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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1928 Discurso de Plutarco Elías Calles al abrir las sesiones ordinarias del Congreso. Informe Presidencial

Plutarco Elías Calles, 1º. de Septiembre de 1928

C. Presidente del Congreso, de la Unión;

CC. diputados y senadores:

Un precepto constitucional me impone el deber devenir a informar ante la Representación Nacional, sobre el estado general que guarda la administración del país y teniendo en consideración la solemnidad del momento histórico que vivimos y la gran suma de responsabilidades que pesan sobre nosotros, he creído conveniente presentar por escrito el Informe en que se condensan las labores administrativas desarrolladas por los diversos órganos del Poder Ejecutivo. Por ese Informe podrán ustedes darse cuenta de que la tendencia que animó al Gobierno de la República desde la iniciación de mi período presidencial, ha continuado con toda perseverancia y firmeza y es así como se ha procurado dar el mayor impulso al programa reconstructivo nacional, sin perder nunca de vista las finalidades avanzadas de la Revolución, sino antes bien sirviendo éstas en todos los casos de orientación y base. Es así también como se ha procurado la rehabilitación del crédito nacional, el fomento de la educación de las clases rurales y trabajadoras, la continuación del vasto programa de irrigación y vías de comunicación, y el desarrollo, en todos su aspectos, de la pequeña propiedad, para cuyo fin no se ha escatimado el mayor esfuerzo con objeto de que los pueblos carentes de tierras las posean, bien por dotación, bien por restitución ejidal.

Al mismo tiempo voy a dar lectura ante vosotros al siguiente capítulo político de mi Informe, que por juzgarlo de trascendencia os invito a escucharlo con toda atención, para que meditéis detenidamente, como lo he hecho yo, acerca de las responsabilidades que nos reserva el futuro de nuestra historia y sean ellas las que guíen nuestros pasos e inspiren nuestra actuación en las funciones públicas que nos están encomendadas.

La desaparición del Presidente electo ha sido una pérdida irreparable que deja al país en una situación particularmente difícil, por la total herencia, no de hombres capaces o bien preparados, que afortunadamente los hay; pero sí de personalidades de indiscutible relieve, con el suficiente arraigo en la opinión pública y con la fuerza personal y política bastantes para merecer, por su solo nombre y su prestigio, la confianza general.

Esa desaparición plantea ante la conciencia nacional uno de los más graves y vitales problemas, porque no es sólo de naturaleza política, sino de existencia misma.

Hay que advertir, en efecto, que el vacío creado por la muerte del señor general Obregón, intensifica necesidades y problemas de orden político y administrativo ya existentes y que resultan de la circunstancia de que, serenada en gran parte la contienda político-social -por el triunfo definitivo de los principios cumbres de la Revolución, principios sociales que, como los consignados en los artículos 27 y 123, nunca permitirá el pueblo que le sean arrebatados- serenada, decíamos, por el triunfo, la contienda político-social, hubo de iniciarse, desde la administración anterior, el período propiamente gubernamental de la Revolución Mexicana, con la urgencia cada día mayor de acomodar derroteros y métodos políticos y de gobierno a la nueva etapa que hemos ya empezado a recorrer.

Todo esto determina la magnitud del problema; pero la misma circunstancia de que quizá por primera vez en su historia se enfrenta México con una situación en la que la nota dominante es la falta de caudillos, debe permitirnos, va a permitirnos, orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de Nación de instituciones y de leyes.

La solemnidad única del instante merece la más desinteresada y patriótica consideración, y obliga al Ejecutivo a ahondar, ya no sólo en las circunstancias del momento, sino en características mismas de nuestra vida política y gubernamental hasta el día para procurar, como es nuestro deber, que una exacta comprensión y una justa valorización de los hechos, señale los derroteros que consideramos salvadores de la paz inmediata y futura de nuestro país, de su prestigio y desarrollo, y salvadores también de conquistas revolucionarias que han sellado con su sangre centenares de miles de mexicanos.

Juzgo indispensable hacer preceder este breve análisis, de una de aclaración, firme, irrevocable, en la que empeñaré mi honor ante el Congreso Nacional, ante el país y ante el concierto de los pueblos civilizados; pero debo, antes, decir que quizás en ninguna otra ocasión las circunstancias hayan colocado al jefe del Poder Ejecutivo en una atmósfera más propicia para que volviera a existir en nuestro país el continuismo a base de un hombre; que sugestiones y ofertas y aun presiones de cierto orden -envuelto todo en aspectos y en consideraciones de carácter patriótico y de beneficio nacional- se han ejercitado sobre mí, para lograr mi aquiescencia en la continuación de mi encargo, y que no únicamente motivos de moral, ni consideraciones de credo político personal, sino la necesidad que creemos definitiva y categórica, de pasar de un sistema más o menos velado de gobiernos de caudillos a un más franco régimen de instituciones, me han decidido a declarar, solemnemente, y con tal claridad que mis palabras no se presten a suspicacias o interpretaciones, que no sólo no buscaré la prolongación de mi mandato aceptando una prórroga o una designación como Presidente provisional, sino que, ni en el período que siga al interinato, ni en ninguna otra ocasión, aspiraré a la Presidencia de mi país; añadiendo, aun con riesgo de hacer inútilmente enfática esa declaración solemne, que no se limitará mi conducta a aspiración o deseo sincero de mi parte, sino que se traducirá en un hecho positivo e inmutable: en que nunca y por ninguna consideración y en ninguna circunstancia, volverá el actual Presidente de la República Mexicana a ocupar esa posición, sin que esto signifique la más remota intención o el más lejano propósito de abandono de deberes ciudadanos, ni retiro de la vida de luchas y de responsabilidades que corresponden a cualquier soldado, a todo hombre nacido de la Revolución, ya que abundan las situaciones, militares o administrativas o políticas o cívicas, que por modestas o insignificantes que puedan ser, en comparación con la jefatura antes ocupada, significarán de mi parte aceptación completa de responsabilidades y de peligros y darán oportunidad para el exacto cumplimiento de los deberes de revolucionario.

Eliminada así, de modo definitivo y total, la posibilidad, por consentimiento o aceptación de supuestos deberes patrióticos, o por debilidad, error o ambición nuestra; eliminada la posibilidad actual inmediata de que México continúe su vida tradicional política de país a base de hombres necesarios, es el instante, repito, de plantear con toda claridad, con toda sinceridad y con todo valor, el problema del futuro, porque juzgo necesario que llegue a la conciencia nacional la comprensión más exacta posible de la gravedad de estos momentos.

El juicio histórico, como juicio a posteriori en todos los casos, es frecuente y necesariámente duro e injusto, porque se olvidan o ignoran muchas veces la circunstancias imperiosas que determinaron las actitudes y los hechos, y no seríamos nosotros los que en esta ocasión pretendiéramos analizar situaciones de México, desde su nacimiento a la vida independiente como país, para arrojar toda la responsabilidad o toda la culpa sobre los hombres a quienes los azares de la vida nacional, la condición inerte de las masas rurales, ahora despertadas por la Revolución, y una dolorosa condición de pasividad ciudadana casi atávica en las clases medias y submedias, también ahora por fortuna despierta, ya los convirtió en caudillos, identificándolas, por convicción, por lisonja o por cobardía, con- la patria misma, como hombres necesarios y únicos.

No necesito recordar cómo estorbaron los caudillos, no de modo deliberado quizás, a las veces, pero sí de manera lógica y natural siempre, la aparición y la formación y el desarrollo de otros prestigios nacionales de fuerza, a los que pudiera ocurrir el país en sus crisis internas o exteriores, y cómo imposibilitaron y retrasaron, aun contra la voluntad propia de los caudillos, en ocasiones, pero siempre del mismo modo natural y lógico, el desarrollo pacífico evolutivo de México, como país institucional, en el que los hombres no fueran, como no debemos ser, sino meros accidentes sin importancia real, al lado de la serenidad perpetua y augusta de las instituciones y las leyes.

Pues bien, señores. senadores y diputados, se presenta hoy a vosotros, se presenta a mí, se presenta a la noble institución del Ejército, en la que hemos cifrado ayer y ciframos hoy nuestra esperanza y nuestro orgullo; se presenta a los hombres que han hecho la Revolución y a las voluntades que han aceptado de modo entusiasta y sincero la necesidad histórica, económica y social de esta Revolución, y se presenta, por último, a la totalidad de la familia mexicana, la oportunidad quizás única en muchos años, repito, de hacer un decidido y firme y definitivo intento para pasar de la categoría de pueblo y de gobiernos de caudillos, a la más alta y más respetada y más productiva y más pacífica y más civilizada condición de pueblo de instituciones y de leyes.

Nuestra Carta Fundamental y nuestra honrada convicción de gobernante y de revolucionario, coloca en vuestras manos los dos primeros aspectos de la resolución del problema; la convocatoria para elecciones extraordinarias y la designación de un Presidente provisional para el período del interinato.

Con relación a la primera medida legal, la convocatoria, sólo quiero advertiros que juzgo precisa condición para la paz inmediata, que no pueda el país acusaros mañana de haber pretendido, por un plazo destinado, sorprender a la opinión pública en un acto tan definitivo y grave; que debe ser el plazo que la convocatoria fije para las elecciones, suficiente para que tengan oportunidad todos los hombres que aspiren a entrar a la liza electoral, para colocarse dentro de los términos que la Constitución o el Decreto de Convocatoria señalen como requisitos indispensables.

Por lo que toca al segundo aspecto de la resolución del problema: la designación por el Congreso, de un Presidente provisional, no será ahora preciso volver los ojos a caudillos, puesto que no los hay; ni será prudente ni menos patriótico pretender formarlos, supuesto que la experiencia de toda nuestra historia nos enseña que sólo surgen tras un enconado y doloroso período de graves trastornos de la paz pública y que traen siempre peligros para el país que todos conocemos, aunque sólo sean estos peligros, en el mejor de los casos, y cuando se trate de personalidades excepcionales, como aquella cuya muerte lloramos, todo patriotismo, capacidad y buena intención; aunque sólo sean entonces estos riesgos, la tremenda desorientación y la inminencia anárquica que la falta del caudillo trae consigo.

Puede y debe ser condición de fuerza necesaria, y fuente de prestigio, aureola suficiente, y autoridad bastante para la respetabilidad y el éxito como jefe de la Nación, no sólo el hombre mismo, sino la consagración de la ley.

En el caso actual inmediato, sois vosotros quienes, con vuestra resolución, consagraréis al Presidente provisional y él tendrá todo el apoyo material y moral de este gobierno y ha de tener también el apoyo material y moral del Ejército, que en estos instantes aquilata y da más valor que nunca -yo lo garantizo a la Representación Nacional- a su noble y única misión de guardián de la soberanía y decoro de la patria, de las instituciones y de los gobiernos legítimos; y unidos, fundidos todos los mexicanos en una sana aspiración común: la de vivir en México, bajo gobiernos netamente institucionales, ha de tener vuestra resolución, si se inspira sólo en conveniencias patrióticas, el respaldo unánime de todos los grupos revolucionarios, el de las masas proletarias del campo y de la ciudad, que forman la médula de la patria, y el de todos los grupos intelectuales y clases privilegiadas de la familia mexicana, aun de quienes puedan sentirse enemigos de lo que ha creado la Revolución, porque el paso de México, de la condición del país de hombres únicos a la de pueblo de normas puras institucionales, significará no sólo posibilidad cierta y garantía de paz material estable, sino seguridad de paz orgánica, cuando todas las fuerzas y las voluntades todas y todos los pensamientos de los distintos grupos del. país, puedan hallar, ya no sólo en la voluntad, torpe o movida por intereses de facción, o desinteresada o patriótica de un caudillo, el respeto y la garantía de sus derechos políticos y de sus intereses materiales legítimos, sino que sepan y entiendan y palpen, que sobre toda voluntad gubernamental, susceptible de interés o de pasión, rigen en México las instituciones y las leyes.

Trae indiscutiblemente, una nueva orientación política de esta naturaleza, trae aparejada, no sólo la modificación de métodos para la búsqueda y selección de gobernantes, sino el cambio de algunos derroteros que tuvimos hasta ahora que aceptar porque a ellos condujo imperiosamente la necesidad política del día.

Quiero decir, entre otras cosas, que este templo de la ley parecerá más augusto y ha de satisfacer mejor las necesidades nacionales, cuando estén en esos escaños representadas todas las tendencias y todos los intereses legítimos del país; cuando logremos, como está en gran parte de vuestras manos conseguirlo, por el respeto al voto, que reales, indiscutibles representativos del trabajo del campo y de la ciudad, de las clases medias y submedias, e intelectuales de buena fe, y hombres de todos los credos y matices políticos de México, ocupen lugares en la Representación Nacional, en proporción a la fuerza que cada organización o cada grupo social haya logrado conquistar en la voluntad y en la conciencia pública; cuando el choque de las ideas substituya al clamor de la hazaña bélica; cuando, en fin, los gobiernos revolucionarios, si siguen siendo gobiernos porque representen y cristalicen con hechos el ansia de redención de las mayorías, tengan el respaldo moral y legal de resoluciones legislativas derivadas o interpretativas o reglamentarias de la Constitución en que hayan tenido parte representantes de grupos antagónicos.

Tengo la más firme convicción de que al señalar estos cambios precisos en los derroteros políticos del país, no sólo no pongo en peligro, sino que afirmo, hago inconmovibles, consagro, las conquistas de la Revolución. Efectivamente, la familia mexicana se ha lanzado ya, con toda decisión, por los rumbos nuevos, aunque estemos todavía en pleno período de lucha mental y política, para definir y para cristalizar en instituciones, en leyes y en actos constantes de gobierno, los postulados de la nueva ideología. Más peligroso resulta para las conquistas revolucionarias la continuación de algunos metoaos políticos seguidos hasta hoy (por la constante apelación a la violencia y a la fuerza, a la contienda en campos de lucha fratricida, lo que en el mejor de los casos no trae sino el estancamiento o el atraso de la evolución material y espiritual progresiva que vamos logrando); más peligroso resulta ahora para las conquistas revolucionarias la intolerancia política llevada al extremo y el dominio absoluto de un grupo que como conjunto humano tiene el peligro de convertirse por sus tendencias, sus pasiones o sus intereses, en facción, que la aceptación de todo género de minorías, que la lucha de ideas en este Parlamento, en donde ningún inconveniente de orden político práctico puede traer, en muchos años, dada la preparación y organización de la familia revolucionaria, esa libertad y esa amplitud de criterio que preconizo como indispensable para el futuro.

No creo que sea necesario decir que nunca aconsejaría, ni aun movido por un criterio de ciego respeto a la legalidad, legalidad que en sí misma y dentro de un terreno abstracto de olvido de los hechos o de las necesidades nacionales, sería sólo cosa formal y hueca; no necesito decir que nunca aconsejaría este camino si temiera aun remotamente que una actitud política semejante pudiera producir un solo paso atrás en las conquistas y en los principios fundamentales de la Revolución. Mi consejo, mi advertencia más bien sobre la necesidad de estos nuevos derroteros, resulta de la consideración política y sociológica del período propiamente gubernamental de la Revolución en que nos encontramos, período que es preciso definir y afirmar, y también de la convicción de que la libertad efectiva de sufragio que traiga a la Representación Nacional a grupos representativos de la reacción, hasta de la reacción clerical, no puede ni debe alarmar a los revolucionarios de verdad, ya que si todos tenemos fe -como la tengo yo- en que las ideas nuevas han conmovido a la casi totalidad de las conciencias de los mexicanos, y en que hasta los intereses creados por la Revolución, en todas las clases sociales, son ya mayores que los que pudiera representar una reacción victoriosa, los distritos en donde el voto de la reacción política o clerical triunfara sobre los hombres representativos del movimiento avanzado social de México, serían, por muchos años todavía, en menor número que aquellos donde los revolucionarios alcanzarían el triunfo.

La presencia de grupos conservadores, no sólo no pondría, pues, en peligro el nuevo edificio de las ideas, ni las instituciones revolucionarias legítimas, sino que impediría los intentos de destrucción y el debilitamiento mutuo de grupos de origen revolucionario que luchan entre sí frecuentemente sólo porque se han hallado sin enemigo ideológico en las Cámaras.

La representación de tendencias conservadoras fortalecería, en fin, la acción legislativa de los congresos, y naturalmente, la acción de los ejecutivos, porque la responsabilidad de los gobiernos revolucionarios se extendería a toda, fases del país legalmente representadas, sin contar con el beneficio que, en este instante de la lucha, pasada y a la época destructiva, en pleno período gubernamental de la Revolución y firmemente orientados por senderos de reconstrucción, resultaría, de asentar las disposiciones y las resoluciones que fijarán el porvenir de la República, al mismo tiempo que en la Carta Magna Fundamental Revolucionaria que nos rige, sobre las dos piedras angulares forzosas, en las etapas normales de la civilización y del progreso, piedras angulares constituidas por el espíritu revolucionario y por la tendencia moderadora que representa la reacción.

Que los gobernantes que surjan de vuestra resolución constitucional y de la resolución directa del pueblo para el período del interinato y para el período ulterior sean -civiles o militares- no escogidos con burla o por sorpresa de la opinión pública ni llevados a sus puestos por la consideración, a menudo errónea, de una fuerza exclusivamente personal o de los gérmenes que encierran en sí de carácter y merecimientos de caudillos, sino por las virtudes cívicas que esos militares o civiles aquilaten o las facultades de administración y de gobierno que tengan. Que no sean ya sólo los hombres, como ha tenido que suceder siempre en la dolorosa vida política de México, hasta hoy, los que den su única relativa fuerza, estabilidad y firmeza a las instituciones públicas; que elegidos los hombres por sus merecimientos o virtudes y por los programas sinceros que determinen su futura actuación, sean las instituciones y el manto de la ley lo que los consagre y los haga fuertes y los envuelva y dignifique; lo que los convierta, por modestos que hayan sido, en reales personificaciones transitorias, pero respetadas y respetables: figuras convertidas por la voluntad nacional en exponentes de sus necesidades, en símbolos vivos del país, de modo que sean las facultades de su cargo, y la alteza de las instituciones que representen, y las leyes en cuya virtud obren, las que enmarquen su carácter y hagan resaltar sus prestigios, o las que les exijan responsabilidades y les señalen castigos.

No debemos considerar el problema actual superior a nuestras fuerzas, ya que para su resolución, planteada en la forma que lo he hecho, sólo es menester, en la parte que corresponde a las Cámaras, generosidad, alteza de miras y renunciación de apetitos personales y de grupo.

Y yo sé bien que cualesquiera que hayan sido en ocasiones las apariencias, y aun con manifestaciones aisladas, a veces no consoladoras, y que pudieran conducir a escepticismos de juicio a quienes no conocieran, como conozco yo, el fondo real de vigor, de sentido revolucionario y de responsabilidad que tienen estas Cámaras; yo sé bien que puedo y que puede la patria confiar en ellas; que la solemnidad y la gravedad especial, tan peculiares de este instante, han de producir en este Congreso Nacional perfecta comprensión, alteza de miras, serenidad de juicio y dominio de pasiones para responder al grito unánime del país que exige que sólo se piense ahora en el bien de la República.

Nos hallamos ya los revolucionarios suficientemente fuertes; tenemos ya conquistados en la ley, en la conciencia pública y en los intereses de las grandes mayorías, posiciones de combate por hoy indestructibles para no temer a la reacción; para invitarla a la lucha en el campo de las ideas, puesto que en la lucha armada, la más fácil y sencilla de hacer, hemos tenido triunfos completos, triunfos que, por lo demás, en ese terreno de la contienda armada, siempre han correspondido en nuestra historia, a los grupos que representan tendencias liberales o ideas de mejoramiento y de avance social.

Nunca como en esta ocasión, pueden las Cámaras y el gobierno provisional que emane de ellas, hacer obra efectiva de prestigio y de consolidación definitiva de la sanas ideas revolucionarias, ideas que por lo que toca a nosotros, no necesitamos decirlo, nos acompañarán hasta morir, estando dispuestos ahora y siempre a ir por esas ideas al campo de la lucha, en cualquier terreno a que se nos llame, si la reacción no aprecia o no aprovecha patrióticamente la oportunidad legal de cooperación en el futuro que le ofrece la Revolución Mexicana en este período propiamente gubernamental de su evolución sociológica y política.

Que la solemnidad del instante, solemnidad que es preciso señalar a cada paso; que la grave responsabilidad que ha caído sobre vosotros; que la conciencia y el decoro del Ejército; que el clamor de todas las víctimas que piden que no haya sido estéril su sacrificio; que la figura del enorme desaparecido, cuya vida no habría hecho sino robustecer esta firme iniciación de nuestro México por nuevos derroteros de una franca vida institucional (derroteros que constituían -yo os lo afirmo- su ilusión más cara); que la denuncia unánime, el señalamiento implacable y la condensación enérgica y definitiva por la opinión nacional, de cualquier ambicioso que pudiera surgir, pretendiendo estorbar o retrasar este cambio de métodos políticos, que debe tener para nosotros y para el país toda la fuerza y el significado de una necesidad redentora y absoluta de la vida de México; fuerza y significación que se aumentan por el hecho de ser ese cambio de métodos políticos, consejo y admonición del hombre que habría podido -de no prohibírselo su conciencia- en volver en aspectos de utilidad pública una resolución de continuismo; que todos estos hechos y todos estos factores ayuden a la consecución de estos ideales: la entrada definitiva de México al campo de las instituciones y de las leyes y el establecimiento, para regular nuestra vida política de reales partidos nacionales orgánicos, con olvido e ignorancia de hoy en adelante de hombres necesarios como condición fatal y única para la vida y para la tranquilidad del país.

Quiero repetirlo una vez más. El problema presente no debe ser sólo un problema de hombres y menos una oportunidad de satisfacción de pequeños intereses y apetitos.

Si las Cámaras nacionales toman en cuenta mis razonamientos y dan los pasos que mi experiencia, mi sinceridad y mi absoluto desinterés en el caso aconsejan, será obligación ineludible del Ejército, de los políticos de la familia revolucionaria toda, de todos los ciudadanos, agruparse alrededor del hombre que la Cámara designe, para fortalecer su gobierno.

Necesariamente, ese hombre habrá de comprender todas las responsabilidades que como gobernante provisional pesarán sobre él, y será deber de todos no sólo no obstruccionarlo, sino facilitarle su difícil labor, ayudándolo con sanos consejos y con toda la fuerza material y moral que cada personalidad o grupo tenga.

Quiero decir también que la lucha electoral para la elección del Presidente que debe completar el período legal de 1928 a 1934, es necesario que se haga dentro de los lineamientos de verdadera libertad democrática y de respeto al voto que he bosquejado, más que en ninguna otra ocasión habrá que evitar, por la circunstancia de crisis que atravesamos, los apasionamientos groseros que van conduciendo lenta y seguramente a campos de enemistad irreconciliable y de desorden público y violencia.

Si la familia revolucionaria con la vista sólo fija en los principios y con noble abstracción de los hombres, logra unirse para la designación de su candidato, como debe hacerlo si quiere su salvación y la del país, podrá ir, sin temor, a la lucha más honrada, con los grupos conservadores antagónicos, para la disputa del triunfo en un terreno netamente democrático, y una vez hecha la elección, y cualquiera que sea su resultado, si se procede de este modo, todos, revolucionarios y contrarios políticos, indudablemente, apoyaremos al legítimamente electo, dándole con nuestro apoyo material y moral, mayor sentido de su responsabilidad y consiguiendo que ese Gobierno se establezca sobre bases de moralidad personal y política absolutas y que se rodee de elementos sanos y capaces, a fin de que puedan resolverse o terminarse satisfactoriamente con la mayor eficiencia y patriotismo, los problemas trascendentales que esta administración, en algunos puntos, apenas deja planteados.

No procedería yo honradamente si no insistiera sobre los peligros de todo orden que pueden resultar de la desunión de la familia revolucionaria.

Si esa desunión se produjera, no sería un hecho nuevo en la historia de México -tan pródiga en ciertas épocas, en torpes componendas políticas-, que surgieran victoriosos, de momento, claudicantes ambiciosos que debilitaran o atrasaran el triunfo definitivo del progreso y del liberalismo en México, entregándose consciente o inconscientemente, a los enemigos de siempre.

Puesto que he hablado con especial tolerancia y respeto de nuestros contrarios políticos, llegando a proclamar la urgente necesidad de aceptar, en el futuro de las Cámaras, como resultado de luchas democráticas de perfecta honradez, a representantes de todos los matices de la reacción, me será permitido insistir en que, cuando la ambición o la intriga o la soberbia destruyeran, si desgraciadamente llegaran a destruir, las junturas de los grupos revolucionarios que lucharon unidos durante muchos años por una noble causa, la del mejoramiento de las grandes mayorías del país, volvería nuevamente la oportunidad su rostro insinuante a los conservadores, porque es casi seguro que si así sucediera, ni siquiera necesitaría la reacción llegar al triunfo directo militar o político, porque no faltarían entre los revolucionarios distancias -la historia y la naturaleza humana así permiten predecirlo- quienes en torpe ilusión de engrandecimiento de fuerza política, o por no hallar fuerza suficiente en los grupos revolucionarios desunidos y dispersos, habrían de llamar con insistencia a las puertas de los enemigos de ayer, no sólo poniendo en peligro las conquistas de la Revolución, sino provocando, necesaria y fatalmente, una nueva y más terrible conmoción armada, de más claro aspecto social que las que ha sufrido el país, movimiento revolucionario que cuando triunfara, como tendría que triunfar, después de posibles años de cruenta lucha, dejaría a México desangrado y sin fuerzas para emprender de nuevo la marcha hacia adelante, exactamente desde el punto inicial en que nuestras ambiciones o torpezas lo hubieran detenido.

Para terminar, voy a dirigirme desde este recinto de la Representación Nacional al Ejército Mexicano, en mi triple carácter de revolucionario, de general de división y de jefe del Ejército, por mis facultades constitucionales de Presidente de la República.

Nunca como hoy, por mi resolución irrevocable, y que durará hasta mi muerte, de no abrigar la más remota ambición de volver a tener carácter de Presidente de la República, nunca como hoy he podido sentirme más lógicamente autorizado para constituirme, ante el país, como me constituyo, en fiador de la conducta noble y desinteresada del Ejército.

Los sacrificios de todo orden que ha sido preciso hacer para dignificar a esta institución revolucionaria y para elevarla a la envidiable altura moral y material en que se encuentra, y el nombre y el prestigio que el Ejército ha conquistado-tan merecidamente, en el interior y en el exterior (pasadas las graves crisis necesarias del proceso de depuración), exigen que cada miembro del Ejército vele celosamente por conservar incólume esa posición y ese prestigio.

Las oportunidades, únicas quizás en nuestra historia, de lucha honrada en el terreno democrático, que han de darse a todos los hombres, militares o civiles, que aspiren a la Primera Magistratura del país en el período que siga al del interinato y los peligros tan francamente señalados por mí en este discurso, peligros que corre la Revolución y que corre la patria misma si alguien se aparta de la línea del deber en estos momentos tan angustiosos para México, harán, más que nunca, inexplicable y criminal la conducta antipatriótica de quien pretenda, por otros medios que los que la Constitución señala, conquistar el poder.

Que todos los miembros del Ejército Nacional, conscientes de su papel definitivo en estos instantes, se encierren en el concepto real y ennoblecedor de su carrera militar, en la que el honor y la fidelidad a las instituciones legítimas, deben ser norma fiel y guía constante; e inspirándose en los deberes que su alta misión les impone, desoigan y condenen con toda energía las insinuaciones calladas y perversas de los políticos ambiciosos que pudieran pretender arrastrarlos y escojan, entre la satisfacción íntima del deber cumplido y el reconocimiento de la República y el respeto del exterior y una conducta de deslealtad, de traición real a la Revolución y a la patria en uno de los instantes más solemnes de su vida; conducta que nunca encontraría justificación ante la sociedad ni ante la historia.

 

 

Ciudadanos Diputados:
Ciudadanos Senadores:

Por última vez, dentro del período constitucional en que he tenido el alto honor de desempeñar el puesto de presidente de los Estados Unidos Mexicanos, comparezco ante la Representación Nacional a informar a la misma, y por su muy digno conducto al pueblo mexicano, de los actos de la Administración Pública a mi cargo.

Como la aspiración principal de la nación es indudablemente la conservación de la paz y del orden, me es muy satisfactorio manifestaros ante todo que éstos se han conservado inalterables en la gran mayoría de las Entidades de la Unión; pues aunque hay todavía algunos movimientos rebeldes, de origen en gran parte religiosos, en sólo seis Estados de la República, el Gobierno Federal no ha cesado ni un momento de combatirlos, y si no se han extinguido por completo es debido a las condiciones especiales de los lugares en que existen tales movimientos; pero es digno de consignar que ninguna población de importancia de los mencionados Estados ha sido tomada por rebeldes, quienes han limitado su acción a los pequeños poblados y rancherías.

El Ejecutivo tiene el firme propósito y fundados motivos para esperar que al terminar el actual período presidencial esos movimientos hayan concluido y al comenzar el nuevo período estará en completa paz toda la nación.

Sabido son los lamentables acontecimientos de octubre de 1927 en que una pequeña parte del Ejército se sublevó contra el Gobierno constituido.

Sabido es también que gracias a las medidas enérgicas tomadas por el mismo Gobierno, esa sublevación fue sofocada en poco tiempo. Es de esperarse que no se volverá a presentar un caso semejante, pues el Ejército Nacional, y así me complazco en declararlo, ha llegado a ser ya una institución enteramente honorable y respetable, y sus altos jefes, oficialidad y tropa se han compenetrado plenamente de sus deberes tanto militares como patrióticos, y adquirido una gran conciencia de su responsabilidad de ser únicamente los sostenedores de la paz y del orden de la nación en el interior y la defensa de la patria en. el exterior.

Creo de mi deber consagrar en estos solemnes momentos el homenaje de un recuerdo al ciudadano general Álvaro Obregón, que fue asesinado en esta capital el día 17 de julio de este año, y quien no sólo era uno de los más ilustres caudillos de la Revolución, sino que había sido electo por una inmensa mayoría de los mexicanos para regir los destinos del país en el próximo período presidencial. Que la memoria del ilustre desaparecido y el ejemplo de sus altas virtudes sirvan para que la Revolución siga desarrollando su obra bienhechora, para que sus frutos hasta hoy obtenidos no se pierdan, y para que el pueblo mexicano llegue a alcanzar el progreso tanto material como social y moral por que él luchó hasta el último momento de su vida.

A continuación vais a oír el Informe detallado de cada uno de los ramos de la Administración Pública.

Informe que comprende los hechos más salientes acontecidos desde el 31 de agosto de 1927 hasta el día de ayer.

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SECRETARÍA DE GOBERNACIÓN

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Cultos y cuestión religiosa:

La rebeldía del clero católico romano contra las leyes dictadas en materia de cultos religiosos continúa en pie, y por lo mismo el Ejecutivo Federal ha seguido dictando las medidas que ha creído necesarias para lograr el exacto cumplimiento de dichas leyes.

Dentro de las mismas y como los ministros de otras religiones distintas a la católica romana se han manifestado sumisos a ellas, se han concedido en el año de 1927 permisos para que se abran seis templos dedicados al culto protestante, y en el año de 1928 nueve permisos semejantes.

Estos templos se han abierto en distintos Estados de la República.

De conformidad con el artículo 1 transitorio de la Ley Reglamentaria del Artículo 130 Constitucional, se han concedido permisos a sacerdotes extranjeros del culto protestante y de nacionalidad norteamericana, para que ejerzan su ministerio en el país por el término de seis años, mientras preparan para tal ejercicio a ministros de nacionalidad mexicana, como lo dispone dicho artículo 19 transitorio.

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SECRETARÍA DE RELACIONES EXTERIORES
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Dos situaciones desagradables, ajenas por fortuna a los Gobiernos que sostienen relaciones de amistad con el nuestro, han sido dirigidas contra México: un escándalo de prensa en los Estados Unidos y la propaganda clerical en el exterior.

Muy conocido por su difusión es el escándalo que un sindicato de periódicos norteamericanos abrió contra México y su Gobierno, fraguando para tal fin documentos torpemente urdidos.

Aunque el final resultado de esta maniobra -por otra parte ya muy usada por los aventureros contra nuestro país y la cual nunca mereció el menor crédito de la opinión honrada- exhibió una vez más con luz meridiana a sus autores, logrando únicamente reafirmar la buena fe y la rectitud de este Gobierno en sus propósitos internacionales, fue acogida sin embargo, en un principio, con increíble ligereza por una comisión parlamentaria, muy a pesar de que en todo el desarrollo de la descubierta intriga nunca surgió dificultad entre las autoridades de ambos países, ni fue acogida por el Gobierno de los Estados Unidos de América.

En cuanto a la propaganda clerical en el exterior, ésta ha asumido los más virulentos y procaces caracteres y ha sido desarrollada con grave detrimento del respeto que se debe a los Gobiernos ante los cuales ciertos agentes interesados están obligados' al toda mesura y corrección.

Por causas obvias de difusión periodística asumió las mayores proporciones en los Estados Unidos y ha culminado especialmente en Italia, Brasil, Colombia, Alemania, Perú, Bélgica, Chile, Holanda, España, Argentina, Uruguay e Inglaterra, en orden de actividades.

Conviene declarar que en todos los casos los Gobiernos de los países mencionados han presentado, algunos, sus excusas y otros han debido informar a nuestros representantes o al mismo Gobierno de México su reprobación para tal propaganda o las medidas tomadas contra ésta.

Desgraciadamente, en el caso de Italia, las actividades realizadas en aquel país han traspasado todos los límites de la prudencia para convertirse en la más reprobable y extravagante campaña de denuestos, a punto de que las relaciones entre ambos Gobiernos han sufrido muy serio quebranto y pueden debilitarse todavía más si no se hace cesar a tiempo la acción de círculos irresponsables que sostienen la absurda pretensión de intervenir en las cuestiones de política interior de nuestro Estado.

En el Mensaje del año anterior expuse con toda franqueza que las relaciones de México con los Estados Unidos de América eran indecisas, sujetas a una larga polémica y sembradas de actos deplorables que lesionaban nuestro comercio y entorpecían nuestro pacífico desarrollo.

Ahora, después del breve período de un año, con la misma franqueza y con igual resolución asumo el grato deber de anunciar a mi país que dejo el Poder Ejecutivo libre de toda dificultad enojosa con la vecina República del Norte y que la situación, antes tan inquietante y sombría, que llegó a presentar caracteres de muy grave peligro, ha quedado al fin solucionada en sus aspectos fundamentales, y que resueltas las cuestiones de fondo se están arreglando ahora en un terreno llano y amistoso todos aquellos asuntos sujetos a procedimientos normales y a convenciones entre los dos países.

De esta manera, las relaciones con los Estados Unidos -eliminadas las suspicacias, las agresiones y los malos entendimientos- no solamente han cambiado, sino que se han modificado radicalmente y se encuentran ahora en el mejor plano de entendimiento, de cooperación y aun de sincera cordialidad.

La inequívoca declaración del año anterior fue recogida inmediatamente, con indudable acierto, por el Gobierno de Washington, quien planteó desde luego nuevos propósitos y procedimientos diferentes. Un agente de concordia, de buena voluntad y de alteza de miras fue provisto de poderes para arreglar la prolongada e inútil discordia, y no pasaron muchos meses sin que se vieran los provechosísimos resultados de cómo es mucho más fácil a los pueblos y a los Gobiernos entenderse para la mutua cooperación, por procedimientos de amistad y respeto, que dejen incólumes los ideales y el decoro de las naciones.

México, arregladas ya sus controversias y sus diferencias, que surgieron como producto natural de su propio movimiento de reformas sociales y como noble y justificada manifestación de sus aspiraciones nacionales, puede asentarse definitivamente, dentro del pacífico desarrollo y grandeza a que tiene derecho, en el sitio internacional donde el destino le ha señalado eminente papel para su convivencia con los demás pueblos de la tierra.

 

SECRETARÍA DE GUERRA Y MARINA

En cumplimiento del mandato constitucional he tenido la honra de presentar por separado ante Vuestra Soberanía la Memoria de la Secretaría de Guerra y Marina, correspondiente al ejercicio 1927-1928.

He procurado que esta misma Memoria sea el reflejo más fiel de las actividades que se han desarrollado durante el año, y, por ahora, creo limitarme a una síntesis de las labores que han realizado cada uno de los departamentos de la Secretaría, señalando, al mismo tiempo, el progreso tanto moral como material que ha alcanzado el Ejército y la pericia y actividad de que ha dado muestras en el cumplimiento de su importante misión.

Quiero hablar, ante todo, de las campañas emprendidas.

La más trascendental ya está, afortunadamente, concluida.

Me refiero a la del Yaqui, que con toda felicidad fue llevada a cabo con la sumisión incondicional de estos eternos rebeldes que tantas veces han quebrantado la paz pública.

La campaña que hubo necesidad de emprender contra los fanáticos, puede decirse que también está terminada, pues todos los núcleos de consideración' han sido batidos y deshechos, quedando solamente grupos pequeños organizados en los Estados de Michoacán, Jalisco y Zacatecas, y algunos chusmas indisciplinadas en los de Colima, Guanajuato y Aguascalientes, que andan a salto de mata, para salvarse del aniquilamiento.

Lo más trascendental ha sido, en realidad, el hecho de que ni un solo soldado del Ejército ha secundado esta fanática rebelión, no obstante la intensa propaganda que han desarrollado en él los enemigos de la Revolución, habiendo empleado hasta la seducción por medio de la mujer, para arrastrar al soldado al olvido de sus deberes militares y a rebelarse contra las instituciones legales.

Nunca como en el período a que me refiero, el Ejército Nacional ha desempeñado más fielmente su papel de sostenedor de las instituciones legales.

La paz de la República se ha conservado incólume, a pesar de los tremendos conflictos políticos que se han suscitado, gracias a que el Ejército Nacional tiene ya un concepto clarísimo de su función social.

Ha penetrado en el espíritu de cada uno de sus miembros la convicción de que es un crimen tornar otra participación en las contiendas políticas, que la de sostener a todo trance al Gobierno constituido.

De ahí que la sofocación del movimiento rebelde encabezado por Arnulfo R. Gómez y Francisco R. Serrano haya sido empresa facilísima.

Es cierto que algunos jefes del Ejército con mando de fuerza secundaron y apoyaron la actitud de estos individuos, pero hay que advertir que la personalidad de aquellos era del todo nula, por el desprestigio de que estaban rodeados.

Sin embargo, lograron arrastrar algunas fracciones de los batallones 48 y 50 y de los regimientos de Caballería 25 y 26 y del 29 regimiento de Artillería, que formaban parte de la Jefatura de Operaciones del Valle de México; otras de los regimientos de Caballería, 16 y 79 de Veracruz, y el 16 batallón de Torreón; pero los altos jefes militares que se comisionaron para combatirlos, con una actividad y con una energía sorprendentes, los castigaron como se lo merecían.

El asesinato del presidente electo, general de división Álvaro Obregón, perpetrado por la mano criminal y alevosa del fanatismo, no determinó una rebelión. En otra época, a no dudarlo, ese espantoso crimen hubiera motivado muchos levantamientos.

De seguro gran parte del Ejército se hubiera asignado a sí misma las atribuciones de la justicia y se hubiera lanzado en pos de la venganza, provocando con ello, irremediablemente, un trastorno.

Sabe ahora el Ejército, y lo sabe muy bien, pues ha penetrado en la esfera de sus convicciones, que la mayor de las manchas con que puede mancillarse, es faltar al cumplimiento del deber, abrogándose facultades muy ajenas a su instituto.

Grande fue, sin duda, el dolor con que el Ejército recibió la funesta noticia del asesinato incalificable del presidente electo, el general de más prestigio y más amado que registra nuestra Historia; pero supo sobreponerse a su pena, convencido de que los tribunales castigarían con todo rigor al alevoso asesino.

Puedo, pues, decir, hoy más que en ninguna ocasión, que el Ejército Nacional es el más seguro sostén en que descansan las instituciones patrias.

Este ideal, el más elevado y más fecundo en consecuencias a que puede pugnar la nación mexicana, se ha alcanzado gracias al espíritu de desinterés, patriotismo y cooperación de los altos jefes con mando de fuerza, de los directos jefes de las corporaciones, de los profesores militares, de los instructores militares, del cuadro de jefes de las corporaciones, seleccionados entre los más competentes y responsables de sus actos, del cuadro de oficiales perfeccionados, y por último, también por la educación constante que se ha dado a la tropa para que desde su llegada al cuartel comprenda y conozca sus deberes como ciudadanos honrados y como pundonorosos militares.

También ha contribuido poderosamente a esto la prensa militar, que ha difundido de un modo eficacísimo entre la tropa el concepto del honor militar, llegando a obtenerse el brillante resultado de qué las mismas clases y soldados, compenetrados de sus deberes militares, manden su colaboración sobre virtudes militares a estas revistas y aun en algunos casos hayan sustentado conferencias condenando la actitud de los malos soldados que han faltado al honor y al patriotismo.

Si el aspecto que presenta la disciplina y moralidad del Ejército es seductor, sobre todo por lo que puede significar para el futuro, no lo es menos el que ofrece desde el punto de vista material.

Prueba de ello son las economías que se han obtenido en el ejercicio que comprende la memoria presentada, no obstante las cuantiosas erogaciones que han tenido que hacerse para dotar a nuestro Ejército de aviones, armas, municiones y ganado.

Se ha obtenido lo anterior gracias al cuidado de todos los jefes de los Departamentos, que han hecho una aplicación justa del Presupuesto de Egresos aprobado por la Secretaría de Hacienda.

Para terminar quiero hacer resaltar el impulso que se ha dado a la aviación militar, la que cuenta con pilotos competentes y atrevidos, que perfeccionándose más y más cada día podrán llegar a ser el orgullo de esa arma y de la nación, por lo que la Secretaría de Guerra y Marina le ha dedicado especial atención así a la instrucción de los pilotos como a la dotación de todos los elementos necesarios a este Departamento.

En la memoria se proporcionan todos los datos relativos al desarrollo y progreso alcanzado por el Ejército durante este período.

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CIUDADANOS DIPUTADOS Y SENADORES:

En los informes que acabáis de escuchar está detallada la labor administrativa del Ejecutivo Federal en cada una de sus Secretarías, Departamentos y demás dependencias.

Por separado serán presentadas a este H. Congreso las memorias amplias y documentadas de cada Secretaría, conforme lo previene el artículo 93 de la Constitución.

Como dije alguna vez, en ocasión semejante a ésta, no pretendo ufanarme de haber hecho una obra que sea digna de encomio; pero me sentiré contentó si merece la aprobación de Vuestra Soberanía como dignos representantes de la nación.

Creo que en la conciencia de todos mis conciudadanos está lo extraordinario de las circunstancias que rodearon a mi Gobierno en este último período, y la convicción de que he hecho todo lo que humanamente era posible para desempeñar leal y patrióticamente mi cargo, como ante este H. Congreso lo protesté solemnemente.

Abrigo la esperanza de que vosotros y el pueblo mexicano que os ha conferido su representación sabréis estimar la labor que he llevado a cabo y os daréis cuenta de que puse toda mi voluntad y esfuerzo para el mejor servicio de mi patria.

Si así es, me retiraré a la vida privada satisfecho de haber cumplido mi deber.

 

 

 

 

 

Fuente:
Los presidentes de México ante la Nación: informes, manifiestos y documentos de 1821 a 1966. Editado por la XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados. 5 tomos. México, Cámara de Diputados, 1966. Tomo 3.