Septiembre 1º de 1963.
Honorable Congreso de la Unión:
La revolución social mexicana se viene realizando dentro de las leyes que han sido forjadas por el pueblo precisamente para encauzarla y acelerarla.
Por eso es norma básica de nuestra acción gubernamental el respeto a la ley, pues estamos convencidos de que ella puede emplearse para transformar las sociedades y que fuera de un orden jurídico que responda a los postulados eternos de la justicia, poco habrá de lograrse para cimentar la nueva estructura social que los mexicanos estamos integrando.
La libertad y las instituciones democráticas se fortalecen con su ejercicio constante; de su mejoría, de su autenticidad y de su permanencia, es responsable el Estado, que constituye su expresión concreta.
En el decurso de crisis históricas mundiales como la de nuestra época, si las formas políticas se modifican es justamente para hacer más cierta la libertad de la persona y más real la democracia para los grandes grupos humanos.
Esa es la esencia misma de la Revolución Mexicana, de donde provenimos y por la que luchamos.
Por eso un gobierno revolucionario, interpretando la verdadera tendencia de la transformación histórica del pueblo, no debe permanecer pasivo o expectante cuando, como suele ocurrir al amparo de los movimientos que como el nuestro van ajustando la estructura social a la libertad y a la democracia, afloran tendencias que los niegan o que inspiran a destruirlos.
Pero menos aún si esas tendencias ni son de inspiración mexicana ni corresponden a los auténticos intereses de la nación, sino, más bien, a las tácticas empleadas en la llamada "guerra fría" de la que no queremos, los mexicanos, ser campo de luchas ajenas.
Por lo tanto, es deber del gobierno, como expresión de las mayorías populares, interpretar su esfuerzo por moldear la nueva sociedad, a fin de que el país arribe por sus propios caminos, con la mayor premura y con los menores tropiezos y sacrificios necesarios, a las metas de sus auténticos objetivos.
Otro deber también es defender las instituciones que el pueblo se ha dado, para facilitar el logro de sus aspiraciones y el disfrute de sus derechos fundamentales.
Sólo quienes pierden de vista la esencia humana, que debe haber en todo proceso revolucionario, pueden aspirar a destruir las instituciones que lo representan, para hacer de la persona humana un medio o un instrumento en favor de abstracciones que deforman la vida política de las sociedades.
Así como el ejercicio de la libertad no puede concebirse sin el orden dentro de la colectividad, las instituciones democráticas que conjugan la libertad, la justicia y el orden, no pueden, en manera alguna, dejarse sin defensa jurídica y política.
Un gobierno constituido por medios democráticos es responsable de cuidar que las instituciones que le dieron vida se conserven y se perfeccionen; dejar de defenderlas dentro de las leyes o declinar su vigilancia, lo haría responsable por negligencia y por frustrar la voluntad expresada por el pueblo, cuando lo eligió democráticamente como su representante.
Los hombres tienen derecho a realizar su destino, tanto como los pueblos a definir su propia transformación; el mexicano trazó su camino al darse la Constitución que nos rige y que propicia en su observancia el arribo a metas que su movimiento revolucionario plantea.
Insisto en repetir que el pueblo mexicano ha encontrado en su propia entraña los principios fundamentales que rigen sus destinos; son los principios que informan sus transformación histórica en las etapas de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución; los mismos que hechos ley suprema en la Constitución de la República, enmarcan la vida nacional; rigen la actividad de los gobiernos revolucionarios y señalan el camino a seguir, de donde ha sido y es medular la importancia que tiene para el país la continuidad en la obra revolucionaria.
Si el pueblo mexicano ha forjado con dolor, con sacrificio su propia filosofía política, quienes tenemos la responsabilidad de] gobierno, que el pueblo nos confirió, tenemos también la de ajustar nuestros actos a esa filosofía.
Reiteramos una vez más que para nosotros la autodeterminación de un país, es consecuencia natural de su soberanía e independencia.
Por su política independiente, leal a los principios del derecho internacional, fiel a los compromisos adquiridos libremente, aspirando siempre al respeto de los demás, mediante el respeto que a su vez otorga a las instituciones, doctrinas y formas de vida de ellos; por procurar continuamente que rijan la paz y la justicia en las relaciones entre los países, mediante la subordinación de la fuerza y del poder a los designios de la equidad y la razón, México se ha ido haciendo cada vez, más respetado en el concierto internacional.
Todos los países de la tierra, especialmente los menos desarrollados, anhelan la paz con el progreso de su pueblo, a fin de capacitarlo para participar más ampliamente en los beneficios que va logrando la revolución mundial de la ciencia y de la técnica.
En nuestro caso, la Revolución social, en sus términos actuales, lo hemos dicho ya, se identifica con nuestro desarrollo general. Eso significa para México tanto como su plena integración y desenvolvimiento.
Respecto de nuestra población, que es el valor supremo del país, quiere decir que debemos lograr que todos los mexicanos, teniendo los mismos derechos, tengan las mismas oportunidades para alcanzar su bienestar; por cuanto a nuestra geografía, significa hacer de todas las regiones, zonas comunicadas e interdependientes, que integren en su mayor vinculación el territorio; en relación a la economía, supone que los habitantes puedan trabajar, producir y consumir dentro de un sistema en que el ingreso colectivo se reparta cada vez con mayor justicia, y que los bienes y servicios que se produzcan sean accesibles a las mayorías menos capacitadas, en tanto que cada quien se esfuerce por alcanzarlos conforme a la ley y la equidad.
Por lo que se refiere a la cultura general, implica que en los diversos niveles de la capacitación, el adiestramiento y la educación, así como en el saber, los mexicanos encuentran los medios para ampliar sus posibilidades, para progresar, mejorando a sus familias dentro de los principios del alma nacional.
Por último, en relación con nuestro espíritu colectivo, significa que la solidaridad, de los grupos e individuos responda a los mismos ideales de grandeza, de libertad y de justicia que heredamos de nuestros antepasados y que deseamos legar a nuestros hijos, para que ellos los preserven, cultiven y mejoren, prosiguiendo la obra común que es la patria misma.
En tanto seamos capaces de lograr, sin perder el hilo conductor de la Revolución Mexicana, las metas sucesivas de esa integración y desarrollo, México existirá con nosotros y en los tiempos por venir, para cumplir las misiones históricas que consideramos inherentes al destino nacional.
Nuestra plena integración menguaría su sentido, si no la proyectamos en la esfera internacional o si olvidamos en qué parte del mundo nos encontramos; si no pensamos seriamente que estamos en América y, concretamente, en Latinoamérica; que formamos parte de los países en desarrollo y que somos de los que aman la paz y la independencia.
Nuestra región geográfica, nuestra cultura original, nuestros ideales y proyecciones, en conjunto, dan sentido a la participación que tenemos y hemos de tener en el concierto de los asuntos mundiales.
México aspira a lograr su grandeza para ponerla al servicio de sus habitantes, de los pueblos que requieran su cooperación y de los altos ideales del hombre.
Al rendir este quinto Informe al pueblo, quiero recordar para que el pueblo lo juzgue objetivamente, que al hacernos cargo de la responsabilidad del gobierno, nos comprometimos a reavivar en nuestro pensamiento y con nuestros actos, el sentido de la Revolución Mexicana.
Así he interpretado el sentir popular: que la esencia de justicia, que nuestro movimiento revolucionario representa, no se pierda ni se aminore, sino por el contrario, se afirme y se avive.
Estimé necesario reencauzar el proceso evolutivo de la sociedad dentro de ese objetivo primordial, reajustando las nuevas realidades a la esencia de la doctrina, de las leyes y de las instituciones.
Esto es más imperativo cuando el cambio vital mismo lleva a nuevas generaciones a la madurez social y política, y se disponen a ejercer su derecho de replantear los problemas fundamentales y de continuar la modificación de la sociedad.
La doctrina de la Revolución Mexicana, debidamente aplicada a la sociedad en que nos ha tocado vivir, nos condujo a intensificar tareas determinantes para la vida rural, para las masas obreras, y para toda la población que demanda bienestar, educación, seguridad y salud.
En cada uno de esos aspectos, considerados en las actuales circunstancias, no sólo nos propusimos acelerar y concluir ciertos procesos, sino darles el nuevo sentido que la técnica va imponiendo por virtud de su adelanto.
De la fe en los postulados revolucionarios del pueblo mexicano, hemos desprendido nuestras orientaciones.
Siempre que los hemos aplicado, para cumplirlos debidamente, recibimos la conformidad y el apoyo de la nación. Así, intensificamos la repartición de la tierra disponible, como forma de hacer accesible a los campesinos la riqueza nacional, tal como lo ordena la Constitución.
Al realizarlo, entendimos que con ello no dábamos término al movimiento transformador de nuestra vida rural, pues es ya lugar común para los mexicanos, que a la entrega de la tierra han de sumarse los factores necesarios para que se convierta en base del bienestar suma de facultades en sus atribuciones específicas, y ellos se han esforzado en su mejor desempeño, pero todos saben que forman parte de un equipo de trabajo en el que cada uno realiza la tarea que le corresponde, coordinada dentro de una obra común, de cuya proyección, inspiración y resultados asumo toda responsabilidad.
Entre este día y la fecha en que deberé rendir el último Informe de mi gestión, queda comprendido el periodo en que el pueblo mexicano ha de cumplir con las normas que disponen la renovación de los titulares de los poderes Ejecutivo y Legislativo de la Unión, mediante las elecciones generales que habrán de tener lugar el primer domingo de julio de 1964.
El proceso electoral que se avecina implica una prueba más del civismo que requerimos para el fortalecimiento de nuestra democracia.
Para que este proceso se realice ampliamente, garantizamos a la ciudadanía y a los partidos políticos, la plenitud de sus derechos cívicos y habremos de facilitar hasta el extremo que la voluntad popular se manifieste libremente.
Antela proximidad de la fecha en que han de renovarse los titulares de los poderes Ejecutivo y Legislativo de la Federación, el pueblo ha de prepararse, mediante el análisis de sus problemas y la proyección de sus perspectivas, para determinar las personas que serán investidas de la responsabilidad que implica el servirlo en funciones tan estrechamente ligadas con los altos intereses del país.
Esta preparación debe hacerse en tres distintos niveles; primero, los miembros del gobierno facilitarán las tareas electorales y garantizarán el libre y efectivo ejercicio del voto; segundo, los componentes de los partidos políticos determinarán, ante el panorama nacional y las circunstancias previsibles, quiénes serán sus candidatos para llevarlos a la consideración del pueblo y, tercero, la ciudadanía de la República, al cumplir con sus deberes cívicos con libertad y responsabilidad, elegirá a sus funcionarios.
Esos tres aspectos coinciden en su finalidad: dar a la nación un gobierno que represente a la mayoría, y que pueda realizarlas funciones ejecutivas y legislativas que se requieran, dentro del periodo cuya responsabilidad habrá de tener en sus manos.
Es misión de las tendencias políticas organizadas en los distintos partidos nacionales -y, desde luego, la revolucionaria de que formo parte- escoger dentro de sus miembros, los que serán puestos ante el juicio popular, pero en todo caso, es atribución exclusiva del pueblo, y sólo del pueblo sin distingos de categorías o diferencias ideológicas, elegir entre los candidatos propuestos -y aun votar por otros no propuestos- para que el gobierno sea debidamente integrado y responda a la triple misión de representarlo, interpretarlo y servirlo en sus más amplias decisiones y necesidades.
La definición o selección que cada partido realiza para presentar a algunos de sus miembros como candidatos, la reserva nuestra ley exclusivamente al sistema que determinen sus estatutos: en tanto que la elección que compete a la ciudadanía, está claramente definida en las leyes y responde a formalidades que son iguales para todos los partidos y los ciudadanos.
Hago hoy, desde esta tribuna, una triple exhortación. Como presidente de la República, llamo al pueblo al cumplimiento de sus deberes electorales para lograr, una vez más, la democracia, la unidad nacional y la estabilidad política que tanto necesitamos.
Como titular del Poder Ejecutivo, pido a todos los funcionarios gubernamentales de la federación, de los estados y de los municipios que se dispongan, con absoluta imparcialidad, a otorgar las garantías y facilidades necesarias para que el proceso electoral responda a la finalidad que establecen las leyes; y como revolucionario, exhorto a todos los sectores progresistas del país a que unifiquen sus propósitos y ofrezcan a la ciudadanía un conjunto de candidatos que respondan a la tradición de nuestro movimiento social, y que aseguren con un claro triunfo electoral que el proceso reivindicatorio y creador de la Revolución Mexicana, no podrá detenerse ni desviarse, y que seguirá, como hasta ahora, constituyendo el fundamento doctrinario y constitucional del desarrollo incontenible del país.
El pueblo debe, así, integrar un gobierno que asuma con firmeza y confianza los destinos nacionales en el próximo sexenio.
En tanto que la ciudadanía concurra a los comicios con entusiasmo y buena fe, podremos alcanzar, en la Cámara de Diputados, la diversificación de opiniones y criterios que corresponda a los diversos sectores, en la proporción que las leyes determinan.
De ese modo, daremos un paso más en el constante mejoramiento de nuestras instituciones democráticas.
El gobierno que presido observará fielmente las leyes que nos rigen, para que ciudadanos y partidos políticos disfruten de máximas garantías en el proceso electoral y en sus culminación comicial, pero espera que los partidos políticos y los ciudadanos mantengan sus actos y procedimientos dentro de las propias leyes, en dignificación superada de sus actividades cívicas.
Uno de los aspectos que demanda especial apreciación del país entero, así como de los partidos políticos, es esa experiencia que deriva de nuestra historia y que puede considerarse como el paso, cada vez más acentuado, del personalismo al objetivismo en la elección de candidatos y funcionarios.
Las épocas en que el proceso electoral giraba, exclusivamente, en torno a simpatías o adhesiones emotivas a jefes políticos que, a menudo, distraían tiempo y recursos para fomentarlas, vienen siendo superadas en los últimos sexenios.
En nuestros días, las circunstancias objetivas deben influir, predominantemente, en la selección de candidatos dentro de cada partido y en la elección de funcionarios constitucionales por la ciudadanía.
La capacidad personal, la preparación y el temperamento de los elegibles, han de apreciarse ante la magnitud y el significado de las tareas por desempeñar.
El objetivismo a que me refiero consiste, esencialmente, en que al estimar y valorizar los principales extremos de la. realidad nacional, así como sus perspectivas inmediatas previsibles, cada tendencia política decida las personas adecuadas para encabezarla en la controversia electoral, a fin de que si el pueblo las elige, rijan los destinos del país, en el caso del presidente de la República, o cumplan las altas funciones legislativas que les corresponden, en el caso de los miembros del Honorable Congreso de la Unión.
Unida a mi convicción revolucionaria, me ha acompañado siempre mi confianza en el pueblo mexicano.
En los momentos más importantes de su historia, así como en toda era decisiva, nuestro pueblo ha sabido encontrar su camino y seguirlo con resolución y firmeza. Por eso ahora, al trasponer el pórtico de la nueva etapa que se abre en la vida nacional, tengo la seguridad confiada en que el pueblo hallará la solución que mejor corresponde, a su destino histórico.
Como fundamento humano de su progreso y como garantía de su porvenir, México cuenta con las fuerzas que han ido despertando en su vida moderna y que se vigorizan crecientemente por su desarrollo evolutivo.
Contamos con la fuerza de nuestras instituciones, derivadas de la Revolución Mexicana, arraigadas en nuestra tradición histórica y nutridas de asentimiento y confianza populares.
A su amparo, trabajan y construyen la patria todos los sectores del progreso, los campesinos, los obreros de la industria, los trabajadores del Estado, los técnicos e intelectuales, los industriales, comerciantes y financieros progresistas y todos los demás grupos de la clase media y de los sectores populares.
Mantienen el entusiasmo creador e impulsan el esfuerzo colectivo, la mujer y la juventud.
La mujer -nuestra admirable mujer mexicana- no sólo simboliza nuestras más puras esencias nacionales, sino además, desde que quedó activamente incorporada con igualdad de derechos a la vida política del país, ha sido factor de perfeccionamiento democrático y su aporte ha ennoblecido y elevado el contenido y el tono de nuestras luchas cívicas.
La juventud, se aventura cada vez más, abiertamente, por las sendas que conducen a nuestro futuro, con mayor y mejor preparación; con sana y creciente inquietud, por los problemas nacionales y con aliento renovador que habrá de llevarla, en su hora, a asumir las responsabilidades que en el vasto y variado campo de la vida mexicana, el devenir nacional le tiene reservadas.
Son factores de tranquilidad y servicio nuestras fuerzas armadas de tierra, mar y aire, que apoyan nuestras instituciones y garantizan nuestra paz interior.
En todas esas fuerzas sociales confiamos para que, conjugando nuevamente el sentido de nuestra historia nacional con los ideales que norman nuestra historia nacional con los ideales que norman nuestra vida moderna emanados de la Revolución Mexicana, asumiendo con decisión las tareas que demanda nuestro desarrollo y que ofrecen nuestras perspectivas, México encuentre, una vez más, la respuesta adecuada a su vida de pueblo decidido a continuar superándose en la justicia social y seguir siendo libre, soberano, pacifista e independiente.
Día con día, año con año, ha crecido mi devoción y mi gratitud al pueblo. Mi contacto ininterrumpido con todos sus núcleos, con todos sus grupos, con todos sus sectores en toda la extensión del territorio nacional, ha mantenido vivo y constante un diálogo franco, abierto, cordial, constructivo y patriótico.
He vivido el azoro de la modesta campesina. cuyos ojos se arrasan de lágrimas, al abrir un hidrate del que brota el agua en el pequeño poblado perdido en la aridez de la meseta semidesértica; he sentirlo en el rudo apretón de la recia mano ejidataria, la solidaridad en la justicia de dotarla de la parcela largo tiempo esperada; he visto el júbilo de las mujeres al recibir un centro de salud y su asombro al encenderse la luz eléctrica en su poblado ejidal.
He vivido la alegría de los niños al estrenar su cómoda escuela rural en las más apartadas aldehuelas de las montañas o de la selva, a las que llegué por el camino vecinal que el pueblo construyó con sus propias fuerzas; y en las villas, y en las plazas provincianas, y en las calles de las colonias proletarias de las urbes, en sus mercados, en sus centros deportivos, el pueblo, mi pueblo, me ha dado el aliento de su fe, la fortaleza de su esperanza, su abrazo a un tiempo respetuoso y pleno de cariño, porque él sabe, que en ese abrazo estrecha el símbolo que es el presidente de la República y al hombre que, surgido de su entraña, se afana en servirle.
Ha sido el pueblo mi principal inspirador. Servirlo e interpretarlo, mi única ocupación y la razón de mis actos. El pueblo lo sabe: en sus crecientes muestras de general simpatía he encontrado renovadas fuerzas para luchar por su bienestar. El ha sido mi apoyo, mi guardián y mi guía.
Hoy, al iniciar el capítulo final del mandato que me confirió, le hago llegar mi hondo reconocimiento a sus virtudes inagotables y renuevo mi fe en el destino de México, porque ella se funda en el conocimiento que tengo del pueblo, de la capacidad de su esfuerzo y de la inconmensurable magnitud de su patriotismo.
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