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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1938 Discurso del Presidente de la República ante el Primer Congreso Nacional de la Confederación de Trabajadores de México

Lázaro Cárdenas del Río
México, D.F., 24 de Febrero de 1938

Agradezco a la Confederación de Trabajadores de México la invitación que se sirvió hacerme para asistir a la celebración del Primer Congreso Nacional, y deseo aprovechar la ocasión para reiterar al pueblo de México que la política social del gobierno continuará en forma definida protegiendo las conquistas económicas de las clases productoras, a fin de mejorar su nivel de vida, procurando la mayor satisfacción de sus necesidades por la íntegra remuneración de su esfuerzo, y confía seguir contando con la franca y decidida cooperación de todas las organizaciones del país, para desarrollar en forma intensa y congruente el programa social de la Revolución. La colaboración del elemento trabajador, estimula por el interés que el gobierno ha puesto en convertir en realidad los principios de la Constitución, requiere que la lucha del proletariado se desarrolle en forma coherente y solidaria, liquidando las pugnas ínter gremiales que conducen al agotamiento de las fuerzas de trabajo, con grave perjuicio de la unidad proletaria y de la producción nacional.

Corresponde en consecuencia, a la masa trabajadora, a sus organizaciones y a sus directores, seguir luchando sin tregua, ni reservas, por afianzar sus conquistas, a base de disciplina, honradez y aptitud, para convertirse en factores básicos de la nueva organización social.

Los trabajadores organizados de México no permanecen indiferentes ante las situaciones de grave desigualdad, tanto en lo material como en lo cultural, que impiden la integración de todos los sectores populares en una nacionalidad coherente por su unidad ideológica, fuerte por el vigor de su raza y satisfecha por el bienestar de todos sus componentes. Así hemos visto que la clase obrera no limita sus objetivos a la solución de sus problemas domésticos, sino que se siente ligada íntimamente a la solución de los graves problemas nacionales, entre ellos el de libre de su secular postración a los núcleos indígenas que en varias regiones del territorio aún viven en condiciones de miseria.

Los trabajadores de las fábricas no considerarán terminada su acción social, hasta que no se logre que las clases campesinas obtengan la transformación del régimen de explotación de la tierra, haciendo del ejido la célula constitutiva de su economía capaz de satisfacer ampliamente las necesidades de nuestra población.

Tenemos también presente que, definida la orientación educativa hacia la emancipación integral del pueblo, la acción del magisterio está contando ya con el respaldo entusiasta de los padres de familia y de las organizaciones de trabajadores generalizándose en la sociedad el interés que por la educación pública han manifestado las clases campesinas, construyendo escuelas, dotándolas de equipos, es pues por grandes que fueren los recursos que se destinen en los presupuestos oficiales para la difusión de la enseñanza, no bastan para cubrir las exigencias del país.

A este entusiasta esfuerzo en pro de la obra revolucionaria, no ha permanecido ajeno el ejército, ya que sus componentes de genuina extracción popular, tomaron las armas crear institución que garantizara los derechos de los trabajadores, y pasada ya la etapa de la violencia, y no existiendo conflicto alguno en el interior o en el exterior, su función social ha estado vinculada a la realización de los postulados revolucionarios elevados a la categoría de principios constitucionales.

Mas para que la marcha de la Revolución continúe, sin que se detenga la ejecución de las obras inherentes a su acción eminentemente constructiva, es necesario que en todo momento estemos preparados para resistir, aun a costa de más sacrificios económicos, los ataques de los que no han comprendido ¡ajusticia de la causa de México y que se empeñan en hacerla fracasar creando situaciones de incertidumbre y de alarma. Tal parece el caso de las empresas petroleras en su reciente actitud frente al conflicto con sus trabajadores, al hacer el retiro violento de sus depósitos y efectuar intencionada campaña de publicidad para inquietar a los hombres de empresa y restringir o negar el crédito a las industrias, como si se pretendiera usar de coacción ilegítima, para forzar el sentido de la resolución definitiva en beneficio de sus intereses comerciales e impedir el normal y recto desarrollo del proceso ante los tribunales correspondientes.

Y a este respecto, creo oportuno declarar que consecuente el Ejecutivo con el respeto a las leyes y a la independencia de los poderes que han normado su actuación en este caso, como en todos, su conducta será la de prestar apoyo al fallo final que se pronuncie, cualquiera que sea el sentido de su determinación.

Afortunadamente la nación ha seguido manifestando su confianza y respaldo al legítimo proceder del gobierno, por lo que se ha podido continuar la gestión administrativa que, en la construcción de obras de beneficio general, es complementaria de la política de mejoramiento colectivo que la Revolución persigue.

Por otra parte, ya hemos hecho del conocimiento de la nación que el gobierno está preparado para limitar sus presupuestos cuando las condiciones económicas así lo reclamen. Pero en un caso así ni la disminución temporal de las obras públicas podría causar serios trastornos al país. Los campesinos ejidatarios y los trabajadores al servicio del Estado, en carreteras, en ferrocarriles, en obras de irrigación, etc., están solidarizados con el gobierno, para aceptar una reducción de créditos y salarios si fuere necesario.

El resto de la nación, debe tener también confianza en que el gobierno sigue los pasos que la prudencia aconseja, para que la economía del país pueda seguir su marcha ascendente.

Además, considero necesario llevar al pensamiento de toda la nación, que no debe abrigar temores de que causas políticas internas pudieran trastornar al país, ya que el régimen institucional se apoya en el programa del pueblo, que es el programa del actual gobierno: respeto a la vida, garantías individuales, libertad política, cancelación de privilegios y mejor distribución de la riqueza pública.

Sírvame esta ocasión para hacer un llamamiento a todo el país, a los hombres de empresa nacionales y extranjeros y a los trabajadores en especial, a efecto de que continúen secundando con entusiasmo y comprensión la obra del gobierno, que está basada en la elevación moral y económica de todos sus habitantes y que no podrá realizarse mientras se mantenga a las clases productivas en un estado de agotamiento biológico y en una injusta desigualdad frente a las situaciones de privilegio.

Y en esta tarea que nos hemos impuesto, espero la cooperación del pueblo mexicano, para mantener viva la fuerza de las instituciones y el decoro de la patria.

Una situación trascendente que debe interesar a todos los trabajadores del mundo, es la que pongo hoy también al conocimiento de esta magna asamblea.

El bombardeo de las ciudades abiertas, es un atentado de lesa humanidad, al que por bochorno de la civilización se ha estado acudiendo en las actuales contiendas armadas. Millares de víctimas inocentes, mujeres y niños en su mayoría, han caído bajo la acción de este recurso innoble, que ni siquiera obedece a propósitos militares, sino que se propone únicamente causar el terror, arrasando las ciudades y los pequeños poblados.

Algunos gobiernos justamente indignados por estos crímenes han tomado ya algunas medidas de carácter diplomático para evitar los bombardeos de las ciudades abiertas y para la completa abolición de tan funesta práctica, como la que viene sufriéndose en España y en China.

Cualquier paso que se dé, inclusive desde luego, la concertación de convenios internacionales para suprimir el uso criminal del bombardeo, no puede menos que actuar con la adhesión más fervorosa de todas las naciones y de todos los hombres de buena voluntad.

Pero la solución de este problema requiere medidas más urgentes y más eficaces que las que pueden originarse en un pacto entre naciones, pues la experiencia nos demuestra, desgraciadamente, que los compromisos internacionales -sobre todo en el momento actual-, están sujetos a infracciones de todo género. De 1914 a esta fecha, se ha violado la neutralidad, se han usado en la guerra armas proscritas por los natados y se han introducido distingos y sutilezas para eludir el cumplimiento de las más elementales obligaciones. Hasta la seguridad de las naciones débiles, esa existencia quiso garantizar el pacto de la Sociedad de las Naciones contra el imperialismo de agresores poderosos, ha quedado relegada a punto menos que un mito. Nunca como ahora el derecho internacional y la civilización han atravesado por tan dura crisis.

En estas condiciones, aun cuando pudiera llegarse a la celebración de un convenio internacional sobre los bombardeos aéreos, no se habrá adelantado gran cosa en el camino de su efectiva prevención, sino únicamente en el de su condenación moral.

Es necesario confiar la prevención de estos horrores a sus mismas víctimas probables: a la población urbana y rural. No sólo los gobiernos, sino los pueblos mismos deben evitar y sancionar los crímenes contra la civilización.

Y ya que no puede funcionar un verdadero tribunal que detenga los salvajismos que se están desarrollando y consumando con las agresiones por conquistar territorios, mercados o zonas de influencia, para explotar materias primas y trabajo humano barato, debemos llegar a la conciencia de las masas populares, capaces de comprender y aquilatar responsabilidades. haciéndoles ver que de sus grandes reservas humanas depende en definitiva el poder de los estados y gobiernos y que con una acción colectiva, pueden las mismas masas salvar a los pueblos que se ven agredidos por la ambición y por la acción del más fuerte.

Para ello debemos pugnar porque todas las organizaciones de trabajadores del mundo sean las que pacten entre sí un convenio de sanciones por aplicar a la nación o a la facción que, ya sea en una guerra internacional o en una contienda civil, bombardee las ciudades abiertas. Estas sanciones de carácter directo pueden asumir diversas formas y el pueblo trabajador dispone de muchos y muy eficaces recursos para llegar al fin propuesto.

Y en este sentido someto a la consideración de ustedes y de todos los trabajadores de México, la idea de convocar a un congreso mundial de trabajadores, en el que se planteen las medidas que los mismos pueblos deban tomar para la prevención y el castigo de actos criminales que amenazan la vida de millones de mujeres, ancianos y niños, que carecen de recursos para ponerse a salvó de las agresiones que se vienen practicando y que deben condenarse y abolirse de las luchas internacionales e intestinas.

Y sobre todo, llevemos a la conciencia del proletariado universal que la eliminación de las guerras imperialistas dependen de la solidaridad pacifista de los trabajadores del mundo. En su voluntad democrática está la palanca que detenga la carrera desenfrenada de los rearmes, con sólo moderar los presupuestos fantásticos de guerra que gravitan sobre la miseria de las masas.

Ninguna suspensión de actividades sería más justificada, por su finalidad humanitaria, que la decretada contra las empresas de armamentos, que la paralización de ¡os ejércitos aliados de sus explotadores e instrumentos de muerte de sus propios hermanos de clase. Nada más útil para el bienestar de los pueblos que el empleo de la maquinaria de destrucción de ciudades y hogares, como elementos de producción de campos y talleres, de estrechamiento de relaciones y de intercambio de valores.

No deben preocupar a los hombres acostumbrados a la lucha las resistencias que tales propósitos pacifistas encontraren, pues todas las causas de redención han parecido utopías ante los poderosos intereses por desplazar y, sin embargo, la humanidad camina sobre escalones de libertad.

Corresponde, por tanto, a los trabajadores organizados, patentizar que su lucha social obedece a una ética superior que preconiza el respeto a la vida humana; que la ciencia y la técnica deben destinarse para fines de bienestar común y aplicarse para la transformación de los regímenes de opresión, de violencia y de odios, por otros sistemas donde la fraternidad social y la dignificación del trabajo, sean los exponentes inequívocos de la verdadera cultura de los pueblos.