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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1927 Entrevista concedida a Isaac Marcosson, de The Saturday Evening Post. Plutarco Elías Calles

23 de Febrero de 1927

Necesitaría tres días para contarte toda la historia de la revolución agraria mexicana; me limitaré a lo que ustedes los norteamericanos llaman high spotsfundamental. La tierra es la columna vertebral mexicana y es la llave para transformar a México de un país retrasado en uno moderno. La vieja maldición del país eran las manos inertes, es decir, los terratenientes que no cultivan. Así parecían hasta cierto punto los Estados del sur de los Estados Unidos antes de su Guerra Civil. El mexicano rico vivía en el extranjero, ausente de México, y veía a sus peones como esclavos. Su salario promedio entre 18 y 21 centavos al día, lo que no les permitía sobrevivir. Bajo el antiguo régimen reaccionario se explotaba al hombre en lugar de la tierra. Existían tres clases: una alta, reducida, dueñas de todo el país; una media, también reducida, servidora de la alta, y la baja, la enorme mayoría, de gente común.

Mi idea ha sido lograr algún grado de independencia para esa gran masa de gente. Y aquí me refiero a los ocho millones de peones que constituyen más de la mitad de nuestra población. Por eso hemos adoptado un sistema dual: un aspecto consiste en devolver las tierras a los pueblos, y el otro implica dotar esas tierras para los peones.

Antes de Porfirio Díaz todos los pueblos poseían sus tierras comunales o ejidos. Cada artesano poseía también un pequeño lote que cultivaba para su familia. Bajo un pretexto u otro, estas tierras fueron confiscadas. Ya el 90 por ciento de los pueblos habían perdido sus tierras ejidales en 1910.

El plan agrario mexicano tan atacado es el que busca dar al peón la extensión de tierra que necesite para subsistir. Esa dimensión depende de las características del suelo: es decir, si el lote goza de derechos de irrigación, recibe el peón sólo quince acres; en cambio, si carece de esos derechos, pero se halla ubicado en zona lluviosa, alcanza hasta cincuenta acres. También depende del tamaño, del tipo de cosechas y otros factores. He ahí el plan para la distribución fuera de la concepción de ejidos.

El otro plan es devolver las tierras a los pueblos y ciudades que tuvieron título de propiedad, en muchos casos desde la Conquista española. Apropiadas por los que yo llamo ladrones de tierras del tiempo de Porfirio Díaz, ahora se les devuelven a sus auténticos propietarios. Es interesante hacer constar que algunas de esas ciudades retuvieron aun en contra de la agresión, sus títulos de propiedad. Mi criterio para la devolución de esas tierras no es en ningún sentido comunista sino comunal. El sentido de la propiedad individual queda por encima de todo.

Estas extensiones de tierra se están ocupando en forma parecido al sistema de homesteads en los Estados Unidos. Constituyen el patrimonio familiar, quedan en la familia y están exentos del proceso legal. Convertimos en propietarios a pueblos primitivos que usan huaraches y ponchos, lo que significa que la transición entre la media esclavitud y un grado de independencia se halla en proceso.

Y ahora, ¿qué puedo decir de los problemas financieros? ¿Quiénes podían tender la mano a esa gente? No los capitalistas, enemigos de nuestra Revolución social; tampoco los terratenientes poderosos, cuyo modo de pensar es tan contradictorio con lo que pretendemos. Tampoco existían los bancos hipotecarios. De hecho, había sólo una agencia capaz de prestar la ayuda requerida: el gobierno revolucionario. Se lanzó, pues, el gobierno a la creación de un sistema fiscal basado en los excedentes nacionales.

Primero tenemos los bancos comunales, cuyas acciones posee el gobierno por el momento. Estas acciones se transferirán gradualmente a las cooperativas en cuanto se hallen en condiciones de adquirirlas. Así, esas instituciones no tendrán carácter paternalista. En el Estado de Hidalgo, por ejemplo, ya las cooperativas adquirieron el 45 por ciento de las acciones de los bancos comunales y fácilmente podrían adquirir el resto. No voy a permitir todavía que puedan ser ellos los únicos propietarios, ya que carecen de la preparación administrativa necesaria y de personal técnico.

Una observación relacionada con las cooperativas. A pesar de la creencia general, no se basan ni en los modelos rusos, ni alemanes ni belgas. Son expresión de mi propio concepto de una cooperativa, que ha de significar siempre autoayuda. Por eso, el Departamento de Agricultura manda al campo conferencistas y literatura técnica.

Otra fuerza educativa la constituye el personal entrenado en nuestras escuelas comerciales organizado en grupos para establecer las sociedades cooperativas. Ellos implantan el sentido de cooperación. El agricultor explica a los organizadores cuáles son sus necesidades, éstas pueden ser un arado, un par de animales o una casa. Las cooperativas responden a esas necesidades a través de los bancos comunales y así se establece el crédito rural, desconocido antes en México.

Actualmente funcionan cooperativas y bancos comunales en los Estados de Guanajuato, Hidalgo, Michoacán y Durango. Es allá donde viven las poblaciones rurales más numerosas y allá hemos erigido los colegios agrícolas.

Tres son los tipos de préstamo que dan los bancos comunales. Uno descansa en las cosechas, otro en los implementos agrícolas y otro en la propiedad, sea una casa o una construcción en el rancho. También existen créditos para fines culturales, como por ejemplo para escuelas.

Estos bancos comunales son, sin embargo, tan sólo la primera etapa en el financiamiento rural. Para los terratenientes de más categoría hemos establecido el Banco Nacional de Crédito Agrícola, que ofrece sus servicios a los propietarios de más de cuatrocientas acres. El tercer anillo en la cadena financiera es el Banco de México, que ya funciona como el único banco emisor de billetes, y que es el que establecerá relación con las empresas en gran escala, industriales y otros.

Lo que pretendo es lograr la organización y disciplina de las fuerzas del país. Lo que viste el sábado en Guadalupe Victoria es un ejemplo de lo que pueden lograr las cooperativas, pero todo ello es nada más que el aspecto material. Si el programa agrario ha de lograr su objetivo de mayor alcance necesita un fundamento cultural. Los dos mayores escollos con que tropezamos en las zonas rurales han sido la ignorancia y el vicio. El peón era un ser humano explotado, pero ya hemos empezado a combatir esa realidad. La primera y mejor agencia es, sin duda alguna, la escuela, y la base del nuevo sistema educativo es la escuela rural. Ya hay cuatro mil en operación y en algunas se imparten además de las materias básicas, artes y oficios. Se enseña a los alumnos a utilizar las materias primas de la región que habitan. Aprenden a tejer sombreros de palma, tapetes y canastas, y a hacer sillas de mimbre. También se imparten prácticas sobre higiene y civismo.

Mi plan es dotar a cada una de las escuelas rurales con un radio, para que la buena música y las noticias del mundo lleguen a las zonas del interior. Con un radio, la escuela pública se convertirá en un centro cívico.

El próximo paso es el colegio de agricultura, de los cuales tenemos hoy ya cuatro. No se aceptan muchachos de las ciudades. Los graduados tienen el camino abierto para regresar a sus respectivos pueblos y convertirse en una vanguardia para la adopción de nuevos métodos agrícolas. La idea es establecer un nuevo nivel de vida rural. En este tipo de escuelas, el día está organizado en dos partes, una dedicada a las labores del campo donde se adquiere cultura práctica en relación con la tierra, y la otra dedicada a estudios en el salón de clase. Por la noche se ofrecen conferencias ilustradas con películas, y así se enfocan todos los temas relacionados con la agricultura regional y también la cría de animales, a disposición de los granjeros de la localidad.

¿Qué campos quedan para los graduados de las escuelas agrícolas? Regresar a la choza de sus padres significaría un regreso al sombrero de paja, a los huaraches y al poncho, y eso sería su asfixia. En virtud de lo cual hemos concebido un plan para la irrigación de grandes extensiones, donde estos graduados obtendrán sus tierras bajo las normas de la Ley Agraria con financiamiento de los bancos rurales. Para que no falte quien desarrolle estas áreas irrigadas estamos invitando a la colonización, especialmente a países como Italia, Alemania, Polonia y Hungria".

-¿Y cómo se justifica una expropiación de tal extensión de tierras en manos particulares?, le pregunté.

Calles respondió: "El principio moral y legal se basa en la Constitución de 1917. El Estado tiene derecho de imponer cualquier cambio al régimen de propiedad que sea requerido por el interés público. El sistema antiguo de tenencia de tierras en México -robo de tierras, en verdad- se ha puesto en evidencia como un mal sistema. Llevó al país a la ruina, pues no dejaba a la gente ni producir para sus necesidades locales.

Toda tenencia de tierra en gran escala es un error, económicamente hablando. Por lo tanto el criterio del gobierno mexicano se inclina por fragmentar las grandes propiedades y aumentar el número de productores. No es cierto que esto signifique la destrucción de las unidades agrícolas, por lo contrario, las multiplica. Tomemos por ejemplo el pueblo de Guadalupe Victoria que acabamos de visitar. Hace dos años formaba parte de una hacienda de 120 mil hectáreas sin desarrollar. La disminuimos en 16 mil hectáreas para ejidos y ha crecido una comunidad próspera.

No significó robo la separación de aquellas 16 mil hectáreas. Su valor será cubierto, más el diez por ciento, de acuerdo con la Ley Agraria a precios del mercado en bonos a veinte años de la Deuda Nacional Agraria. El gobierno no puede resolver el problema de otra forma porque carece de dinero en efectivo. Cualquier perjuicio que en esto exista se transforma en beneficio para la Nación".

Lo que no mencionó Calles, sin embargo, es que aun cuando la expropiación ha incluido tierras por valor de más de cincuenta millones de dólares, sus antiguos dueños sólo han aceptado bonos por valor de novecientos mil dólares, por la muy buena y suficiente razón de no ser negociables y de no haberse devengado ningún interés en los pocos bonos emitidos. ¡Aceptar esos bonos da validez automáticamente a lo que todos los terratenientes consideran una confiscación!

La conversación se desvió hacia las inversiones extranjeras. Pregunté si en el futuro esas inversiones serían bienvenidas, y la respuesta de Calles fue:

"No tenemos ninguna intención de construir una muralla china que nos aísle del resto del mundo. "Tal política sería un suicidio y no tenemos ninguna intención de suicidarnos. Nuestros brazos están abiertos para recibir a todo extranjero que llegue en paz y con intención de convivir en armonía económica. Pueden contar con nuestra ayuda y protección.

Esto no significa que no tratemos de defendernos contra lo que yo llamo capital inhumano, en otras palabras, contra el capital que venga a México a explotarnos y llevarse la riqueza que extrae del país. Tales capitales no respetan las instituciones nacionales, simplemente tratan de absorbernos.

En tiempo de Díaz había en México muchas compañías extranjeras que adquirieron enormes extensiones de tierra sin pretender cultivarlas. Su único objetivo era adquirir los beneficios de la plusvalía. En Sonora, por ejemplo, una sola empresa norteamericana poseía 400 mil hectáreas en las cuales no existía un solo rancho, ni una cabeza de ganado. En otra propiedad norteamericana con una extensión de 120 mil hectáreas ni se talaban los árboles. ¿Cuál sería la actitud del gobierno de los Estados Unidos o de cualquier otro país ante semejante indiferencia? Harían con toda seguridad lo que México lleva a cabo: expropiación".

Naturalmente este diálogo nos condujo al delicado tema de las tierras petrolíferas, y le pedí al Presidente que me dijera con toda franqueza su punto de vista sobre el asunto que ha puesto en peligro las relaciones norteamericanas-mexicanas. Respondió así:

"El gobierno ordenará y asegurará los derechos de propiedad que, por el momento, se hallan muy inseguros. Naturalmente nuestra actitud reforzará al mismo tiempo el principio de los derechos de la Nación a su subsuelo. Esto será posible sin afectar derechos creados, a los que más bien queremos afirmar".

-¿Qué alcance tiene la afirmación de derechos creados?,-pregunté.

Calles respondió: "Muchas compañías han adquirido tierras por compra o arrendamiento, y con ello el derecho de explorar la existencia de petróleo. Lo que el gobierno hace ahora es confirmar esos derechos a través de concesiones. Puedo asegurar que si esta operación se expresa en términos monetarios las compañías no perderán ni un centavo. Tampoco nos opondremos a que desarrollen sus propiedades. Bajo las concesiones relacionadas con la confirmación de sus derechos -e insistimos en la necesidad de que se lleve a cabo tal trámite- habrá un mayor grado de cooperación con el gobierno. Esto significa regulación, tanto policiaca como técnica".

Yo me permití indicar que cuando las compañías adquirieron las tierras, los compradores tenían los derechos exclusivos sobre la propiedad y que por eso las regulaciones confirmatorias serían retroactivas y confiscatorias. Entonces, Calles francamente declaró:

"¿Cómo puede esto significar confiscación si la nueva ley confirma los derechos a la tierra adquiridos antes de la Constitución de 1917? En términos de estas concesiones otorgamos a las compañías el derecho de operar durante cincuenta años. No existe campo petrolero con una vida tan larga".

Una falacia en este argumento es medir la vigencia de la concesión confirmatoria de cincuenta años, a partir de la fecha de compra por parte de la empresa extranjera. Muchas de las propiedades petroleras en México se adquirieron hace veinte años y esto significa una vida efectiva de treinta años nada más. En algunos casos no se ha llegado todavía a desarrollar su potencial. Como a lo largo de su charla Calles se refirió varias veces a la idea revolucionaria, me permití pedirle que aclarara ese concepto, y respondió:

"La revolución de Madero era casi enteramente política; en tiempos de Díaz la situación era tal que cualquier hombre de carácter que se levantara en contra de la tiranía tenía sus seguidores. Lo que anhelaba el pueblo entonces era un cambio de régimen. Así lo inició Madero y le siguió la gente.

Pero lo que auténticamente deseaba el pueblo era el cambio social y ha continuado su lucha que hasta ahora se corona de éxito. Este cambio se está consolidando a través de la legislación.

Muy mal ha interpretado el mundo esa idea revolucionaria mexicana. Para realizar sus aspiraciones naturales, el pueblo no ha encontrado otro camino que la fuerza. La idea revolucionaria no derivó del placer de matar ni de ser bandido. La Revolución Mexicana, sin embargo, como toda revolución ha tenido su fase destructiva, aquella en que los malos elementos que se habían unido a la lucha pensaban exclusivamente en pillaje y su beneficio personal. Hemos eliminado esos elementos a costa de los conflictos en los círculos revolucionarios.

A mi juicio, y lo digo con toda buena fe, el movimiento revolucionario ha entrado en su fase constructiva. Realizamos los deseos de las masas, sobre todo a través del programa agrario. Si pusiéramos fin a las reformas actuales, surgiría una nueva revolución. La estabilización de la idea revolucionaria sólo se logrará con nuestro programa. A pesar de las múltiples aseveraciones, México sí es capaz de gobernarse a sí mismo.

Además, creo firmemente que el actual gobierno cuenta con el respaldo del pueblo".

La conversación con Calles había durado casi tres horas. Y cuando yo pretendía lanzarle otra pregunta se detuvo el tren y oímos vivas en el exterior. Acompañé al Presidente hasta la plataforma, desde donde divisamos un gentío ondeando pancartas rojas, muchas con el lema: "Abajo la reacción". Al retomar nuestra conversación, juzgué que era el mejor momento para preguntar a Calles sobre el bolchevismo en México. Respondió:

"Tal como el mundo interpreta esta palabra, no hay bolchevismo en México. Hemos sido arrastrados por la onda del nacionalismo que parece dominar al mundo, pero nuestro nacionalismo es sano y no del tipo que es producto o causa de odio: nuestro nacionalismo intensifica el amor a la patria. Ese amor se había debilitado; a causa de la miseria existente se había apagado un poco en el corazón del mexicano. Intentamos pues, inculcar de nuevo las responsabilidades civicas en él a través de la cooperación. El pueblo se da hoy cuenta que no está formado de elementos aislados sino de una conjugación que contribuye a la grandeza de México. Un nuevo nacionalismo está, pues, despertando en el mexicano la conciencia de la patria que ha de crear una Nación más grande y mejor".

Y continúa Calles:

"México no es rojo. Sin duda hemos creado una legislación laboral muy drástica, pero había razones muy profundas para hacerlo. Antes no se reconocía derecho alguno a la clase trabajadora y el gobierno ha tratado de resolver esta laguna reconociendo y codificando tales derechos. No hemos ido más allá de lo que han hecho otros países, incluyendo los Estados Unidos. Hemos otorgado a los trabajadores el derecho a organizarse, ir a la huelga, a ser indemnizados y a ser asegurados. Es evidente, pues, que no hemos ido más allá que el Estado de Montana o algunos otros Estados de la Unión Norteamericana. Sin duda mantenemos una estricta regulación en las relaciones entre el capital y el trabajo. Pero esto no es bolchevismo. Ha producido mucha reacción por ser esto muy novedoso en México. No negamos que los capitalistas gritan radicalismo, porque hemos reducido a ocho horas las doce que tenía el día laboral".