Septiembre 23 de 1939
Muy bondadoso y respetado amigo:
No quise escribirle antes por el temor de dejarme llevar, hasta hacerle molesta esta carta, del profundo sentimiento de admiración que me dejó su admirable participación en la Asamblea.
Me apena haberle causado un rato seguramente doloroso. No pude ni debí consultarle antes lo que iba a hacer. Tampoco pude encontrar una forma mejor para salvar el honor y el resultado de la Asamblea, comprometidos en un camino que parecía sin salida, que levantando muy alto un símbolo, estableciendo un paradigma y comprobando, como quedó por fortuna comprobado plenamente, que sí es posible esperar para México días mejores. Cuando una Asamblea tan heterogénea, tan apasionada ya, tan comprometida en un sentido, reaccionó tan vehementemente y con tan completa unanimidad, al estimulo de un hombre superior. Creí preciso, por último, señalar objetivamente, de modo que nadie dejara de entenderlo y nadie pueda olvidarlo, que el verdadero camino y la aspiración cierta son otros, y que lo circunstancial y efímero no deberán hacernos olvidar lo permanente y definitivo.
No necesita usted estas explicaciones, por supuesto. Siempre me ha aliviado la certeza de que usted vio claro desde luego en aquel desconcierto que fue necesario provocar para salir de una situación que importaba la muerte de lo que con tanto empeño estamos formando. Se mató una mala pasión ya manifiesta; se levantaron los corazones; se hizo sentir objetivamente el error cometido, y la imperiosa necesidad de aprobar una decisión que por lo menos tuviera congruencia con el desenvolvimiento de la asamblea y con sus propósitos. Y no encontré en esos momentos en que angustiadamente pedía luz a quien puede darla, otro camino. Y me atreví a hacer de usted el eje de acción inmediata, amargado por tener que hacerlo; pero obligado a ello porque sólo usted hubiera podido resistir el pesado gravamen.
Advirtió usted, seguramente, mis titubeos. Dos o tres veces me devolví en el momento mismo de lanzar el nombre. Y créame que no lo hubiera hecho de no haber visto en los ojos de los concurrentes, con evidencia, cual iba a ser su respuesta a mi proposición tan absurda y tan exacta a la vez. En el mismo momento que lancé su nombre con toda mi alma y vi que la Asamblea lo recibió en aquella forma que no olvidaré nunca, sentí la seguridad de una intervención superior que nos guiaba y protegía.
Lo demás fue fácil ya, y creo que se lograron todos los propósitos que el "pro" perseguía.
Se lograron, además, los otros que antes señalo. Y en cuanto a la actitud de usted, nunca fue más integra, más varonil, más madura. Y su generosidad del abrazo posterior "sin explicaciones"; me crea una deuda impagable.
Hay otros muchos comentarios pendientes; pero serán ya motivo de cartas posteriores.
Ahora sólo quiero pedirle otra vez que me perdone, porque creo haber obedecido no a mi razón ni a mi instinto, sino a la iluminación que se me daba, no sólo por mi ruego, sino por otras muchas peticiones que ardientemente se unían a la mía en esos momentos.
Un abrazo con la admiración y la gratitud de su amigo
Manuel Gómez Morín
Fuente: 1939. Documentos fundacionales del Partido Acción Nacional. México. Partido Acción Nacional. 2009. 600 pp.
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