Lázaro Cárdenas del Río. Dolores Hidalgo, Gto., 15 de Septiembre de 1940
Conciudadanos:
Ningún escenario mejor para rendir un fervoroso homenaje a los héroes de la patria, que estos pueblos que en 1810 fueron los primeros en arder en la llama de la libertad.
Por esto, desde la ciudad de Dolores Hidalgo, cuna de nuestra Independencia, me dirijo a todos los mexicanos, lo mismo a los que se hallan dentro de la República que a los que se encuentran en el extranjero, imitándolos a fortalecer el espíritu de la unidad nacional, desechando todo motivo de interés que no sea en beneficio directo de la patria misma.
Los insurgentes fueron al sacrificio movidos por el afán de conquistar normas de mayor equidad en el reparto económico de la riqueza y de la tierra, porque indudablemente que sabían, desde entonces, que para la colectividad, las fórmulas políticas abstractas no significan gran cosa y que lo que el pueblo anhela es conquistar y defender los principios de su liberación económica, para desenvolverse en una trayectoria de paz y de trabajo.
Este anhelo de justicia social que informó el programa del Padre de la Independencia, don Miguel Hidalgo, en su más legítimo aspecto de reivindicación de la tierra, es el mismo que animó al gran Morelos y que es estrictamente, el nervio de la epopeya de la Reforma del Benemérito Juárez, de nuestra Revolución Mexicana de 1910 iniciada por el apóstol Madero y del actual programa de gobierno.
La historia de México mantiene su unidad perfecta. La conquista española, al convertirnos en colonia, despojando a los naturales de sus fuentes de producción, originó la causa de nuestras tragedias intestinas.
Tres siglos de dominación incubaron y fortalecieron el malestar social de indígenas, mestizos y criollos, hasta que ya madura la inconformidad popular, la independencia de las colonias inglesas del norte de América, los principios de libertad consagrados por la Revolución Francesa y las ideas de los enciclopedistas difundidas entre las minorías cultivadas del pueblo de Nueva España, aceleraron el proceso de nuestra emancipación que, en tales ejemplos e ideas, encontraba estímulos suficiente para desarrollar la conciencia de la nacionalidad y el sentimiento del propio respeto.
Aquí, en este mismo rincón de la provincia mexicana, donde hemos venido a tributar nuestro profundo y sincero homenaje a quienes supieron inmolarse en aras de la liberación de un pueblo, en este mismo lugar alentó la figura vigilante y el claro ingenio del Benemérito Hidalgo que, en contacto directo con las clases humildes y trabajadoras llegó a sentir como cosa propia sus inquietudes, sus afanes y sus penas.
En este mismo sitio, los indios y los mestizos lo vieron en su más noble empeño de mejorar la condición de los humildes, dándoles sus más sanos consejos, ayudándolos en sus oficios, al par que este hijo de agricultor afirmaba en los campesinos su conciencia de clase y su inquebrantable propósito de reivindicar para ellos la tierra.
No relataremos los hechos de la guerra de Independencia; son de sobra conocidos. Bástenos insistir en el tributo de esta hora, en nuestra admiración a la enorme figura de Hidalgo, ¡nuestro héroe más grande y el verdadero padre de la patria, por haber sido el iniciador de nuestra lucha libertaria y de la revolución social!
Con el ejemplo de nuestros héroes, con su holocausto, con su sacrificio, es como México ha venido afirmando, en medio de trágicas convulsiones, su derecho inalienable a conservar dentro de su Constitución Política todas aquellas leyes que benefician directamente a los núcleos de población, ayer explotados, mismos por los que ofrendaron sus vidas los insurgentes, los chinacos, los revolucionarios de 1910 y de 1917, y a los que el gobierno de la República ha estado tratando de beneficiar dentro de un amplio espíritu de justicia y apegado al sentido histórico de nuestra nacionalidad.
Hoy como ayer somos amantes de nuestra gloriosa tradición institucional, que en la Independencia, en la Reforma y en la Revolución social ha podido sostenerse, teniendo como baluarte al propio pueblo.
No puede ni debe rendirse homenaje a los héroes de nuestra Independencia, ni evocar los nombres de Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Abasolo, Guerrero y tantos otros, si a este acto no se viene con el espíritu limpio de toda pasión bastarda, si no se han abandonado los intereses mezquinos y transitorios de la pasión política para poner, por encima de todo, esta consideración palpitante: más que nunca, México necesita, para consolidar su derecho a ser un pueblo libre y soberano y para defender los principios de justicia social, nervio y síntesis de toda su historia, que los mexicanos nos mantengamos firmemente unidos, prefiriendo el amor a la patria a cualquier otro sentimiento.
Vivimos una hora de grave responsabilidad. Mientras Europa se debate en una lucha cruenta, México ha podido dar el honroso espectáculo de un país que ofrece asilo a todos aquellos elementos que son víctimas de persecuciones políticas, cualesquiera que sea la ideología que ellos sustenten, exigiéndoles sólo el respeto a la ley y a nuestras instituciones. Es así como la República se congratula precisamente en esta fecha, de albergar en su seno a fuertes núcleos de hombres de España, trabajadores del campo, del taller y de la idea que en su calidad de amigos de México significan una fuerte inyección de energía, de trabajo y de espíritu progresista.
Al conjuro de nuestros héroes, los paladines de la Independencia, México insiste en declarar su doctrina profundamente democrática y su abierta y clara solidaridad en materia internacional, con los problemas y las aspiraciones de toda nuestra América.
Quienes sueñan en las restauraciones coloniales o propugnan por una política de conquistas territoriales, se hallan de espaldas a las realidades sociológicas de nuestro continente y no entienden que la solidaridad de los pueblos de América, descansando en la soberanía de las naciones que en aquél conviven, es una fuerza inquebrantable, animada de un nuevo espíritu que tiende hacia la emancipación del hombre y el logro de generosas aspiraciones colectivas.
Nadie puede torcer los destinos de nuestros pueblos; ni el odio ni la ambición tienen fuerza bastante para llevarlos al error de traicionarse y aquellos que en un instante de insensatez se convirtieran en agentes de intereses extraños, sucumbirían bajo el peso de su propia falta.
Al afirmar nuestra fe en los destinos de América, señalamos nuestra confianza en el porvenir de México.
Esta confianza se basa en que el programa de la Revolución se está cumpliendo y no existe fuera del mismo ninguna aspiración legítima, ninguna necesidad social, que no pueda ser remediada, si con un firme propósito de solidaridad que es indispensable, los mexicanos todos continuamos laborando con serenidad y con disciplina.
No se nos escapa que las pasiones políticas desatadas con motivo de las actividades electorales llevadas a cabo por la renovación del titular del Poder Ejecutivo y de los elementos que integran el Congreso de la Unión, han intentado poner en juego innumerables recursos para soliviantar al pueblo y alejarlo del camino de la paz y del trabajo, pero confiamos en que el examen juicioso de las circunstancias internacionales y nacionales que concurren en esta hora de México, hará que los hombres recapaciten y valoren sus actos, justipreciando sus propios designios y los designios de la patria, tanto más, cuanto que creemos que la mayoría de los que se lanzaron a la lucha política han sido sinceros en sus afirmaciones de que lo hacían para servir cívica y patrióticamente a la colectividad; y creemos también que no estarán de acuerdo con quienes han ido a buscar al extranjero. el apoyo para enlutar a la patria.
Establecido ya un orden legal, la continuación de sus actividades, retrotrayéndose a los actos calificados como legítimos por los organismos capacitados constitucionalmente para hacerlo, tales actividades constituyen una actividad doblemente censurable, porque no solamente va contra la paz pública, sino que se traduce en graves daños económicos y de diversa índole en el interior y en up motivo de crítica y en un arma al servicio de los intereses contrarios a la República y a la nación en el exterior, precisamente cuando, frente al conflicto europeo que ya nos afecta económicamente y que podrá más tarde ofrecernos mayores peligros, debernos los mexicanos posponer nuestras rencillas y nuestras ambiciones locales en beneficio de la unidad nacional, única que puede permitirle a México salvarse de toda contingencia histórica y mantenerse como entidad soberana, con fuerza y prestigio suficientes que salvaguarden su decoro y su integridad.
Nadie puede pensar con honradez y con sinceridad que una lucha intestina, aun suponiendo que la misma durara sólo unos cuantos días, pueda traer el menor beneficio a la República.
Por el contrario, afirmamos que en la convicción más superficial del más elemental patriotismo, existe la certidumbre de que ahora más que nunca debemos continuar unidos, si no queremos ser víctimas de nosotros mismos.
En los actuales momentos no es concebible que las pasiones políticas transitorias de por sí, puedan borrar la perspectiva histórica a tal grado que se prefiera el destino de unos cuantos hombres al de todo un pueblo. Porque éste es exactamente el panorama político-social de México: por un lado el programa de la Revolución tratando de cumplirse, venciendo las resistencias propias a todo proceso histórico, más cuando este programa, por razón natural, ha tenido que afectar a todos aquellos intereses económicos que pretendieron negar, desde la época de la Independencia, el derecho a que los humildes vivan humanamente, usufructuando la tierra y las fuentes de producción que les pertenecieron siempre y que perdieron eventualmente por la conquista que da la fuerza y que no es derecho ante la ley; y por el otro lado, las pasiones desatadas, que abusando de los límites que nuestra Constitución señala a la libre expresión de las ideas, y de nuestro firme propósito de apartarnos de todo gesto de represalia, hacen, aunque inútilmente para sus intereses bastardos, una campaña subversiva desde el extranjero, pretendiendo romper el ritmo de tranquilidad, de paz y de trabajo con que la República viene desarrollando su programa constructivo.
En el fondo del movimiento de Independencia se agitó el legítimo anhelo de reivindicar la tierra para los campesinos, de mejorar las condiciones del trabajador, dedar instrucción y cultura a nuestras masas desheredadas y de cristalizar todo esto en un régimen democrático en donde la ley fuera la garantía de la libertad económica y de la libertad política; en el fondo de la Revolución Mexicana están latiendo idénticos propósitos y aspiraciones iguales de justicia social.
Productos de la paz orgánica de la nación han sido los adelantos obtenidos en el orden material, mediante la multiplicación de las obras de servicios públicos y el desarrollo intelectual y moral de los nuevos planteles educacionales y de asistencia social.
El gobierno nunca ha negado que la República sufre todavía con profundos problemas de carácter económico; con absoluta sinceridad ha dicho al pueblo que en diversas regiones del país las condiciones de vida de fuertes núcleos de campesinos son difíciles, por la miseria que priva, por la falta de agua, de carreteras, de escuelas o por el azote de plagas o enfermedades endémicas; pero creemos que ni siquiera los más obstinados enemigos pueden pedir que en un plazo perentorio de gobierno se corrijan y se realice lo que en varios siglos de historia nacional no pudo corregirse ni realizarse. El gobierno sigue sus actividades con la satisfacción del deber cumplido, porque dentro de sus posibilidades materiales ha procurado llevar un mejoramiento a la vida social y económica de nuestros estados, planteándose muchas veces el empeño de transformar sistemas de producción individual en colectiva, a sabiendas de que el éxito indiscutible de estas empresas sólo podrá ser disfrutado por generaciones futuras. El gobierno está satisfecho porque se ha creado un fuerte vínculo de cooperación entre los padres de familia y los maestros. Se siente satisfecho también porque los miembros integrantes del ejército nacional han sido y son factores vivos en el mejoramiento de nuestro país. Hombres, mujeres y jóvenes, campesinos, obreros y soldados no han escatimado su trabajo entusiasta, su buena fe y su desinterés al servicio de un México mejor. Es bueno reconocer esto y decirlo, precisamente hoy, en el aniversario de nuestra Independencia, cuando evocamos la gesta gloriosa de un ideal de libertad y de justicia; su apostolado en favor de los humildes; su sacrificio en aras del pueblo.
Si el gobierno de la República admite sin reservas sus limitaciones en el cumplimiento de un programa de construcción económica, moral y material, y si se confiesa que no ha sido posible todavía resolver todas y cada una de las necesidades que agobian al país, por más que en su propósito ha puesto todo su empeño, su entusiasmo y los recursos propios de nuestra vida económica, sujeta como debe entenderse, no sólo a las contingencias internas, sino también al juego de las finanzas internacionales que difícilmente se controlan, el mismo gobierno tiene también el derecho de preguntar concretamente a sus detractores cuál es el programa de reivindicación económica con que se pretende sustituir el actual.
Las conquistas logradas por los obreros, no es de imaginar siquiera que los propios obreros, ni la Revolución, permitieran que se les arrebatasen; la entrega de la tierra a los campesinos, la refacción por el Banco de Crédito Ejidal, los trabajos que en materia de irrigación se están llevando a cabo en forma importante en diversas partes de la República, tampoco creemos que puedan los campesinos permitir que les sean arrebatadas; la multiplicación de las escuelas, la libre expresión del pensamiento, el respeto a la vida humana, la aplicación del artículo 27 constitucional a nacionales y a extranjeros y la política internacional de México, son todas conquistas y nuevas normas que la Revolución ha dado al pueblo y que el pueblo considera como suyas.
En cambio de todo esto, ¿qué es lo que ofreció al país la oposición que por cierto ha venido actuando sin sentido de organización?
Sólo una serie de rectificaciones al programa fundamental de la Revolución, que traerían como consecuencia una etapa más o menos larga de nuevo desequilibrio en su economía, de crisis en sus finanzas, de encarecimiento de la vida, de represalias, de persecuciones, de inquietud en los hogares; en fin, una etapa en donde los odios y los resentimientos contenidos de aquellos pocos afectados hasta ahora, tengan libre expansión contra toda ley y todo derecho.
La Revolución Mexicana quiere unir al pueblo todo de México, quiere encauzarlo dentro de las ideas generosas de justicia social y quiere, sobre todo evitar el peligro que amenaza a la patria cuando sus hijos se dejan llevar por la ambición y las pasiones políticas.
Hemos creído que la mejor manera de conmemorar esta fecha, que marca 130 años de vida independiente, es no sólo glorificando la figura inmortal de Hidalgo, en el lugar mismo en donde vivió, soñó y sufrió por la Independencia y en donde su generosidad revolucionaria, adelantándose a su tiempo, marcó el primer impulso del movimiento agrarista, sino también haciendo breves consideraciones sobre el momento actual de México, deteniéndonos en esta hora grave para el mundo, con objeto de reiterarles a todos los mexicanos nuestro llamado a la unificación, a la paz y al trabajo.
Es así como consideramos que debe honrarse a los héroes, haciendo vivos sus esfuerzos, sus ejemplos y sus enseñanzas.
La nación debe tener plena confianza en que se mantendrá la paz de la República por la fuerza moral de las instituciones que nos rigen.
Hacemos votos en esta fecha solemne porque se cumpla íntegramente el programa de mejoramiento colectivo señalado por la Revolución Mexicana. Hacemos votos por la paz y la libertad del mundo y por la solidaridad efectiva de los pueblos del continente.
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