Septiembre 14 de 1939
En nombre del Comité Organizador, cumplo gustosísimo con el deber de dar la bienvenida a esta Asamblea, a todos los señores delegados, y de agradecer profundamente su presencia a las personas que nos han honrado aceptando nuestra invitación o enriqueciendo con su opinión el trabajo de la Asamblea.
Desde hace más de medio año hemos esperado intensamente esta ocasión; no podemos dejar de recobijarnos al ver cumplida esa esperanza.
Es muy justa la grande alegría de encontrarnos reunidos. Nos ligan vinculaciones personales anteriores; pero será más firme nuestra amistad cuando resulte, también, del reconocimiento de una convicción común que confirme ahora nuestra asistencia aquí, con el unánime y exclusivo deseo de servir a nuestro País.
Muy justa, también, la grave preocupación con que a esta Asamblea concurrimos todos. Conocemos la hondura de las cuestiones que vamos a tratar y sabemos que, si el tomar una decisión individual sobre ellas sería motivo ya de intensa preocupación, el tomarla colectivamente, con la trascendencia que toda actividad de grupo organizado tiene siempre, nos obliga a proceder con la más grande seriedad, sobriamente, procurando eliminar de nuestro juicio cuanto pueda obscurecerlo o coaccionarlo.
Es muy justa, por último, la esperanza que todos tenemos puesta en el resultado de esta Asamblea. Son escasos y falibles los medios humanos de conocimiento y decisión; pero tenemos la certeza de que no vendrá el prejuicio deliberado, el compromiso previo, la extraviada pasión ni el apetito personales, a enturbiar el trabajo de esta Asamblea, y que sus resultados, por ello, tienen la garantía máxima, cumplen la condición fundamental que para el acierto y el buen fruto de una reunión como ésta pueden pedirse.
Hagamos pues en nuestro corazón, una decisión inicial: la de no apartarnos en un sólo punto del alto espíritu de trabajo común que a esta Asamblea nos ha traído; de entregar lealmente nuestras propias opiniones y recibir con generosa ponderación las que nos sean dadas; de recordar constantemente que aquí nadie viene a triunfar ni a obtener; que sólo un objetivo ha de guiarnos: el de acertar en la definición de lo que sea mejor para México.
Y es tiempo ya de hablar de "Acción Nacional", de sus orígenes, del desenvolvimiento que ha tenido hasta hacer posible y necesaria la reunión de esta Asamblea.
Nació la idea de un grupo de jóvenes, de jóvenes en el umbral de la vida pública, puestos ante la encrucijada de caminos y de solicitaciones, de obstáculos y de repugnancias que siempre, pero más particularmente ahora, se presentan al que empieza a vivir. Más particularmente ahora, porque la preparación previa es más deficiente, más llena de elementos contradictorios, más insegura y vacilante. Porque la vida es más contrastada de dificultades y amenazas de un lado, de fáciles satisfacciones del otro; porque la sociedad actual está sacudida desde sus cimientos y parece haber perdido la noción misma de trayectoria y de destino; porque México pasa por una época de especial confusión y los problemas tradicionales trágicamente intactos se agravan con problemas nuevos de extrema gravedad; y porque una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de "ideologías" contradictorias, de mentira sistemática, impide la visión limpia de la vida nacional.
Con segura inspiración, esos jóvenes pensaron en la necesidad imperiosa de una acción conjunta para encontrar de nuevo el hilo conductor de la verdad y para dar valor a la acción que, si se limita al individuo, está normalmente condenada a la ineficacia, a la esterilidad, al desaliento.
Y advirtieron entonces que por toda la República corre la misma inquietud y una angustia idéntica embarga todos los corazones; que es una misma necesidad de claridad, la que mueve con urgencia todas las voluntades. El País entero, después de un letargo apenas interrumpido hace diez años, siente el despertar de la conciencia ciudadana, como la sintió en l909; pero tal vez con más extensión y seguramente con mayor hondura, pues no en vano transcurrieron estos 30 años de lucha y nunca como ahora han sido graves los problemas de México, nunca más urgente reemplazar la marcha ciega de la Nación hacia lo desconocido, por una orientación precisa y definida; nunca tampoco más necesario dar congruencia a la organización jurídica y a la acción política, con las realidades y los intereses espirituales o materiales de la Nación; tener en cuenta la tradición y el destino nacionales; afirmar un Estado ordenado y con jerarquía y un Gobierno capaz de realizar el bien común; obtener que se respete y enaltezca la dignidad de la persona humana y se Ie aseguren los medios para cumplir plenamente su fin material y espiritual.
En los últimos años, la vida pública ha sido tan frecuentemente una mera explotación del Poder, una simple sucesión de luchas y traiciones entre los profesionales de esa explotación, que la mayoría ciudadana, la que conserva y se inspira en la verdadera tradición nacional, la que piensa, trabaja, cree y construye, no ha tenido otro contacto con la acción política que el de sufrir su violencia y sus exacciones. El grupo de hombres adueñados del gobierno, cada vez más alejado del interés nacional, se preocupa exclusivamente por la retención del poder mediante alianzas o complacencias exteriores disfrazadas de radicalismo, mediante la corrupción y el engaño a que se presta nuestra primaria democracia legal, o mediante el uso de la violencia física o de los medios múltiples de coacción que pueden usarse en nombre del Estado y burlando el derecho.
Este proceso de disgregación, de relegación del interés nacional, de mentira insolente y reiterada, y de desdén de los valores humanos, debía culminar y así ha sucedido, en el enfrentamiento de dos tendencias: la que pretende encadenar a México a una ambición política que le es extraña y hacer de la Nación un conjunto de masas indiferenciadas sujetas sin defensa a la voluntad del Estado, que será sólo la voluntad del puñado de hombres que usurpen ese nombre, y la que quiere la subsistencia de México integrado en su verdadera tradición, cumpliendo su destino propio, y ordenado interiormente para el bien común de todos los mexicanos.
Por eso la angustiosa inquietud que a todos nos oprime, no se refiere sólo al enjuiciamiento del grupo adueñado del poder, de un régimen caduco ya por insincero, confuso y contradictorio. Ve al futuro, no al pasado inmediato. Es anhelo de renovación auténtica de la vida colectiva, de la estructura misma de la Nación y, ante todo, de la orientación, de los métodos y del espíritu de la acción pública.
Se trata ahora de optar entre dos extremos que no representan ya una mera diferencia de opinión o de personas dentro de un concepto único de la Nación, sino que significan una decisión sobre el destino mismo de la nacionalidad. No entenderlo así, ignorar esta profunda causa de inquietud nacional, derivarla a un cambio limitado a las personas, será condenar al país a una etapa de sobresalto y de convulsiones que acelerara su ruina. Mantener, por otra parte, la apatía y la inacción generales que permiten a un hombre o a un grupo enfrentados a la colectividad, resolver el futuro nacional, será un crimen.
La grave y magnífica responsabilidad de decidir sobre la suerte de la Nación, recae sobre todos sus miembros, y es deber primario de cada uno de ellos, intervenir en la vida pública, haciendo valer sinceramente sus convicciones.
El problema de resolverse a la acción y de determinar su rumbo, no era, no es un problema de jóvenes; es de todos los mexicanos igualmente urgidos a defender las cosas que nos son más caras, la integridad de la persona como elemento y como síntesis, simultáneamente, de todo lo que forma la Patria. No podía, por tanto, la acción iniciada así, limitarse en número ni confinarse a una extensión determinada. Había que extenderla a toda la Nación. No podía limitarse en tiempo, tampoco, porque la empresa no se ciñe a éste o a aquel aspecto de la vida pública, sino que los comprende todos y para ser sincera y para tener ímpetu, exige lo mismo la revisión leal de nuestra historia, que la resuelta acción inmediata y la paciente preparación del porvenir.
Se inició luego una tarea que no necesitó ser de proselitismo, de convencimiento; que ha comprobado plenamente –y es este el más alegre hallazgo-, la maravillosa persistencia, a través del tiempo y por encima de las diferencias de quehacer y de preparación, más allá de la propaganda, a pesar de las desilusiones y de la desesperanza, de un concepto esencial de la vida, de la misión del hombre y del destino de las sociedades humanas; de una perfecta intuición de la existencia de valores morales superiores, de la necesidad de normas y de autoridad como condición y como parte del anhelo inagotable de libertad para el cumplimiento de los fines propios, irreductiblemente personales.
Han ido formándose así núcleos crecientes en toda la República, siempre sobre dos bases: la primera, una definición de los principios que integran nuestra interpretación de la sociedad y de la Patria; la segunda, una determinación resuelta de romper la tradición anárquica y estéril de la abstención o de la acción individual, para ordenar y hacer posible la acción colectiva.
El Comité Organizador se ha empeñado en difundir el conocimiento de la posición doctrinal de nuestra agrupación; en recoger todas las observaciones formales o de fondo que de buena fe se han hecho; en procurar, en suma, que esa posición no sea una lección venida desde fuera, una presión más de propaganda, sino la expresión de ideas, de sentimientos, de anhelos que todos hemos tenido, expresándolos o no, y que son parte de lo mejor de cada uno de nosotros.
Se ha reservado siempre para la Asamblea la tarea de completar y de precisar esa declaración de nuestra posición ideal, y el Comité entrega hoy mismo a la Comisión un proyecto elaborado ya con el conocimiento de las indicaciones hechas sobre el primitivo memorando por todos los adherentes a nuestra agrupación.
Y en cuanto a la tarea de crear la organización, el esfuerzo del Comité se ha orientado a formar los grupos iniciales, los que habrían de permitir, sin simulación alguna, con una base humana real, llegar al momento de esta Asamblea y poder decir en ella, como hoy lo hacemos llenos de satisfacción, que el esfuerzo no es el trivial y rutinario empeño político de destacar unas cuantas firmas en un manifiesto y en una mesa directiva, sino que entraña la reunión cierta de muy numerosas voluntades deseosas de precisar una orientación y de encauzar una acción verdaderamente colectiva.
Ha puesto el Comité, desde el principio, énfasis especial en la importancia de la jerarquía, de la disciplina, únicas fuentes capaces de proporcionar estructura, fisonomía, medios reales de acción, a la actividad de grupo; disciplina y jerarquía que son, además, expresión concreta y consecuencia inmediata de nuestra posición doctrinal misma, fundamentalmente opuesta a la consideración de toda colectividad como una mesa informe.
Con esos mismos puntos de vista ha preparado el Comité un proyecto de Estatutos que ahora somete a la Asamblea, y tiene preparados, también, los esquemas de organización concreta que entregara más tarde al Comité Nacional que la Asamblea designe.
Con esos puntos de vista, también, al convocar la Asamblea, el Comité ha reiterado su suplica de que los Delegados vengan con el conocimiento de la orientación y de los deseos de todos los adherentes, pero sin mandato imperativo, para poder libremente contrastar aquí sus opiniones y resolver conforme a su conciencia.
Finalmente, el Comité ha insistido en pedir a todos los adherentes, la previa conformidad como grupo, con lo que esta Asamblea resuelva.
Quedaba una cuestión de extrema importancia. "Acción Nacional" nace en el momento mismo en que se inicia una etapa electoral, la ocasión legítima de gestionar un cambio personal en el Gobierno. Por una parte, esa coincidencia ha permitido encontrar más despierto y decidido el interés ciudadano; por otra parte, ella plantea para la organización naciente el problema de una actividad inmediata no sólo de organización y de lucha sostenida en el campo homogéneo de la doctrina y del programa, sino tal vez arrastrada por todas las fuerzas de pasión y arrebato que un empeño electoral pone en juego, llevada al campo heterogéneo de una lucha política que necesariamente envuelve posiciones doctrinales y de principio con intereses y preferencias personales, y engloba no sólo a aquellos que están unidos por la adhesión a la misma convicción fundamental, sino también a los que defienden prebendas, poderío, medro propio, y a los simplemente resentidos, a los que en una acción de este género buscan solamente la oportunidad de llegar o volver al poder.
Dos caminos se abren, pues, desde su iniciación, ante ''Acción Nacional": uno, el de intervenir desde luego en la vida política no sólo en cuanto se refiere a una posición doctrinad o programática, sino como participación en la lucha concreta que, dado nuestro sistema constitucional, es la ocasión indicada para poner término a un régimen con el que se está en desacuerdo; otro, el de abstenerse, el de no tomar parte en la lucha electoral y concentrar el esfuerzo a la actividad de programa y de doctrina, no limitándolo por supuesto a un trabajo de academia, sino dándole, desde luego, la orientación y el carácter de una actividad política decidida; pero sin intervenir como grupo en la campaña electoral.
La primera posición responde exactamente al movimiento inmediato del ánimo. Es urgentemente necesario, en efecto, procurar el cambio de quienes, en el Poder Publico, desdeñando el objeto principal para el que toda autoridad es instituida, sacrifican el bien común, la justicia y la seguridad, que son la base misma de la vida nacional, a su interés o a su sectarismo personales.
Y el camino legítimo para procurar ese cambio es el de la elección. Y el medio adecuado para alzar la opinión pública, en un País de tan escasa preparación política como el nuestro; para levantar frente a las fuerzas organizadas del Poder una expresión inequívoca de la voluntad ciudadana, es el de una lucha electoral que al mismo tiempo simplifica y concentra los objetivos de la acción y permite reunir no sólo por las razones positivas de un programa idéntico, sino aun por las puramente negativas de una inconformidad con lo actual, el mayor número de voluntades. Nada más imperioso ahora, aun para hacer posible más tarde la actividad por fuerza lenta, paciente, tenaz, que la renovación completa de la vida pública de México requiere, que el procurar impedir lo que no sólo seria la continuación del régimen que se condena, sino tal vez, por la lógica interna de la política, una agravación manifiesta de los males y de las tendencias peores que hacen criticable ese régimen. Nada importa, se piensa, que el campo de lucha sea heterogéneo en cuanto a los objetivos finales que en él persiguen los grupos o las personas transitoriamente unidas en la acción electoral; nada importa que por la necesidad de esa lucha inmediata aun haya que posponer -que de todas maneras habría que posponerla y quizás indefinidamente-, la lucha por las convicciones fundamentales; la mejor manera de servirlas cuando ha llegado el momento de enjuiciar al régimen e impedir su continuación, es concurriendo con todas las demás fuerzas sociales orientadas al mismo fin, aunque para algunas la actividad no tenga otro objeto que el de llegar a ese término, y para otras sea un simple camino con el logro de satisfacciones interesadas o personales.
La segunda posición parte de una afirmación obvia: si existe y se ha mantenido en México un régimen que no representa a la Nación, que constantemente se opone a ella, es precisamente porque la Nación carece de estructura, porque faltan en nuestra sociedad los núcleos positivos de orientación y de defensa que sólo pueden formarse y vivir en tome de posiciones ideales definidas y precisas. Lo importante, pues, es hacer que esos grupos nazcan, es formar de nuevo la conciencia nacional dándole otra vez el sentido histórico de la realidad y del destino de México; es atacar a fondo, sin desviaciones circunstanciales, la médula, el motivo primero de nuestros males, y provocar toda la larga serie de revulsiones indispensables para lograr la transformación moral, que es el único cimiento cierto del México nuevo que todos deseamos.
Por otra parte, es peligroso, como lo enseña la historia claramente, orientar hacia el deseo simplista de un cambio de personas, el desasosiego y la inconformidad que contra el régimen existen. Peligroso porque de antemano se sabe que ese cambio sin el simultáneo cumplimiento de otras condiciones, de las condiciones que antes se mencionan, no será sino una válvula de escape abierta para acabar con la presión pública, un medio para agotar el impulso ciudadano, un camino para disolver, tal vez mediante concesiones superficiales que dejen intacta la cuestión verdadera, la actitud crítica y decidida de la opinión pública, y una vía eficaz, en suma, para gastar inútilmente el empeño colectivo y producir otra vez, a corto plazo, el pantano del conformismo, el letargo de una nueva decepción.
Además, la lucha electoral exige una condición mínima: la imparcialidad del Gobierno encargado de hacer posible el voto y de calificarlo, y pueda decirse que esa condición exista ahora en México. A pesar de las solemnes protestas en contrario, se mantiene y se exalta un partido oficial único, se tolera y fomenta el uso fraudulento de las organizaciones de trabajo para fines políticos que no son los suyos; se alienta o se compele a las autoridades de todo orden para que falten al cumplimiento de su inexcusable deber de imparcialidad; aun se pide al ejército, institución eminentemente nacional, obligada en consecuencia a servir y proteger a la Nación entera, que tome una actitud sectaria y partidarista; se tiene en suma, montada y en acción, la misma vieja maquinaria bien conocida, para impedir o para desfigurar la opinión y el voto. En estas circunstancias, mientras ellas prevalezcan, toda actividad política que se señale como misión la renovación normal de as autoridades mediante el sufragio, de antemano se condena no sólo a ser burlada, sino a cooperar una vez más en la trágica farsa de dar un aspecto de la legitimidad, a lo que era obra solamente, del abuso del Poder y del desdén del Derecho.
Por una parte, hay el llamado urgente de la realización inmediata; por la otra, el reconocimiento completo de la más honda realidad mexicana. La incitación a la lucha inmediata que satisface desde luego el instinto y da ocasión próxima a la interna necesidad de pelear, frente a la pasión contenida, a la energía que no quiere dejar de manifestarse; pero busca resultados más duraderos y esenciales. La firme creencia de que nada mayor puede lograrse si se desdeñan los objetivos menores que llevan al mismo fin, de que es inútil pensar en una transformación radical de México si no se pelea en cada casa, en cada oportunidad que se presente para ir allanando los obstáculos que a esa transformación se oponen, y en oposición a esa creencia, el temor de que se pierdan la ocasión y el deseo de lograr una renovación completa, de que se difiera indefinidamente el establecimiento de las verdaderas bases de esa renovación, por la desorientación del triunfo o por el rudo abatimiento del fracaso en cosas menores, en intervenciones circunstanciales, en luchas que no hacen sino revivir una y otra vez la necesidad de comenzar de nuevo toda la tarea esencial.
No se trata, además, de tomar una decisión individual. En ella las consideraciones de capacidad o de ocasión personales, el temperamento, los movimientos internos de simpatía, las ligas amistosas, y las otras mil sutiles razones de contagio que la psicología colectiva conoce, imponen una solución, y esa solución puede ser abrazada sin más responsabilidades que las personales. Se trata de una decisión para el grupo, para una organización que apenas nace, que carece aun de la cohesión interna y de muchos de los medios requeridos para la actividad colectiva, que no ha pasado todavía las pruebas indispensables y va a iniciarse con una extraordinariamente compleja y disputada; se trata de una organización que no se establece para buscar un éxito inmediato, que no tiene el apetito de un triunfo próximo, que, inclusive, no está preparada ni para las responsabilidades de ese triunfo; se trata de un conjunto de hombres de trabajo que no han hecho, que no harán de la política su ocupación constante, que trabajarán en ella por el sentido de un deber que, aun siendo primordial y preferente, no las exime del cumplimiento de otras obligaciones; de un grupo de personas que ni siquiera podrán usar las triquiñuelas y los medios de ataque o de defensa de los políticos profesionales en lucha o en derrota.
Desde el punto de vista nacional, por tanto, desde el punto de vista de nuestra Agrupación y de sus miembros, de la posibilidad misma de llegar a realizar el propósito primero que nos ha reunido, esta cuestión es de una importancia capital.
Su resolución, en principio, no pudo estimarse incluida en las facultades de un Comité Organizador, que comenzó declarando su propósito de gestionar la formación de una Agrupación política permanente encaminada a hacer valer en la vida de México una opinión de principio; de un Comité Organizador que señaló, en consecuencia, como bases y puntos de partida exclusivos para la adhesión a "Acción Nacional", la aceptación de los puntos centrales de una doctrina y la proclamación de la necesidad de una actuación ciudadana organizada, convencida, coherente.
El Comité ha hecho cuantas gestiones ha creído oportunas para el cumplimiento de su fin, que fue solamente la reunión de voluntades en torno de esa posición doctrinal y dispuesta a la acción conjunta. Y sobre todos los demás aspectos de la organización, sobre esas conformidades previas en que la organización debería fundarse, el Comité ha expresado y sostiene una opinión; pero cuidadosamente se ha abstenido de hacerlo en lo que respecta a la actividad política que la Agrupación ha de tener una vez constituida.
El Comité conoce las deficiencias de los cuerpos colegiados y los vicios que dañan su trabajo y sus resoluciones; sabe que la acción exige, ante todo, jerarquía y disciplina, y ha orientado en ese sentido las reglas de la organización. Pero es preciso ordenar los miembros de esa jerarquía y definir su órgano supremo, y ello, particularmente cuando se va a comenzar la acción conjunta, exige imperiosamente una decisión conjunta también.
Han quedado reservados, pues, a la Asamblea, el carácter, la aprobación y la responsabilidad de ser inicialmente ese órgano jerárquico supremo a cuya decisión se somete este punto, como se someten, también, la expresión formal definitiva de la doctrina, es decir, la determinación de la ortodoxia del partido, y la forma de organización de éste, la determinación de la jerarquía que ha de dirigir después, con responsabilidad concreta, la acción del grupo.
Sobre estos dos últimos asuntos, de definición intelectual el primero, y de elaboración técnica el segundo, el Comité hace a la Asamblea proposiciones concretas y las ha presentado con anterioridad alas Delegaciones regionales. Sobre el punto de la actividad política, al contrario, el Comité se ha abstenido de dar una opinión porque si respecto a las dos cuestiones antes mencionadas, la Asamblea actúa todavía dentro del campo de organización comprendido en las actividades del mismo Comité, y como órgano de mera rectificación o ratificación secundaria de lo que el Comité hizo conforme a la definición de sus poderes, cuando resuelva sobre la actividad política concreta, la Asamblea entrará a un campo de acción propio, en el que el Comité ya no tiene función, en el que la Asamblea, precisa repetirlo, es el único órgano jerárquico superior posible.
Y si tal vez podría pensarse que hubiera sido preferible no confiar a un órgano colegiado decisión tan grave, ello habría exigido decir, desde los primeros pasos de la organización, que la adhesión a ''Acción Nacional" no sólo se daba en cuanto a la posición doctrinal básica y a la aceptación de la disciplina indispensable para la acción conjunta, sino también a la aceptación de un programa de acción política señalado de antemano, o a la previa conformidad con las decisiones que sobre el particular dictaran el Comité o el órgano indicado al efecto.
No se hizo así, no se quiso hacer así. Se escogió otro proceso: el de encargar la decisión a esta Asamblea, y el de procurar, al mismo tiempo, rodear la integración y el trabajo de la Asamblea, de todas las precauciones y requisitos que pueden librarla de los vicios y peligros ciertos que los cuerpos colegiados tienen como órganos de decisión.
Y el resultado está a la vista. Esta es una reunión de hombres venidos de los más diversos rumbos del País y de la sociedad mexicana, sin compromisos previos, sin la simulación de una representación ficticia, sin apetitos personales, animados por el unánime y exclusivo deseo del bien de México. No hay "bloques", no hay papeles aprendidos de antemano para recitarse aquí; no hay ni puede haber sombra de coacción intelectual o moral, y menos aun de otros géneros. Todos venimos con nuestra propia opinión, y aun tal vez solamente con nuestras meditaciones personales, para hacerlas conocer a los demás que se encuentran en nuestro mismo caso, para cotejar y pesar lealmente las consideraciones que aquí se hagan, para poner en práctica por primera vez nuestro propósito fundamental que es el de sacrificar las diferencias personales, las preferencias propias, a la posibilidad de una decisión y una acción conjuntas. Las condiciones máximas de limpieza, de generosidad, de información, de verdadera libertad, que pueden pedirse para el acierto de un cuerpo colegiado, se llenan plenamente en este caso. Y si todavía se alega que por su composición misma, la Asamblea adolece de inexperiencia política, confesando que ello es cierto, hay que recordar también, que si esa experiencia habría de ser la experiencia mexicana de la corrupción, de la violencia y de la mentira, la experiencia capaz de proporcionar beneficios a los interesados, pero invariablemente productora de la desorientación y de la ruina del País, nuestra inexperiencia es la mejor garantía no sólo de buena intención, sino también de acierto seguro.
Con esta fe condicionada pero resuelta, hemos reunido la Asamblea; con esta fe procuremos que cada acto de nuestra reunión se inspire en el leal deseo de acertar; con esta fe tomemos nuestras decisiones y, con ella, finalmente, digamos a la Nación: este es nuestro camino, este es el camino indicado para hacer de México "una Patria generosa y ordenada, y para asegurar a todos los mexicanos una vida mejor y más digna".
EI Comité Organizador, señores, da por cumplida en esta forma su misión que ha consistido principalmente en reunir voluntades en juntar las manos de muchos hombres limpios, hondamente preocupados por el porvenir de México, por la ordenación justa y fecunda de la sociedad mexicana. La condición previa para que aquí pueda formarse una Agrupación ciudadana vigorosa, clara, libre, está cumplida.
Que la obra de esta Asamblea, no sólo alcance con éxito ese propósito, sino que sea, también, un motivo de elevación para la vida pública de México, un ejemplo de sinceridad, de examen sobrio y grave, de desinterés, para aligerar este ambiente de mentira, de pasión personal que sobre nuestro País gravita; que en medio de los presagios de desastre que tienen abrumado al mundo, nos dé el alivio de comprobar la posibilidad de que los hombres pueden entenderse con lealtad generosa, al amparo de los claros valores del espíritu.
1939 Documentos fundacionales del Partido Acción Nacional. México. Partido Acción Nacional. 2009. 600 pp.
|