Plutarco Elías Calles, 17 de Julio de 1928
Mensaje a la Nación:
El inaudito crimen en que ha perdido la vida el Presidente electo de la República, señor general don Álvaro Obregón, por la cobarde trama que envuelve, por el desconcierto social que provoca y por el vergonzoso precedente que exhibe, ha cubierto a la Nación de duelo justificadísimo, y no habrá espíritu honrado en cualquier parte que no lo repruebe con la más honda indignación. México pierde al estadista más completo de los últimos tiempos y al representativo más ilustre de un movimiento social que tantos sufrimientos ha costado al pueblo y tantos bienes está llamado a distribuir en el desarrollo nacional.
Ante tan reprobable acontecimiento, cumple a mi deber de jefe del Poder Ejecutivo patentizar a la Nación mi más categórica reprobación del villano crimen, y exponerle, con toda franqueza, cuáles son los sentimientos que en tan inesperadas circunstancias animan mi espíritu y guiarán mi conducta.
En primer lugar debo exponer que el gobierno que me honro en presidir está completamente resuelto a desplegar toda la fuerza de su energía para castigar con el peso de "la ley no sólo al autor material del incalificable crimen, sino a descubrir y castigar también, ejemplarmente -cualesquiera que ellos sean-, a quienes pudieran resultar los directores intelectuales de un hecho que tan profundamente hiere las instituciones nacionales y el crédito de la República. Y para tales fines, no omitirá el despliegue de sus mayores actividades el propio gobierno.
El criminal ha confesado ya, con amplitud, que su funesta acción fue movida por el fanatismo religioso, y las autoridades encargadas del esclarecimiento de los hechos, tienen ya en su poder muchas informaciones que complican directamente la acción clerical en este crimen. Pero mi gobierno, sin impresionarse ni por un momento del nuevo y tenebroso sistema que se ha puesto en práctica en contra de las instituciones, aporta nuevas energías y anuncia a la Nación que los principios liberales del movimiento social revolucionario -que hace dieciocho años se afirmaron definitivamente en la conciencia popular-, no pueden decaer jamás; que es criminalmente iluso y torpemente engañoso pensar siquiera en que este país pudiera volver a los viejos períodos de obscurantismo; y que la Revolución, generosa y dignificadora, está siempre en marcha, a pesar de arteros atentados, y tendrá que culminar definitivamente para bien de la gran familia mexicana.
Como consecuencia de estos propósitos, que son los esenciales del movimiento social de la República, aprovecho los actuales dolorosos momentos a fin de hacer el más amplio llamamiento a todos los grupos revolucionarios, para sostener con más firmeza todavía su bandera de reivindicaciones, y los excito para que se agrupen, en unión indestructible y fuerte, a la realización de sus nobles ideales, abandonando todo sentimiento mezquino de circunstancias y latiendo al unísono en un espíritu de concordia, de cooperación y de energía, y a que, por último, se ahuyenten de mezquinos y peligrosos personalismos, construyendo con fe, ardor y constancia el edificio grandioso de la prosperidad nacional, que tanto nos interesa a todos.
En medio de la conmoción moral que el crimen ha producido, me es consolador poder anunciar que en toda la República el orden se mantiene inalterable, y de seguro continuará manteniéndose así, como la más solemne prueba de la condenación unánime del vergonzoso atentado contra un Mandatario electo; y por otra parte, el gobierno de mi cargo persevera en su misma línea de conducta, de continuar llevando al país por los caminos de orden, ya que es éste el que garantiza el ejercicio de los derechos ciudadanos, que tan graves trastornos suele traer aparejados, pero que ya es tiempo de que desaparezcan definitivamente, para honra y decoro de la Nación.
Por último, quiero anunciar que la marcha del gobierno seguirá como hasta hoy, dentro de las normas constitucionales y con la calma y energía necesaria.
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