11 de Junio de 1935
Debo hablar a ustedes con la franqueza que acostumbro: lo que ocurre de más inquietante en las Cámaras, según los informes que he recibido, es que comienza a prosperar esa labor tendenciosa realizada por gentes que no calculan las consecuencias, para provocar divisiones personalistas. Está ocurriendo exactamente lo que ocurrió en el periodo del Presidente Ortíz Rubio. Un grupo se decía ortizrubista y otro callista. En aquellos tiempos, inmediatamente que supe estos incidentes, traté personalmente y por conducto de mis amigos de conjurarlos; pero pudieron más los elementos perversos, que no cejaron en su tarea hasta el desenlace de los acontecimientos que ustedes conocen.
Actualmente en la Cámara de Diputados se ha hecho esa labor personalista de una manera franca y abierta y conozco los nombres de quienes la mueven.
Todos los que tratan de dividirnos hacen una labor pérfida, que no está inspirada en ningún elevado propósito, ni en la persecución de un ideal político. Sólo buscan el medro personal, la conquista de influencia para sus intereses bastardos y es un crimen, que movidos por estos motivos, no vacilen en atraer para el país las más graves y desastrosas consecuencias.
La historia reciente de nuestra política nos ha enseñado con acopio de experiencia, que las divisiones personalistas sólo conducen al desastre final; debieran, pues, suprimir en las Cámaras esas categorías injustificadas de cardenistas y callistas; y de cardenistas de primera, de segunda y de última hora. Cuando comienza la división de los grupos a base de personas, toman parte en estas decisiones, primero, los diputados, senadores, gobernadores, ministros y, por último, el Ejército. Como consecuencia el choque armado y el desastre de la Nación.
Debieran saber los que prohíjan y realizan estas maniobras, que no hay nada ni nadie que pueda separarnos al General Cárdenas y a mí. Conozco al General Cárdenas. Tenemos 21 años de tratarnos continuamente y nuestra amistad tiene raíces demasiado fuertes para que haya quien pueda quebrantarla.
También ha llegado a mi conocimiento -dice el General Calles cambiando el rumbo de su pensamiento- la formación en las Cámaras de alas izquierdas, formación que creo un desacierto y un peligro: ¡Cómo! -exclama con energía-. Hemos actuado dentro de un Partido; hemos concurrido a convenciones, discutiendo su programa de acción y de principios, y protestando su cumplimiento, y ahora venimos a la formación de alas izquierdas; lo que quiere decir que habrá alas derechas. Seguramente que nadie aceptará quedar atrás, y de ahí comienza el maratón de radicalismos y con ello el comienzo de los excesos que a ningún acierto pueden conducir.
Este es el momento en que necesitamos cordura. El país tiene necesidad de tranquilidad espiritual. Necesitamos enfrentarnos a la ola de egoísmos que vienen agitando al país. Hace seis meses que la Nación está sacudida por huelgas constantes, muchas de ellas enteramente injustificadas. Las organizaciones obreras están ofreciendo en numerosos casos ejemplos de ingratitud. Las huelgas dañan mucho menos al Capital que al gobierno; porque le cierran las fuentes de la prosperidad. De esta manera, las buenas intenciones y la labor incansable del señor presidente están constantemente obstruidas, y lejos de aprovecharnos de los momentos actuales tan favorables para México; vamos para atrás, para atrás, retrocediendo siempre y es injusto que los obreros causen este daño a un gobierno que tiene al frente a un ciudadano honesto y amigo sincero de los trabajadores, como el General Cárdenas. No tienen derecho de crearle dificultades y de estorbar su marcha. Yo conozco la historia de todas las organizaciones, desde su nacimiento; conozco sus líderes, los líderes viejos y los líderes nuevos. Sé que no se entienden entre sí y que van arrastrados en líneas paralelas por Navarrete y Lombardo Toledano que dirigen el desbarajuste. Sé de lo que son capaces y puedo afirmar que en estas agitaciones hay apetitos despiertos, muy peligrosos en gentes y en organizaciones impreparadas. Están provocando y jugando con la vida económica del país, sin corresponder a la generosidad y a la franca definición obrerista del Presidente de la República. ¡La huelga libre! -proclaman-, y cuando comienzan sus dificultades entonces corren, acuden al gobierno, diciéndole: ¡ampárame! ¡protégeme! ¡sé el arbitro! ¿No es esto absurdo? Una huelga se declara contra un Estado que extorsiona a los obreros y les desconoce sus derechos; pero en un país donde el gobierno los protege, los ayuda y los rodea de garantías, perturban la marcha de la construcción económica, no es sólo una ingratitud, sino una traición. Porque estas organizaciones no representan ninguna fuerza por sí solas. Las conozco. A la hora de una crisis, de un peligro, ninguno de ellos acude y somos los soldados de la Revolución los que tenemos que defender la causa. Y no podemos ver con tranquilidad que por defender intereses bastardos, estén comprometiendo las oportunidades de México. No han sabido ni siquiera escoger los casos apropiados para sus huelgas. A la compañía de Tranvías que está en bancarrota, que pierde dinero, le declararon una huelga; a la Compañía Telefónica, que ha concedido lo que justificadamente podía pedírsele: altos salarios, jubilaciones, servicios médicos, indemnizaciones, vacaciones y lo que la ley exige, le han declarado una huelga porque no aumenta más los salarios, no obstante que la compañía manifiesta que no ha repartido dividendos hace muchos años y que no tiene con qué hacer frente a salarios más elevados. En Mata Redonda todos recordamos cómo en los últimos meses de la administración del General Rodríguez, él sirvió de árbitro en el conflicto obrero de esa compañía; el entonces Presidente dictó un laudo favorable, porque el General Rodríguez fue también amigo de los obreros. Pues bien, apenas iniciaba su gobierno el señor Presidente Cárdenas, cuando nuevos apetitos insaciables se burlaron del laudo presidencial y suscitaron nueva huelga. En la compañía papelera de San Rafael, han decidido la huelga las organizaciones obreras por el fútil motivo de una disputa de supremacía de bandos obreristas, lo que hubieran podido arreglar con un simple recuento. ¿Y qué obtienen de estas ominosas agitaciones? Meses de holganza pagados, el desaliento del Capital, el daño grave de la comunidad. ¿Saben ustedes que en una ciudad como León, con motivo de las huelgas por solidaridad, expusieron a sus 100 000 habitantes a la posibilidad de desastres tan grandes como las que derivan de la falta de servicios municipales de luz, de salubridad, de servicio de agua? Nada detiene el egoísmo de las organizaciones y sus líderes. No hay en ellos ética, ni el más elemental respeto a los derechos de la colectividad.
Seguramente ellos murmurarán: ¡el General Calles está claudicando! Pero yo arrostro en beneficio de mi país, estos calificativos que no me alcanzan.
Necesitamos, pues -termina- conciencia de nuestros actos. Yo me siento por encima de las pasiones y sólo deseo el triunfo de los hombres que se han formado conmigo; anhelo el triunfo del gobierno actual, que puede dejar con las grandes oportunidades actuales de México, una huella luminosa de su actuación.
Tomado de, Romero Flores, Jesús, La obra constructiva de la Revolución Mexicana, Anales históricos de la Revolución Mexicana, Tomo III, México, Libro-Mex Editores, 1960, págs. 51 a 54
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