Marzo 7 de 1939
En estos momentos en que el pueblo de México tiene planteado el problema de la sucesión presidencial, es deber de todos los ciudadanos aportar su contingente a la lucha cívica; por eso he decidido actuar en política, después de haber quedado capacitado para hacerlo.
En vano pretenden pasiones e intereses agitar a la opinión pública en una querella mezquina de personalidades. Debemos damos clara cuenta de que en esta lucha no se trata solamente de una selección de hombres, sino que se juega la suerte de los mismos postulados de la Revolución; se trata 'de programas, principios y métodos de gobierno, por lo que al iniciar mi actividad ciudadana, quiero hacer mi profesión de fe política, dirigiendo a la nación las siguientes declaraciones:
Consagré mi vida a la Revolución y al Ejército; a la Revolución, por su profundo y amplísimo contenido de justicia social; y al Ejército, porque entre sus filas figuraron siempre los hombres que combatieron a la dictadura y a la usurpación y ofrendaron sus vidas en aras de los más nobles y caros ideales de nuestra nacionalidad y de nuestro pueblo, quedando muchos de esos luchadores perdidos en la obscuridad anónima.
Consagré mi vida a ese Ejército en cuyo espíritu no han podido sentar plaza ni el comunismo, ni el fascismo, ni otras ideas exóticas, sino que conserva y conservará firmemente los principios democráticos, que fueron los originales de nuestra verdadera Revolución.
Yo, como parte integrante de esa Revolución y de ese Ejército, me siento autorizado para dirigirme a mis conciudadanos y exponerles mis puntos de vista sobre la difícil situación por la que atraviesa nuestro país. Hablaré con toda franqueza, porque no tengo compromisos ni ligas con nadie, y porque, siguiendo la lealtad que ha sido la directriz de mi vida, a nadie pretendo engañar.
Nunca he sido político, y en los últimos años no he ocupado ninguna posición de gobierno. Esas 2 circunstancias me han permitido observar, sin que la pasión ni el interés tuerzan mi criterio, esta situación de angustia nacional que estamos viviendo, y comprender los errores cometidos por una administración que, lejos de realizar las promesas revolucionarias, ha desorganizado la economía del país y ha traído escasez y miseria para las masas populares.
Al iniciarse la campaña para elegir un futuro Presidente de la República, el pueblo de México se encuentra colocado frente a este dilema: continuismo del actual régimen o rectificación de los procedimientos de gobierno. Es mi opinión que el bien de la patria exige que pugnemos por la rectificación de los errores cometidos.
En primer término, debemos extirpar de raíz las tendencias y los actos comunistas y fascistas que en sucesión incongruente han sido característicos del actual régimen, pues tanto el comunismo como el fascismo pugnan con nuestra Carta Magna. Esto no entraña la expresión de juicio alguno sobre la adopción o práctica de tales sistemas por otros países, cuyas situaciones de carácter interno debemos respetar.
Condeno enérgicamente los ataques a la pequeña propiedad rural, por ser violatorios de nuestra Constitución, ataques de sobra conocidos y que el actual gobierno ha consentido o ha sido impotente para reprimir.
Condeno igualmente la tendencia comunizante en materia ejidal, que ha venido a implantar una nueva forma de esclavitud con un patrón todopoderoso.
Rechazo la falsa política obrerista, hecha a base de demagogia para el beneficio exclusivo de los líderes insinceros, cuyos actos dejan mucho que desear. Si hemos de salvar de la postración económica a la clase obrera, habrá que arrancar de cuajo el liderismo nocivo y la indisciplina que a nadie beneficia y que nos nevará a la anarquía.
Las conquistas que la Revolución ha obtenido para el obrero y el campesino, son definitivas; pero condeno todas las mixtificaciones y señalo como nefastas las huelgas de servicios públicos y las huelgas locas y políticas.
Es imperioso devolver al desarrollo de las obras públicas su dignidad técnica, propia de un país civilizado, terminando de una buena vez con el despilfarro caprichoso de los dineros de una nación pobre, que se consumen en obras sin un programa, sin coordinación y sin visión hacia el futuro. Y al mismo tiempo, acabemos con esas lacras que la conciencia popular sabe que existen y reprueba: el nepotismo y el favoritismo.
Debemos condenar la inveterada y dictatorial violación de los presupuestos devolviéndoles su fuerza de ley. Exijamos que se ponga coto a las múltiples tendencias inflacionistas que están arruinando nuestra moneda, y que se respeten los fondos del Banco de México, órgano vital de la economía nacional, profundamente herido ahora por las arremetidas oficiales.
Hay que colocar a los miembros del Poder Judicial en una situación que los dignifique, para que la opinión pública no continúe conceptuándolos como incondicionales del Ejecutivo, sino como verdaderos administradores de la justicia.
Es menester condenar sin vacilación -y como mexicano yo lo condeno con toda energía- el abuso que se ha hecho de la facultad gubernamental de expropiar, la cual se ha empleado en muchos casos para satisfacer vanidades personales o exigencias sectarias de los grupos que gozan del favor oficial, sin que esto obedezca a causas de interés público; y es más, juzgo que es antipatriótico crearle al país compromisos de carácter internacional, a sabiendas de que no estamos financieramente capacitados para cumplirlos.
Volvamos los ojos a nosotros mismos y acabemos con una política internacional jactanciosa. Respetemos a todos los países del mundo, sus regímenes y sus sistemas de gobierno, trabajando modestamente sobre nuestras realidades internas, y así podremos obtener el respeto de todos y mantener una independencia llena de decoro.
Acabemos con la nefasta política de las buenas intenciones y construyamos en su lugar soluciones acertadas de los problemas nacionales.
En una palabra, considero que la meta última que debemos fijarnos, es volver a nuestro país a la normalidad y a la sensatez y restablecer la confianza que todos han perdido.
Creo que las líneas anteriores serán juzgadas favorablemente por la opinión pública, porque ellas expresan la manera de pensar de grandes sectores populares. Y como juzgo que este es el momento en que todos los ciudadanos debemos cumplir con nuestro deber, he obtenido la licencia necesaria para dedicarme a la política y vaya luchar por esos principios con las nobles armas del civismo. Actuaré dentro de los grupos independientes, pues es natural que no pueda pugnar en el seno del partido oficial, por un programa de rectificación de los errores cometidos.
Para esa apremiante y gigantesca labor de reconstrucción, el país necesita de todos sus hijos. Apelemos a lo mejor de nosotros mismos: a nuestro desinterés, a nuestra abnegación, a nuestro espíritu de sacrificio, a nuestro patriotismo, para salvar a la República del caos a donde amenaza hundirse y para legar a las nuevas generaciones una patria.
México, D. F., 7 de mayo de 1939.- Joaquín Amaro.
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