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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1966 Discurso en la Universidad de Guadalajara

Gustavo Díaz Ordaz, 30 de Junio de 1966

Honorable Claustro Universitario;

Señores exRectores;

Jóvenes Alumnos:

Señor Gobernador y demás Autoridades Civiles y Militares, Federales y del Estado:

No pretendo decir un discurso en tono doctoral porque me sabe mejor hablar fraternalmente sintiéndome no un maestro, título que tan generosa e inmerecidamente se me otorga, sino charlando como un viejo estudiante que tiene muchos años de serlo y que pasa por la vida ansioso de aprender: que algo va aprendiendo cada vez que conoce a un hombre más o se pone en contacto con un paisaje distinto.

En primer lugar quiero expresar mi sincero reconocimiento por los conceptos que Inc han dedicado, pero muy principalmente deseo reiterar públicamente mi afecto para esta prestigiosa Casa de Estudios, como institución de cultura, corro comunidad de maestros y estudiantes que con espíritu humanista se esfuerzan en descubrir la verdad y en realizar la belleza.

Mi reconocimiento a esta Casa que siempre me ha abierto generosa y afectuosamente sus brazos, tal y como lo ha vuelto a hacer en esta noche que para mí será inolvidable.

Me siento orgullosamente provinciano y orgullosamente nacido en una Universidad provinciana. A nadie ofendo si digo que me sentiría muy honrado de haber logrado mi título universitario en otra Casa de cultura, pero que por ningún motivo ni por nada cambiaría mis dos fuentes de origen cultural: el viejo Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca y el añoso Colegio del Estado de Puebla, que formaron rni pensamiento y forjaron mi voluntad para lanzarme a la vida con el propósito firme de tratar de que algo de lo mucho que yo había recibido de mis maestros, de lo mucho que he recibido de la colectividad en que vivo pudiera devolverlo, aunque fuera en parte, para corresponder a las oportunidades que tris maestros y mi Patria me brindaron.

Esta mañana en la ex Hacienda del Carmen, donde mi padre fue modesto administrador y yo viví fineses felices de mi infancia, un niño me decía que acudía yo a la cita que había concertado con mis viejos y queridos recuerdos y efectivamente, como lo citaba hace unos momentos el Presidente de la Federación de Estudiantes, volví a los patios amplios y soleados de las tradicionales casas de la tierra jalisciense; pero antes había sentido —desde ayer— una profunda emoción porque pienso y siento que he entrado en el soleado corazón, siempre generoso siempre afectuoso, del viril jalisciense.

Comparaba el jalisco de ayer con el jalisco y pensaba, como lo he hecho muchas veces en el curso de mi vida, que con frecuencia olvidamos que 10 que hoy tenemos y disfrutarnos ha costado a nuestros antecesores muchos sacrificios, mucha sangre y muchas vidas.

A fuerza de nacer en la era de la luz eléctrica, del ferrocarril, la carretera, el alumbrado público y tener a la mano mucho de los adelantos que la ciencia y la tecnología ponen a disposición del hombre actual, se nos olvida que hace muchos años, y en ocasiones no tantos, nos alumbrábamos corso cuando yo viví en la Ilacienda del Carteen, con lámparas de petróleo y no teníamos carretera ni sistemas de riego, ni seguridad social en ninguna de sus manifestaciones. En resumen no había todas las brillantes oportunidades que el México de hoy, forjado a golpes de esfuerzo y de sangre, brinda a sus jóvenes, a sus adultos y aun a sus viejos.

Acostumbrados a la conuxlidad se nos olvida el esfuerzo y el sacrificio que ha costado todo lo que hemos logrado. y este olvido aparte de disminuir el ímpetu —que no debe disminuir jamás en el honsbre que quiera progresar y hacer progresar a su Patria—, crea muchas yeces un principio de frustración o de amargura, porque se considera que todo lo que hoy se posee es estay poco, es insignifiante, y esto es falso: lo que hoy poseemos es ya muy importante, muy valioso, es un capital, un patrimonio oral, intelectual y material de nuestra Patria, un patrimonio inestimable que todos los mexicanos debemos esforzarnos en conservar. Y debemos estar conscientes de que si no hacemos Iodos los esfuerzos necesarios para conservar acrecentar ese patrimonio, en un momento de vacilación, de duda o de insensatez podernos perderlo todo para tener entonces que volver dolorosamente al precario principio que ya hemos superado.

Yo exhorto, en calidad de viejo estudiante a los jóvenes estudiantes de hoy a que mediten con frecuencia en lo mucho que el esfuerzo de los hombres de México ha puesto ya a su disposición; lo mucho que la Revolución Mexicana, que primero se llamó insurgencia, después Reforma y más tarde Movimiento Emancipador que lucha por la justicia social, ha logrado en todos los órdenes:laslibertades y las oportunidades que brinda a todos para abrir posibilidades de mejoría en todos los aspectos.

Reconozco que tenemos muchas carencias, que padecemos muchas insatisfacciones; y en el orden universitario las conozco muy bien y me angustia que no esté en mi mano colmar las peticiones como fueran mis deseos. Pero si nos apegamos a la realidad tendremos que llegar a una conclusión: no será posible, ni para el Gobierno que encabeza determinado hombre en el Estado o en la República, ni para el Gobierno en general, independientemente de los hombres, no será posible, repito, continuar el aumento creciente de las cantidades destinadas a subsidiar la enseñanza, desde la más elemental hasta la más elevada.

Y ya que estoy en una Casa universitaria quiero imponer a las Universidades de mi Patria que juntos estudiemos un plan para ir formando con grandes esfuerzos si es necesario, el patrimonio para cada una de las Universidades de Provincia, en lugar de ir solamente entregando dinero que se diluye en satisfacer las diarias necesidades. El propósito.

Los invito pues a pensar detenidamente en las posibilidades de esta sugestión y vamos a afinarla si las Universidades de México están de acuerdo con esta idea. Esos patrimonios seguirán siendo productivos permanentemente y a medida que se fortalezcan disminuirá la carga sobre los Gobiernos Municipales, Estatales y Federal, con lo que éstos podrán dedicar mayores recursos a atender las múltiples necesidades de otros sectores de la población que también están reclamando el auxilio, la ayuda, la cooperación gubernamental porque para eso los pueblos se esfuerzan también en contribuir a los gastos del Gobierno.

Hagámoslo con fe, con la seguridad de que podremos lograrlo, como hemos logrado tantas cosas que parecían inasequibles y remotamente distantes. Quien hace veinte o treinta años huhieraprofetizado el progreso económico de México, ya no a los niveles que ahora hemos logrado, sino al cincuenta por ciento, hubiera sido tildado de utopista o quizá de loco. Sin embargo la realidad ha sido más vigorosa aún que las más optimistas ilusiones de quienes pensaron que estábamos en el camino del desarrollo y del progreso pero que no imaginaron que ibarnos a lograr las metas que hemos alcanzado. Metas muy valiosas sí, pero que no deben fundirnos en la molicie sino por el contrario estimularnos a intensificar el trabajo porque todavía hay mucho por hacer y las necesidades todavía son mayores que los logros conseguidos.

Quien piense que la batalla de la juventud la ha perdido la Revolución, es víctima de una confusión.

Un determinado hombre puede haber sufrido una derrota porque no haya podido conquistar la solidaridad, la simpatía o la confianza de la juventud; pero la Revolución, como ideal, como principio, como fuerza, como dínamo potente de la vida de México, ni ha perdido ni perderá la batalla de la juventud porque en la juventud están las esencias más puras de la le revolucionaria.

Inquietudes las tendrá siempre la juventud, porque tiene exceso de energía que necesita canalizar debidamente y porque se va enfrentando diariamente a fenómenos para ella desconocidos y que excitan y exacerban sus sentimientos y sus pasiones, la juventud tiene que librar duras y diarias batallas para irse adaptando a la nueva realidad que y a c ona iendo, sobre todo, a la que resulta de la incomprensión derivada de la diferencia de edades entre los jóvenes y los viejos.

Es difícil para el joven comprender el pensamiento del hombre que está en la madurez o más allá de ella; es difícil para el hombre maduro o viejo comprender el pensamiento del joven. Pero nosotras. los 'lejos, tenemos obligación de comprender a los jóvenes porque la propia edad nos da capacidad pata ello pues ya hemos sido viejos en tanto que los jóvenes no lo han sido todavía.

Entonces a nosotros es a quienes corresponde un mayor esfuerzo, una mayor amplitud en el espíritu comprensivo, para entender cómo y a dónde van esas manifestar iones no siempre correctas y a ti eres erróneas y equivocadas de la juventud. Pero con fe permanente en esa juventud que sabe corregir los errores cuando se le muestran; que sabe escuchar las razones de la experiencia y rectifica el caprino si se le demuestra que no es el idóneo, podemos confiar ampliamente en el futuro de México.

Con mi agradecimiento reafirmo mi fe en esta juventud de Jalisco que tiene como inspiración a ese mexicano universal, a ese jalisciense. universal, cuya presencia en los murales de este recinto, en el Hospicio Cabañas, en el Palacio de Gobierno, consigna cómo lo atormentaban las carencias de nuest o pueblo y las injusticias pero que no se amedrentaba ni se dejaba vencer por ellas, ni lo dominaban la frustración ni la arpargura.

Ustedes me hicieron el honor de recordar palabras pronunciadas por mí y convertirlas en el leitmotiv de cartelones en la recepción generosa y alegre que inc brindaron: "Jalisco está de pie y trabajando".

Continuen así: Jalisco de pie y trabajando con sus estudiantes, con sus obreros, con sus hombres de empresa, con sus profesionales; Jalisco de pie y trabajando para lograr el estado fuerte y grande que ustedes desean y que por su denodado esfuerzo ustedes se merecen; Jalisco de pie y trabajando para contribuir al engrandecimiento de México.

Muchas gracias.

 

Fuente: Los presidentes de México. Discursos políticos 1910-1988, Tomo IV, Presidencia de la República/ Colegio de México, México, 1988. pp. 214-216.