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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1968 Discurso ante el Congreso del Trabajo

Gustavo Díaz Ordaz, 25 de Noviembre de 1968

Muchas gracias a mis viejos amigos del Congreso del Trabajo, a tantos y también viejos amigos que integran las organizaciones que forman parte de este Congreso y cuya representación ustedes ostentan legítimamente.

Gracias por su visita y por las expresiones de solidaridad que a través de don Manuel Rivera me han reiterado en esta noche, tanto por la continuada, infatigable labor que junto con muchos millones de mexicanos vinimos realizando para afrontar los problemas que este difícil mundo de la actualidad nos hace confrontar a diario, como por la expresiva, generosa felicitación que en este mismo acto me expresan por el Cuarto Informe de Gobierno que tuve el honor de rendir, a través del Congreso de la Unión, al pueblo de México.

En él, como ha sido costumbre, asentamos los datos principales, los más importantes desde el punto de vista político-económico-social-ideológico, dejando muchos millares de datos, unos a los anexos del Informe, otros a las memorias de las distintas dependencias del Ejecutivo y otros más a los múltiples anales de cada una de esas dependencias.

Como es costumbre también, en ese informe nos atuvimos en forma clara la verdad de los hechos, fácilmente comprobables para quien tenga el menor interés de hacerlo. Si alguien duda de la existencia de una cosa que se mencionó, puede trasladarse al lugar donde está tal obra y con toda seguridad la encontrara allí, ya puesta en servicio, brindando a la comunidad y a la región o a la comarca los beneficios que debe brindar; y también como es costumbre, expresamos una serie de consideraciones que significan la explicación que se merece el pueblo mexicano, de algunos de los fenómenos socioeconómicos o políticos que le afectan.

Algunos actos de Gobierno no basta simplemente con realizarlos; a veces requieren una exposición de los motivos en que se apoyaron, de las disposiciones legales en que se fundamentaron, de los objetivos que los mismos persiguen; en otros casos la explicación, la exposición, trata de desentrañar en la complejidad de la problemática actual, el rumbo que el Gobierno ha de seguir, no en forma autocrática —como ustedes losaben perfectamente—, sino en una conjugación en la que se acatan los lineamientos dados por la colectividad mexicana, pero al mismo tiempo se asume la responsabilidad de no ser simplemente conducido en forma ciega, sino la de quien acompaña en el primer puesto de línea de fuego a ese pueblo que combate, ya no para ganar su independencia o por conquistar sus libertades, que independencia y libertades las ha ganado a base de sacrificios, de esfuerzos, de heroísmo, de sangre, de dolor y muerte, sino para afirmar día a día —porque ese es el destino de México— su independencia, para conservar, vigorizar, hacer eficaces las garantías que la Constitución consagra, para que los mexicanos puedan vivir en el máximo de las libertades, que no tienen otra limitación que las libertades de los demás.

No hay una sola de las libertades de que el mexicano disfruta, que esté restringida más allá de la libertad de otro mexicano, porque el derecho de cada uno termina en donde comienzan el derecho de otro o los derechos que tenemos de la colectividad.

A los Informes de Gobierno no vamos con el espíritu —y así lo afirmamos desde el Primero— de ignorar los problemas existentes para decirle al pueblo de México que no hay problemas, o de ignorarlos mintiéndole al asegurarle que los hemos resuelto. Ante la Representación del pueblo mexicano —y ahora por los medios modernoc de difusión. ante su presencia misma, a través de prensa, radio y televisión—aceptamos, porque esa es la verdad y no podría ser de otro modo, la existencia de muchos, de graves problemas, de gravísimas carencias que afectan al pueblo mexicano.

Apenas si vamos con el esfuerzo de todos, esfuerzo al que el gobernante suma el minúsculo suyo personal, aliviando esas carencias y resolviendo algunos de esos problemas, pero aceptando, al mismo tiempo, que seguimos teniendo muchos y graves, sosteniendo los lineamientos que se consideren más inadecuados para afrontarlos, con la esperanza y la decisión de irlos resolviendo en la medida de las posibilidades y a sabiendas, con plena conciencia, de que cuando se resuelve un problema, esta resolución da nacimiento a otro u otros problemas más.

Si no fuera así, la humanidad sería una simple colmena que nunca progresaría, que cuando resuelve el problema de la alimentación de la reina o de la acumulación de alimentos para los miembros de la comunidad, de hecho ha resuelto todos sus problemas, por lo menos en ese ciclo de acción del que extrae los elementos para sostener a la colectividad. Pero los hombres no somos así: cuando alguien se logra emancipar, digamos para poner un ejemplo muy fácil, en la colectividad de la Capital, en algunos sectores —por cierto no el de ustedes— de la esclavitud del autobús, del sistema de transporte colectivo para las clases populares, porque ese individuo ha logrado adquirir un automóvil propio, tiene la impresión de que resolvió su problema de transporte. Sí, y al día siguiente tiene que afrontar el problema de las llantas y del aceite y de la gasolina y de sus impuestos y el de la placa y el de las infracciones y el de los accidentes, el del seguro y el de las reparaciones. Es decir, apenas resolvió un problema pero se planteó a sí mismo diez o veinte problemas más.

Absurda la actitud aparentemente del hombre, pero no lo es, porque el paso de emanicipación del sistema colectivo sujeto a voluntades ajenas vale la pena como afirmación de la propia responsabilidad, como logro personal obtenido en la lucha diaria por conquistar un nivel superior de vida; vale muchísimo más que la preocupación y la ocupación que tiene como consecuencia el haber resuelto un problema que le crea otros más.

Así son las colectividades: resuelven un problema y saben que al resolverlo hay que afrontar otros múltiples, variados, a veces más complejos y a veces más difíciles de resolver, y así nuestro país ha llegado a una época en que partiendo de su situación de muchos años atrás, primero de colonos, después de pueblo que se independiza, que lucha internamente y frente a las agresiones del exterior, para consolidarse como nacionalidad, logra por fin, con un ritmo apreciablemente acelerado, su desarrollo económico y vive horas sumamente difíciles, porque se enfrenta a los viejos, serios problemas de un país que no ha alcanzado su total desarrollo, pero al mismo tiempo tiene ya que enfrentar los graves y complejos problemas de un país que se está desarrollando; es decir, vivimos en la época en que todavía tenemos los problemas viejos y ya estamos probando el amargo sabor de los problemas nuevos.

De ahí la necesidad de que las clases sociales de mayor responsabilidad, las que constituyen la base firme sobre la que se levanta el edificio de nuestra nacionalidad, que son fundamentalmente los obreros y los campesinos y millones de clase media modesta, que conj urna la mayoría de la población mexicana, tengan a plenitud el conocimiento de las responsabilidades y de los peligros de esta hora; pero al mismo tiempo que sepan con optimismo y con fe en el futuro, que esos peligros y las amarguras de los problemas actuales enseñan y prometen para el porvenir la posibilidad de elevar el nivel de vida de las mayorías de nuestro pueblo.

Nos ha tocado además, en esta hora de transición interna, tropezar con los problemas gravísimos que caracterizan la época de transición mundial que vivimos, en la que se han tirado por la borda muchos de los valores considerados como fundamentales hasta hace poco, pero todavía no se encuentran, por lo menos con claridad para las grandes masas, aquellos que van a substi uirlos.

Nunca te sueltes de la rama de un árbol sin haberte agarrado de la otra, oía yo como consejo en mi casa, cuando era pequeño.

Vamos, porque no somos un pueblo inerte, inactivo, conservador, sino un pueblo dinámico, viviente, revolucionario, a modificar lo que deba modificarse, a corregir lo que deba corregirse, pero a conservar lo que deba conservarse.

Así nos llamen conservadores, conservaremos la fe que Hidalgo tuvo en la Independencia de México; el valor social y militar de José María Morelos para enfrentarse a todas las calamidades; conservaremos la disciplina del generalísimo que renunció al grado frente al Congreso para ser simplemente Siervo de la nación, él que es, sin discusión, el caudillo supremo de la Insurgencia; conservaremos el espíritu indomable de los aguiluchos que murieron aquí cerca, en el Castillo de Chapultepec, en 1847; conservaremos la voluntad inquebrantable de Benito Juárez, lo mismo cuando lucha por establecer o porque rijan las Leyes de Reforma, que por impedir que un imperio ridículo trate de gobernar a un país que ha decidido soberanamente constituirse en República; conservaremos esa misma voluntad inquebrantable que lo lleva de los desiertos del Norte al Cerro de las Campanas, en Querétaro; y después a Palacio Nacional, a restaurar la República. Conservaremos la fe iluminada de Francisco I. Madero, de los Flores Magón, de Carranza, de Zapata, de Villa, de Obregón, de Calles, de Cárdenas, de Avila Camacho, de Alemán, de Ruiz Cortines y de López Mateos, que en sucesión eslabonada de cambios de estafetas, cada quien a su hora y afrontando las peculiaridades a las que le tocó hacerles frente, logran llevar a México, a través de vicisitudes y de peligros, hacia adelante.

Tampoco nuestro barco navega en aguas mansas; nuestra nave va por mares tormentosos, pero nunca ha naufragado ni tiene temor de naufragar; deberá de ir adelante para llevar a nuestro país al puerto seguro de su prosperidad, de la confirmación de su independencia y de la libertad de sus habitantes.

Gracias también por la felicitación en que me hacen copartícipe del triunfo obtenido por el pueblo mexicano en un evento importante para nuestro país.

Aparentemente se trataba sólo de que un grupo de jóvenes corrieran más aprisa o brincaran más alto que otros, en una labor intrascendente, pero la verdad es que México había adquirido un compromiso solemne de honor que debía cumplir; lo había contraído con las naciones todas del mundo. ¡Qué frustrados, qué apenados, qué tristes, qué dolidos nos sentiríamos millones de mexicanos si no hubiéramos podido, por esta o aquella circunstancia, cumplir el compromiso que habíamos contraído ante el mundo! Nuestra fe se hubiera derrumbado, la fe del exterior en México valdría cero. Pero el pueblo mexicano no es un pueblo que decida una cosa y permita que vengan manos minoritarias, extrañas o interiores, a impedir el cumplimiento de su voluntad. El pueblo mexicano había decidido realizar con decoro y brillantez los Juegos de la XIX Olimpíada, y entre todos hicimos que esa voluntad se cumpliera, contra viento y marea, contra quienes querían debilitar la fe de los mexicanos, contra quienes pretendían que el prestigio y la imagen diamantina de nuestra Patria quedara manchada por no haber sabido o no haber podido hacer honor a la palabra empeñada.

México había lanzado su espada en prenda. Fue por ella y la tiene poderosamente asida en sus manos después de haber realizado con brillantez inusitada, con reconocimiento mundial, la compleja organización que significa un evento mundial, como los Juegos Olímpicos, con la máxima precisión, con la mayor exactitud, con gran preparación, resolviendo complejísimos y múltiples problemas, algunos que por primera vez se habían presentado en la historia de estas competiciones, porque el avance de la tecnología y de la ciencia hace que cada día se presenten nuevos problemas de toda índole y que cada país que acepte el compromiso de honor, tenga necesidad de echar mano de todos los recursos que su hora, que su tiempo brinde a la humanidad, para poder presentar lo más avanzado.

Pero México, además de la acumulación de los conocimientos del hombre en la técnica y en la ciencia, puso en esas competencias, al abrir los brazos a la juventud del mundo entero, un calor humano que ningún evento con anterioridad había tenido, un sentido de hospitalidad que no se había presentado en años anteriores y en otros países, un desbordamiento de cálido afecto para todos los visitantes y de conciencia de su propio prestigio y responsabilidad, que fueron el digno marco con que se iniciaron los eventos, y el estallido emocionado con que se clausuraron, y es que en ese estallido estaba la satisfacción de un pueblo que había decidido realizar los Juegos Olímpicos de México y había cumplido su palabra, frente a quienes le negaron a nuestro país la capacidad de organización, y enfrentándose a quienes trataron de estorbarlos, de impedirlos, de deslucirlos, y que fracasaron estruendosamente, porque nunca unos cuantos, por muy audaces que sean, son capaces de vencer la opinión mayoritaria de muchos millones de hombres, si éstos tienen la voluntad y la decisión necesaria para llevar adelante sus propósitos.

Así fue como México cumplió con el compromiso, y lo hizo con la brillantez, el decoro que ustedes y el mundo entero están reconociendo a nuestro pueblo.

'Además tuvimos —entre las muchas consecuencias que estos Juegos Olímpicos producen— una muy importante: la intensificación del espíritu deportivo de nuestra juventud, canalizándose hacia la práctica de las actitudes atléticas.

Miles y miles de niños en la Capital y en la Provincia, de jóvenes y aun adultos, hacen hoy esfuerzos coordinados y técnicos para mejorar

sus condiciones físicas, o balbuceos incipientes, ingenuos, trazando una raya al suelo para saltar y ver qué distancia recorren en el aire.

Miles y miles de niños y de jóvenes mexicanos están metidos dentro del espíritu deportivo que, como estela luminosa, nos dejó el meteoro de las Olimpíadas Mexicanas, y que debemos aprovechar. Ustedes los trabajadores de México pueden ser un factor muy importante para seguir estimulando a nuestra juventud y que conserve ese entusiasmo, porque es muy benefica para ellos, la práctica de los deportes que vigoriza el cuerpo y pule el alma, alejándola de tantas actividades perniciosas. Bien valen la pena los esfuerzos y los sacrificios que el pueblo mexicano ha realizado para conseguir primero, y para ejecutar después, su Olimpíada, por el simple hecho, independientemente de otras circunstancias, de que haya quedado en nuestra juventud un deseo ferviente de hacer más deporte.

Fui enterado —pasando al otro punto de los tratados por don Manuel Rivera —por el señor Secretario del Trabajo, de la presentación de los puntos de vista de las organizaciones de trabajadores respeto al anteproyecto de una nueva Ley Federal del Trabajo, que una comisión de técnicos encargada especialmente por la Secretaría del ramo para efectuar este trabajo está ejecutando en estos momentos, junto con los puntos de vista que el sector empresarial ha presentado también respecto a ese anteproyecto.

En términos generales, por la información que poseo, en sus lineamientos fundamentales y en la gran mayoría de su articulado, hay consenso general de trabajadores y patrones para hacer el esfuerzo de superar nuestra Ley de Trabajo, que es buena, que ha cumplido —desde 1931 a la fecha— un eminente servicio al desarrollo de nuestra comunidad, que ha cubierto toda una etapa del desenvolvimiento obreropatronal de México, pero que como toda obra humana es perfectible, y si está en nuestras manos, debemos corregirla, mejorarla, hacerla más eficaz.

Yo tengo esperanza de que en el curso del mes entrante, a más tardar, esté terminado el punto de vista final de la comisión técnica para basarme y en el y poder presentar, antes de que termine el periodo ordinario de sesiones del honorable Congreso de la Unión, correpondiente al ejercicio 1967-1968, la Iniciativa correspondiente, la cual, a través de los representantes que ustedes tienen dentro del Congreso, podrán defender, sostener, corregir y perfeccionar.

Hoy mismo el Departamento Jurídico de la Secretaría de la Presidencia me decía, precisamente, que había prácticamente terminado de conversar con los miembros de la comisión y con el señor Secretario del Trabajo, acerca de algunos puntos en que había algunas, aunque no grandes, divergencias.

Ojalá, y les repito, tengo confianza en que lo podremos hacer, no en el curso de este mes que está ya por terminar, pero sí a principios del entrante, presentemos este proyecto para su estudio público ya no como anteproyecto sino como Iniciativa de Ley, para reformar y mejorar los cauces legales que reglamentando el Artículo 123 de la Constitución, se dieron a México desde la época en que era Presidente el señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio a quien le tocó el privilegio de la expedición de la Ley.

Hechas estas acotaciones a las cuestiones que me plantearon ustedes, cordial y afectuosamente a través de las palabras de nuestro viejo amigo paisano mío además. Manuel Rivera, quiero reiterarles la cordialidad de mi saludo, mi reconocimiento por la firme, inquebrantable, permanente solidaridad que he sentido de la clase obrera en todo momento, pero se hace más notoria cuando las horas son difíciles, son amargas; y horas difíciles y amargas las hemos pasado todos en los últimos meses, y creemos que no por injusticia ni por yerro, sino por incomprensión de algunos de los aspectos de nuestra vida social, económica y política y por el deseo natural de quienes gozaran viendo que México se autodestruyera, pero que estoy seguro nunca verán conseguido su propósito.

Muchas gracias y mucho gusto en saludarlos a todos.