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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1950 Discurso ante el presidente Truman

Miguel Alemán Valdes

México se complace en claros, por mi conducto, la más cálida bienvenida.

En abril de 1943, otro Presidente de los Estados Unidos, el admirable Franklin D. Roosevelt, vino a la República Mexicana y visitó la ciudad de Monterrey. "Transcurrían, entonces, los meses más angustiosos de la contienda que aceptaron las democracias para salvar su mejor legado: la integridad de su independencia, su fe en el hombre, su culto por el honor y su esperanza en la libertad.

Precedido por la estimación profunda que justifican sus cualidades de ciudadano y sus méritos de estadista, llega a México ahora Vuestra Excelencia, en días acaso no menos graves. Aquéllos en que debemos todos, sin tregua, labrar en el mármol de la victoria el perfil de una paz generosa, digna, verídica. Y, en consonancia con el anhelo de creciente y cordial solidaridad que tendrá que normar esa paz del mundo, ha querido Vuestra Excelencia adentrarse más en el territorio de mi país y venir a su

Capital y tocar —por decirlo con una imagen— su corazón y vivir con nosotros horas sin duda gratas poi lo recíproco del aprecio, pero solemnes, también, por la certidumbre del esfuerzo conjunto que las pretigia.

Unidos duren te la guerra, nuestros dos pueblos (y, con ellos, todos los otros del Hemisferio) saben perfectamente el valor que tiene, paraconstruir una paz duradera, la asociación de sus pensamientos y de sus obras. Cada vez se distingue con mayor claridad en el coro de los países, la voz de América. Y no es ello exclusivamente por el poder que han alcanzado ciertas naciones, como la vuestra, merced a las dádivas de la naturaleza y a los beneficios legítimos del trabajo, sino por algo en cuya lenta realización hasta los más desvalidos y menos fuertes participan con eficacia: por su sentido nuevo de la convivencia, por la juventud de sus ideales; en suma, por su concepto humano de la comunidad internacional.

Una prueba de ese concepto la dan ahora nuestras Repúblicas, al cambiar sus Jefes de Estado palabras de concordia y cooperación en un tiempo que otros consagrarían a perpetuar polémicas y rencores. Me refiero, concretamente, al centenario de 1817; centenario al que aludo aquí porque, por encima del diálogo de los hombres, la historia habla.

Mas la historia se hace todos los días, a todas horas. Y su grandeza nunca reside en la voluntad de eternizar el pasado, sino, al contrario, en la aptitud para transfomar el pasado en presente activo y para ciunen tan sobre sus premisas, un mejor y más sólido porvenir.

Precisamente porque nuestros pueblos hubieron de conocerse en el estrago de las batallas, tiene mayor significación para el mundo nuestra amistad. ¡Qué pocos son, en efecto, los países que no registran en sus anales algún encuentro trágico y doloroso! ... Ante las piedras ensangrentadas se arrodillan con devoción las generaciones. Pero el proceso de la existencia es (ración perenne. Y las manos que México y los Estados Unidos se tienden hoy pueden estrecharse lealmente, con dignidad auténtica y varonil.

En la época que principia sentimos la obligación de hablarnos unos a otros muy francau ente. Ninguna rivalidad nos separa. Ningún complejo nos contrapone. Somos dos países amigos, vecinos: semejantes en muchas cosas y, en otras, muy diferentes. Los Estados Unidos han demostrado, con heroica perseverancia, la fidelidad de su vocación nacional para la libertad. México, por su parte, ha sabido responder con intrepidez a los apremios máximos del destino. Nuestos pueblos, ligados por los mismos propósitos democrático, han hecho suyo, con igual entereza, tur igual deber: el de vivir y luchar por la civilización de la humanidad.

¿Qué auspicio más promisorio que éste que invoco? Sobre todo si se recuerda que nosotros, los mexicanos, aunque fuera únicamente por razón de la geografía, representamos para vosotros la expresión más cercana de una fraternidad sin cuyo concurso no podría jamás afirmarse la unidad material y moral de este Contienente: la fraternidad latinoamericana.

Juntos hemos de vivir y juntos habremos de prosperar. Nuestras necesidades recíprocas son tan hondas, tan numerosas y tan variadas que estimaría superfluo enunciarlas en este instante.

Tenemos economías susceptibles de completarse fructuosamente. Un maduro criterio de vuestros propios interses no podría oponerse al programa de nuestra industrialización. Respetuoso de nuestras leyes, vuestro capital hallará en nuestro país una acogida que estará en proporción con el espíritu en que se inspire, dentro de una colaboración que supere todo egoísmo y todo interés de hegemonía.

Tenernos culturas que, por su alto linaje y por su fecunda diversidad, gozan de la capacidad envidiable de armonizarse sin exluirse y enriquecerse sin estorbarse. Anticipándose a menudo a la visión oficial de los funcionarios, una corriente espléndida de turismo, de investigación de estudio se ha establecido ya entre nuestros pueblos. ¿Por qué no ahondar los cauces de esa corriente?

Tenemos un parecido deseo de entendimiento entre los hombres de todas las razas y de todas las partes del mundo. ¿Por qué entonces no fomentar, sobre ese deseo común, una acción efectiva, como la que por fortuna hemos ya iniciado, en favor de un mundo realmente próspero y venturoso.

Cuando se narren, en lo futuro, las inquietudes y las congojas de nuestra era, lo que asombrará a los lectores no será que se haya efectuado la cohesión interamericana, sino que haya tardado tanto en lograrse. Y, sobre todo, en logarse con plenitud.

Si han sido un obstáculo los prel vicios, hagamos de la educación de nuestros niños y nuestros jóvenes una liberación de ese obstáculo inexcusable. Y si ha sido la desconfianza otro valladar, hagamos desaparecer las últimas causas de desconfianza, procediendo invariablemente sin reticencias, de acuerdo con la justicia y sabiendo que la justicia noestriba nada más en la ley, sino en la equitativa manera de interpretarla y de humanizarla.

Dentro de un mundo nuevo, como el que queremos ver dominar las dificultades de nuestro siglo, debemos aspirar a un sistema nuevo de trato internacional. Un trato en que el respeto de las soberanías estatales sea el producto de un respeto no menos puro: el respeto a las posibilidades de rendición y progreso de cada hombre y de todos los hombres sobre la tierra.

La paz no se ganará con ilusiones, sino con hechos; midiendo conscientemente los cornpronrisos de cada comunidad, condicionando esos compromisos al volumen de sus recursos y ayudándonos unos a otros en la tarea de organizar un régimen político y económico que garantice la vida de todos en la independetu la y en el trabajo.

Mucho es, Señor Presidente, lo que norteamericanos y mexicanos, como buenos vecinos que somos. podernos hacer en ese sentido. Podernos hacerlo. Y, además, tenemos la responsabilidad histórica de intentarlo.