Me ha sido asignado como tema, considerar en qué manera y hasta qué punto influyen en el valor y la viabilidad de la democracia, las nuevas circunstancias sociales y económicas en que está viviendo México, como todo el mundo.
EL NUEVO MUNDO
Porque es verdad que un mundo nuevo está asciéndase en nuestro tiempo. Esta afirmación que parece banal por reiterada y por obvia, corresponde, sin embargo, a un dato sustancial para la vida de nuestra comunidad y para nuestras propias vidas. Merece sitio central en nuestro pensamiento y en todas las deliberaciones que conciernen a la organización y al desenvolvimiento de la vida común.
Se está haciendo un mundo nuevo por el progreso asombroso de las ciencias y de las técnicas.
Y no sólo en el campo físico-matemático, sino en el campo de las ciencias del hombre también, ya que, aun cuando con lamentable atraso todavía, las ciencias sociales y muy especialmente las técnicas que de ellas derivan, progresa en forma acentuada.
Un mundo nuevo, igualmente, por el crecimiento de la población a un ritmo incomparablemente más rápido que el experimentado en los siglos anteriores, y por el acceso activo a la comunidad internacional de casi dos tercios de la población del mundo, que sólo en muy corta medida participaban, hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, en los beneficios y también en los problemas de esa comunidad. Un mundo nuevo, por la conciencia de necesidades ingentes antes ignoradas o desdeñadas y por la aparición de necesidades de todo orden que antes no existían, así como por la comprobación o la creación de posibilidades nuevas, inéditas hace apenas medio siglo. Un mundo nuevo, por la extensa transformación de las estructuras sociales aun en aquellos países que ya se consideraban plenamente desarrollados y estratificados. Un mundo nuevo, por la aceleración sin precedente con que estos cambios se producen y, a su vez, se modifican.
No es de extrañar, por tanto, que con buena fe y con ánimo de servicio, se plantee ahora una cuestión que, con motivaciones mezquinas y propósitos negativos, se ha mencionado con frecuencia en nuestra vida pública frente a la creciente exigencia de cumplimiento real de las instituciones democráticas. Esa cuestión (reiterada por la oligarquía que tiene en México el Poder merced al fraude y la violencia y al empleo sin escrúpulo de los mismos recursos del Poder para conservarlo, en monopolio injurioso y dañino para la Nación), es la que afirma la prioridad de lo económico y de lo social y declara, con el corazón alegre, que la democracia como institución política con todas sus implicaciones, empezando por la elección genuina de los gobernantes, está periclitada, es ya cosa obsoleta y secundaria, pues lo importante hoy es la realización de lo que llaman la democracia "económica", "social".
En un seminario internacional reciente, reunido en Berlín bajo la dirección del distinguido sociólogo francés Raymond Aron, para considerar el conjunto de los problemas que constituyen lo que podría llamarse la "crisis de la democracia en el siglo XX", el señor Arthur Schlesinger Jr., destacadísimo en el ambiente intelectual y político de los Estados Unidos, consejero de algunos de sus Presidentes, no tuvo empacho en mencionar el ejemplo de México, y muy concretamente del partido oficial, como un caso en el que, aun cuando ciertamente el PRI "de un modo u otro" se las arregla para que "los partidos de oposición jamás obtengan resultados", es decir, para que solo aparezcan electos los candidatos oficiales, hay democracia por cuanto los intereses mayores de la sociedad han sido representados de manera satisfactoria en el seno del mismo PRI". No es claro lo que el señor Schlesinger considere como "intereses mayores de la sociedad", ni menos la forma en que él estime que esos intereses hayan sido "representados en el seno del PRI". Los intereses mayores que allí vemos son los de conservar el Poder para la oligarquía a todo trance. Y la "representación en el seno del PRI", es la de los "sobres lacrados" en que el transitorio jefe visible de la oligarquía impone consignas y nombramientos. Pero la condescendiente tesis del señor Schlesinger (condescendiente en el sentido de que "para México ya es bastante que haya esa democracia", a la que él supone contenido social), parece expresar la doctrina que ha sido y en algún modo sigue siendo todavía base para que, con ignorancia o malicia, la imagen internacional de México olvide que en nuestra vida pública la voluntad, los principios y los anhelos, y con ellos la libertad, las necesidades y las posibilidades materiales y de todo orden del pueblo mexicano, nada cuentan y son sustituidos por la propaganda, la sujeción y las connivencias ideológicas o internacionales.
(Esta tesis de Schlesinger repite la de aquellos que en el México de la Colonia recibían leyes y pragmáticas, las "ponían sobre su cabeza" y ordenaban que se obedecieran; pero no se cumplieran. El país no merecía la sabiduría, la prudencia, la caridad de las Leyes de Indias, como ahora, a juicio de los nuevos encomenderos y sus aliados, tampoco merece gobernantes electos, capaces y responsables.)
Cuando así se suscita y alienta en el interior y el exterior la confusión sobre la democracia en México y cuando son innegables los cambios sociales y económicos que en nuestro país están ocurriendo y deben efectuarse, es indispensable hacer un examen sobre el valor y la viabilidad de la democracia y de todos los valores humanos y datos sociales que de ellas derivan y de los que debe ser cumplimiento y garantía, en un mundo en trance de transformación y en nuestro México sacudido por los problemas del desarrollo.
EL MÉXICO DE NUESTROS DÍAS
Ciertamente, México en 1962 dista mucho del México de la Independencia o de la Reforma, o del México del Centenario.
La población que en 1910 era de 15 millones y, en 1930, menor de 20, es hoy de 35 millones y al ritmo actual de crecimiento podrá ser de 42 a 45 en 1970 y tal vez de 60 a 65 en 1980.
La mayor parte de la población, a principios del siglo, era población rural y la mayor parte de la producción, venia también del campo. Hoy, la población rural apenas excede de la mitad del número de habitantes, y, por un éxodo acelerado y muy frecuentemente olorosísimo, sólo será del 40% o menor aun, dentro de diez años. Al lado de la producción rural, frenada y estorbada absurdamente por la ineptitud y la cobardía que han impedido el planteamiento correcto de los problemas del campo, ha venido desarrollándose, a tasa mayor que la producción agrícola (aunque en grado inferior a las potencialidades existentes y con olvido de los factores básicos que son el acceso ordenado a los recursos naturales y su aprovechamiento mejor, y la preparación y la utilización más completas de los recursos humanos) la producción de bienes industriales y de servicios.
Las ciudades, y muy señaladamente la Metrópoli, han tenido un crecimiento inorgánico, muy frecuentemente de simple acumulación, que para la mayoría de los pobladores es todavía congestión, hacinamiento y angustia de vida y de trabajo.
Todo esto crea necesidades y problemas nuevos y determina modificaciones no sólo cuantitativas, sino también cualitativas estructurales, en nuestra comunidad.
La necesidad primaria y absolutamente inaplazable de resolver el problema del campo en su aspecto humano y en su aspecto económico; de crear una estructura territorial razonable y definida, tan cerrada al latifundio económico y social como a la pulverización esterilizadora del minifundio y a la inorgánica e inhumana explotación colectiva; de aprovechar mejor los recursos naturales -tierras, aguas, pastos, bosques-; de llevar a la producción agrícola las ventajas de la ciencia y la técnica contemporáneas y asegurar la subsistencia para la población creciente y los excedentes que requiere el desarrollo económico del país; de establecer los cauces firmes y ágiles para la organización y el trabajo libres en el campo; de crear y mantener limpio, suficiente y eficaz, un régimen de crédito agrícola; de hacer frente a la situación de desocupación, de desaprovechamiento humano increíble en el campo (una estimación optimista calcula que se están desperdiciando en el campo actualmente, por desocupación abierta o por ocupación simulada, mas de 600 millones de "días hombre" de trabajo por año); la necesidad de ordenar con inteligencia y amor la emigración del campo para que éxodo ya no sea determinado por la miseria, ni por la opresión ladrona del cacique, ni -según la frase que todos ustedes conocen de un distinguido ex-Presidente- por el "afán turístico" de ir a romperse la espalda de sol a sol en las pizcas de algodón en el extranjero, sino por motivos y oportunidades reales de mejoramiento por el incentivo y las oportunidades del desarrollo industrial y de los servicios. Aun en el caso de que el éxodo sea mera consecuencia del movimiento mundial ineludible de migración rural, necesitamos prepararlos y acogerlo en condiciones humanas.
Para absorber esa migración, para establecer un nuevo y mejor equilibrio económico y social y seguir abriendo puertas al desarrollo, hay la necesidad, además, de acentuar el proceso de producción de bienes industriales y de servicios. No habría otra manera de dar ocupación a la población rural desplazada en la ciudad. Un proceso industrial que no se agote en las llamadas "industrias de substitución", normalmente costosísimas para el pueblo por la protección arancelaria desmesurada o por falta de competencia debida a la prohibición de importar. Un progreso industrial que se oriente a la utilización racional de los recursos naturales haciéndolos accesibles a la iniciativa y al trabajo, a la técnica y a la competencia, a la voluntad y aptitud de creación y de riesgo, en un programa ordenado, libre de monopolio y principalmente del monopolio oficial que no rinde cuentas ni tiene responsabilidades y está peculiarmente expuesto a motivaciones no económicas ni técnicas.
Hay la necesidad de completar la infraestructura de servicios públicos esenciales de sanidad, de atención médica y hospitalaria, de seguridad; y de puertos, ferrocarriles, caminos y comunicaciones; de aprovisionamiento asegurado, eficaz y a costo razonable, de combustibles y energía. Y la de fomentar y proteger el ahorro y permitir la creación y el funcionamiento de un mercado de dinero y de capitales, y hacer del crédito un instrumento de impulso a la producción y no de obligada usura como hoy ocurre. Y la de formar técnicos y administradores y aun empresarios, y de preparar a los trabajadores que tanto en la producción de bienes como en los servicios, cada día requerirán de capacitación mayor y más completa. Y será menester un régimen fiscal no sólo productivo y satisfactorio para los administradores de la "Alianza para el Progreso", sino principalmente justo, inteligible, coherente y vinculado a las condiciones y circunstancias reales de la economía de nuestro país.
Habrá que construir o reconstruir en los años próximos, más de cuatrocientas mil viviendas por año, para cubrir la necesidad de los doscientos mil nuevos hogares que anualmente se formarán, mejorar las condiciones de habitación en el campo e ir reemplazando los tugurios y las cuevas en que infrahumanamente se amontona hoy la mayoría de la población urbana. Habrá que hacer millares de nuevas escuelas, primarias, secundarias y vocacionales, preparatorias, técnicas, tecnológicas y universitarias; bibliotecas y laboratorios de enseñanza y de investigación. Y habrá que formar cada año -y ésta es la tarea esencial al respecto- miles de maestros en todos los grados. Maestros y no propagandistas ni agentes políticos.
SOCIALIZACIÓN CRECIENTE
No hay que olvidar, además, los cambios cualitativos ocurridos ya o en vías de producirse a consecuencia de los datos y exigencias antes señalados, ni los requerimientos de organización, orientación y vigilancia que esos cambios estructurales acarrean.
Bien sabemos cuán inextricablemente están unidos siempre en la persona humana los datos individuales y los comunitarios, los sociales; pero los cambios de cantidad, de densidad de población, los movimientos migratorios de grupos numerosos, la sustitución de ocupaciones antiguas por ocupaciones nuevas, el creciente acceso de la mujer a la actividad económica, el aumento indispensable de la escolaridad, de la preparación técnica y de la cultura; la aceleración misma con que se producen estas transformaciones, ha acentuado increíblemente en número, extensión y profundidad, la interdependencia de los hombres, sus vínculos y relaciones, su socialización.
Los vínculos sociales primarios, como la familia, el arraigo en el paisaje, las tradiciones y los estilos locales, son hoy combatidos o reemplazados por nuevos vínculos comunitarios: los creados por el compañerismo en la escuela, por el centro común de trabajo, por la organización profesional, por el deporte compartido, por el "asociacionismo" múltiple del que es casi imposible excluirse. Este hecho de la creciente socialización, del aumento en número y en hondura de los vínculos interpersonales, es una esperanza o es una amenaza, como lo son los progresos científicos y técnicos, como lo son el acceso de nuevas naciones a la comunidad internacional y la formación de "grupos medíos en el interior de las comunidades nacionales y como lo es el mero aumento de la población. Esperanza o amenaza también, la electrónica y la ciencia del átomo y la navegación interplanetaria. Esperanza o amenaza los progresos en las ciencias y técnicas sociales y principalmente en la psicología. Esperanza o amenaza el aumento de población que puede llevarnos al optimo exigido para la mejor organización de la convivencia, o puede, en lo que guarde de validez la tesis maltusiana, orillarnos a crisis de miseria y retroceso. Esperanza o amenaza todos estos datos, como lo ilustra bien esa manifestación simultánea y contradictoria en el hombre contemporáneo de una sensación aguda de aislamiento y soledad y un sentimiento de sumisión y dependencia que a veces se vuelven desoladores y agobiantes y en los que pueden encontrarse algunas de las raíces principales de la angustia que se da como nota característica de nuestro tiempo.
Pertenecemos ya, y pertenecerán cada vez más los hombres, a una multiplicidad de uniones sociedades y organizaciones. Todas ellas parciales en contenido humano en fines e intereses. Sin una ordenación que las adapte unas a otras, ejercerán en la comunidad una presión anárquica destructora, y en la persona, una tensión creciente y una confusión que finalmente esterilizará y paralizará las potencialidades personales mejores. Se necesita, pues, como nunca, un centro autónomo de esas sociedades y agrupaciones parciales, que las organice, dirija, controle y las haga colaborar para el bien. Un centro de organización y de arbitraje, de encuadramiento y ordenación como debe serlo el Poder público, que en definición y servicio del bien común, encauce programáticamente el esfuerzo para aprovechar las potencialidades existentes y hacer frente a las necesidades y a los problemas nuevos de la comunidad.
LAS SOLUCIONES EQUIVOCADAS
¿Quién puede negar frente a este enunciado, tan parcial e incompleto, de las tareas que nos imponen el simple crecimiento de la población, el acceso de las mayorías a formas mejores de vida y el cambio de las estructuras sociales que rápidamente se está produciendo; quién puede negar la urgencia de orientar nuestros esfuerzos y nuestros recursos y aun los recursos de fuera que podamos atraer decorosa y útilmente, para hacer desaparecer las carencias que hoy abruman al pueblo?
¿Quién puede desestimar la necesidad ingente de ordenar y orientar las nuevas estructuras sociales, sus factores y sus implicaciones, para que contribuyan a la integración de nuestra comunidad en vez de ser riesgo permanente de escisiones destructoras?
¿Quién puede ignorar que el conocimiento, el análisis, la solución de estos problemas, demandan más y más una capacidad técnica, una reducción de la pasión confusa y arrebatada a la clara sobriedad de las cifras, y de los problemas a sus elementos y proporciones verdaderos?
Por ello es que se plantea hoy legítimamente y con dramatismo, la prioridad de lo económico y social. Legítimamente, en cuanto al interés más inmediato de la persona y la comunidad; no en cuanto a la realidad profunda que subordina siempre lo social y lo económico a lo político, como subordina lo material, aun lo material humano, el primado del espíritu. Por eso se piensa hoy en la necesidad de un centro poderoso que coordine y limite y decida. Por ello se piensa que ese centro debe tener predominantemente atributos y capacidades técnicas. Por ello, inclusive, se postula la posibilidad de que ese centro interfiera en zonas de la intimidad personal que la creciente socialización debilita, o que se asigne a sí mismo, en un movimiento cada vez más amplio de expropiación, los fines y propósitos de las diversas agrupaciones parciales en las que se expresan la interdependencia y la solidaridad de las personas.
El agresivo, y tan frecuentemente inepto e inorgánico intervencionismo del Estado y su insaciable voracidad de sujeción; la pretensión de superioridad y de mando de los técnicos; la recurrente aspiración corporativa para hacer del Poder una federación de los múltiples grupos y asociaciones parciales; la ruda afirmación de la dictadura totalitaria, se presentan en nuestro tiempo y ante los datos y circunstancias que hemos examinado, como sustitutos viables y, más que viables, por todos motivos preferibles de la democracia. Cada una de estas soluciones -intervencionismo, tecnocracia, corporativismo, totalitarismo- invoca títulos propios de preferencia; pero todas alegan básicamente, su pretendida eficacia.
Unos dicen que el aspecto esencial de nuestro tiempo es el subdesarrollo, con sus características de miseria, ignorancia, insalubridad, niveles infrahumanos de vida. Su remedio es aumentar la producción, y para hacerlo, formar o adquirir en alguna forma los capitales indispensables y planear y dirigir la asignación de éstos y de todos los recursos sociales, incluyendo el trabajo humano, a fin de lograr el mayor fruto de su aplicación. Al Estado, dicen, corresponde esa tarea que es, además, sustancialmente técnica. Quedan, por tanto, no solo fuera de la labor de programación y dirección los ciudadanos ordinarios (para ellos sólo hay el trabajo); queda fuera el pueblo; pero, además, la libertad de iniciativa debe ser proscrita o limitada a la aceptación y a la cooperación mecánica en el plan que el Estado apruebe, pues de otro manera "la única libertad que podrán tener los ciudadanos, será la libertad de morirse de hambre".
Desde el punto de vista corporativo, aunque partiendo siempre más o menos explícitamente de esos mismos conceptos, se ofrece una posibilidad de legitimación inicial de un Poder omnipotente, pensando que este podría ser expresión y fruto de la federación de los grupos sociales y económicos diversos y ocasión de conjugar los fines y los intereses parciales de cada uno de ellos.
Desde el punto de vista totalitario, nada se ofrece aquí y ahora; se exige y se impone despóticamente la sujeción absoluta, para obtener después, en el remoto milagro de una indefinida sociedad sin clases, la paradisíaca abundancia de bienes y satisfactores.
Estas son, en ceñido resumen, pero sin caricatura, las soluciones que hoy se disputan, en la propaganda y en la guerra fría -negando valor y eficacia a las instituciones democráticas, a la organización racional de la libertad y el esfuerzo- la expropiación de la autoridad, el adueñamiento del Poder público. No reservan nada a la dignidad de la persona humana racional; libre y redimida, responsable de su destino y del destino común. Nada dejan, por tanto, aunque conserven la palabra y aun la vuelvan tópico ensordecedor de su propaganda, nada dejan de la democracia que es expresión y garantía de la dignidad de la persona y de las comunidades humanas.
LA PERSONA Y LA COMUNIDAD HUMANAS
¿Es cierto que estén así condenados el hombre y la comunidad a perderse, aniquilando lo esencial de su ser, precisamente por la aparición acelerada de los elementos que cuantitativa y cualitativamente los pueden acercar más a la realización de su ser esencial y al cumplimiento de su destino? ¿Es admisible el "productivismo" primario, que se expresa en términos de tasas de crecimiento y de aumento del ingreso por cabeza, de incremento de los bienes que se puedan comprar, suponiendo que mientras más cosas se produzcan y se compren, más feliz será el hombre? ¿Puede concebirse una sociedad humana integrada sobre el ideal único de una elevación indefinida de los niveles de vida? ¿Cuál sería en ella -hay que insistir en la angustiada pregunta-, cuál sería en ella el lugar del hombre y de sus aspiraciones y necesidades no cuantificables, que son las mejores y más nobles de esas aspiraciones y las más urgentes y más exigentes de esas necesidades? ¿Es cierto que haya siquiera la posibilidad de lograr el crecimiento y la elevación del nivel de vida en equilibrado dinamismo, en una sociedad que empiece por olvidar o sacrificar no sólo los fines últimos del hombre y de la comunidad, sino la naturaleza misma de la sociedad y de la persona, portadora ésta de valores eternos intransferibles, y escenario y condición indispensable aquella para la realización de esos valores?
La creciente socialización, en el sentido de la multiplicación y afirmación de los vínculos que unen a los hombres (y de paso, este es el sentido en que el término, que no ha dejado de causar escándalo en ciertos ambientes sociales e intelectuales, es empleado en la Encíclica Mater et Magistra); la creciente socialización y la importancia acentuada de lo económico, no son datos negativos o minimizantes de la persona humana, de su naturaleza y atributos y de sus deberes y responsabilidades. Al contrario. Se es más persona cuanto más se está profundamente insertado en la vida de las comunidades: en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo, en la organización profesional, cultural o religiosa. El aislado, el "lobo solitario", el egoísta, el perezoso, el renuente, son menos personas. Bien lo comprueba el misterio tremendo y consolador de la comunión de los santos. Y la persona está más protegida cuanto más firmes son estas comunidades y cuando la red que ellas forman multiplica las defensas contra los asaltos de todo orden que la personalidad puede sufrir lo mismo de la coacción y de la violencia primaria, que de estas formas nuevas, tan sutiles y venenosas, de la propaganda, la presión y el compromiso.
Tampoco es cierto que haya abismo o riña entre la libertad que la democracia implica y la eficacia. Los dos términos en contradicción aparente, sólo se cumplen en el bien común, se resuelven en el bien común. Y el papel, la función propia de las instituciones, de la autoridad, del Estado, del Poder público, no es, por cierto, el incremento de la productividad. La labor" de la autoridad y del Poder debe ser guiada por la búsqueda y orientada a la realización de ese bien común.
Pero la libertad es sólo una de las dos caras de la democracia. La otra es la voluntad y la ocasión orgánica de participar en la decisión y en la gestión de los asuntos comunes, de elegir auténticamente a los representantes y gobernantes. Las dos son inseparablemente complementarias y si una falta, la otra se falsea o sucumbe.
Las transformaciones sociales y económicas que nuestro país, como todo el mundo, está hoy experimentando; los cambios cuantitativos y cualitativos que son hoy motivo de acomodamientos dolorosos y de angustia y que se invocan como pretexto para rechazar la democracia y destruir o negar la naturaleza y los valores de la persona y de la comunidad humanas, no podrán efectuarse sin ese dolor y esa angustia, antes los verán acrecentados, si la democracia real es reemplazada por cualquiera de estas supuestas nuevas democracias, "económicas" o "sociales" o, como nuestra democracia criolla, "dirigida" y de más o menos "atinada izquierda", que suprimen o simulan y falsifican la representación, la participación libre y racional del hombre en los asuntos comunes. Estas supuestas democracias, que van desde el primitivismo fraudulento de una tecnocracia descabezada e inepta, de la que tan amarga experiencia tenemos, hasta llegar al totalitarismo sin salida de salvación, no podrán definir, menos aun realizar orgánicamente, con el máximo de bien y el mínimo de dolor, el crecimiento verdadero, la cumplida, deseable y deseada reestructuración de la comunidad para la paz, la libertad y la suficiencia.
LO MUDABLE Y LO INSUSTITUIBLE EN LA DEMOCRACIA
No, no es obsoleta, ni inviable, ni siquiera secundaria, la idea de la democracia política. Es, contra lo proclamado por las dictaduras interesadas en destruirla, la única posibilidad de equilibrado crecimiento de las comunidades humanas para acabar de verdad con la miseria y la ignorancia, con la injusticia, la opresión y la inseguridad.
Pueden ser, lo son de hecho, inadaptadas a las circunstancias nuevas y a las que están por venir, algunas de las instituciones concretas que fueron o se pensaron útiles antes como instrumentos de realización y de protección de la democracia. Será menester una alerta vigilancia para recoger de los cambios estructurales que la comunidad está experimentando, aquellos elementos que deban ser institucionalizados, a fin de mantener siempre en el bien común, el equilibrio de la eficacia y de la libertad. No es difícil prever modificaciones tal vez sustanciales en el régimen de la propiedad, en el del trabajo, en el del aprovechamiento de los recursos naturales, en la preparación y utilización, sobre todo, de los recursos humanos.
Pero los datos democráticos que más se empeñan en negar y combatir las dictaduras y las tendencias totalitarias, son los referentes a la instauración misma de la autoridad, a la legitimación de ésta por su origen en el consenso ciudadano y por su ejercicio conforme a la ley; a la limitación del Poder impuesta por el respeto a las libertades humanas esenciales, consecuencia de la naturaleza y de la dignidad de la persona, y a la autonomía real de las comunidades humanas intermedias, que es exigida tanto por el principio de subsidiariedad como por la necesidad imperiosa de la descentralización; todos esos datos básicos, los más negados y combatidos por las dictaduras, deberán conservarse siempre y afinarse y perfeccionarse constantemente, porque así y sólo así la sociedad y la persona podrán subsistir, merecerán subsistir y valdrá la pena que subsistan.
Lo insustituible de la democracia es la identificación del Poder y del pueblo. Más aun debe darse relevancia a este carácter de la democracia cuando se considera, como se considera hoy, frente a las nuevas necesidades y posibilidades, que el incremento de la socialización reclama un Poder fuerte. Bien sabido es que esa fuerza del Poder sólo puede darse por la adhesión, ya que el constreñimiento o la simple flojedad del reblandecimiento y del conformismo, ni son de efecto positivo ni son permanentes, ni permitirán jamás reunir, integrar, el magno esfuerzo colectivo indispensable para enfrentarse a los problemas de nuestro tiempo, para hacer esperanza venturosamente cumplida lo que hay ahora de temible riesgo de retroceso en el "despertar de la conciencia de justicia social", frecuentemente desviado por obscuros y destructores complejos, y en la reivindicación de niveles de vida superiores, en la "revolución de las expectativas crecientes", tan fácilmente explotada por demagogos y logreros; para volver servicio e instrumento de elevación del hombre, lo que hay de amenaza abominable hoy, en los prodigiosos adelantos científicos y técnicos.
Esta identificación del Poder y del pueblo, para ser verdadera, durable y fructífera, no puede lograrse -hay que repetirlo- por la propaganda y la acción psicológica, ni por el constreñimiento, ni por la dependencia económica. Sólo puede ser alcanzada por el sufragio efectivo, es decir, por el acatamiento verídico de los resultados del proceso electoral, cada vez más afinado y depurado; por la participación efectiva, orgánica y constante del pueblo, lo mismo en las asociaciones y comunidades intermedias de todo orden, que en ese proceso electoral y en la vida de la comunidad; por el diálogo y la colaboración entre el Poder y el pueblo, que se institucionalizan a través de la división de los poderes y de la descentralización; por la responsabilidad real del Poder ante el pueblo, organizada en lo político mediante el proceso electoral genuino, y en lo económico y social por la deliberación racional y responsable de los programas comunes y por la rendición efectiva de cuentas comprobadas; por el respeto jurídicamente garantizado de las libertades personales y de los derechos y funciones de las comunidades y asociaciones intermedias: familia, municipio, organización profesional, comunidad de trabajo, de cultura o de fe.
Y son estos medios tan humildes, tan conocidos, tan a nuestro alcance, los que constituyen el núcleo de la democracia política.
De su implantación y de su cumplimiento autentico dependen las otras "democracias", si así pueden ser llamadas: la "social" y la "económica", que es tanto como decir -para dar a estas palabras un sentido admisible- la elevación del nivel de vida, el equilibrado y dinámico crecimiento de la comunidad y la armoniosa ordenación de las estructuras sociales.
La tarea central, obligatoria e inaplazable, del Poder y de los ciudadanos, es ahora como lo fue antes y lo seguirá siendo cada vez con mayor exigencia, la de instaurar, perfeccionar cada vez más y cumplir con iluminada y sincera decisión las instituciones de esa democracia política, raíz y sustento de las demás instituciones colectivas, condición y camino de desarrollo armonioso y equilibrado de la comunidad y fruto y amparo de la persona humana.
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