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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1945 Discurso ante el Consejo Extraordinario de la C.T.M.

Miguel Alemán Valdés. 5 de Junio de 1945

Trabajadores de México:

Es para mí una satisfacción que, en el libre ejercicio de sus derechos ciudadanos y después de meditar sus actos colectivos, hayan determinado lanzar en esta importante Convención mi precandidatura, en la compaña cívica que se inicia, para resolver constitucionalmente la sucesión presidencial.

Agradezco positivamente a la Confederación de Trabajadores de México la realización significativa de este acto.

Los trabajadores encarnan una tuerza de vida en el país; se han creado un firme sentido de responsabilidad cívica y política y siempre me he encontrado vinculado con las aspiraciones de la clase laborante, por eso con satisfacción vengo a aceptar esta distinción que me hacen y los deberes que ella entraña; y a exponer las ideas, que estoy seguro comparte conmigo la masa popular, junto a la cual, hemos de esforzarnos por llevarlas a una realización efectiva, para el bien de toda la República.

Mientras en México después de la primera gran guerra seguimos debatiéndonos por el logro de las libertades humanas y las reindicaciones económicas, que fue lo esencial de nuestra Revolución, en otras regiones de la tierra se creyó que era con la abolición de esas libertades como se hacían grandes los pueblos. Primero se atentó contra las libertades individuales, luego contra la soberanía de las naciones. Hasta que por esa ruta se llegó al conflicto de la Segunda Guerra Mundial que ha desquiciado económica y políticamente al mundo entero. Y el mundo se esfuerza ahora, al querer liquidar esa situación y encontrar nuevamente su equilibrio, por establecer sobre bases firmes las libertades nacionales, las libertades sociales y las libertades del individuo tan rudamente atacadas y tan trágicamente destruidas en tantos países.

En México, podemos y debemos tener conciencia de que los principios fundamentales de nuestra Revolución entrañan lo que ahora es aspiración universal; y lejos de considerar nosotros liquidados esos principios, debemos más que nunca reconocer su bondad, su cordura y su efectividad, y abrazarse a ellos convencidamente. La guerra que todavía atormenta a la Humanidad, es la prueba más contundente de que la Revolución Mexicana iniciada en 1910 ha sido, a pesar de las confusiones que se presentaron en su desarrollo, el camino certero que el inundo, en escenario más amplio, ha de tomar. Por eso, donde quiera que México ha actuado internacionalmente, nuestro país ha podido mantener con firmeza aquellos principios que más íntimamente responden al anhelo de los pueblos todos de la tierra. Su conducta ha sido ejemplar durante el curso de su historia, pero muy particularmente bajo la dirección certera de los Presidentes Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho.

Nuestra base firme e inexpugnable, ha de ser por consiguiente, mantener y consolidar y hacer cada vez más fructuosos los logros de nuestra propia Revolución; reafirmaremos sus conquistas para bien del país.

El periodo de la posguerra está por iniciarse. Todavía arde la lucha -armada en el Lejano Oriente y esa lucha impone a las naciones sacrificios y les crea problemas de toda 'índole. La victoria de las democracias es, sin embargo, un hecho irrefutable, y son los problemas de la paz los que llenan de angustia a todos los pueblos. Para las clases obreras del inundo, sin exceptuar las nuestras, la posguerra amenaza con crear una situación de desempleo alarmante, llenando de inquietud profunda a los trabajadores asalariados.

Ante esta situación se han previsto varios remedios: En primer término afianzar el poder adquisitivo de la moneda, materia que es vital para las clases que reciben moneda en pago de su trabajo y para quienes el aumento de los precios equivale a la disminución progresiva de sus salarios, pero es oportuno hacer notar aquí que las medidas de coacción y de policía que tienen un carácter artificial, nunca pueden resolver problemas esencialmente económicos, los cuales han de atacarse con métodos de la misma naturaleza. En este caso, con el aumento de la producción y la vigorización del comercio internacional, bajo control adecuado con el fin de defender el valor de nuestra producción e impedir al mismo tiempo que se paguen altos precios por las compras que tengan que hacerse en el extranjero.

Y es que en la confusión que aqueja al inundo, no se trata solamente de recobrar o de mantener las libertades políticas, sino de resolver los problemas económicos a fin de que "la libertad contra la miseria" se convierta en realidad y no sólo en una noble enunciación.

Por eso nosotros que gozamos de las libertades ciudadanas - libertad de pensamiento, de opinión y de prensa, de creencia, de reunión, de acción política y de acción social- tan efectivas, debemos aprestarnos con le y con vigor a la resolución de los problemas económicos sin lo cual, las otras libertades de que gozamos, podrían parecer irrisorias. ¿De qué serviría la elevación de los salarios, si lo que llegue a faltar es el trabajo? ¿De qué servirían los salarios elevados y el trabajo abundante, si el costo de la vida aumenta desproporcionadamente? No se necesita ahondar en estas consideraciones para comprender que se trata de crear una economía de abundancia, en primer lugar, y de mantener esa economía en un equilibrio entre sus factores basado en la justicia para poder lograr el bienestar de la nación.

Sin desestimar lo que la cooperación internacional puede valer en el aspecto económico, creo, sin embargo, que nuestra fe la debemos poner primordialmente en nosotros mismos.

Nuestro deber es claro. Debemos forjar condiciones de trabajo en México, tales que la mirada de nuestros trabajadores se vuelva cariñosamente hacia nuestro suelo, y hacia nuestra fábrica.

Cuando la Revolución se inició y formuló su programa, no tuvo necesidad de acudir a fuentes extrañas. Bastó que cobráramos conciencia de nuestra situación y que el desprendimiento de nuestras voluntades respondiera sin escatimar ningún sacrificio. Asimismo, en estos momentos de prueba que la posguerra forzosamente nos acarreará, no debemos esperar que venga de fuera la salvación, ni ir fuera a buscarla, sino que debe bastarnos, y nos bastará, cobrar conciencia de la situación y responder a ella con determinación generosa.

Se trata de que los diversos factores de la futura prosperidad colectiva cooperen entre sí con una finalidad superior a la que todos ellos sirvan con lealtad. Sin menoscabo de las conquistas que los asalariados han logrado, y que la Constitución y las leyes consagran y mantienen; y sin menoscabo de las garantías que las mismas leyes y la Constitución otorgan firmemente a los otros factores productores de la riqueza nacional, la cooperación eficaz de todos es ahora la meta que nos proponemos y podemos mirar el porvenir sin intranquilidad.

Han sido los trabajadores quienes primero han visto la necesidad y la bondad de esta cooperación y recientemente la han elevado a la calidad de principios patrióticos, colocándola al abrigo de toda suspicacia.

Precisa continuar la política agraria del Gobierno de la Revolución hasta satisfacer las necesidades de los ejidatarios que no han recibido tierra, continuar respetando y fomentando la producción en las tierras ya repartidas por el Gobierno; para ello no basta solamente que el campesino cuente con amplio crédito público y privado, dirección técnica adecuada para sus cultivos y servicios de asistencia social, sino que se hace evidente la urgencia de tranquilidad en los campos, la necesidad de un trabajo agrícola, libre de zozobras y de que cese la inquietud provocada por los enemigos del campesino. La pequeña propiedad, cuyo trabajo también debe ser fecundo para el bienestar colectivo merece consideración y ayuda.

La resolución de los problemas de nuestros indígenas será preocupación del Estado para incorporarlos definitivamente a la vida de la nación en sus aspectos económicos, moral y espiritual.

Estimaré también como deber ineludible cuidar que la prosperidad que se vaya logrando sirva en primer término para la elevación del goce de la vida de la población entera; que la ciencia se expanda y sirva para la abolición de las enfermedades endémicas que hacen dolorosa la existencia en tantas regiones de nuestro país y las insufribles condiciones higiénicas y morales que nos debilitan, en muchas partes, el cuerpo y el espíritu.

La iniciativa privada debe tener la mayor libertad y contar con la ayuda del Estado para su desarrollo, cuando se realice con positivo beneficio del interés colectivo. La propiedad de los bienes inmuebles debe estar preferentemente en manos de nuestros nacionales, siguiendo

la trayectoria ya establecida en esta materia por nuestra legislación; pero el capital extranjero que venga a vincularse a los destinos de México, podrá gozar libremente de sus utilidades legítimas.

Velaré celosamente por el cumplimiento estricto de las obligaciones de los empresarios respecto de sus trabajadores; pero al mismo tiempo deben los trabajadores tener conciencia de que las exigencias desproporcionadas redundan en. contra de ellos mismo.

Un sentido de comprensión debe regir en todas circunstancias por encima del afán contraproducente de aprovechamiento parcial. Y debe ser motivo de satisfacción que yo comparto con ustedes, el Saber, a ciencia cierta, que ese sentido de responsabilidad y esa conciencia de la equidad prevalece en ustedes y los determina a enfrentarse con los problemas del mañana inmediato sin temores.

Al Estado compete garantizar la libertad de los trabajadores para asociarse, para contratar colectivamente y para defenderse si fuera necesario mediante luchas lícitas y legales, pero no con procedimientos al margen de la ley. Asimismo el Estado debe garantizar la libertad de los hombres de empresa para abrir centros de producción y multiplicar las industrias del país, seguros de que sus inversiones estarán a salvo de las contingencias de la injusticia.

El país entero reclama la industrialización de México.

Sobre el espíritu de equidad que anime a los factores indispensables para ese logro, hemos de basar moralmente la realización de ese anhelo. La aplicación de la técnica debe constituir de parte de todos, un afán constante. Quedarían burladas las exigencias de la nación, si la industrialización deseada se forjara en una inadecuada técnica.

Nuestro fin no debe ser el excluir de nuestros mercados aquellos productos industriales extranjeros, de buena manufactura, para forzara nuestro pueblo a adquirir productos similares de mala manufactura. Ni podemos tolerar que dependa la producción nacional del solo apoyo del Gobierno, si sus productos, a base de maquinaria inadecuada y de trabajadores incompetentes, resultan de baja calidad y de elevados precios. En esto todos tenemos un interés común, porque todos somos consumidores y como tales debemos exigir calidad en los productos y precios razonables.

Fue fenómeno universal que el advenimiento de la industrialización sumiera a grandes grupos de trabajadores en la miseria, en vez de significar para ellos también un mejoramiento de vida. La Revolución Industrial iniciada hace siglo y medio, en la que por fin estamos dispuestos a entrar de lleno en México, tiene ya una larga experiencia, y tuesto propósito indefectible es que no resulte en nuestro país una prosperidad nacional que se base en la servidumbre de la mayoría- La industrialización (te México debe tener como propósito inmediato, la prosperidad nacional basada en que la compartan equitativamente todas las clases sociales.

Esa ha sido la inspiración de la unidad nacional tan magníficamente lograda por los esfuerzos sin tasa y los desvelos constantes del señor Presidente de la República, General de División don Manuel Avila Camacho. El llamado de la Patria de todos los mexicanos para unirse en su defensa, ha tenido el sustento moral, de que todos cooperen por igual para la seguridad de la nación. Sin titubeos y sin reservas debemos consagrarnos a mantener esa unificación, para continuar y llevar ese nobilísimo anhelo a su nueva meta; la conquista de la prosperidad mexicana y de la libertad contra la miseria y contra el retraso cultural.

Los puntos del programa que se han esbozado no podrían llevarse a cabo si no imperara una absoluta moralización en los procedimientos que empleáramos y en la responsabilidad que deban de asumir funcionarios, servidores públicos y todas aquellas fuerzas que participan en la vida activa del país.

El futuro gobierno de la República no sólo debe contar, con el apoyo de las mejores fuerzas populares organizadas, sino que deberá integrarse con elementos representativos de las fuerzas sociales progresistas del país, con objeto de vigorizar la unidad nacional ya existente, y responder a las exigencias de esta época en la vida de la nación.

Imbuidos en el mayor respeto a los modos de sentir, de pensar y de creer de todos, iremos manifestando nuestras ideas propias tendientes a llevar al país a un convencimiento de progreso honrado y claro, que no enturbien las pasiones ni desvirtúen las ambiciones personales o de grupo.

Aceptamos esta lucha cívica para el engrandecimiento de la nación, no para entorpecer su desarrollo, y por eso nuestra actitud ha de ser serena en la lucha, noble en las armas que emplearemos y limpia de dicterios en la controversia.

La reorganización del Partido de la Revolución Mexicana debe convertirlo no sólo en un organismo electoral, sitio en un permanente Instituto de educación democrática para el pueblo.

Las relaciones que actualmente existen entre las centrales y el Partido de la Revolución Mexicana, debe ser de tal naturaleza que cada miembros de esas centrales deba sentirse personalmente y deba ser un miembro activo y entusiasta del Partido.

La mayor responsabilidad en esta contienda recae sobre los sectores revolucionarios que me rodean y a los que pertenezco. Reclamo de ellos la mayor cohesión y respaldo a mi candidatura, ya que no han de ser elementos retardatarios los que vengan junto a mí, en esta justa democrática y de afianzamiento revolucionario.

Con toda sinceridad reclamo que tomemos la determinación más solemne de que, al mismo tiempo que pongamos todo nuestro entusiasmo en esta justa cívica, cuyo triunfo esperamos, sea la voluntad de la mayoría expresada en los comicios la que debamos acatar. Así quedaremos satisfechos de haber respetado las libertades democráticas y de haber servido con lealtad a la Patria.

Para terminar, quiero rendir un cálido homenaje al Ejército Nacional Mexicano cuya fuerza aérea defiende en estos momentos el honor y la tradición de México, luchando junto a nuestros aliados, por los derechos de la humanidad.