Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1966 Discurso en el almuerzo ofrecido a los esposos Johnson en Los Pinos

Gustavo Díaz Ordaz
15 de Abril de 1966

Señor Presidente y Amigo de México y Amigo Personal Nuestro; Distinguida Familia Johnson; Distinguidos Miembros de la Comitiva del Señor Presidente Johnson; Señoras y Señores:

Antes que ninguna otra cosa, quiero rogar al que ya va resultando viejo conocido y amigo mío, el extraordinario intérprete del señor

Presidente Johnson, que me haga favor de hacer la versión al inglés de las breves palabras que voy a decir en esta ocasión.

El señor Barnes al hacer la traducción, omitió el elogio que de su persona hizo el Presidente Díaz Ordaz. Ello dio origen a que el Mandatario mexicano añadiera:

"¿Y el ruego que le hice?".

Luego expresó:

"Yo no hablo inglés, pero me doy cuenta de cuando me hacen trampa".

Ambas cosas provocaron las risas de los presentes. Todavía el jefe del Ejecutivo recalcó:

"Tradúzcalo también, por favor".

Y continuó el Presidente Díaz Ordaz:

Estaba yo en plena campaña electoral cuando los corresponsales extranjeros acreditados en México me pidieron que les concediera una conferencia de prensa, esas peligrosas, tremendas conferencias de prensa en que lo bombardean a uno con preguntas con la mejor de las intenciones del mundo, con el deseo más sincero, más honrado de informar a la opinión pública y con la maliciosa intención de algún reportero de ver en qué momento el interrogado comete un error.

Entre las preguntas que me formularon, y a propósito de que desde el inicio de la campaña electoral habían surgido muchos chistes que para honra mía versaban fundamentalmente sobre mi personal fealdad, me preguntó una reportera si no me molestaban esos chistes, y tuve oportunidad de contestarle que en la historia conocía yo el ejemplo de un hombre a quien se había tratado de vedar la llegada al supremo puesto de su país, el de Presidente de la República, alegando la razón de que era feo; que yo me consideraba sumamente orgulloso si podía -como ese hombre- servir tan eficaz, tan leal y tan brillantemente a su pueblo, aun siendo feo, como aquél lo había hecho: se trataba de Abraham Lincoln.

Ese hombre feo es el que hoy nos convoca, en la capital de la República Mexicana, para rendirle un sentido, entusiasta homenaje del Gobierno y del pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica y del pueblo y del Gobierno de México.

Pero como además, en la modesta casa en que yo nací y viví ¡tus primeros años había agua y había espejos, yo le agregaba en la contestación a la reportera, que nos hacen a los poblanos -a quienes hemos nacido como yo en el Estado de Puebla- el cuento de que somos falsos, que los mexicanos luego demostramos en la expresión que somos hombres de dos caras, una fama muy injusta por cierto, porque salvo algunas no muy honrosas excepciones los poblanos no somos así.

Y entonces le pedí permiso a la reportera para contestarle su pregunta con otra, diciéndole: ¿Usted cree que si tuviera yo dos caras usaría ésta para los retratos de la campaña?

Estas cuestiones que yo he platicado y que afortunadamente les han provocado hilaridad, las he dicho en honor a nuestros distinguidos huéspedes, porque queremos que se sientan realmente a gusto y como si ésta fuera su propia casa, porque este es el estilo con que el norteamericano hace brindis como el que yo tengo ahora el honor de hacer.

Si fuera al que algunos consideran "estilo mexicano", simplemente hubiera me concretado a hablar de la sangre, del dolor y de la muerte.

Yo creo que por eso los brindis son tan bien recibidos en los Estados Unidos y ponen tan mala cara en México cuando se habla después de la comida. Voy a esa dolorosa parte.

Quiero expresar a nombre del pueblo y del Gobierno mexicano, reiterar, más bien dicho, porque ya la expresión la llevó la voz del señor Secretario de Relaciones Exteriores en la ceremonia de esta mañana, nuestra gratitud por esa hermosa estatua con que han obsequiado al pueblo mexicano.

Gracias, porque ella en sí misma es una obra de arte, es una magnífica expresión de la escultura, así sea considerada en sus cánones clásicos, pero presenta para nosotros al Lincoln, que desde pequeño empezamos a ver retratado en las gráficas de los libros o conocimos por las anécdotas de su patria o sus grandes acciones como prócer, gran prócer, del amigo país que son los Estados Unidos.

Gracias además, señor Presidente y pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica, porque al cruzar nuevamente usted el Río Bravo de regreso a su Patria, habrá dejado un motivo más de orgullo para nosotros, los que vivimos en esta ciudad, porque con la estatua de Lincoln en ese bello parque, habrá quedado más bella aún -lo puedo decir orgullosamente- nuestra hermosa capital.

Si ustedes me lo permiten, yo quisiera aprovechar esta ocasión para expresar nuestro reconocimiento muy profundo y sincero hacia dos hombres a quienes posiblemente dentro de muchos años todavía los mexicanos recordarán porque levantaron su voz a favor de México -si cometo alguna omisión, yo les ruego a quienes sean omitidos que me perdonen porque no ha sido intencional, pero a quienes me refiero están aquí presentes-: el Senador Mansfield y Thomas Mann.

En la ocasión anterior en que tuve el honor de platicar con usted, señor Presidente, y que usted hizo la distinción de brindarme la hospitalidad de su rancho en Texas, al concluir una conversación después de haber tratado diversos temas, yo le decía: Siento que conozco el alma del mexicano; que estoy dentro de lo que siente mi pueblo; de este pueblo que usted contempló anoche, y que está haciendo denodados esfuerzos en alcanzar un nivel de vida superior en todos los órdenes; pero al que si algún día el destino lo pone en la terrible encrucijada de tener que escoger entre la prosperidad y la libertad, el mexicano impulsado por lo más profundo de su esencia escogerá la libertad antes que la prosperidad porque los mexicanos preferimos vivir y morir pobres pero libres, y no prósperos pero esclavos.

Aunque orgullosamente libres, sabemos también que todavía este mundo angustiado nos ha de permitir conjugar la prosperidad con libertad y lograr que el modesto bienestar material de que yo hablaba ayer en el aeropuerto, a que aspiran todos los hombres; un techo, un vestido decoroso, pan y escuela para todos y oportunidad sin distinción por color, por raza, por religión o por ideas políticas, sea un ideal que alguna vez hemos de realizar, y si no nosotros, ni los hijos de nuestros hijos, sí lo habrán de lograr sobre este planeta los nietos de nuestros nietos.

Somos orgullosamente celosos de nuestra dignidad, de nuestra independencia y de nuestra libertad, pero todos ustedes, distinguidos visitantes de México, pudieron comprobar anoche que también somos capaces de brindar una cordial, entusiasta y leal amistad a nuestros amigos.

si eso les digo a ustedes, a ese maravilloso pueblo que ayer en la tarde y en la noche se volcó a las calles desde el aeropuerto hasta el Bosque de Chapultepec, yo orgullosamente desde aquí le digo: Pueblo mexicano, así se ganan las batallas de la amistad.

Señor Presidente Johnson,

Lady Bircí,

Bellas Señoritas Johnson,

Señor Secretario de Estado,

Señores Senadores,

Señores Miembros de la Cámara de Representantes, Señor Embajador,

Señoras:

Quiero levantar mi copa y brindar porque la familia Johnson, que ha sido acogida con toda cordialidad en el seno de nuestro hogar, no un hogar excepcional, un hogar como hay miles, millones de hogares en México, que es nuestro hogar, tenga mucha ventura personal, y por que el pueblo amigo de los Estados Unidos progrese, viva en paz y alcance la felicidad. Y brindar también por que la amistad sea perdurable, leal y sincera entre nuestros dos pueblos.

¡Salud!