Manuel Ávila Camacho, 8 de Mayo de 1945
Compatriotas:
La primera parte de la guerra mundial librada por las Naciones Unidas en oposición a los agresores nazifascistas ha llegado a su término hoy.
Vencida hace varios meses la Italia de Mussolini el único enemigo europeo de verdadera importancia —me refiero al régimen criminal que se había apoderado del Tercer Reich— acaba de sucumbir. Oculto o muerto, Hitler ha desaparecido. Berlín cayó bajo el tremendo empuje de los ejércitos de la U.R.S.S. Las armas norteamericans, británicas, soviéticas y francesas se han cubierto de gloria en los campos de batalla que, en la demencia de sus éxitos transitorios, Alemania creyó haber asegurado por la fuerza perenne y cruel.
En este día, las banderas de las Naciones Unidas ondean sobre países poblados pro hombres que no rehusaron el reto de los tnanos y que, amenazados directa o indirectamente por la codicia totalitaria, prefirieron luchar con honor a vegetar sin respeto y sin libertad
Entre esas banderas está la nuestra. Y, asociado al destino de la paz próxima, se halla nuestro destino. El destino de México que soñamos: escudado por la justicia, fuerte en el ejercicio de sus derechos, abierto a todos los horizontes de la concordia, entusiasta a los estímulo del progreso leal para toda la humanidad.
El jubilo de esta jornada es también nuestro júbilo, ciertamente. Entramos en el conflicto sin ambiciones particulares, en los tiempos aciagos en que parecía la suerte más favorable a los adversarios de una convivencia ordenada y equitativa, cuando resistir a los duros amagos de los gobiernos del Eje suponía una fe profunda en los valores indestructibles de la razón y de la virtud.
Los hechos han demostrado que semejante fe no carecia de fundamento. Aquel Eje, que sus autores decían de hierro, se ha visto despedacado. Lo rompió el mundo, debido a la colaboración de los factores complementarios: el espíritu de sacrificio de los combatientes, nuestros aliados, y el ideal de independencia de aquellos pueblos que, al par que el nuestro, saben que hay en la historia crisis, como ésta, que todo lo admiten, menos la indiferencia, la abdicación, la apatía y la falsa neutralidad.
La primera parte de la conflagración desencadenada por los propagandistas de la barbarie ha concluido hoy. Y ha concluido brillantemente. Sin embargo, muchos batallas por ganar quedan todavía y muchas privaciones aún quedan por sufrir. Mientras no se consume, en el Oriente yen el Pacífico, la derrota total del imperio nipón, hablar de la paz del mundo entrañaría un error y una ingratitud. Un error de impaciencia y una ingratitud para la nación china, cuya tenacidad en la sagrada defensa del suelo patrio ofrece un motivo de orgullo para toda la especie humana.
Hemos dicho que la paz es indivisible y que la seguridad, para ser auténtica, tiene que ser total. Hacia esa seguridad y esa paz, completas, avanza el camino que recorremos. Para llegar hasta ellas hemos de vencer aún muchos contratiempos y superar no pocas dificultades. Un grupo de hermanos nuestros, los elementos de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, lo saben perfectamente y lo comprenden y lo sienten en su propia vida.
De ahí que en esta hora, de regocijo tan merecido, al extender a los vencedores de la lucha de Europa la felicitación fervorosa que México les envía, considere yo indispensable poner en guardia a los mexicanos contra los riesgos del 4nás leve decrecimiento en la tensión de su voluntad.
Alemania ha capitulado. Pero sigue la guerra con el Japón. Y el hecho de que esa guerra no haya cesado exigirá de nosotros una continuidad de propósitos, una continuidad de rendimiento y una exaltación varonil de nuestro ánimo de unidad.
Juntos, formamos un pueblo. Dispersos, constituiríamos una materia social posible a las inquietudes, a los recelos, a los escepticismos y a los desvíos que surgen siempre al amparo de las alegrías prematuras y que se convierten, tarde o temprano, en indolencia, desistimiento, flojedad del vínculo nacional.
Que cada uno de nosotros lo recuerde en lo íntimo de sí propio y lo repita incesantemente: sólo las energías que nos han permitido durar a través del desquiciamiento serán capaces de garantizar nuestra persistencia en las confrentaciones que nos aguardan.
Para un pueblo que anhela vivir con decoro, sin sumisión ni claudicaciones, cada hora de vida es una hora de prueba más. Nuestros grandes amigos de América, Europa y Asia lo reconocen como nosotros. El espectáculo de su austera satisfacción encierra un ejemplo que apreciamos debidamente.
Ser dignos de la victoria requiere un máximo de heroísmo. Por eso el voto que elevo, en esta noche de fiesta para los hombres civilizados, es el de que el alma de México continúe sintiéndose digna de participar en la paz que resulte de la victoria. Y que lo sea por el esfuerzo, la constancia y la devoción al trabajo, ese eterno y supremo libertador.
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