Noviembre 17 de 1961
Señor presidente: Por conducto de la embajada soviética en esta capital, recibí el mensaje que con fecha 22 de febrero último tuvo usted a bien dirigirme, y en el que expone diversas consideraciones con motivo de acontecimientos ocurridos en la República del Congo, a propósito de los cuales reitera los puntos de vista del gobierno soviético sobre la reforma que, en su concepto, debería sufrir la Carta de las Naciones Unidas en lo tocante a la reorganización de la Secretaría.
Con detenimiento me impuse de cada uno de los puntos de su mensaje, y, al igual que Ud., considero que los ángulos que presentan las relaciones internacionales deben impulsarnos a meditar sobre los problemas de mayor ámbito y a esforzarnos por alcanzar la solución que, como sabemos, será firme garantía de la consolidación de la paz y la seguridad en el mundo.
A reserva de que en la ocasión propicia el gobierno de México exprese su criterio con todo pormenor, y con la honradez e independencia que son características de nuestra política exterior, querría desde luego formular algunas consideraciones preliminares, con el mejor deseo de contribuir, en lo que de mí depende, al esclarecimiento de la situación que todos confrontamos.
Enfocando en primer lugar los dolorosos hechos que han dado ocasión al mensaje de Ud., señor presidente, cúmpleme manifestarle que el asesinato del estadista congoleño Sr. Patrice Lumumba suscitó inmediatamente en la opinión pública mexicana los sentimientos condignos de franca indignación y reprobación, que comparte sin reservas el poder ejecutivo de mi cargo. Somos enemigos de la violencia en cualquiera de sus formas, y por motivo alguno, en consecuencia, podríamos cohonestar tan incalificable proceder. Formulamos nuestros votos más sinceros por que se ejecute puntualmente la decisión adoptada por el Consejo de Seguridad, en su sesión del 21 de febrero de 1961, de que -como una medida excepcional que deje a salvo el principio de no intervención en los asuntos internos- se lleve a cabo una investigación "inmediata e imparcial" sobre las circunstancias de la muerte del Sr. Lumumba y sus colegas, y se proceda al castigo de los perpetradores de estos crímenes.
En lo que, no obstante, deploro disentir de las apreciaciones emitidas por Ud. a este respecto es en que no creo que la comisión de actos tan reprobables pueda prevenirse en lo futuro con un simple cambio de personas en la dirección del órgano administrativo de las Naciones Unidas, pero ni siquiera con la reforma estructural de este órgano de acuerdo con la proposición presentada por la delegación soviética en el decimoquinto periodo de sesiones de la Asamblea General de las NN UU.
Si alguna responsabilidad pudiera resultar a la Organización Internacional en los acontecimientos tan lamentables que han tenido por teatro la República del Congo, no sería personal, y todavía menos unipersonal, sino colectivo, es decir, de los gobiernos que en las tres resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad en julio y agosto de 1960 autorizaron al Secretario General a proporcionar al gobierno de la República del Congo la asistencia militar y técnica necesaria para la completa restauración de la ley del orden en el territorio de dicho país, hasta que el propio gobierno estuviese capacitado para desempeñar plenamente esa función.
Así consideradas las cosas, de acuerdo con los poderes de que disponía y habiendo de anteponer al sentimiento humanitario circunstancial la observancia de los principios que sustenta la Organización, no parece haber fundamento para arrojar contra el Secretario General el cargo -que justamente en razón de su gravedad demanda entera plenitud probatoria- de haber sido autor o cómplice en el asesinato del Sr. Lumumba y de sus asociados.
En segundo lugar, y prescindiendo de la persona de su actual titular, paréceme difícil asentir a la proposición de que «cualquier otro» que fuera el Secretario General, «será al frente de la ONU un agente de las potencias coloniales e imperialistas». Es difícil, una vez más, imaginar que no haya hombres animados del espíritu que reclama el Art. 100dela Carta, dispuestos a no tener en cuenta sino los intereses de la Organización; y por otra parte la Carta misma, al dar a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad la intervención que les corresponde en el nombramiento del Secretario General, ha dispuesto las suficientes garantías para impedir que a tal puesto sea llevado cualquier agente de cualesquier países o bloques de países sean cuales fueren sus tendencias o su ideología.
La estructura actual de la Secretaría de las NN UU puede ser sin duda objeto de críticas y, como toda institución humana, es susceptible de evolución y mejoramiento. El procedimiento más idóneo para lograrlo estriba, en mi opinión, en la realización de un estudio minucioso y objetivo como el que desde hace más de un año ha venido llevando a cabo un Comité de Expertos -entre los que figura uno de la Unión Soviética- en cumplimiento de las Resoluciones 1446 (XIV) y 1557 (XV) de la Asamblea General, y cuyo informe definitivo deberá ser examinado por la propia Asamblea en su próximo periodo de sesiones.
Por mi parte, no creo que los defectos de que adolezca actualmente la Secretaría puedan subsanarse con la transformación de una autoridad unipersonal en otra tripersonal, cada uno de cuyos miembros representaría a cada «uno de los tres grupos de países que actualmente se han formado en el mundo, a saber: Estados miembros de los bloques de las potencias occidentales, Estados socialistas y países neutralistas». Con la misma franqueza de que Ud. ha usado al exponer sus argumentos en apoyo de su idea, me permitirá que le ofrezca los míos.
A mi modo de ver, el mundo actual es tan extraordinariamente heterogéneo y complejo, que no sin hacer en muchos casos violencia a la realidad podría encasillarse al centenar de Miembros de las NN UU (para hablar en números redondos) en aquellas subdivisiones, como si se tratara, ni más ni menos, que (te compartimentos estancos. Tales denominaciones son, además, de no muy rigurosa connotación en el léxico político de nuestros días, tan cargado de elementos emocionales; por todo lo cual podría haber casos -más numerosos tal vez de lo que pudiera pensarse- en que sería sobremanera difícil aplicar una clasificación tan rígida; así que todo ello se traduciría forzosamente en perplejidades o disputas que embarazarían la mecánica electoral del triunvirato de la proyectada Secretaría General.
Pero aun suponiendo que no ofreciera ninguna dificultad semejante repartición, me parece de mayor peso aún la consideración que paso a hacer en seguida, y es la de que con tal recurso llevaríamos las divergencias políticas al órgano de las NN UU, cuyos fundadores idearon precisamente como el símbolo vivo de la voluntad común de paz y de concordia, más allá y por encima de cualesquiera diferencias y conflictos que pueda haber entre sus miembros. En los otros organismos, en la Asamblea General, en los diversos consejos, está bien que se manifieste con genuina vivacidad el pluralismo de los grupos regionales o de otra índole, pero debe haber al menos un reducto que encarne la unidad sin restricción alguna, y ha de ser en el órgano encargado de ejecutar las decisiones alcanzadas en aquéllos otro después de un debate libre y leal. Como parece Ud. señalar acertadamente, las NN UU deben reflejar tanto su condición de Naciones como de Unidas: su pluralidad heterogénea no menos que su unidad en un aspecto siquiera: el administrativo, de su organización.
Lo anterior no significa -es punto que me interesa poner bien de manifiesto- que mi gobierno sea hostil en principio a toda reforma de la Carta, emprendida y consumada con arreglo al procedimiento previsto en su Capítulo XVIII. A nosotros también, no nos contentan del todo algunos de sus preceptos, pero mientras la mayoría no se pronuncie en otro sentido, cumpliremos sincera y esforzadamente las obligaciones que nos incumben de acuerdo con el estatuto actualmente vigente.
Los males que afligen al mundo, y de los cuales la República del Congo es uno de tantos ejemplos dramáticos, provienen de causas más profundas que las fallas estructurales de que pueda adolecer la organización de las NN UU. Provienen de que no han desaparecido aún por completo tendencias o tácticas que debían estar ya superadas, y que podrían acaso cifrarse en la llamada política del poder.
Si expongo esta convicción no es porque en mí, al igual que en todos los mexicanos, haya surgido a propósito de acontecimientos internacionales recientes, sino porque resulta y se nos impone a la luz de la evolución histórica de México y de los pueblos hermanos que con nosotros constituyen la comunidad latinoamericana. Para las grandes potencias de aquella época, parecíamos incapaces del gobierno propio; pero una vez que el heroísmo de estas naciones obligó a aquellas potencias a desistir de sus pretensiones sobre nosotros, pudimos sin mayor embarazo ocupar nuestro lugar en la comunidad internacional.
Puede Ud. estar cierto, señor presidente, que me ha sido satisfactorio el haber tenido esta oportunidad efe comunicarle mis pensamientos. Del diálogo entre jefes de gobierno que recíprocamente se respetan, podrán acaso surgir -de ello abrigo sincera esperanza- soluciones constructivas de los grandes problemas que ofrece hoy el mantenimiento de la paz mundial.
Aprovecho la ocasión, señor presidente, para renovar a Ud. las seguridades de mi más alta y distinguida consideración.
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