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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1968 Discurso a un grupo de campesinos

Gustavo Díaz Ordaz. 29 de Julio de 1968

Con mucho gusto unas cuantas palabras, en las que va la cordialidad de mi saludo para los campesinos de Colima, para todos los colimenses, y con él, mi profundo agradecimiento por las atenciones que no merezco y que ustedes me brindan.

Recojo el ofrecimiento de continuar trabajando infatigablemente en la tierra de este Estado, hecho por el ejidatario Manuel Martínez Alcalá y reiterado por el secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado, don José Ernesto Díaz López.

Sigamos juntos todos quienes tenemos uno o muchos lazos comunesporque a ustedes y a nosotros nos aglutinan principios que están metidos muy dentro del alma del mexicano, y uno de ellos, que ha sido fundamental y columna vertebral de toda nuestra historia, es el que inspiró la Reforma Agraria.

A quienes vivimos en la Capital de la República y no salimos a la provincia y al campo, a veces se nos olvida la profunda emoción que vibra en el pueblo mexicano hacia su Reforma Agraria.

Allá, en ocasiones no se entiende por qué hay tanta emoción tras del reparto de la tierra, su cultivo y su mejor aprovechamiento, porque se vive lejos del surco; pero quienes están pegados a la tierra y llenos de ella, porque en medio de ella viven, sí sienten profundamente esa emoción que nosotros —representantes del pueblo todo— estamos obligados a tener siempre presente, a no olvidar en ningún momento.

Recordaba el secretario de la Liga algunas palabras mías pronunciadas recientemente: la exhortación para que los mexicanos, muy principalmente los campesinos, no se conviertan en cómplices de su propia explotación. Bastará para ello no sólo denunciar a quienes faltan a sus deberes esenciales para con el campesino o integrantes en general del pueblo mexicano, sirvo esforzarse para no formar parte, como un eslabón más, de esa cadena de explotación y corrupción.

Esas palabras que yo dije en Mérida, fueron recibidas con gran calor por los campesinos yucatecos. Iiemos empezado a recorrer con celeridad ,el camino que hace aproximadamente dos meses dejamos trazado en la blanca ciudad, pero ya se han presentado quienes representan precisamente los intereses creados, los ilegítimos intereses creados que están siendo lastimados por la campaña moralizadora y de limpieza y que pretenden hacerse —aunque nadie se los ha creído— aparecer como víctimas, cuando en realidad son los victimarios.

La República conoce ya a quienes recientemente protestaron por los cursos de moralización y limpieza, no porque pretendan servir a sus compañeros sino porque pretendían no ser privados de los ilícitos beneficios que, a costa de sus compañeros ejidatarios, estaban indebidamente recibiendo y ahora ya no perciben.

El gran solitario de Palacio me dicen que me llamó un distinguido periodista. Sólo uno mismo puede saber la gran soledad en que se encuentra quien llega a la cuspide de la pirámide de las responsabilidades; nadie más puede verdaderamente sentirlo y entenderlo.

La vida me ha deparado una larga y gradual experiencia en ese sentido. Durante los últimos años he estado cada vez más cerca del titular del Poder Ejecutivo Federal, hasta asumir su responsabilidad. Aún desde la Secretaría de Gobernación creía que entendía y que compartía las grandes angustias del Presidente López Mateos, y me di cuenta qué poco compartí de ellas cuando me quedé solo en Palacio el primero de diciembre de 1964, solo frente a los grandes problemas y las terribles carencias de nuestro pueblo. Gran soledad, porque no se sabe ya, ni se tiene hacia quién voltear para encontrar la solución, la inspiración, la decisión que en cada caso van siendo necesarias.

Pero sólo hay soledad en ese sentido. En otro, yo siempre me he sentido acompañado por la presencia, en espíritu, del pueblo mexicano, lo rnisrno cuando aplaude, que cuando reclama airadamente pero con razón; lo mismo cuando acepta satisfecho una solución, que cuando exige otra; lo mismo cuando expresa solidaridad, que cuando expresa frialdad, indiferencia o disgusto. En todas esas emociones, en todos esos sentimientos, en todos esos estados de su alma, el pueblo mexicano está también dentro de Palacio, apoyando, estimulando, alentando, vigorizando al Presidente de la República.

De otro modo no tiene explicación fisiológica, psicológica, científica, en términos generales, la fortaleza de un solo hombre para estar encarando las veinticuatro horas del día infinidad de problemas mínimos, medianos, grandes, enormes. Si no fuera por esa fuerza vital que le da el vigor del pueblo mexicano y que le está transmitiendo constantemente para hacerlo superar la flaqueza de sus tuerzas, lo pequeño de su capacidades y darle una resistencia que rebasa en ocasiones lo que uno ha creído hasta esos momentos el límite de la propia resistencia humana.

Por eso siempre que tengo la oportunidad, a las expresiones quede fuera me llegan hasta Palacio, correspondo con mis sentimientos, con mis pensamientos, con mi palabra —que trata de ser sencillamente expresada—, para que la corriente que viene de fuera hacia dentro, sea equitativamente correspondida desde dentro hacia fuera.

Así como yo los siento, mexicanos de toda la República, muy cerca de mí, en todo momento siéntanme ustedes a su lado en forrna permanente. Sepan que cuando algún problema no se resuelve, o por lo menos no se resuelve con la rapidez, con la urgencia que las exigencias de los núcleos sociales justificadamente tienen, no es porque no tengamosdeseos o ganas de resolverlo; es, en muchas ocasiones, porque no sabemos o porque no podemos, pero nunca, porque no queremos resolver un problema.

Gracias al señor secretario general de la Liga y al ejidatario Martínez Alcalá, por la generosidad de sus palabras, generosidad que fluye através de todo el texto de sus dos discursos; y, para terminar, recojo también las palabras de ese ej idatario, para decir con él que entre todos habremos de seguir construyendo esta Patria que aquí, simbólicamente, vino Hidalgo a concebir, a imaginar, cuando andaba en las calles de Colima anunciando que construiría una campana que habría de resonar en el mundo entero: la simbólica campana que después, físicamente convertida en una campana pequeña, tañó en Dolores Hidalgo, pero que ha sido todavía más grande en lo espiritual de como él mismo la fundió en su alma de Libertador, símbolo que alienta a nuestra Patria, en la que todos juntos —en lo personal quien tiene el honor de dirigirles la palabra— tenemos absoluta fe, por que la tenemos en los principios de la Revolución Mexicana que nos guían, porque tenemos te completa en nuestro pueblo, porque tenernos fe inquebrantable en México.

Muchas gracias.