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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1944 Mensaje al Congreso (Segunda Carta de Derechos). Franklin Delano Roosevelt.

Enero 11 de 1944

 

TEXTO ORIGINAL

Roosevelt's Second Bill of Rights

It is our duty now to begin to lay the plans and determine the strategy for the winning of a lasting peace and the establishment of an American standard of living higher than ever before known. We cannot be content, no matter how high that general standard of living may be, if some fraction of our people—whether it be one-third or one-fifth or one-tenth—is ill-fed, ill-clothed, ill-housed, and insecure.

This Republic had its beginning, and grew to its present strength, under the protection of certain inalienable political rights—among them the right of free speech, free press, free worship, trial by jury, freedom from unreasonable searches and seizures. They were our rights to life and liberty.

As our nation has grown in size and stature, however—as our industrial economy expanded—these political rights proved inadequate to assure us equality in the pursuit of happiness.

We have come to a clear realization of the fact that true individual freedom cannot exist without economic security and independence. “Necessitous men are not free men.” People who are hungry and out of a job are the stuff of which dictatorships are made.

In our day these economic truths have become accepted as self-evident. We have accepted, so to speak, a second Bill of Rights under which a new basis of security and prosperity can be established for all—regardless of station, race, or creed.

Among these are:

• The right to a useful and remunerative job in the industries or shops or farms or mines of the nation;

• The right to earn enough to provide adequate food and clothing and recreation;

• The right of every farmer to raise and sell his products at a return which will give him and his family a decent living;

• The right of every businessman, large and small, to trade in an atmosphere of freedom from unfair competition and domination by monopolies at home or abroad;

• The right of every family to a decent home;

• The right to adequate medical care and the opportunity to achieve and enjoy good health;

• The right to adequate protection from the economic fears of old age, sickness, accident, and unemployment;

• The right to a good education.

All of these rights spell security. And after this war is won we must be prepared to move forward, in the implementation of these rights, to new goals of human happiness and well-being.

America's own rightful place in the world depends in large part upon how fully these and similar rights have been carried into practice for all our citizens. For unless there is security here at home there cannot be lasting peace in the world.

 

TRADUCCIÓN

Es nuestro deber ahora comenzar a planear y determinar la estrategia para la conquista de una paz duradera y el establecimiento de un estándar de vida en América más alto de lo que nunca antes se ha conocido. No podemos estar satisfechos, no importa cuán alto pueda ser el nivel de vida general, si alguna fracción de nuestra gente -ya se trate de un tercio o un quinto o un décimo- están malnutridos, mal vestidos-, mal albergados o inseguros.

Esta República tuvo su comienzo, y creció hasta su presente grandeza, bajo la protección de ciertos derechos políticos inalienables -entre ellos el derecho a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, a la libertad de trabajo, al juicio por jurado, a no ser sujetos de registros e incautaciones irrazonables. Estos fueron nuestros derechos de vida y libertad.

A medida que nuestra nación ha crecido en tamaño y estatura, no obstante -como ampliamos nuestra economía industrial- estos derechos políticos han resultado insuficientes para asegurarnos igualdad en la búsqueda de la felicidad.

Hemos llegado a la clara conclusión de que en los hechos la verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad e independencia económica. “Los hombres necesitados no son hombres libres”. La gente que está hambrienta y sin trabajo es el material del que están hechas las dictaduras.

Actualmente, estas verdades económicas han sido aceptadas como algo evidente por sí mismas. Hemos aceptado, por así decirlo, una segunda Declaración de Derechos en virtud de la cual una nueva base de seguridad y prosperidad se puede establecer para todos, independientemente de la posición social, la raza, o el credo.

Entre estos derechos se encuentran:

• El derecho a un trabajo útil y remunerado en las industrias o talleres o granjas o minas de la nación;

• El derecho a ganar lo suficiente para proveer adecuadamente comida, vestido y recreación;

• El derecho de todo agricultor a cultivar y vender sus productos con un beneficio que le permita a él y a su familia llevar una vida digna;

• El derecho de todo empresario, grande o pequeño, a realizar sus actividades en un clima de libertad, libre de la competencia desleal y de la dominación ejercida por monopolios nacionales y extranjeros;

• El derecho de cada familia a una vivienda decorosa;

• El derecho a una cobertura médica adecuada, y a la posibilidad de tener una buena salud y gozar de ella;

• El derecho a una protección adecuada ante los temores económicos vinculados con la vejez, la enfermedad, los accidentes, o el desempleo;

• El derecho a una buena educación.

Todos estos derechos representan seguridad. Y cuando hayamos ganado esta guerra, tendremos que estar preparados para avanzar en la implementación de estos derechos hacia nuevas metas de felicidad y bienestar.

El lugar que corresponda legítimamente a los Estados Unidos en el mundo depende de qué tanto estos derechos y otros similares, se pongan en práctica para todos nuestros ciudadanos. Porque si no hay seguridad aquí, en nuestro país, no podrá haber una paz duradera en el mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota de la autora. Debido a su mal estado de salud, el presidente Roosevelt no pudo acudir al Capitolio a pronunciar su discurso anual sobre el estado de la nación, lo hizo por radio desde la Casa Blanca. Al terminar, llamó a los periodistas y camarógrafos para que difundieran a todo el pueblo norteamericano la presente parte de su discurso relativa a una Segunda Declaración de Derechos Humanos, que posiblemente propondría agregar a la Constitución estadounidense. No pudo ver el término de la guerra porque murió el 12 de abril de 1945, cuando ejercía el primer año de su cuarto periodo como presidente de los Estados Unidos.