1°. de Marzo de 1929
Compañeros delegados: La Revolución social mexicana, iniciada en 1910, ha triunfado definitivamente. En el campo de las armas destruyó, con un ejército improvisado, las fuerzas que sostenían los intereses reaccionarios, y en el campo de las ideas ha impuesto su ideología y ha hecho germinar y arraigarse en las grandes masas obreras y campesinas del país un claro concepto y una conciencia precisa de sus intereses, de sus deberes y de sus derechos.
El desarrollo de la Revolución nos es muy conocido. Todos aquí presentes hemos asistido, hemos actuado en el teatro de la lucha, que hoy viene a culminar en la unificación de todos los revolucionarios del país en un solo organismo para las contiendas democráticas: El Partido Nacional Revolucionario.
Es importante y consolador y magnífico el espectáculo que presenta esta asamblea de hombres libres. De la península de Yucatán, de la frontera norte, de los litorales del Golfo, de la Baja California, de las costas del Pacífico, del Valle de México, de la Mesa Central, de todas las altitudes y de todos los climas que maravillosamente encierra el territorio patrio, están aquí grupos numerosos, representativos de grandes colectividades políticas, unificados y movidos todos en esta ocasión solemne, por un solo impulso, por una sola visión, con un solo estandarte; el impulso que marca imperativamente el cumplimiento del deber cívico, la visión de una anhelada patria mejor y el estandarte glorioso y triunfante de la Revolución.
Cuando ésta se inició contra la larga dictadura de Porfirio Díaz, llevaba inscritos en su bandera, principalmente, postulados de reivindicación de los derechos políticos, conculcados al pueblo y sólo vagas tendencias de renovación y reforma social. El cuartelazo brutal de Victoriano Huerta y la furiosa embestida del Partido Conservador, reaccionario y clerical, en contra del incipiente movimiento revolucionario, hizo que la lucha se recrudeciera, despertando anhelos legítimos, orientando y encauzando, en forma definitiva, las tendencias más trascendentales y más importantes del pueblo de México, que a la postre trajeron una completa transformación de la vida económica del país, una liberación de las clases productoras, nervio y músculo de nuestra población y el arraigo de conceptos de mayor justicia y de mayor humanidad, en las conciencias de los trabajadores del campo y de la ciudad.
En esta misma ciudad y en este mismo Teatro de la República, hace 12 años se establecieron las bases sobre las que descansan las nuevas instituciones, y desde entonces, el pueblo ha sabido defender esas conquistas, sin dejarse arrastrar jamás por luminosos espejismos ni por las ambiciones de los revolucionarios que han claudicado por intereses personales o ambiciones desmedidas.
Si la Revolución, equivocadamente, se hubiera considerado satisfecha con la sola renovación de las personas en los puestos públicos, yo hubiera tocado valerosamente el problema fundamental de México, que es el de la reivindicación de los derechos al pueblo y el de la reivindicación de la tierra, los enemigos de la Revolución estarían satisfechos y protestarían su apoyo a los políticos de la Revolución. Pero como ésta no se ha equivocado, ni se ha corrompido, ni ha dado un paso atrás, y sus hombres consideran que, por encima de los intereses políticos están los intereses económicos de las grandes masas explotadas y expoliadas a través de los tiempos, cuando ellas significan el factor social de mayor vitalidad y el más importante y respetable de la colectividad mexicana, la reacción no puede contentarse porque a través de las edades se había forjado una filosofía egoísta y convenenciera, llegando a considerar como un derecho lo que sólo era producto de una sujeción arbitraria, inhumana y execrable de los factores humanos de la producción.
Y en este concepto, la lucha no ha terminado. Podemos decir que apenas se inicia, y los miembros del Partido Nacional Revolucionario, que resultará organizado en esta imponente y soberana Asamblea, serán los legionarios que en toda la extensión del territorio nacional defiendan las conquistas realizadas por la Revolución en el campo de las ideas y del derecho escrito, y sigan conquistando y consolidando, cada día más, todas las que el pueblo necesite para su bienestar y su emancipación.
La reacción, audaz y multiforme, lucha desesperadamente y ocurre a medios tradicionales en ella, impotente para la lucha en el campo abierto y gallardo en que debatieron siempre los insurgentes y los liberales. Los elementos revolucionarios de México no deben dormirse sobre los laureles conquistados, deben guardar siempre despierta la inteligencia, para cuidar de las conquistas logradas y avanzar con ellas hacia el porvenir.
La organización, que define y fortalece la conciencia colectiva, es el medio eficaz, es el único medio de consolidar esas conquistas y caminar firmemente hacia otras nuevas.
Del cuadro de luchas sangrientas y trágicas que el pueblo tuvo que sostener denodadamente, destácanse cuatro figuras de diverso relieve, pero cada una, en su época y en las circunstancias en que desarrolló su acción, fué figura central del movimiento libertario: Madero, Carranza, Obregón y Calles.
Fue indiscutiblemente el general Álvaro Obregón, el genio militar de la Revolución y su caudillo máximo; fue el reformador decidido y entusiasta que impuso las medidas de la Revolución Social en México, el que encabezó gloriosamente las corrientes de la nueva ideología. Fue sin discusión alguna el Sr. Presidente Calles, de la más recia contextura moral, el gobernante que encauzó al país por los más amplios senderos de reconstrucción dentro de las nuevas tendencias, y su figura de estadista fuerte y prominente estará siempre entre el núcleo predilecto de los grandes estadistas y gobernadores de México.
El señor General Calles, en su histórico mensaje del 1o. de septiembre del año próximo pasado, hizo un llamamiento al país para que todos sus hijos, prescindiendo de personales y mezquinos intereses, cooperaran con su esfuerzo para que México entrara francamente en su vida de instituciones y de leyes, y ya fuera del poder, el mismo general Calles invitó a los actuales miembros del Comité Organizador del PNR para trabajar empeñosamente por la organización de los revolucionarios del país, en una institución representativa de la opinión pública y revolucionaria de México, con un programa definido y estatutos estudiados de acuerdo con las necesidades de la organización en el momento y para el futuro.
Al retirarse definitivamente de la política el señor General Calles, por recomendaciones de él mismo y porque lo creímos de nuestro deber, continuamos la tarea iniciada, y hoy, más que nunca, creemos que la Revolución ha justificado nuestra actitud y correspondido a nuestro llamamiento; venimos a Querétaro a organizar el Partido Nacional Revolucionario, el frente único nacional, que será nuestra fuerza en contra de los claudicantes de la Revolución misma.
El Comité Organizador formuló un proyecto de constitución del Partido, consistente en una declaración de principios, en un programa de acción y en unos estatutos que establecerán las relaciones entre los diversos órganos constitutivos del Partido. Este proyecto es una aportación de buena voluntad de los miembros del comité, que no ha tenido ni tiene la intención de ser una obra perfecta; pero que sí ayudará poderosamente al encauzamiento de las discusiones y a sugerir a los señores delegados los puntos que considere que deban agregarse o modificarse en el referido proyecto.
Hemos considerado como fundamental, sostener la autonomía de las agrupaciones de los Estados en los asuntos de carácter local. Consideramos que el centralismo y la tendencia de absorción por los elementos directores en la capital de la República, de las facultades que pertenecen exclusivamente a los partidos locales, serían un gérmen de desprestigio y fracaso en el Partido. La unificación de las voluntades alrededor del programa que precisa y define la ideología revolucionaria del Partido debe ser conservada a través del respeto más absoluto a los derechos que los partidos locales deben ejercitar sin cortapisas dentro del territorio que les corresponda.
Ya pasó el tiempo --y la experiencia nos lo demuestra-- de que las elecciones para puestos públicos en los Estados se hagan y se ganen en la capital de la República. Deben ser las organizaciones regionales, en contacto directo con las masas populares, las que resuelvan sus problemas y discutan sus asuntos relativos a su régimen interior.
Y es por esto que el Partido Nacional Revolucionario ha establecido como principio básico en sus estatutos, un profundo respeto a los derechos de los partidos de los Estados.
Por esto, la unidad tendrá que conservarse sólida, cordial y entusiasta y las relaciones deberán cultivarse sobre bases de buena fe y equidad y de justicia.
Los hombres de la Revolución debemos sentir hondamente el concepto de la responsabilidad. Si la Revolución es fecunda en resultados benéficos para la Nación, y ésta se desarrolla y florece bajo los auspicios nobles del nuevo orden de cosas, en un ambiente de paz orgánica, los hombres que en el campo de las armas y en el campo de las ideas, aportaron su contingente, habrán salvado esa responsabilidad, y, si, en cambio, por abandono de la línea del deber, si porque las ambiciones del poder se impongan sobre los dictados del interés público, si se olvidan los principios y se detiene el movimiento vigoroso de renovación alcanzado ya, y que no pueden negar ni aún los enemigos del movimiento libertario, entonces, la responsabilidad del fracaso, de la desorganización, de la pérdida de vidas y de esfuerzos y de sangre, caerá sobre los hombres de la Revolución, no para manchar la doctrina ni la virtud de sus postulados, sino para inculpar a los que no supieron tener el desinterés necesario ni contener las ambiciones inherentes a su condición de hombres.
Esta Convención encierra un doble objeto: primero, la constitución del Partido Nacional Revolucionario en los términos ya enunciados, y después, la discusión y la aprobación por la Asamblea del partido, de una candidatura presidencial.
Como las luchas políticas y las discusiones alrededor de personas acaloran y excitan, y casi siempre hacen perder la serenidad que la Revolución reclama imperativamente para la constitución de su partido, el comité, por mi conducto, hace a todos los compañeros aquí reunidos un llamado hacia la serenidad, hacia el desinterés, hacia la abstracción de asuntos de carácter personalista, para que, en un ambiente de la mayor cordialidad, puedan exponerse y discutirse los asuntos fundamentales de doctrina, en esta ocasión, y se pospongan los entusiasmos que cada uno tenga por las personalidades de los compañeros que figuran como precandidatos del Partido, para después de pasado el momento en que las firmas de todos los delegados a esta importantísima asamblea den forma y autorización y vida propia, a través de un pacto de solidaridad, al Partido Nacional Revolucionario.
Hay que recordar constantemente que sobre los trabajos de esta asamblea están fijos los ojos de la República. Las organizaciones que delegaron en nosotros su representación, están pendientes de nuestros actos, y debemos hacer un esfuerzo por corresponder a la confianza depositada y satisfacer el anhelo colectivo con desinterés, serenidad y patriotismo.
Los obreros y los campesinos, esa gran masa de humanidades, infatigables y sufridos productores, con cuyos intereses estará vinculado el programa del Partido Nacional Revolucionario, están muy pendientes de nuestra conducta y de nuestros actos. En los innumerables hogares, donde quedaron vacíos irreparables de afecto y apoyo, porque la lucha segó alguna vida puesta al servicio de la causa del pueblo en la época trágica de la lucha, habrá también muchos seres, viudas y huérfanos de la Revolución, con su esperanza puesta en que de esta asamblea resulte la cristalización de los caros anhelos populares, y nunca el desenfreno de las pasiones, de los rencores, que significarían un fracaso de los más nobles intentos por la unificación de la familia revolucionaria.
Las fuerzas reaccionarias y conservadoras, los despechados y los claudicantes de la Revolución, esperan, ansiosamente, que el prejuicio personalista logre dividirnos para brindarles a ellos una oportunidad al contender con nosotros en la próxima lucha; y los fanáticos de historial negro y odioso, y el capitalismo, inhumano y explotador, y todos los factores en la vida activa del país, unos con fe y esperanza en el buen éxito de nuestra noble causa y otros con el deseo de nuestra división y de nuestro fracaso, todos estarán pendientes del resultado que logre en definitiva esta asamblea, que, justamente, debe llamarse la Asamblea de la Revolución.
Flotan aquí, los espíritus de sus mártires, de sus luchadores desaparecidos, que forman gloriosa legión. Pugnemos, fuertemente inspirados en su virtud y en su sacrificio, por dar, con este acto cívico, un paso más hacia el advenimiento de una vida democrática y el afianzamiento definitivo de las reformas sociales, que ofrezcan una vida mejor para el pueblo de México.
Fuente:
Miguel Osorio Marbán. El Partido de la Revolución Mexicana. Tomo I. Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional. Cuarta Edición. 1990. México. Páginas 78 a 83
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