1952 julio 7, Alameda Central de la Ciudad de México
Masacre en La Alameda inicio de la guerra sucia
Fue bestial. Mataron a muchos. Se decía que
el avión del presidente estaba listo porque él
creyó que ahí se desataba algo más. Siempre
tuvieron temor de que el general Henríquez
Guzmán se alzara en armas. Pero nunca hubo
armas […]” [1].
Carlos Montemayor. Los informes secretos, Activista, escritor, periodista.
El 6 de julio de 1952, el pueblo mexicano votó por un cambio que permitiera reivindicar el ideario revolucionario y del cardenismo. ¿Su candidato? Miguel Henríquez Guzmán, quien había sabido hacer carrera militar dentro de las filas constitucionalistas y, al final de la revolución, en las del ejército mexicano, sobre todo bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, quien lo apoyó y brindó su confianza.
Henríquez Guzmán lanzó su candidatura en dos ocasiones. La primera fue en 1945, para representante del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) ―antecedente del Partido revolucionario Institucional (PRI)―. Al parecer contó con el respaldo de Cárdenas y de buena parte de las bases partidistas, pero el presidente Ávila Camacho prefirió apoyar a quien era su secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés, quien resultó electo en esa jornada electoral. Sin embargo, pese a no haber podido competir a nivel presidencial, Henríquez Guzmán y sus seguidores, los henriquistas, no se dieron por vencidos, reorganizándose para las siguientes elecciones, en 1952.
Durante el gobierno de Miguel Alemán, México cambió. El descontento popular llegó a ser general, pues este presidente prefirió beneficiar el desarrollo de grandes empresas nacionales y extranjeras al de la gente. La pobreza se volvió una constante, pero la memoria de la revolución y el cardenismo aguijonearon el sentir de la mayoría a favor de un cambio reivindicador de aquellos ideales [2]. Con su campaña, el movimiento henriquista enarboló estos principios. A fines de 1950 surgió una nueva alianza campesina, independiente y contestataria de la Confederación Nacional Campesina (CNC), para ese entonces infiltrada por el gobierno alemanista y la corrupción. Se llamaba Unión de Federaciones Campesinas de México (UFCM), y fue ella quien respaldo la candidatura de Henríquez. Desde el inicio, el Estado ―a través de sus ramales de seguridad y autoridad estatal, regional, municipal, etcétera― intentó desbaratar la organización con todo tipo de mecanismos de violencia y corrupción, pero la organización se mantuvo. El 4 de junio de 1951, obtuvo su registro como partido político bajo el nombre de Federación de partidos del Pueblo Mexicano (FPPM): tenía 43 403 afiliados de 28 estados [3]. Había logrado integrar personas y grupos de antagónicos orígenes e intereses políticos y sociales, aliadas por un sentimiento común: la recuperación, y puesta en práctica, del ideario revolucionario como principio rector de México, única forma de terminar con la corrupción del Estado y recuperar la dignidad y la calidad de vida. Además, entre las propuestas del FPPM estaban también la igualdad de derechos para la mujer, la preocupación y atención a los migrantes y la moralización de los funcionarios públicos.
Miguel Henríquez Guzmán inició formalmente su campaña presidencial el 19 de agosto de 1951; durante ella recorrió el país, haciéndose presente en los poblados y escuchando directamente de la gente sus planteamientos. Fue una campaña turbulenta, pues sus enemigos no perdieron ocasión para violentar a sus compañeros o asustar a sus seguidores, como tan bien ejemplifican los hechos del 5 de junio de 1952 en Juchitán, Oaxaca [4].
Las elecciones fueron el 6 de julio de 1952 y, pese a la proclama oficial de garantizar unas elecciones limpias, el proceso estuvo marcado por irregularidades y violencia ―sobre todo en zonas de clara preferencia henriquista―. Antes de darse las cifras finales, los periódicos ensalzaron como triunfador al candidato oficialista, Adolfo Ruíz Cortines.
Según cuenta Elisa Servín en su libro Ruptura y Oposición. El Movimiento Henriquista 1945-1956, el 7 de julio de 1952, los miembros de la FPPM se congregaron en la Alameda Central de la Ciudad de México tras una convocatoria a la Fiesta de la Victoria. Mientras llegaban al punto de reunión, los henriquistas iban gritando “¡Fraude electoral!”. En eso, un infiltrado disparó desde un balcón al jefe de granaderos, el teniente Uribe, hiriéndolo. Sin averiguar, pues era ésta, al parecer, una señal planeada, las fuerzas armadas comenzaron a disparar contra los congregados, a echar gases lacrimógenos, a dar de culatazos, obligándolos a dispersarse en diferentes direcciones. La represión se generalizó, ensangrentada aún más por los cortes de los sables de la policía montada. Algunos fueron heridos; otros, asfixiados. Murieron pocos más de doscientos [5], sus cuerpos fueron incinerados en el Campo Militar Número 1. La policía secreta realizó detenciones: líderes y simpatizantes, más de quinientos [6].
Las cifras precisas, se desconocen. En un artículo en la revista Siempre!, del 11 de octubre de 1972, Carlos Monsiváis, señala que el 7 de julio es “uno de los hechos menos documentados y más obscurecidos de nuestra historia” y cita la cifra de cerca de quinientos muertos en la Masacre de la Alameda, pues ese día se dispararon más de trescientas granadas de gases lacrimógenos y hubo cerca de cien agentes secretos, además del ejército, la policía montada y los granaderos [7].
Fue sólo el principio. El Gobierno asumió dos estrategias para terminar con el partido independiente y popular que tanto amenazaba su autoridad: por un lado, al asumir la presidencia Ruiz Cortines enarboló como propias muchas de las propuestas henriquistas ―como el sufragio femenino y la moralización de los funcionarios públicos―; por el otro, el Estado actuó de la manera más violenta, reprimiendo sin miramiento, violando todo derecho humano―. Había comenzado en México un nuevo sistema de Gobierno, incluía como herramienta a la llamada guerra sucia, la serie de mecanismos y tácticas de represión que el Estado ejerce sobre sus enemigos políticos.
Como menciona Octavio Rodríguez Araujo en su artículo “El henriquismo: última disidencia política organizada en México [8]”: “Para el bloque en el poder, y particularmente para la élite política, el henriquismo fue expresión de una crisis en su hegemonía; crisis que no debía evidenciarse y que, por lo mismo, habría de ser evitada en el futuro. Fue una experiencia bien asimilada. Nunca más, hasta ahora, la élite política ha permitido resurgimientos organizados de oposición disidente.”
[1] https://www.jornada.com.mx/2009/01/16/index.php?section=opinion&article=014a1pol
[2] https://www.desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/Article/view1279
[3] Ídem.
[4] https://www.cndh.org.mx/noticia/violencia-politica-en-juchitan
[5] https://www.jornada.com.mx/2009/01/19/index.php?section=opinion&article=018a2pol
[6] http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/707071952.html
[7] http://ceneslibertadhenriquez.blogspot.com/2006/08/el-dia-siguiente-de-las-elecciones-de.html?m=1
[8] www.revistas.unam.mx/index.php/rep/article/view/60442
Tomado de:
https://www.cndh.org.mx/noticia/masacre-en-la-alameda-inicio-de-la-guerra-sucia
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