Septiembre 1 de 1964
Honorable Congreso de la Unión:
He informado, a través de vuestra soberanía, al pueblo mexicano de las actividades desarrolladas por el gobierno que presido, durante el último año de mi mandato. Dicha obra, he querido enmarcarla dentro de la perspectiva de los seis años en que hemos servido al país.
Los hombres del campo, en sembradíos, bosques y minas; los de la ciudad, en fábricas, oficinas y talleres; los técnicos e intelectuales, en escuelas, laboratorios, hospitales y bibliotecas; los miembros de las fuerzas armadas, en tierra, mar y aire; los inversionistas y dirigentes de empresas; los que prestan servicios a los viajeros, en hoteles, restaurantes y centros de esparcimiento; los dedicados al transporte, en carreteras, ferrocarriles, buques y aeronaves; los constructores de caminos, habitaciones y obras diversas; aquellos que producen, distribuyen y consumen; las mujeres y jóvenes que integran y animan los hogares; en suma: los mexicanos todos han sido los autores de la labor que desde el gobierno solamente organizamos, impulsamos y dirigimos sin desmayos ni pausas.
El trabajo coordinado del pueblo ha logrado que nuestro país, en esta etapa de su vida -aunque pequeña dentro de las dimensiones de su historia-, haya llegado a ser una nación más próspera y estable, más respetada y mejor definida en el concierto de las naciones. Al mismo tiempo, y justamente como consecuencia de la tarea realizada, los mexicanos pueden configurar cada vez mejor los hondos problemas que han de seguir enfrentando en el futuro de la patria.
Para servir al pueblo fuimos electos, entregamos a esa labor nuestro esfuerzo y continuaremos la tarea hasta agotar él tiempo que nos fijó la voluntad popular. Las cifras y datos que hemos dado y los que puedan elaborarse para cuantificar el trabajo de estos seis años, significaría poco si las obras emprendidas no estuvieran henchidas de nuestro entusiasmo amoroso, conjugado con la solidaridad y estímulo del pueblo. Durante
seis años me ha acompañado el pueblo, con su sólido respaldo, con su fe redoblada, con su cariño creciente. Mi gratitud para él tiene la magnitud de su propia grandeza; de la grandeza de su generosidad que no conoce límite. La obra que realizó nuestro gobierno no siempre fue a la medida de nuestros deseos, pues hubo de ajustarse a los medios disponibles.
Constituye un cerco para la voluntad del gobernante tener que obrar dentro de lo posible; uno de sus desalientos consiste en saber cuántas cosas deberían hacerse, vistas las necesidades de su pueblo y, a la vez, conocer que no cuenta con elementos para realizarlas todas.
Cuando el gobernante se hace esas reflexiones -no sin cierta amargura- y las guarda en su conciencia, no faltan quienes crean que ignoraba los hechos reales o que era negligente; pero frecuentemente lo contrario: al saber las deficiencias y limitaciones de los recursos, hace lo posible por reducir aquéllas e incrementar éstos, y llegado al límite de lo factible ajusta a éste su tarea, mientras escucha las críticas contra lo que podría considerarse su imprevisión o su ignorancia.
Durante el último año, venturosamente nuestra labor se realizó en circunstancias interiores y exteriores, que es bueno tener presente para valorar el sentido del desenvolvimiento de la vida nacional. Tenemos la satisfacción de repetir que hemos logrado fórmulas institucionales, que permiten el cambio de los hombres en la dirección gubernativa, sin que peligre la paz pública, se altere la vida del país o se rompa la continuidad del esfuerzo nacional para nuestro desarrollo.
Por eso observamos con agrado que las operaciones electorales que han de llevarse a cabo, para la renovación de los gobernantes, influyen cada vez menos en el mantenimiento del ritmo de trabajo. Los mexicanos ahora se preparan, organizan y asisten a las elecciones generales, sin que el proceso de las tareas en marcha o en preparación, se detenga por temores o incertidumbres.
Asimismo, a pesar de la influencia que tienen sobre nuestra vida los acontecimientos que ocurren fuera del país -y que significan mucho para nosotros, en lo material o en lo moral-, el ambiente nacional es menos vulnerable a las alternativas perjudiciales que de aquéllos pueden derivarse. Nuestra solidaridad nacional nos da estabilidad y firmeza y nos produce el respeto de nuestros amigos, unido a las muchas consideraciones que de ellos recibimos.
En el proceso electoral para la renovación de los Poderes de la federación, la actividad de los partidos políticos ha mejorado notablemente; las tendencias nacionales se definieron mejor; nuestro régimen lidad, sin cortapisas ni presiones, y la responsabilidad de toda la ciudadanía tuvo una brillante ocasión de manifestarse. Todo eso, que es producto de la estabilidad social y política del pueblo mexicano, ha revertido fortaleciendo más aún la cohesión y tranquilidad de nuestro país.
La tranquilidad que el país presenta después de las elecciones, es la manifestación indudable del consenso popular con su limpieza y sus resultados. Nos enorgullece esa tranquilidad, tomados en cuenta sus orígenes y sus consecuencias, sobre todo en una época en que otros pueblos que parecían haber alcanzado definitivamente las metas democráticas, se hallan sometidos a perturbaciones que amenazan y oscurecen su provenir.
Triunfaron los candidatos de la tendencia revolucionaria mexicana. Con su victoria, se han acrecentado las obligaciones de todos los sectores que creen y luchan por el progreso y por la justicia social; de los hombres que han actuado en diversas fases de la Revolución; de las nuevas generaciones que han recibido su legado; de los dirigentes sociales que trabajan por el mejoramiento de sus sectores; de los profesores e intelectuales que influyen sobre las conciencias nacionales; de los que creen en un México perfectible y lo quieren más justo y más venturoso para todos.
En la medida en que la tendencia revolucionaria es y ha sido la que origina y fortalece la estabilidad nacional, aumenta su responsabilidad para sostener y mejorar la unidad de los mexicanos.
Después de un proceso electoral tan transparente como el que culminó el pasado 5 de julio, con la franca aceptación que de sus resultados han hecho los partidos contendientes, tenemos la certeza de que el nuevo gobierno representa la voluntad del pueblo y se halla respaldado sólida y ampliamente por él.
Me considero conocedor de las virtudes personales de los electos, especialmente del cuidadano que, por voluntad expresa y arrolladora del pueblo, habrá de sucederme en la investidura que ostento y, por eso, es mayor que nunca mi tranquilidad sobre el futuro de México.
De esa circunstancia me felicito y felicito al pueblo mexicano, por conducto de vuestra soberanía.
Si el pueblo, en las recientes elecciones, votó mayoritariamente por la Revolución Mexicana, serán sus postulados y su programa los que sigan alentando la vida nacional. Por eso, nada debemos procurar los mexicanos con más entusiasmo, durante los años que vienen, que la unidad inquebrantable en torno a nuestra patria, la firme adhesión a los principios que ella ha definido en el curso de su historia y la confianza en las perspectivas que ofrece el porvenir de la nación.
Entre tanto, la situación del mundo no es del todo tranquilizadora. Podríamos decir que hemos progresado en el desarrollo de las fuerzas que trabajan por la paz; pero no están ni con mucho vencidas las que sueñan con la agresión y con la guerra. De tiempo en tiempo, en uno o en otro continente, esas fuerzas parecen revivir y actualizarse.
La situación del mundo de la posguerra, cuyo fenómeno principal es la llamada "guerra fría", ha derivado hacia zonas de menor tensión y de mayor entendimiento. Los términos del poder político, económico y militar del mundo, parecen haber cambiado. La polarización dual de la capacidad atómica bélica, se modifica ante la presencia de nuevos países con fuerza nuclear, que no por ser menos poderosa implica menores peligros.
La afiliación de los países en bloques, fenómeno que parecía dominar el panorama mundial, ha perdido rigidez y deja entrever la diversidad de circunstancias en que viven muchos países que parecían uniformes en su estructura y objetivos.
Cada vez adquieren mayor conciencia sobre sus problemas comunes, los pueblos que se hallan en vías de desarrollo y es más coincidente, el planteamiento de sus problemas fundamentales.
En lo económico, las comunidades comerciales que se han organizado y están en marcha, han modificado el agrupamiento de las naciones; en lo político, el incremento de Estados independientes crea problemas a la organización internacional y afecta las perspectivas de su orientación futura. Por otra parte, las disensiones que han surgido entre países que parecían unidos en bloques compactos, demuestran que el mundo internacional es mucho más variado de lo que pudo parecer en los años inmediatamente posteriores a la terminación de la Segunda Guerra Mundial.
Continúa el proceso por cimentar la convivencia pacífica entre las naciones, sin importar su raza, idioma, creencias o sistema político-social. Hasta que no se afirme definitivamente, ese proceso seguirá en los años que vienen y a él debemos aportar continuadamente nuestro más limpio apoyo. Hemos pugnado por dar a la convivencia, no sólo el signo de la amistad sino como forma política, una estructura económica mediante la renovación de los términos del comercio mundial.
Si los pueblos todos llegan a comerciar libremente; si las barreras arancelarias de los más desarrollados descienden y los productos de los menos desarrollados, pueden entrar fácilmente en sus mercados; si los países en desarrollo pueden defenderse de la invasión comercial que para ellos significaría la reciprocidad arancelaria con los industrializados; si el comercio no encuentra obstáculos por motivos políticos; si los productos primarios son bien remunerados; si los países menos desarrollados pueden importar suficientes bienes para su desarrollo, sin perjuicio de su estabilidad monetaria; si los créditos se facilitan para abarcar a todos los sistemas comerciales; si el intercambio comercial se somete a revisiones y constantes afinamientos que corrijan su injusticia; es indudable que la convivencia pacífica entre todos los países puede fortalecerse y asegurarse su prosperidad. Así lo hemos creído y por eso nos esforzamos en ampliar, defender, diversificar y alentar nuestro comercio exterior.
Un comercio mundial ordenado y activo, dentro de las nuevas perspectivas que comienzan a plantearse, es base para que puedan sobrevivir la civilización de la que participan ya, aunque no en igual medida, todos los pueblos de la tierra. Los países no pueden encerrarse en sí mismos, permanentemente, para lograr su mejoría. Si bien lo fundamental, para su desarrollo, ha de ser el esfuerzo de sus nacionales, para que éste sea venturoso y fecundo, se requiere que no tropiecen en el exterior con cortapisas injustas ni restricciones artificiales.
Muchos pueblos de economía limitada, planean coordinarse para progresar mejor, convencidos de que la atomización económica no es el camino acertado. Esta unión o coordinación de países semejantes entre sí, hará más fácil el logro de sus metas y mejorará su comercio y su capacidad de desenvolvimiento.
Entre tanto, en el panorama mundial aparecen otros signos adversos. Gran parte de las dificultades que se afrontan, son producto de la propaganda o de la desviación de la verdad, a que se ha sometido a muchos pueblos, que así quedan incapacitados para comprender las nuevas realidades surgidas en otros países.
Las fuerzas interesadas en disfrazar la verdad, respecto de lo que sucede en la vida de las naciones, son las responsables de que el entendimiento entre ellas no sea más espontáneo y realista. En medio de esas circunstancias mundiales que contemplamos, México ha de seguir, firme, la ruta de sus doctrinas y de sus convicciones.
En lo futuro se llegará a convenir en que teníamos razón en nuestras actitudes, a la luz de nuestra experiencia nacional.
Los principios que México sostiene no son nuevos, sino muy antiguos, tan viejos, casi, como la civilización occidental; principios que sustentan que los pueblos, como los individuos, han de ser libres, cordiales y capaces de definir sus propios destinos, sin presiones ajenas y sin provocaciones, para poder convertirse en sujetos activos y pasivos de la cooperación internacional y en factores de la paz continental y mundial.
Las poblaciones de todos los países, tienen derecho a superarse y los habitantes de los Estados de la Comunidad Internacional, deben estar capacitados para buscar su felicidad personal y de la de sus familiares.
Nada de lo que constituye la entraña de la cultura y la civilización occidentales, nos conduce a afirmaciones contrarias; para nosotros, las instituciones sociales, culturales y políticas, nacionales e internacionales, son para el bien del hombre, para concurrir a la realización de la persona humana y no a su avasallamiento o frustración. Tales son los viejos principios que México sostiene y sostendrá en cada ocasión, en que una conflicto interno o externo lo requiera, aunque no altere el ritmo de su vida nacional.
Antes de terminar este Informe quisiera que renovemos, en un acto colectivo, nuestra fe en el destino de México; que nos empeñemos en consolidar nuestra unión nacional y que destinemos todo nuestro esfuerzo para hacer que la justicia social y la prosperidad alcancen a todos los mexicanos.
Nuestra actuación será más fecunda en cuanto logremos que nuestros hijos sientan, como nosotros, el orgullo de llamarse mexicanos y continúen empeñados en trabajar por la grandeza del país.
Señores diputados; señores senadores:
He mencionado en este Informe, algunas de las metas alcanzadas en un sexenio de singular esfuerzo. A pesar de las condiciones internas y externas, no siempre favorables, en que tuvo que cristalizar este esfuerzo, en muchos aspectos importantes de la vida y de la economía nacionales, en sólo seis años, se pudo duplicar lo existente en el país e iniciar nuevos campos de actividad creadora.
Durante el sexenio recorrimos varias veces el territorio nacional, en viajes que suman más de 200 000 kilómetros por todos los medios de transporte. En las miles de poblaciones visitadas, en contacto con el pueblo conocimos en diálogo directo sus aspiraciones, sus problemas, sus carencias; y pusimos en realizar aquéllas, en atender los otros, en amenguar éstas, no sólo nuestro corazón; porque sabemos y sentimos que sólo quien ama al pueblo puede comprenderlo y servirle bien.
No hubo sector alguno de mexicanos, que fuera desatendido por la acción solícita del gobierno.
Conocimos los problemas de todos y nos esforzamos, hasta el límite de lo posible, en resolverlos. Lo saben bien los campesinos y los obreros, los servidores públicos y las fuerzas armadas, los industriales, los banqueros y los comerciantes, los estudiantes y los maestros, las madres de familia y los jóvenes. Con todos dialogamos, y en ese diálogo surgió siempre la comprensión y, a menudo, luces y recursos para vencer obstáculos, para encontrar fórmulas constructivas, para hallar, en suma, satisfacción a sus demandas.
He sostenido repetidamente que para la Revolución Mexicana, el hombre, el pueblo, no son un medio para cumplir los fines del Estado, sino todo lo contrario; es el Estado un medio para cumplir los altos fines del hombre y del pueblo. Por ello, todas las tareas del gobierno se conjugan para elevar sus niveles de vida en todos los órdenes, para servirle con integridad y eficacia.
Es el pueblo el que forma su gobierno y le da los medios para el desempeño de sus tareas; por eso puedo afirmar, una vez más, que toda la obra llevada a cabo en este sexenio, es solamente obra suya y producto de su redoblado esfuerzo.
Hay en el mexicano un entrañable, dinámico afán de mejoramiento, de progreso personal y colectivo: a él obedecen gran parte de sus luchas seculares y su decisión sostenida de perfeccionar, cada vez más, sus instituciones políticas y sociales; que lo guíe en esos propósitos es lo que quiere de su gobierno; para eso lo elige y para eso lo apoya.
Hace un sexenio el pueblo de México me escogió de entre sus filas para entregarme la responsabilidad de dirigirlo, durante seis años, en sus esfuerzos, en sus afanes, en su lucha por labrar su destino.
Si durante ese lapso mi empeño y el de mis colaboradores, acertaron reducir el ámbito de la insalubridad, de la ignorancia, de la pobreza, de la inseguridad y de la injusticia; si pudimos lograr campos de actividades más amplios y mejores para el quehacer del mexicano; si fuimos capaces, sin apartarnos de la doctrina de nuestra Revolución ni del cumplimiento de sus leyes, de perfeccionar nuestras instituciones jurídicas y políticas; si unimos más a los mexicanos en su amor y en sus deberes para con México; si lograrnos ensanchar el horizonte de la patria y mantener intacta su soberanía y en esta la dignidad nacional, será el pueblo quien debe decirlo, y a su fallo inapelable me soneto lealmente; de su filas provengo y a ellas habré de reintegrarme en breve, humildemente, como un hermano más que, cumplida su guardia, vuelve a confirmarse con todos sus hermanos.
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