas del día para desempeñar las múltiples tareas que están esperando su atención, y nunca se da total abasto para todas, pero siempre habrá un momento, en medio del vértigo del trabajo, para juntarse con un grupo de mexicanos, cuando esa reunión signifique no el quebrantamiento de un orden constitucional o la insinuación de ello, no la violación de un precepto legal, no un acto que lleve en sí mismo un principio de destrucción, sino un acto en que nos reúne el común afán de juntar nuestros esfuerzos hacia una meta de beneficio general.
Este es el caso presente, en que para ustedes -que han dado el paso trascendental al terminar sus cursos y lanzarse ya o aprestarse para lanzarse a la lucha frontal con los problemas de la vida- han tenido la limpieza de propósitos necesaria para renunciar deliberada y expresamente a la posibilidad de un padrino vivo y han pensado que es mejor basar el futuro éxito del profesionista en el propio esfuerzo y no en la ayuda de otra persona; basarlo en la propia dedicación, preparación y entusiasmo que se ponga en la tarea, simplemente bajo la inspiración de un nombre que correspondió a un ser humano que ya no alienta entre nosotros, que hace poco nos abandonó, pero del que, aparte del ejemplo de su vida que ustedes conozcan por lecturas, quizá pudieron tener también, aunque sea un poco del cálido contacto de su existencia, porque él irradiaba limpieza, patriotismo, decisión, ferviente sentido revolucionario y una cálida comprensión humana.
Heriberto Jara, en efecto, Presidente de una de las Comisiones Dictaminadoras del Constituyente de 17, junto con Francisco J. Múgica, Presidente de la otra Comisión, desempeñaron brillantísimo papel en las deliberaciones de 1916 y principios del 17 en la Ciudad de Querétaro, que culminaron con la expedición de la Carta Constitucional que hoy nos rige.
Ahí su inteligencia, ahí su brillante capacidad de concepción y su fervor revolucionario tuvieron cauce, lugar de exposición y posibilidad de importantes batallas ganadas, pero así había sido él antes del Constituyente y así siguió siendo: valiente en sus decisiones, denodado en las acciones de guerra, porque también supo defender con las armas en la mano sus convicciones políticas y sociales, como supo defender frente a la agresión extranjera el territorio nacional.
Fue, además, protagonista de una larga vida, y generalmente los hombres que viven mucho corren mayores riesgos de claudicar en algún sentido.
Heriberto Jara vivió muchos años y nunca claudicó ni de sus convicciones ni de su fe revolucionaria ni de la limpieza desinteresada de su vida entera.
Escogieron, pues, un buen símbolo para que los inspire y los guíe en el esfuerzo que habrán de desarrollar a partir de estos días en las grandes tareas que seguramente los esperan. Para mí es una gran satisfacción tropezarme con mucha frecuencia cuando visito las instalaciones petroleras, las petroquímicas, las eléctricas, las mineras, las metalúrgicas, en fin, las actividades gubernamentales en las que los técnicos egresados de nuestras Universidades o de nuestros Institutos Técnicos tienen oportunidad de aportar su esfuerzo a la tarea nacional, y es una gran satisfacción, repito, encontrarme con mucha frecuencia a los ingenieros y arquitectos egresados del Instituto Politécnico Nacional, ocupando puestos de gran responsabilidad administrativa o de gran responsabilidad técnica y además, realizando su misión con gran eficacia y con gran éxito.
En varias ocasiones he expresado públicamente mi orgullo al encontrar importantísimas empresas en las que tienen participación el Gobierno Federal, o dependen directamente de él, a esos jóvenes técnicos que compiten y aún superan a los técnicos extranjeros. Para ellos nuestra felicitación y la reiteración de nuestra confianza; para ustedes que pisan los umbrales de la vida del profesional, la invitación para que también cooperen con el Gobierno en muchas cosas muy importantes que hace para beneficio del pueblo mexicano.
Citaron ustedes -ya que se habla de confianza y de colaboración una cuestión que no hubiera tratado si no hubiera sido precisamente porque fue doblemente mencionada en esta ocasión: el propósito de examinar la conciencia nacional a fin de determinar si debe reformarse la Constitución General de la República para darle la ciudadanía plena a los jóvenes de dieciocho años, independientemente de su estado civil.
Conozco muchos argumentos en pro y conozco muchos argumentos en contra -los conocía desde antes de encargar la consulta popular, los he visto repetidos en las planas de los periódicos- y sigo pensando que hay dos argumentos definitivos en esta cuestión, uno quizá subjetivo, pero que tiene el valor de su posible repetición en miles de hombres:
Me comparo yo conmigo mismo -perdónenme que me ponga personalmente de ejemplo, pero soy yo a quien tengo más cerca de mí mismo y a quien conozco mejor-. Si me comparo a mí mismo con los jóvenes de hoy, debo aceptar, sin rubores, que los jóvenes de dieciocho años de esta época son muchísimo más maduros que Gustavo Díaz Ordaz cuando tenía dieciocho años; inclusive que el Gustavo Díaz Ordaz de los veintiún años, cuando llegó por disposición constitucional a ser un mexicano con plena ciudadanía.
¿Por qué son más? Porque han vivido en un mundo distinto al de nuestra juventud, porque parece que las leyes de la herencia van haciendo acumulativa la experiencia y capacidad del hombre, y por eso éste progresa, avanza; en cada generación avanza ineludiblemente.
Así es que en ustedes están acumuladas las viejas experiencias que nosotros recibimos y las que nosotros adquirimos, y además han encontrado mejores condiciones de alimentación, de vida, en términos generales.
Por muchas carencias que se padezcan en este momento, no tienen comparación las escuelas a las que ustedes asisten con las escuelas a las que nosotros asistimos y en las que todo faltaba, menos el amor de nuestros maestros por enseñar y el entusiasmo de los alumnos para aprender; en las que inclusive, para hacer un pequeño experimento en la clase de Química, nos tenían que pedir a los integrantes del curso que contribuyéramos con un poco de alguna sal para poder hacer la reacción en las cuatro o cinco probetas -que era todo el arsenal del laboratorio y la mayoría llegábamos con cloruro de sodio -sal común-. porque era lo más barato y no teníamos posibilidades en nuestras casas de comprar una sal cara para el experimento
Porque en parte por escaseces, por las épocas de lucha que durante nuestra juventud vivía la Patria; en parte porque los conocimientos estaban atrasados en cuanto a dietética: en parte porque no se había descubierto, aunque se intuía, el valor de las vitaminas, ustedes han comido mejor, más adecuada y científicamente y han recibido vitaminas que nosotros no recibirnos. Comen proteínas y nosotros comíamos fritangas; balancean su alimentación de tal modo que son más fuertes, más altos que lo que fueron nuestras generaciones y seguramente son más inteligentes, pero además reciben, a pesar del corto número de años que han vivido, una intensísima información, una masiva información de todas las latitudes y de todos los órdenes, y nosotros, cuando queríamos divagar nuestro espíritu y refugiarnos en la imaginación, quizá de lo poco que teníamos para leer era a Julio Verne o a Emilio Salgari. A ustedes les pasa vertiginosamente el espectáculo de la vida del mundo entero frente a las pantallas del cinematógrafo o de la televisión; a sus oídos llegan las noticias del mundo a través de la radio; a su vista se despliegan las páginas de la prensa diaria y de las revistas, dándoles información; tienen tal cantidad de libros a su disposición que en ocasiones no les alcanza el tiempo para leerlos. Muchas materias tuvimos que aprenderlas nosotros en libros escritos en francés, porque en nuestra época no había traducciones al español de la mayor parte de los textos utilizados. Ustedes tienen la mayor parte de los textos normales ya traducidos al español; sólo los de alta técnica o muy exclusiva ciencia permanecen aún en su idioma de origen o en alguna de las lenguas extranjeras más comunes en la actualidad.
Entonces, ustedes están mucho mejor preparados a los dieciocho años, de como lo estuvimos nosotros a los veintiuno, y si nosotros tuvimos la responsabilidad entonces de ya poder votar, ¿porqué razón no habrían de tener ustedes la suficiente responsabilidad hoy, con mayor cúmulo de conocimientos, para poder tomar parte en las decisiones fundamentales de nuestra Patria?
El otro argumento no es argumento en sí mismo, en términos lógicos, pero es llama viva de cualquier argumento, es la fe en el futuro de México, y el futuro de México son los jóvenes de México. Si careciéramos de fe en las juventudes actuales, estaríamos pensando en el suicidio del pueblo mexicano. Tenemos fe absoluta en que habrán de saber cumplir, cuando les toque, las responsabilidades que el destino les vaya marcando, y lo habrán de hacer con éxito. Estamos seguros de que el precioso, sagrado tesoro que de nuestros mayores recibimos nosotros y que forzamos por acrecentar, quizá sin conseguirlo, ustedes lo habrán de recibir para incrementarlo, para mejorarlo, para transmitirlo a la siguiente generación, todavía más valioso, todavía -si cabe la expresión más sagrado y precioso.
A mí me conmueve particularmente esta reunión, porque es una de esas pequeñas grandes satisfacciones que da la vida.
No por merecimientos, sino quizá porque desde trace muchos años he ocupado importantes puestos públicos, ya se imaginarán que he sido invitado en diversas ocasiones para ser padrino de algunas generaciones de estudiantes, dentro y fuera de la Capital. Desde hace muchos años que recibí la primera invitación, la decliné agradecido, pero la decliné.
No es que sea indebido, no es que sea ilegítimo, no es que sea falto de legalidad el escoger una persona y nombrarla padrino; no. Tienen perfecto derecho, quienes así lo desean, a hacerlo, pero les reitero lo que les acabo de decir, lo que les decía en mi carta: creo que el joven, cuando sale preparado, jóvenes privilegiados, como dijo usted, tienen una responsabilidad frente a los que tienen muchísimo menos que ustedes, como son los hijos de los campesinos y los hijos de los trabajadores, que no alcanzan a veces ni escuela primaria. Los jóvenes privilegiados que llegaron hasta la educación superior, deben salir con fe absoluta en sí mismos, en su preparación, y conscientes de su responsabilidad ante su Patria y sus compatriotas, dispuestos a no de mayor. No se adquieren todos los conocimientos en la escuela, y eso ustedes lo saben o lo sabrán porque se los enseñará ásperamente la vida. Prácticamente en la escuela se aprende a aprender, se aprende a estudiar, y al día siguiente de haber obtenido el título hay que volver a empezar. El que se ha dedicado a este tipo de actividades, debe ser un eterno estudiante; nunca podrá, si quiere triunfar, dejar de estudiar. Profesionales hechos, con título; profesionales cuajados por la experiencia -y en la experiencia del ejercicio diario es donde se forma el profesional-, tendrán que seguir dedicando unas horas del día o de la semana a estudiar, para mantener al día sus conocimientos, máxime gire la vida que les ha dado ese cúmulo, ese acervo de enorme experiencia en toros cuantos años, corro hace unos momentos mencionaba, también colma su deuda en tiempo. La técnica y la ciencia evolucionan también a grandes velocidades, y no les bastará el tiempo que nosotros dedicábamos al estudio para estar preparados. Ustedes tendrán que dedicarle mayor tiempo para estar al día, o se quedarán rezagados en el ejercicio profesional, en la investigación tecnológica o científica, en su rendimiento como ciudadanos ante la comunidad en que viven y en su rendimiento económico para sí mismos y para sus familias.
La Sociedad nos ampara y nos protege, pero la Sociedades también exigente e inexorable; podrá haber un sentido de fraternidad o aun paternalismo en algunas instituciones gubernamentales, pero el conjunto social ni se deja amedrentar ni se deja conmover por actividades artificiosas. De ahí que exigirá la mayor preparación a ustedes y a todos los demás jóvenes profesionales de México, e irá escogiendo, inexorablemente, a los mejor preparados para elevarlos a los más altos puestos, e irá dejando en los escalones inferiores a quienes tengan poca fe en su destino, a quienes tengan poca preparación, a quienes no mantengan el entrenamiento continuo que un profesional requiere para el ejercicio de la actividad a que ha querido destinar su vida.
Con mis cordiales palabras, reciban mi gratitud por la solidaridad con mi pensamiento:
Saber que hace años declinaba ser padrino de una generación y ahora se presenta la realidad viva de una generación, que sin comunicación conmigo, sin que yo se los haya platicado ni dicho, han pensado en el fondo exactamente igual a mí, es la pequeña gran satisfacción que les mencionaba hace unos momentos y que ustedes me han brindado, que me servirá de vivo, de cálido estímulo para seguir por la línea que he considerado justa en lo personal y en lo oficial, y en la que enmarco -o trato de enmarcar, por lo menos- mi conducta para servir mejor a mi país.
Gracias, pues, por esta solidaridad ideológica en un noble pensamiento: el desinterés personal y la fe en ustedes mismos. ¡Ténganla también siempre en las instituciones de México y en la Patria mexicana!
Muchas gracias.
Al terminar el Presidente Gustavo Díaz Ordaz su improvisación, el pasante Pedro Contreras puso en sus manos uno de los diez rail folletos editados por la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, "que encierra un mensaje para toda la juventud mexicana, basado en lealtad, honradez, dinamismo, encaminado a un trabajo productivo y un deseo ferviente de que México progrese".
El jefe del Ejecutivo agradeció la entrega, y, posteriormente, saludó, uno por uno, a los presentes, expresándoles su felicitación.
A los lados del Primer Mandatario se encontraron durante este acto, el Director y Subdirector de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, arquitecto Karl Godoy e ingeniero Fidel Jiménez.
Al tiempo que el Presidente de la República abandonaba el Salón de Embajadores para dirigirse a su despacho, todos sus visitantes le lanzaron la tradicional porra del Instituto Politécnico Nacional.
Fuente: Los presidentes de México. Discursos políticos 1910-1988, Tomo IV, Presidencia de la República/ Colegio de México. México, 1988. pp. 220-227.
|