La Habana, Cuba, 12 de agosto de 1940
El General Almazán dirige por radio, desde La Habana, un mensaje al pueblo mexicano
AMIGAS Y AMIGOS DE TODO MÉXICO:
Sólo estando ausente de mi patria, he podido tener la satisfacción de hablar a ustedes por radio. Durante la reciente campaña electoral, como le consta al país, se me impidió el uso de este medio moderno de difusión de las ideas, que ahora puedo utilizar debido a mi gratísima estancia en esta encantadora y hospitalaria isla de la libertad, cuna del Mar… gran espíritu que tanto amó a México y a quien todos los mexicanos veneramos.
Al enviar a mis conciudadanos mi saludo cordial, les renuevo mi admiración por el extraordinario ejemplo de civismo y hombría que supieron dar el 7 de julio último.
Cumple a mi deber reiterar a mis compatriotas que mis promesas serán puntualmente cumplidas y que el primero de diciembre protestaré como Presidente de la República, acatando ei mandato casi unánime de los electores.
Yo se que todos los mexicanos tienen fe absoluta en mi palabra. Yo sé que el pueblo me espera. Pronto comprobarán mis conciudadanos que su confianza no ha sido vana. Estaré en México en el momento que me parezca oportuno para encontrarme en condiciones de protestar como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Ignoro de qué medios se valdrán los usurpadores en potencia para evitarlo. Yo no soy instrumento, me limito a obedecer la voluntad del pueblo. Y lo propio harán los diputados y senadores legítimos de la República.
No debo, desde un país extranjero que me ha concedido generosa hospitalidad, calificar el intento de la mafia imposicionisca de mi Patria usando el lenguaje que, por lo demás, todos los mexicanos emplean para juzgar a quienes pretenden desconocer la voluntad expresa de toda una nación.
La República sabe que el gobierno legítimo es el que han designado los ciudadanos y que, por consecuencia, el Congreso de la Unión, integrado por sus representantes, es el depositario de la soberanía nacional y debe ser respetado por toda la población del país, y que siendo dichos funcionarios quienes representan la legalidad y tienen un investidura sagrada, es necesario que sean protegidos, individual y colectivamente, por todos los mexicanos.
La propaganda insidiosa y de costo fantástico que no logró desorientar a la opinión nacional, tampoco ha conseguido ni conseguirá desorientar a los pueblos ni a los gobiernos de América, engañándolos acerca del alcance de las recientes elecciones pues, por lo contrario, siguen con profunda simpatía la lucha de México a favor de la causa de la democracia, que es su propia causa y de la que depende la suerte del continente. Pueden mis conciudadanos tener la absoluta seguridad de que ni los gobiernos, ni mucho menos los pueblos de América, darán, en circunstancia alguna, la menor ayuda moral o material a quienes pretenden usurpar el poder, aniquilando el ideal democrático en el nuevo mundo, sólo por cumplir con su papel de servidores de los intereses totalitarios.
MEXICANOS: un año largo anduve en gira electoral, sorteando emboscadas y atentados. Y fue más ardua esa tarea, porque tuve que dominar mis impulsos y mis pensamientos, para burlar los designios de los enemigos de la Patria, encaminados a que no hubiera elecciones, pues comprendían que el voto habría de aplastarlos. Y así pasó, en efecto. El pueblo acudió a las urnas y, al expresar su voluntad, puso en mis manos una bandera de legalidad inobjetable, que yo sabré sostener.
A la mujer mexicana, que nos dio sin reservas la cooperación de su angustia y de su fe y que supo guardar silencio ante nuestro riesgo y derramar su llanto ocultamente; a la mujer mexicana, a la que debemos tantos actos de heroísmo y santidad y que ha sabido iluminar con sus pasos nuestra historia; a la brava mujer mexicana, que es el objeto final de nuestras luchas y la razón de nuestra existencia y la claridad y el decoro de nuestros hogares, le pido que logre que los hombres de México sepan ahora defender sus votos y salvar su dignidad.
A todo el pueblo mexicano, en suma, en cuyas manos están los destinos de nuestra nacionalidad, le hago saber que estoy con él, ahora como ayer. Que comprenda que la palabra que empeñé ante las grandes masas conmovidas y anhelantes que me acompañaron en mi peregrinación democrática a través de la república, no fue una palabra vana.
Que el pueblo de México sepa que si él cumplió con su deber ante las urnas electorales, yo sabré también cumplir inflexiblemente con el mío.
Y hasta muy pronto conciudadanos míos, para hacer un México nuevo, grande, fuerte y libre para todos.
La Habana, Cuba, 12 de agosto de 1940
Fuente: Aguayo Quezada Sergio. La Transición en México. Una historia documental 1910- 2010. México. Fondo de Cultura Económica – Colegio de México. 725 pp.
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