Miguel Aleman Valdés, 22 de Marzo de 1948
Trabajadores de México:
Con satisfacción asisto a la apertura de la Tercera Convención Nacional de la "Confederación de Obreros y Campesinos de México", y deseo que sus trabajos lleguen, después de las deliberaciones que comprende su temario, a conclusiones satisfactorias para los trabajadores representados por esta organización, y de la clase obrera del país.
Quiero dirigirme en esta ocasión a todos los trabajadores mexicanos. Así lo requiere el momento angustioso porque atraviesa el mundo, y es necesario que trabajadores y Gobierno reflexionen juntos sobre cuál debe ser la actitud inmediata que el país y por consiguiente todos los sectores que lo integran, deban tomar ante el peligro que se cierne de que la Humanidad retorne a-una nueva guerra, cuyas consecuencias destructoras son imprevisibles.
Examinemos, en consecuencia, la situación que guardan las organizaciones obreras entre sí; las garantías de que disfrutan emanadas de la Constitución; el perfeccionamiento de sus relaciones ínter gremiales, obrero patronales y con el poder público, considerando al trabajador en su calidad de ciudadano y de jefe de familia, que con su esfuerzo físico y su honestidad en el trabajo y en el hogar, constituye uno de los factores esenciales para la producción y para la vida social de nuestro país.
Todavía no se logra en nuestra República la unificación de las organizaciones obreras, que todos los dirigentes, sin embargo, han manifestado desear. Pero advirtamos que tampoco se ha logrado en otros países democráticos donde el movimiento obrero data de hace más de cien años y donde la experiencia ha sido, por consiguiente, mucho mayor que en nuestro medio.
Podemos, sin embargo, aseverar que cualesquiera que sean las diferencias que dividen a los trabajadores, existe la perspectiva sin escollos de una unificación efectiva, compatible con la libertad de los distintos grupos, que encuentre su base y que repose en el concepto de la ley.
Nuestro derecho obrero tiene su fuente en una parte explícita y muy importante de la Constitución Política que para regirnos nos dio la Revolución.
Me refiero no sólo al capítulo relativo a las garantías individuales, sino de modo especial al artículo 123 constitucional, conjunto armónico de afirmaciones que descansan sobre bases firmes.
La jornada de trabajo, la protección a la mujer y a los menores de edad, el descanso obligatorio, la fijación de salarios mínimos en relación con las condiciones de vida de cada región del país; los preceptos acerca de la participación de las utilidades, acerca de las habitaciones para los obreros y sus familiares, acerca de las condiciones de moralidad en tales centros y acerca de las medidas previsoras contra enfermedades profesionales y accidentes del trabajo; pero especialmente la libertad para asociarse -separadamente, los obreros y los patrones- con capacidad para contratar colectivamente, y con la libertad dentro de la Ley de usar de los medios defensivos, como el derecho de huelga o el planteamiento de los conflictos de orden económico.
Todos estos son preceptos tan previsores, que si ayer los llamábamos disposiciones avanzadas, el calificativo que hoy mejor les corresponde, es el de las más razonables medidas.
El dictado del artículo 123 constitucional contiene -como se ve garantías que justifican los sacrificios del pueblo mexicano en la larga y trágica lucha para lograrlas. Esas conquistas, lejos de constituir utopías que se deshacen, en la práctica, están ya arraigadas con firmeza en la conciencia de toda la nación.
Hay que vivir en la realidad
El movimiento obrero nacional debe alimentar -por tanto- su inspiración ideológica, en las realidades de su existencia histórica.
El adelanto de la clase obrera requiere el alejamiento de toda doctrina ajena a los principios de nuestra Constitución Política, que es enseñanza y norma de justicia, de patriotismo y de progreso.
En la libertad para forjarse la conciencia de la supremacía de la ley, radica el verdadero sentido democrático.
El país entero y el movimiento obrero presentan un cuadro de mejoría en los propósitos, de adelanto en el modo de vida y de superación moral.
El movimiento obrero y los empresarios, en esta etapa del desarrollo del país, decisiva para su porvenir, tienen la responsabilidad de alentar con firmeza una actitud patriótica que supere todo egoísmo, condición sin la cual no podría realizarse la industrialización iniciada con vigor bajo el estímulo del Régimen, para fundar en ella el bienestar a que legítimamente aspira nuestro pueblo.
Trabajadores:
Con confianza en las filas obreras sustento la firme creencia de que mantendremos la unificación nacional y que los factores esenciales de la vía del país se aprestarán a desarrollar nuestra economía y a crear la prosperidad honesta, indispensable para la efectiva moralidad en las relaciones de las fuerzas activas de la Nación.
El país entero viene cobrando conciencia de que si logramos como es nuestro empeño, el mejoramiento cultural y material de nuestras colectividades y el fortalecimiento definitivo de nuestra economía, la vida política interior y la actitud que debamos tomar ante los sucesos mundiales que parecen precipitarse, hallará el ambiente de nuestra Patria en condiciones propicias para manifestarse en toda su efectividad democrática.
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