México, D. F., a 22 de agosto de 1941
1.- Dos hechos están fuera de duda: 1) que el país vive en régimen de inflación monetaria, y 2) que el gobierno no sólo se abstiene de contener el proceso inflatorio, sino que lo fomenta por todos los medios.
Prueba de lo primero es el aumento constante del dinero disponible, en modo alguno justificado por un incremento paralelo de la renta nacional. La suma de los instrumentos de pago ha venido progresivamente creciendo, hasta ser hoy dos veces y media lo que era hace siete años; en tanto que nuestras dos principales fuentes de riqueza -la agricultura y las industrias extractivas- decaían notoriamente, sin que el desarrollo relativo logrado por las industrias de transformación compensara, siquiera de lejos, la baja registrada en la producción de los campos y en la explotación del subsuelo. Por consiguiente, México es tan pobre como en 1934, si no más pobre que entonces; a pesar de lo cual cuenta con una masa de dinero mucho mayor, que durante los últimos trece meses ha aumentado en más de trescientos millones de pesos, o sea, en más de un 33 por ciento.
En cuanto al segundo de los hechos antes consignados, se desprende claramente de los documentos que siguen: informes rendidos al Congreso de la Unión por el presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, en los años de 1937 a 1940; balances y estados de contabilidad del Banco de México, e informes del consejo de administración a la asamblea de accionistas, correspondientes a esos años y al de 1941; Ley Orgánica del Banco de México y Ley General de Instituciones de Crédito y Organizaciones Auxiliares, de 26 de abril y 3 de mayo de 1941; declaraciones del secretario de Hacienda publicadas en la prensa el 19 de agosto en curso.
2. Además de confirmar lo arriba dicho, esos documentos ponen de manifiesto que son dos las causas originales de la inflación monetaria; a saber: 1) la política financiera del gobierno federal, y 2) las prácticas de crédito de los bancos comerciales y del Banco de México. Esas dos fuentes de inflación pueden, en rigor, reducirse a una sola, que consiste en que se ha querido remplazar con papel moneda (billetes del Banco de México) y con dinero fiduciario (depósitos bancarios en cuenta de cheques) los capitales reales que necesita el país.
Una tercera causa de la inflación, que data de los últimos 18 meses, es el aumento de los depósitos bancarios a consecuencia del flujo de capitales temporalmente refugiados en México. Aunque independientemente de las otras, esta tercera causa de inflación favorece y apoya la acción de aquéllas, y en particular la de la mencionada en segundo término, habiendo sido el propósito inicial de las leyes bancarias expedidas a principios del año en curso acelerar y amplificar ese resultado.
3. Si el déficit presupuestal y el despilfarro en las más variadas formas pueden considerarse como procedimientos financieros, en emplearlos sin la menor preocupación, y por sistema, ha consistido la política hacendaria del gobierno federal a partir de 1936. La más completa descripción de esa política que conocemos es la defensa que de ella se hizo en el último informe presidencial del señor general Cárdenas. Fácil es comprobar, leyendo tal documento, que para quienes redactaron el capítulo relativo a la hacienda pública el déficit crónico y progresivo no es ya el peor de los males que puede ésta padecer, como obstinadamente lo creyeron todos los anteriores secretarios de Hacienda de México; y menos aún debemos ver en él una causa de inestabilidad política y social, según lo enseña nuestra propia historia, sino, por el contrario, constituye el más eficaz instrumento de progreso económico que se haya inventado a través de los siglos.
Parece que otra será la tesis sustentada en el próximo informe presidencial, a juzgar por las declaraciones del secretario de Hacienda que publicó la prensa del 19 de los corrientes. Ahora se hablará de superávit, en vez de déficit. Pero, por desgracia, el nuevo platillo que va a servirse a la nación sólo tendrá diferente salsa, pues el déficit continúa siendo la pauta y el efecto fatal de la política financiera del gobierno, haga éste lo que hiciere por ocultarlo. Llama la atención que el secretario de Hacienda hable de superávit, cuando la deuda pública no cesa de crecer, sin estar consolidada; cuando el gobierno adeuda al Banco de México, por diversos conceptos, muy cerca de diez veces lo que importa el capital de éste, en condiciones que hacen de ese adeudo un crédito incobrable; y cuando, en lo que va corrido del presente año, dicho adeudo ha aumentado en casi setenta millones de pesos, o sea, a razón de diez millones de pesos mensuales.
Es obvio que los trescientos ochenta millones de pesos que el gobierno federal debe al Banco de México -cuyo capital apenas llega a cuarenta millones de pesos- sólo pueden representar una acumulación de déficit presupuestal, a la vez que una emisión inflatoria de dinero redundante.
4. En otro memorándum están expuestos los antecedentes y el mecanismo de la segunda y la tercera causas de inflación antes señaladas, así como la forma en que su acción es favorecida por las leyes bancarias dictadas recientemente.
5. No creemos que haga falta más para dejar sentado, como cosa indiscutible, que el gobierno sigue, con pleno conocimiento, una política inflatoria. La razón que de ese proceder suele darse es que con él se fomenta la producción nacional, especialmente la agrícola, sacándola de la postración en que la han dejado hechos y circunstancias que no necesitamos mencionar. En el resumen del dictamen presentado al consejo de administración del Banco de México, en septiembre de 1937, relativo a los orígenes, consecuencias y remedios del alza de precios interiores y de las pérdidas de oro sufridas por el mismo banco, se analiza, con alguna extensión, la influencia de la inflación monetaria en la actividad económica. Por lo ahí consignado podrá verse que dista mucho esa influencia de ser sana y favorable, y que la prosperidad que se apoya en tan engañosa base es ficticia y transitoria; llevando, además, en germen, gravísimos peligros, que siempre se realizan bajo la forma de un profundo colapso económico, generalmente de proporciones catastróficas. Esto es lo que la historia demuestra con multitud de ejemplos, y está demasiado cerca de nos otros el del "bilimbique" revolucionario para que lo echemos en olvido.
El documento de que hablamos mereció la aprobación del consejo de administración del Banco de México, quien acordó elevado a la consideración del presidente de la República, general don Lázaro Cárdenas, como pliego de recomendaciones que dicho instituto sometía al gobierno federal. El secretario de Hacienda lo conoció y discutió detenidamente con una comisión designada por el consejo del banco, llegando a la conclusión de que era aceptable y fundado en todas sus partes; lo cual no fue un obstáculo para que el gobierno continuara su política inflacionista con mayor brío que antes.
6. Corroborando las conclusiones del dictamen aludido, respecto del valor de la inflación monetaria como medio de fomentar la producción nacional, y especialmente la agrícola, está el hecho de que han transcurrido cuatro años desde que se anunció por primera vez oficialmente que tal era el propósito de los gastos que dieron origen al sobregiro del gobierno en el Banco de México, y todavía ahora sigue repitiéndose el mismo insustancial estribillo, sin que se haya alcanzado en todo ese tiempo el objeto perseguido. No debe ser la inflación monetaria un remedio muy eficaz para los males que impiden el desenvolvimiento de la producción, cuando ésta ha languidecido, en vez de progresar, no obstante las inyecciones de dinero superfluo aplicadas, con tan ejemplar constancia, a nuestro endeble organismo económico.
7. La inflación nunca pasa de ser un expediente, y un expediente vicioso y perjudicial, sobre todo en países de economía raquítica, como México. Lo mismo que los excesos que sólo un cuerpo robusto puede resistidos, la inflación monetaria es un lujo reservado a los pueblos de riqueza auténtica. Aun así, ha causado no pocas víctimas entre ellos; pero la misma rapidez de las reacciones defensivas, que distingue a los organismos vigorosos, permite diagnosticar la enfermedad en el comienzo y atajarla cuando no ha hecho todavía grandes estragos. En cambio, la atonía característica de las naturalezas debilitadas facilita la invasión del morbo inflatorio en los países de economía pobre o mal estructurada, encubriendo el progreso del mal hasta que es demasiado tarde para curarlo; entonces, bruscamente, se manifiestan sus peores síntomas, pues los más benignos habían pasado inadvertidas, y el desenlace se precipita, sin que haya medio de evitado.
De ahí que suele decirse que los efectos de la inflación se retardan en algunos casos. Más bien que retardarse, escapan a una observación poco informada y atenta. Y ello hace que sean esos casos los más graves.
8. En la vigésima tercera conclusión contenida en el resumen del dictamen a que se alude en el párrafo 5, se previó expresamente tal retardo. Todavía más, al explicar el texto de dicha conclusión, tanto al consejo de administración del Banco de México como al secretario de Hacienda, licenciado don Eduardo Suárez, se advirtió que muy bien podían pasar varios años antes de que los resultados del proceso inflatorio fueran manifiestos, pues ha habido casos en que esto sucede, citándose en los manuales de economía el de un país en que la inflación tardó diez años en darse a conocer ostensiblemente. Pero también se hizo ver que tal cosa no tenía nada de halagüeño, pues la ocultación del mal sólo vendría a agravarlo, por las razones ya expuestas.
Consiguientemente, la relativa morosidad con que los efectos de la inflación han estado produciéndose hasta aquí nada prueba respecto de la índole del fenómeno, y menos aún descarta los serios peligros que trae aparejados.
9. Sin embargo, esa morosidad no ha sido tanta como parece a primera vista. Los datos numéricos que poseemos ponen claramente de relieve la influencia que sobre el costo de la vida viene ejerciendo el aumento incesante de las disponibilidades monetarias.
Si esta correlación no es prueba concluyente de dicha influencia, ningún otro hecho o argumento resultaría demostrativo.
10. Es notorio que los precios suben desordenada e inconteniblemente, sobre todo los precios interiores. Las personas responsables de la política económica y financiera del gobierno explican el fenómeno atribuyéndolo a deficiencias de la producción doméstica y al alza de los precios de los productos importados. Esta explicación sólo conduce a un dédalo de contradicciones inextricables cuando se le confronta con las medidas puestas en práctica para conjurar la carestía. Si el alza de los precios internacionales es la causa del movimiento de los precios internos, ¿por qué trata de conjurarse este último mediante la importación de productos extranjeros? Y si la producción nacional ha disminuido, y por eso no basta para las necesidades de la población, ¿por qué se siguen emitiendo signos monetarios en cantidad creciente, cuando los que hay en circulación suman mucho más del doble de lo que importaban los que empleábamos en la época en que la producción era mayor? ¿No es evidente que los precios tienen que subir, tarde o temprano, siempre que el poder de compra nominal (dinero circulante) aumenta, mientras la producción permanece estacionaria o disminuye?
11. Si todos los precios subieran simultáneamente y en la misma proporción, la inflación carecería de importancia económica y social. Esto es obvio, aunque se olvida con frecuencia.
Es la disparidad en el movimiento ascendente de los precios, incluyendo en éstos las remuneraciones, lo que da significación particular al proceso inflatorio y determina sus efectos. Como ciertos precios suben más aprisa, o antes que los otros, algunos sacan provecho de ese desnivel, con menoscabo de los intereses de los más. La inflación es, por esto, un despojo para los que sólo cuentan con ingresos fijos y para los que no pueden vender sus productos a precios más elevados inmediatamente. De ahí que sean los trabajadores a sueldo o salario y los campesinos los primeros despojados.
En realidad, se engañan a sí mismos, consciente o inconscientemente, quienes creen burlarse de las leyes económicas por el subterfugio de la inflación. El dinero no compra más de lo que puede comprar. Son bienes y servicios, son capitales reales, lo único que puede servir de instrumento de la producción. Cuando se trata de eludir esa verdad económica elemental mediante el artificio inflatorio, lo más que se consigue es imponer a las clases de la población menos favorecidas, más indefensas, los sacrificios necesarios para dar cima a las tareas productivas. Ellas son las que pagan el costo de éstas con privaciones dolorosísimas. La reducción del poder de compra a su disposición, medida y representada por el alza de los precios, es un "ahorro forzado", dicen los economistas, o un "impuesto extraordinario" que se les cobra, con olvido de la justicia contributiva y desdén de la justicia a secas. Por esto, cuando el secretario de Hacienda se ufana de las obras públicas construidas, a altísimo costo, con dinero de sobregiro, y nos habla de prosperidad a base de despilfarros y de trampas, pensamos en los trabajos ejecutados durante las peores tiranías al precio del hambre de las masas anónimas.
No deja de resultar gracioso que un gobierno revolucionario cifre el bienestar público en el enriquecimiento fácil de un puñado de privilegiados y en la miseria creciente de la población trabajadora.
12. Ya dijimos que el estímulo que la inflación puede dar a la actividad económica es temporal y de índole ilusoria. La explicación de esto se hallará en las conclusiones vigésima primera y vigésima segunda del dictamen resumido que se publica en primer término. En el momento actual, ese estímulo es causa de que nuestros llamados medios de negocios sientan cierta contagiosa euforia, que en algunos linda ya con el vértigo. Tal es la razón del optimismo reinante, que es optimismo de ofuscados o de enfermos de la vista; no optimismo de personas que cuentan con buenos ojos y saben tenerlos abiertos.
Nada más peligroso que un optimismo de esa clase. En él se incuban, generalmente, los peores desastres. Sabido es que los colapsos financieros y económicos van siempre precedidos de días de fiebre especulativa, en que se relajan todos los frenos que la experiencia y la razón ponen habitualmente a la confianza en el futuro. Y el peligro es todavía mayor si se recuerda que en las nuevas leyes bancarias el Estado abdicó de los instrumentos de control que en sus manos ponían las leyes derogadas, entregando la dirección de la vida económica a los banqueros, que nunca han tenido en ninguna parte otra preocupación que no sea la del mayor lucro posible.
Piénsese en que nuestra balanza comercial es prácticamente deficitaria; en que nuestro comercio exterior está y estará estancado mientras dure la guerra; en que de la exportación viven multitud de industrias; en que las materias primas que utilizan las fábricas se enrarecen y suben de precio día por día; en que nuestro equipo industrial, cuyo desgaste es notorio, debe ser repuesto en breve plazo, a un costo elevadísimo, esto último en razón de las condiciones que prevalecen en los países productores de maquinaria; en que la furia de la especulación ha llevado a nuestros comerciantes e industriales a aprovisionarse en exceso de sus necesidades inmediatas, apelando al crédito para hacer la mayor parte de esas compras y mantener sus existencias; en que la política comercial del único comprador importante de nuestros productos de exportación está subordinada al programa de financiamiento del rearme, lo que forzosamente entraña la compresión de los precios de dichos productos; en que el mercado interno tenderá a restringirse en la medida en que suban los precios, si no se modifican pronto en el mismo sentido los salarios; en que abundan en México las unidades industriales pequeñas, todas deudoras de los bancos; en que la revisión de los salarios, debido a todas las circunstancias anteriores, y otras que no hace falta mencionar, ocasionará seguramente conflictos y trastornos graves, y dará nuevo impulso al alza de los precios; en que la reserva metálica del banco central es por completo insuficiente para cubrir el desequilibrio de la balanza comercial, si éste se prolonga, y más todavía para afrontar un fuerte retiro de capitales; en que la mayor parte de los depósitos bancarios representan capitales de paso, que a la menor alarma buscarán refugio en el extranjero; y en que esa alarma puede sobrevenir con cualquier pequeño desajuste, con el más trivial incidente, como ha sucedido aquí y en otras partes multitud de veces. Cuando se haya pensado en todo eso será fácil comprender que el optimismo desbordante del secretario de Hacienda y de los favorecidos por la coyuntura de lucro presente es un lúgubre augurio de desgracias que nada se hace por evitar, más bien que el anuncio de una época de auténtica bonanza.
México, D. F., a 22 de agosto de 1941
(Ver documento de septiembre de 1937)
Fuente:
Romero Sotelo María Eugenia. Los orígenes del neoliberalismo en México.
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