6 de Diciembre de 1933
Ciudadano Lázaro Cárdenas: ¿Protestáis, por vuestro honor de ciudadano, cumplir con el Programa de Principios los Estatutos del Partido Nacional Revolucionario, así como con el Plan Sexenal de Gobierno del mismo, aprobado por esta Convención, y con los acuerdos que del mismo Partido emanen, y desempeñar leal y honestamente vuestro cargo de candidato de nuestro Partido a la Presidencia de la República, para el período 1934-1940, que esta propia Asamblea os ha conferido, mirando siempre por la consolidación de la Revolución Mexicana?
- Sí, protesto.
- Si no lo hiciereis así, el Partido Nacional Revolucionario os lo demande.
- La Presidencia suplica a la Asamblea absoluto silencio, porque va a hablar el candidato de nuestro partido, General Lázaro Cárdenas.
Señores Delegados:
Al rendir la protesta formal, como candidato del Partido Nacional Revolucionario a la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos, juzgo de mi deber concretar con toda precisión, para conocimiento de mis conciudadanos, los pensamientos y propósitos que me animan, en el momento mismo en que se inicia otra etapa histórica de nuestro movimiento social, político y económico, y para cuyo logro integral se han trazado nuevas bases.
La Revolución y las instituciones dimanadas de ella, son obra de las distintas generaciones que, en 1906, gestaron las grandes jornadas democráticas; en 1910, sacudieron la dictadura de treinta años; en 1913, reivindicaron la soberanía nacional e iniciaron las reformas sociales, y, en 1928, instauraron el régimen institucional a cuyo influjo estamos aquí reunidos.
Es por lo mismo de elemental justicia declarar categóricamente en ocasión de esta función cívica y para el caso de merecer el sufragio popular, que me considero unido, en acción y en responsabilidad, a todos los viejos luchadores que con su esfuerzo contribuyeron y siguen contribuyendo a crear un estado social nuevo y un régimen de orientación salvadora.
Consecuentemente, declaro sin subterfugios que asumiré toda la responsabilidad oficial del gobierno, si llego a presidirlo, aunque para determinar esa responsabilidad tuviere que solicitar la cooperación de la experiencia de los viejos y acreditados jefes de la Revolución; pues no considero moral. ni justo, eliminar ese factor de encauzamiento de las actividades sociales, tan sólo en atención a falsos pudores de independencia y a la crítica acerba que la torpeza y la necedad invocan como argumentos incontrastables cuando censuran nuestra disciplina de partido y nuestro espíritu de cuerpo, siendo que en el fondo de esa crítica no hay más que el deseo de dividir a los hombres de la Revolución, para debilitar al Gobierno proveniente de ella y especular con nuestras disensiones.
El sentido íntimo de la evolución social nos llama a impulsar la acción revolucionaria de las masas; a aprovechar el entusiasmo y dinamismo de los ciudadanos que ayer, que hoy y que mañana signifiquen y encarnen las tendencias nuevas y señalen el rumbo a que se dirija nuestra nacionalidad en el porvenir, ya fomentar el generoso impulso de la juventud, haciendo que se prepare para sucedernos en nuestras posiciones de lucha y para regir en el futuro los destinos de la República.
Lo esencial para que puedan realizarse en su integridad los postulados sociales de la Constitución General de la República y las fórmulas de coordinación social contenidas en el Programa de Gobierno del Partido Nacional Revolucionario, que acaba de aprobarse, consiste en que se verifique una plena interpretación revolucionaria de las leyes, por hombres que sinceramente sientan la Revolución; que sean cabalmente conscientes de su responsabilidad; que tengan verdadero cariño a las masas proletarias, y que perciban con amplitud el espíritu y las necesidades históricas que inspiraron las normas y las doctrinas que se ha dado el pueblo en sus generosas luchas, para que de esta manera las ejecuten con resolución y honradez, a fin de lograr el progreso colectivo. Porque, si en el seno de una administración pública, los hombres llamados a colaborar en ella actuaran con divergencias de criterio, sin ideología común y sin disciplina, llevarían indiscutiblemente al fracaso a la mejor de las ideas y al más bien meditado plan de gestión.
Hay, pues, que insistir -y nunca será bastante- en que todo programa de acción social, para convertirse en realidad palpable, requiere a su servicio hombres de carácter disciplinado, de voluntad pronta y personalidad definida.
De otra parte, para que en el más breve plazo se pueda satisfacer la necesidad de tierras y aguas de todos los núcleos de población de la República, proporcionándoles los medios económicos necesarios para la explotación de sus tierras, a fin de que sea un hecho su mejoramiento; para atender a la organización agraria, cooperativa y sindical del trabajador, protegiéndolo decididamente en sus intereses y necesidades; para que el desenvolvimiento de la economía nacional se efectúe bajo la dirección del Estado y, bajo este control. se encauce el juego de todas las fuerzas económicas, para conseguir orientarlas hacia la más completa solución de las necesidades nacionales; para que los trabajos ejecutados en las obras públicas satisfagan las necesidades sociales; para que la higiene y la salubridad -principalmente en las zonas alejadas de los grandes centros de civilización- se atiendan con la amplitud que exigen el mejoramiento de la colectividad y su desarrollo; para que la educación del pueblo se oriente hacia un mayor interés por la explotación de nuevas fuentes de producción, y por la agricultura y por la industria, que son las bases principales de nuestra prosperidad y desarrollo; así como para que el Estado cuide de realizar en la escuela la unificación de nuestra nacionalidad, por tratarse de un supremo servicio social y porque al Estado mismo corresponde controlar y encauzar la educación de la colectividad mexicana; para que se introduzca en nuestra codificación escrita el movimiento de reforma integral que requiere el desarrollo de nuestra vida social, económica y política; para que se lleve a cabo en condiciones favorables y prácticas la reincorporación de nuestros emigrantes; para que la aplicación estricta de las disposiciones constitucionales y leyes reglamentarias en materia de cultos se realice sin complacencias, pues la Revolución no debe permitir en forma alguna que se tergiversen sus conceptos, o que se vilipendien sus instituciones, ni admitir complicidad que mantenga latentes problemas que interesa a nuestra nacionalidad resolver; para que la orientación técnica y social de la Hacienda Pública siga dirigiéndose hacia una adecuada organización de nuestros sistemas financieros y contributivos, que permita el logro de las aspiraciones revolucionarias y la realización del Programa de Gobierno; para que se vigorice y crezca el esfuerzo que hace la mujer mexicana por incorporarse a la vida pública de la Nación, en proporción justa y con tendencia progresiva, a fin de que se aproveche como es debido el gran caudal de energías que encierran las virtudes que posee, en beneficio general, ya que se trata de un ser eminentemente comprensivo de los problemas humanos y generoso en grado bastante para acoger los intereses comunes; para que en estos momentos de crisis en que el Derecho Internacional se verá obligado a tomar orientaciones más definidas, de acuerdo con la dignidad de las naciones se cultiven nuestras relaciones internacionales sobre la base del afianzamiento de lazos estrechos y generosos; ya se trate de pueblos a los que nos ligan intereses de sangre y de raza, o de pueblos a los cuales nos unen intereses económicos y comerciales, pues bajo estos lineamientos estaremos siempre capacitados para asumir actitudes claras que no menoscaben la dignidad nacional, ni nos obliguen a falsear el espíritu de evolución social que anima a nuestro pueblo; y, finalmente, para que el Ejército de mi país siga siendo el baluarte de las tendencias proletarias y la fuente de donde tomarán su fuerza evolutiva las instituciones sociales, puesto que hoy más que nunca el Ejército emana del pueblo, y pretende, al amparo de una tendencia orgánica, reconstruir sus filas con elementos de todo el país, a fin de compartir con ellos la responsabilidad que tiene una institución que es la salvaguardia del régimen revolucionario; protesto luchar para llevar a la práctica todos estos anhelos, que representan integralmente el programa del Partido Nacional Revolucionario, dictado por la Revolución misma e impuesto por el pueblo, constituido en árbitro de su situación.
Reconozco que tanto entusiasmo y tan grande ideal significan una responsabilidad impropia para ser llevada aisladamente; y, por eso, pienso que sólo un movimiento unánime de las clases trabajadoras y un esfuerzo disciplinado y entusiasta del sector revolucionario, podrán facilitarme la realización de estos propósitos. Consciente de mi deber, así lo exijo; y pido que el gran conglomerado social -que está pendiente de los actos de esta reunión popular y revolucionaria- se considere ligado al Estatuto de la Revolución, para marchar todos unidos a la conquista de los intereses comunes.
Es tanto más justificado este llamamiento que hago a los ciudadanos del país -y en particular a los revolucionarios y a los que quieren serio de verdad-, cuanto que el Partido Nacional Revolucionario fue creado con sinceros propósitos de fraternidad colectiva, con sana intención de encauzar la opinión de las masas y con el fundamento lógico de mantener la unidad revolucionaria, sus tendencias, como organismo político, fueron claramente establecidas para fomentar la función cívica electoral y garantizar la autenticidad del voto, eliminando conflictos innecesarios entre los componentes del régimen revolucionario, y para mantener dentro de su seno, como garantía de éxito, una celosa disciplina de principios y de procedimientos, que no permita el menoscabo de los ideales de la Revolución; y, cualesquiera que hayan sido los errores circunstanciales de esta agrupación nacional, representa, sí, la fuerza organizada de la Revolución y es el medio a propósito para desarrollar sus tendencias, así como para realizar los propósitos revolucionarios que predominan en el pensamiento director del Gobierno de la Nación.
Fundamentalmente, considero que los fracasos de los pueblos en sus luchas, así sea evolucionistas o revolucionarias -pero con una meta claramente definida- no dependen de la falta de expresión más o menos brillante de sus doctrinas, sino que contribuye en grande escala a estos fracasos la torpeza o mala fe de los hombres que trataren de llevarlas a cabo.
Es por eso que los yerros de una institución, cuando son hijos de los hombres, pueden ser corregidos con el sano impulso de los miembros que se renueven.
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