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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1928 Manifiesto del Partido Nacional Antireeleccionista

Ciudad de México, 11 de Agosto de 1928

El Partido Nacional Antirreeleccionista, purificado en el crisol de las adversidades, templado en la acción recia y desinteresada, desdeña las actitudes de desaliento que generalmente disimulan egoísmos vergonzosos o cobardes reanuda su labor histórica.

Consciente de su versión, permanece de pie sin altanerías, ni debilidades; ha sabido renunciar a las mezquinas pasiones que empequeñecen nuestras lides políticas, para sentirse digno depositario del principio emancipador que sirve de norma a sus actividades y que ineludiblemente triunfará de todo género de resistencias hasta convertirse en el símbolo que acerque, agrupe y unifique a todos los revolucionarios, para promover un estado de libertad y bienestar que salve al país y dignifique a la revolución.

No hemos sido advertidos de la reelección por motivos personalistas o circunstanciales. Consideremos a la libertad como el bien más grande que es dado disfrutar a los pueblos y consideramos, asimismo; que a esta libertad la coloca en peligro inminente, la detentación continuada o intermitente del Poder por parte de cualquier hombre, así se le puedan reconocer dotes excepcionales para dominar a las multitudes o se le pretenda divinizar con atributos de ser superior, necesario e insubstituible.

La persistencia en el ejercicio de la autoridad -que en nuestro medio es la prerrogativa de mandar con razón o sin ella- ensoberbece en general a los gobernantes y por excepción no los conduce a la demencia. El hábito de mando fomenta un necio espíritu de suficiencia, de arbitrariedad y, principalmente, de despotismo, y todo despotismo es un baldón para la Humanidad.

La Nación, a pesar de sus desencantos, de su postración de su angustia, no quiere ya que sus destinos continúen a merced de demiurgos jamás comprendidos, ni aceptados; anhela un régimen que no cause sobresaltos, ni mortifique, ni aterrorice; un régimen sencillo y ejemplar de garantías y de templanza moral; un régimen para el momento que vivimos, para esta época que repudia la violencia, y suspira por la concordia; un régimen de actualidad, en fin, civilizado y generoso y humano, que se "asocie al ritmo de la gran vida universal."

Las relaciones, del mismo modo que las imposiciones, generan fatalmente tiranías, como lo acreditan nuestras experiencias históricas. La renovación democrática, en cambio, origina estados de satisfacción pública y facilita la selección adecuada de los servidores de la Administración, selección indispensable, sobre todo, en un país como el nuestro, de funcionarismo exacerbado y escandalosamente irresponsable.

Por todos estos motivos de índole, que pudiéramos llamar doctrinaria, pero también por causas de orden práctico, y a nuestro juicio evidentes, reprobamos la reelección y su frecuente, cuando no inmediata consecuencia, la imposición, y laboraremos incansablemente hasta lograr, por los medios legales, que una justa rectificación legislativa, o, si se nos permite decirlo, una contra-reforma, rehabilite el texto constitucional en el capítulo que proscriba absolutamente, con todo acierto, la reelección de los presidentes de la República en México.

Es del dominio público, por otra parte, que un considerable número de miembros del Congreso de la Unión y de las legislaturas locales, se muestran en cierto modo arrepentidas de haber llevado a cabo la reforma reeleccionista, cuya supervivencia, según ellos mismos, resulta ahora anómala y sin objeto.

La inmensa mayoría de los reeleccionistas alegaban que solamente circunstancias fortuitas ó inevitables los impelían necesariamente al reeleccionismo, pero que, tanto por razones de principio como por impulsos sentimentales, se asociaban a la tesis contraria, esto es, a la nuestra, que es el antirreeleccionismo, tendencia medular, larga y sangrientamente disputada, de la Revolución.

Es el momento de que los reeleccionistas ocasionales, de origen revolucionario, rectifiquen su conducta y reparen el error cometido; de que se preocupen seriamente por grabar de nuevo en la Constitución, la sabia y previsora sentencia que sin duda en un momentáneo arranque de ofuscación, cometieron la irreverencia de suprimir, pues de no apresurarse a realizarlo ellos mismos, lo exigirá imperiosamente el pueblo mexicano.

Nos retiraremos de las actividades cívicas, hasta que hayamos cumplido con ese deber ineludible. Nuestra obra no habrá quedado consumada mientras subsista la amenaza, así sea lejana, de que algún caudillo, al amparo del funesto precepto constitucional vigente, se perpetúe en el poder.

En vista de esta determinación, excitamos a los ciudadanos de la República que profesen nuestro credo, a que se agrupen en torno de la bandera antirreeleccionista, a que organicen clubes filiales de nuestro partido y a que, aisladamente o por conducto de sus agrupaciones, exijan a los miembros del Congreso de la Unión y de las legislaturas locales, que a la mayor brevedad sea rehabilitado en la Constitución General de la República el estatuto que condena la reelección.

Por nuestra parte, el Partido Nacional Antirreeleccionista presentará en tiempo oportuno ante las Cámaras federales, una iniciativa de reformas al Código Supremo, para restituirle aquella parte de realidad en la vida constitucional, que lo vinculaba a los anhelos populares y que satisfacía una de las más imperiosas y más justificadas exigencias de nuestro movimiento.

El Partido Nacional Antirreeleccionista no circunscribe sus esfuerzos a los límites estrechos de un propósito único que, en el caso equivaldría a presentar como panacea de todos nuestros males la No Reelección.

Por el contrario, tiene miras a visiones de conjunto en la situación social y política del país y abarca las cuestiones de la tierra y de la educación, del trabajo, de la libertad de conciencia y de imprenta, en forma efectiva; de la inamovilidad judicial, de la organización administrativa del gobierno, de la hacienda pública y de la justicia, según los postulados de su programa, aprobado en la convención de junio del año pasado; el cual es amplio, integral y orgánico; comprende las diversas manifestaciones de nuestra existencia colectiva y tiene para cada problema la solución dictada por un alto espíritu de templanza y de buena fe.

El Partido Nacional Antirreeleccionista hijo leal de la Revolución, contenderá resueltamente para lograr que los ideales que este movimiento persigue y defiende se trasmuten en obras benéficas para la colectividad.

Preocupará hondamente al Partido Nacional Antirreeleccionista, al mismo tiempo que la implantación de las reformas agrarias y obreras, encaminadas a elevar el plano social de comodidades y bienestar del proletariado, las cuales se consignan en nuestro programa político, referido, el arduo e inaplazable problema de la educación popular.

Un país como México, en donde el ochenta por ciento de la población no sabe leer ni escribir, y en el que, además existe un remanente sombrío de unos cuatro millones de aborígenes que no hablan el idioma castellano y que ni siquiera poseen entre sí el vínculo de una lengua común que los asocie; dentro de una nación como la nuestra, en donde ese formidable contingente de habitantes vegeta en las montañas o en las selvas, sometido a las asperezas de una vida primitiva y ajena a toda elemental ventaja de civilización, no hay razón para que un partido de tendencias sociales como el nuestro se desentienda de considerar, como uno de los puntos capitales de su programa de acción, el desarrollo de la educación popular, con preferencia de otras actividades, por importantes que sean o se las considere.

Porque mientras no pongamos todo nuestro entusiasmo, todo nuestro desinterés, en subordinar las demás funciones gubernamentales a esta obra de redención de las masas y a la correlativa salvación de la nacionalidad angustiada por la ignorancia en que ha vivido desde el principio de su existencia independiente, la República seguirá siendo un inmenso cuartel y no la noble patria, que anhelamos ver convertida en una gran escuela.

El Partido Nacional Antirreeleccionista, empero, se conformará con obtener, siquiera, que la Administración futura se comprometa -y en esta exigencia no habremos de ceder- a que se destine, por lo menos, y dentro de la capacidad económica del país, una tercera parte del presupuesto general de egresos al ramo de Educación Pública.

Ahora bien, para disponer de fondos suficientes que se consagren a la educación popular, en primer término, y después a los demás gastos requeridos por las empresas de aliento -carreteras, obras de irrigación, etc.-, que al Gobierno atañen, es indispensable perseverar en un programa de rígidas economías; debemos cerrar hermética y definitivamente el ciclo de despilfarros que ha deshonrado a los regímenes revolucionarios: que para los ladrones oficiales no exista recurso alguno de impunidad que los sustraiga ala severidad de los castigos; que ni la prescripción ni el traslado ficticio de los bienes, ni la ocultación, pongan a los concursionarios a cubierto de las investigaciones judiciales; que se tenga por llegado el tiempo, no sólo de que se deje de hacer cínica ostentación de las fortunas improvisadas en los puestos de la administración, sino que los responsables incursos en este delito -que es el más vergonzoso de todos, porque supone un acto de traición a la confianza pública- no encuentren lugar alguno de la tierra donde ocultar, con el deshonor irremediable, los bienes hurtados.

El enriquecimiento apresurado, la pena destierro, la impune y sistemática violación de todo género de garantías individuales, la irresponsabilidad retadora y altanera de los funcionarios públicos de todas las categorías, son los grandes capítulos de acusación con que desdoran o empañan o ensombrecen los adversarios de la Revolución el fondo de justicia que nos hizo amarla, con sacrificios de vidas servirla y con renovada fe e inextinta energía defenderla; sin embargo, no es de justicia atribuir a la Revolución los procedimientos torpes o deshonestos de los falsos partidarios de nuestra causa, pues, todos los que cometen, aprueban o toleran tales desmanes, aunque continúen tesoneramente proclamando su filiación revolucionaria, son precisamente los más enconados enemigos de la Revolución.

Consecuentemente, somos los primeros en reconocer que nuestros regímenes deben prestigiarse, necesitan corregir implacablemente sus pecados y depurarse, sin contemplaciones de malos elementos, para no exponerse a que la nación, fatigada de tantas aberraciones, busque en otros sistemas de gobierno y en otros procedimientos de lucha, su salvación y la garantía de su derecho a la vida.

Nadie puede negar que las rivalidades entre nosotros mismos, o sean las diferencias interrevolucionarias, han contribuído en no poca parte al debilitamiento de la Revolución, la cual ha perdido sus energías y su tiempo, no sólo en defensa de su natural enemigo, reclutado entre las fuerzas conservadoras, sino principalmente en combatir y en dominar a las otras facciones, que le son afines en los principios aunque hostiles en la acción.

Se origina de este esfuerzo, constantemente fallido, la urgencia nunca bien encarecida de que los revolucionarios despertemos a la realidad de nuestros deberes históricos y nos decidamos, con toda la fuerza que pueda desarrollar la más limpia intención, a reparar los daños cometidos y a demostrar a la República que somos dignos y capaces de regir los destinos de México en forma humana y civilizada.

Anhelando que desaparezcan totalmente los gérmenes de disolución que han minado el organismo revolucionario e incapacitándolo en cierto modo para la acción constructiva, el Partido Nacional Antirreeleccionista consagrará sus mejores energías a coordinar los elementos afines para lograr que las diversas facciones, distanciadas hasta hoy, renuncien generosamente a toda clase de resquemores, de ambiciones o de rencores y presten con buena voluntad su contingente a la gran obra de Unificación Revolucionaria que francamente proclamamos.

Para coadyuvar a la realización inmediata de esta idea, hemos designado una comisión integrada por los ciudadanos Antonio I. Villarreal, Lic. Calixto Maldonado R., Ing. Victorio E. Góngora y Lic. Miguel Mendoza López S., a fin de que inicien las gestiones indispensables de acercamiento.

Para la realización de los indicados propósitos, el Partido Nacional Antirreeleccionista reanuda vigorosamente sus actividades; y encarece a los clubes y comités fraternos que lo secunden y respalden para éste fin deberán reorganizarse y actuar desde luego.

Que los antirreeleccionistas se agrupen si no lo están, que todos hagan una propaganda intensa y continuada de nuestro programa, para que la República entera continúe pensando que los hombres bien intencionados y de principios honestos y desinteresados, son los que constituyen nuestro Partido y así pueda confiar en la sinceridad de nuestros propósitos.

Asimismo, para la mayor efectividad de sus labores, el Partido, en asamblea de esta fecha, ha considerado pertinente llenar los huecos ocasionados por la expatriación de algunos de sus miembros, y, en consecuencia, ha quedado constituído en forma en que aparece en el presente manifiesto y que subsistirá hasta que una nueva convención resuelva lo conducente, para cuyo acto deberán estar preparadas todas nuestras agrupaciones de todo el país.

Los miembros ausentes de nuestra Directiva no pierden el carácter con que fueron distinguidos por la Convención del 20 de junio del año anterior, y tan luego como logremos que regresen a la patria, ocuparán nuevamente los puestos que contra su voluntad abandonaron.

Al efecto, demandamos que sea levantada la pena de destierro a todos aquellos mexicanos que por motivos de índole política o social, se hayan visto obligados a abandonar el país.

De accederse a nuestra solicitud, lo que seguramente merecerá la aprobación pública, la Administración actual se honraría, honrando a su país, y aportaría magnífica contribución ala gran obra de concordia que bajo tan halagüeños auspicios se anuncia ya.

A la Revolución unificada, exenta de antagonismos internos, no le ha sido dable asumir la responsabilidad de gobernar al país; sin embargo, confiamos en que, al fin, se presenta la ocasión anhelada de que los hombres de la Revolución pactemos sin falsas arrogancias ni debilidades, una decorosa y leal reconciliación que sirva de apoyo al funcionamiento de un gobierno fuerte y progresista, capaz de realizar un programa de principios, positivamente emancipador y que garantice todos los derechos y todas las libertades.

Nuestro llamamiento a la concordia no puede ser más desinteresado, ni más sincero, ni más efusivo.

Pongamos fin a la tragedia.

México, D.F. a 11 de agosto de 1928.

Presidente, Ing. Vito Alessio Robles.

Primer Vicepresidente, Lic. Calixto Maldonado R.

Segundo Vicepresidente, Julián Malo Juvera.

Tercer Vicepresidente, Ing. Victorio E. Góngora.

Cuarto Vicepresidente, Lic. Eliseo L. Céspedes.

Primer Vocal, Lic. Francisco Lagos Cházaro.

Fuente:

Román Iglesias González (Introducción y recopilación). Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940.  Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Jurídicas. Serie C. Estudios Históricos, Núm. 74. Edición y formación en computadora al cuidado de Isidro Saucedo.  México, 1998. p. 951-955.