Álvaro Obregón, 25 de Junio de 1927
Un imperativo de mis deberes cívicos me impone la obligación indeclinable de hablar de nuevo a la Nación para hacerle saber cuál será mi conducta en relación con el problema que se aproxima, de la sucesión presidencial, y exponerles cuáles han sido las causas determinantes de mi retorno a la vida política, cuya resolución destruye una de las más grandes ilusiones de mi vida.
Desde que alcancé que los intereses de la Patria y los intereses colectivos, que son los mismos, valen mucho más que los intereses personales y que nuestras propias vidas, he puesto al servicio de ellos todo el contingente de mi modesta capacidad, cuando se ven en peligro y es por esto que he sido soldado en diversas ocasiones, y desempeñado diversos puestos públicos en otras, y siempre en forma transitoria, y por el tiempo que se requiere para salvar las crisis que los han amenazado. Cuando otorgué la protesta ante el H. Congreso de la Unión como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, con cuya investidura fui ungido por la voluntad popular, recibí millares de felicitaciones de todas partes del país y de más allá de nuestras fronteras. A la mayoría de ellas contestaba que deberían reservarse esas felicitaciones para el día en que yo entregara aquel sagrado depósito al hombre que el voto popular designara para substituirme, después de haber cumplido tan delicado encargo. Desde aquel momento, todos mis esfuerzos fueron consagrados a la realización de tan noble finalidad. Todos conocen los acontecimientos desarrollados en aquel período, y mi labor, mala o buena, está ya juzgada por la conciencia pública. Todos saben también que mi administración se caracterizó por la sinceridad de propósitos y de honestidad con que fueron manejados los fondos públicos. Se lesionaron grandes intereses materiales, es verdad, pero se imponía acatar los justos anhelos populares que dieron aliento de vida a nuestra gran Revolución, y que hechos ya leyes, habían sido catalogados en nuestra Constitución de Querétaro como piedra angular que serviría de base a la redención moral y social de nuestras clases proletarias de las ciudades y los campos que la Revolución había proclamado redimir, y para desfanatizar a todas las clases sociales del país.
El programa de la Revolución
El programa de la Revolución, hecho ley, no podía desarrollarse naturalmente en cuatro años; era tarea que requería varios lustros, y a mí correspondía solamente plantearlo e iniciarlo, abarcado sus aspectos substanciales y emprendiendo desde luego la parte que a mí me correspondía desarrollar. Los intereses materiales de dentro y de fuera del país, acumulados en su mayoría bajo el amparo de privilegios concedidos por la dictadura del general Díaz, movieron sus rotativos y entraron en acción con todos los elementos de que deponían contra un gobierno que rompía con todos los precedentes establecidos, y provocaba, al decir de ellos, un desquiciamiento social. Editoriales de prensa reaccionaria se leían todos los días desvirtuando la verdad y tergiversando los hechos, notas diplomáticas de Estados poderosos, tratando de ejercer presión sobre la administración pública; protestas de Roma, etc., etc. El Gobierno logró conservar la confianza y el cariño de las masas populares, y con la depuración que se logró hacer en el Ejército, eliminando a los malos militares que con el bonillismo se habían puesto al servicio de la reacción, aquel gobierno contó con fuerza moral y material suficientes para imponer su autoridad.
La reacción, al ver fracasadas todas sus armas: el halago, el amago, el soborno y la violencia, y viendo que el período se acercaba a su fin, comprendió que el suscrito ya no constituía para ella un problema, porque el tiempo estaba encargándose de resolverlo. Entonces su preocupación consistió en buscar a su hombre, para que, por el sufragio o la violencia llegara a substituirme, impidiendo que el depósito sagrado que la Nación me había conferido, fuera entregado a manos que pudieran seguirlo conduciendo por los mismos o parecidos derroteros. Consultaron a su eterno asesor Maquiavelo y buscaron su hombre en las filas mismas de la Revolución; lo disfrazaron, lo entrenaron y entraron en acción. Este hombre tenía en sus manos ni más ni menos que el Tesoro Nacional, que sin ninguna tasa usó como vehículo de sus propias ambiciones, logrando atraerse algunos periodistas, algunos líderes y un gran número de altos jefes militares, a quienes halagó con sus dádivas, y quienes supusieron, con sobrada razón, que aquel hombre, ayuno de carácter, tendría que satisfacer todas sus exigencias a la hora del éxito; y cuando todo estaba preparado, se lanzaron sobre el Palacio Nacional para asesinar a la Revolución, ahí mismo, donde creían haberla asesinado con el sacrificio del Apóstol Madero y de Pino Suárez, intentando así que fuera a pasar el Poder al revolucionario de conciencia y de carácter que francamente había señalado a la opinión pública. Los memorables acontecimientos de aquella tragedia son del dominio de todos, y no hay para qué narrarlos. La reacción quedó vencida, los militares que violaron los fueron de su honor pagaron su falta con la vida unos y con el destierro otros. La otra parte del Ejército cuyo nivel moral le permitió conocer el camino del deber, dio un gran ejemplo de lo que vale un soldado de honor y lo poco que significan los que lo han sacrificado para satisfacer intereses materiales.
La más cara ilusión del general Obregón
Llegó el día en que yo habría de realizar la más cara ilusión de mi vida en materia política, y el día 30 de noviembre de 1924, a las doce horas del día, hacía entrega del Poder que la Nación me confiara durante cuatro largos y penosos años, ante más de cincuenta mil personas que presenciaban aquel acto inusitado en nuestro ambiente político, y que aplaudían con delirante entusiasmo aquel acontecimiento que establecía un precedente edificante en nuestra historia. Ese mismo día, al retornar a mi hogar y sentirme libre de las responsabilidades y de los peligros que hube de sortear durante todo el período de mi gobierno, y rodeado de todos los seres para mí tan queridos, sentí la necesidad de consagrar el resto de mi vida a las atenciones del hogar y a las actividades del trabajo; haciendo consistir desde entonces mi objetivo principal en la realización de esta finalidad tan justa, que procuré seguir fortaleciendo cada día más con mi propósito de no retornar a la azarosa vida de la política.
Inauguró el señor general Calles su gobierno con singular acierto, pero sin perder ninguna de sus características de revolucionario y socialista. La reacción comprendió la fuerza del aquel gobierno, y consideró inútil oponerle la violencia, y su plan de ataque consistió en elogiar sin medida y sin pudor todos los actores de aquel gobernante; elogios tendenciosos para predisponer contra él a las masas populares, especialmente a las campesinas; considerando que podría atraerlo a su seno; y lanzando simultáneamente una serie de ataques más o menos velados para el ex-Presidente, con objeto: primero, de halagar la vanidad del actual Primer Mandatario; y segundo, para buscar un distanciamiento entre los dos y aprovechar como aliado suyo a él, si caía en sus redes, o a mí si él no claudicaba. El señor general Calles comprendió aquella jugada innoble, y con irritación tuvo que condenarla públicamente, comprendí en varias ocasiones. Yo, por mi parte, comprendí igualmente la maniobra, y mis labios no se movieron para formular mi defensa.
No atendía a lo que decían los políticos
Todas mis actividades se encaminaron, desde mi retorno a la patria chica, a plantear y desarrollar mi nuevo programa de vida, siempre lleno de fe y de entusiasmo, seguro de realizar aquella suprema aspiración de defraudaría los anhelos de una gran mayoría de la opinión pública si evadiera la lucha para realizar mis propósitos de no retornar a la vida política, como lo aconseja mi bienestar personal y ventura y bienestar de mi hogar; y esta sola consideración basta para que acepte el alto honor que me han dispendado todas las organizaciones que me han designado como candidato a la Presidencia de la República para suceder en el Poder al actual Primer Mandatario y que para corresponder a su confianza procuré en todos mis actos cívicos hacer honor a ella, asumiendo todas las responsabilidades y participando en la lucha al frente de todas las organizaciones que me apoyan.
Una de las características del Partido Conservador o reaccionario, consiste en que siempre se disfraza para entrar en las luchas cívicas, tratando de presentarse como defensor de idealidades que ni practica ni conoce.
Otra característica de él consiste en que todas las posibilidades de su éxito las funda en el mayor o menor número de militares que logran halagar y sobornar y poner al servicio de sus intereses, sin tomar en cuenta jamás a la opinión pública, que debe ser árbitro supremo de las luchas electorales.
Grave error del general Porfirio Díaz
Don Porfirio Díaz, para perpetuarse en el Poder, creyó que bastaba con tener de su parte al Ejército Federal, y se equivocó. Huerta, para asesinar al señor Madero, no tomó en cuenta la impresión que aquel acto punible causaría en la opinión pública, y creyó que le bastaba contar con el apoyo material del Ejército; se equivocó también. Carranza desdeñó la opinión pública hasta el grado de no tomarla en cuenta, y sufrió las consecuencias de su error. Ahora vemos muchos propagandistas que no son partidarios míos, felizmente, que cargan listas de generales, dizque comprometidos con sus respectivos candidatos, para hacerles triunfar, cueste lo que cueste, sin intentar siquiera conquistarse la opinión pública. Por mi parte, yo no cometeré la ofensa a los miembros del Ejército Nacional, de andar cuchicheando con ellos para arrancaries un compromiso previo a la elección, para llevarme al Poder. El Ejército Nacional tiene una misión muy elevada y muy noble que cumplir, consistente en prestar obediencia completa al ciudadano que resulte ungido por el voto popular, y cualquier compromiso previo a la elección, resulta indecoroso para ambos; y no seré yo, repito, quien trate de relajar el honor militar de una institución a la cual he servido con la pretensión de haber conducido siempre a sus miembros por el camino del honor y de la victoria. Yo estoy seguro que el actual Ejército nacional, en su gran mayoría, está integrado por hombres que tienen una concepción amplia de su honor, y que ellos cumplirán fielmente con la noble misión que están llamados a representar en la sociedad.
La otra característica, la de disfrazarse para entrar a las luchas cívicas, se confirma con sólo recordar cómo en las pasadas contiendas políticas, verificadas después de la revolución, ha venido tomando un disfraz para cada una de las luchas. Cuando el "carrancismo," hizo su conversión pactando con la reacción para imponer a Bonilla<; tomó la máscara del "civilismo;" cuando De la Huerta, se puso al servicio de la reacción, su máscara se llamó "antiimposicionismo;" para la próxima lucha, la máscara se llama "antirreeleccionista y la reacción olvida que las masas populares nunca se dejan guiar por un hombre enmascarado. La máscara, en política, es mortaja, y nunca tan absurdo el disfraz como ahora.
Otra actitud que deberían adoptar
Dos partidos políticos que se hacen llamar pomposamente "antirreeleccionistas;" que el puritanismo político de sus directores se pregona por todas partes en vocablos altisonantes; que se organizan dizque para salvar un principio violado substancialmente, según ellos, con las reformas de los artículos 82 y 83 de nuestra Carta Magna; que terminan celebrando dos llamadas Convenciones para postular dos candidatos que han sancionado las reformas, sirviendo un elevado puesto de la Administración, en cuyo período se formularon, discutieron, aprobaron y se elevaron a la categoría de ley suprema. Si estos señores pensaron sinceramente que se violaba uno de los principios básicos de la Revolución con esas reformas, y que su conciencia cívica las repudiaba de plano, debieron, para cumplir con los principios más rudimentarios de lealtad y decoro político, apersonarse con su jefe y amigo, Encargado del Poder Ejecutivo Federal, a cuya bondad y confianza debieron sus nombramientos, para hacerle ver todas las inconveniencias de aquellas reformas, el alcance de la responsabilidad histórica en que incurría su Administración, pidiéndole que, de acuerdo con la facultad que la ley concede, las observara y las devolviera a las Cámaras Legisladoras, y si nada conseguían por ese camino, presentar su dimisión, declarando la incompatibilidad de su decoro político, con su carácter de colaboradores. Entonces tendrían derecho, cuando menos, de que se les considerara sinceros; pero después de sancionadas las reformas y de solidarizarse con ellas, y seguir aprovechando su alta investidura y los jugos afluentes económicos de ella, en hacer propaganda en favor personal, hasta el último minuto que la ley les permitió conservar esa investidura oficial, nadie, absolutamente nadie, que pueda vanagloriarse de estar en condiciones normales, puede tomar en serio esa pose, destruida previamente por los hechos, con singular elocuencia. Todo el país sabe que hace muchos meses andan brigadas de agentes de propaganda, con sueldos oficiales, sirviendo a los candidatos que se llaman "apóstoles del antirreeleccionismo," entrevistando jefes militares para catalogarlos o no en favor de sus candidatos y desarrollando todo género de actividades políticas; todo esto en nombre de un puritanismo que los hechos han venido violando en forma substancial; y esos señores podrán ser muy estimables personalmente; podrán ser muy buenos militares, inmejorables amigos, pero bajo el-punto de vista político, se han encargado de guillotinarse, asumiendo una "pose" que nadie va a tomar en serio; podrán tener pocos o muchos partidarios, pero eso dependerá de la personalidad moral e intelectual que la pública opinión les conceda y de las tendencias de su propaganda, y no de su "pose antirreeleccionista." que tan extemporáneamente inventaron asumir.
Han desarrollado una política personalista
Una prueba que nadie podrá refutar, de que es política personalista que vienen desarrollando los candidatos que se hacen llamar antirreeleccionistas, y los reducidos grupos que con el mismo título los sostienen, es el hecho de que, llamándose apóstoles de la misma idealidad, se están atacando e injuriando entre sí. Si fuera cierto que están inspirados en la idealidad que proclaman estarían agrupados perfectamente bajo la misma bandera, y todos ellos se aprestarían a defenderla, presentando un solo frente a sus adversarios políticos; y no es así; son dos núcleos, calculando cada uno las ventajas que les reportarán el triunfo de su candidato.
Cuando no hay armonía en la actuación de los hombres, nadie puede saber lo que serán mañana, ni tenerles confianza por lo tanto, porque no existe ningún otro medio de juzgar la conducta futura de un ciudadano, que la armonía que moral y lógicamente debe ligar sus actos futuros con su pasado.
Nuestra Carta Fundamental establece, y con sobrada razón, que el Presidente nunca podrá ser reelecto, y en nuestro ambiente político ninguna lucha electoral podría desarrollarse en forma democrática juzgando como candidato al ciudadano Presidente de la República; y esta fórmula que sirvió para las mascaradas políticas que perpetuaron en el Poder al general Díaz, fué la que preocupó al señor Madero y la condenó, tomándola como uno de los polos de su programa político y revolucionario; y la Constitución lo expresa con toda claridad en su artículo 83 que textualmente dice:
"El Presidente entrará a ejercer su encargo el 1º de diciembre; durará en él cuatro años, y nunca podrá ser reelecto.
El ciudadano que substituyere al Presidente constitucional, en caso de falta absoluta de éste, no podrá ser electo Presidente para el período inmediato.
Tampoco podrá ser reelecto Presidente para el período inmediato el ciudadano que fuere nombrado Presidente interino en las faltas temporales del Presidente constitucional."
No se trata, por ahora, de ninguna reelección
Es el Presidente el que nunca podrá ser reelecto, y no podría abarcar el concepto al ciudadano que, habiéndolo sido, sea designado de nuevo por sus conciudadanos, para desempeñar el mismo puesto, después de haber disfrutado durante cuatro años de todos sus fueros ciudadanos, y sin tener investidura oficial alguna. Los dos casos son tan distintos, que no alcanzará seguramente la suspicacia de los aliados de la reacción para hacer creer que puedan abarcarse con el mismo vocablo. En uno de los dos casos, es reelección, y si lo es en el primero, no puede serlo en el segundo, en que las circunstancias varían, siendo completamente distinto por lo tanto. Fué por esto que el suscrito declaró desde abril de 1926, que no se requería ninguna reforma constitucional para el caso de que un ciudadano que hubiera desempeñado el alto cargo de Presidente de la República, aceptara volver a servir en el mismo puesto; y una prueba evidente de esta opinión la encontramos en el hecho de que el H. Congreso de la Unión tuvo que incapacitar, en una ley posterior, al ciudadano que hubiera desempeñado el cargo de Presidente, para volver a desempeñarlo después.
Si nuestra Carta Magna hubiera establecido esa incapacidad, habría resultado ilógico repetirla en una ley reglamentaria, y si existe alguna ambigüedad en nuestra Constitución General, ésta fué intencional; como existe ambigüedad en muchas otras leyes fundamentales, porque si es verdad que al Congreso constituyente asistió una mayoría de revolucionarios de buena fe, también es verdad que en muchos casos prevaleció el criterio del grupo de viejos políticos profesionales, desertados de las filas de la reacción, que gozaban de la confianza del señor Carranza, y que necesitaban dejar un margen de ambigüedad en aquellas leyes: primero, para halagar a las clases proletarias y a las clases adineradas. simultáneamente, que veían en ellas una esperanza si lograban que se les diera la interpretación que a sus intereses convenía, y segundo, para interpretarlas conforme conviniera a los intereses de su grupo posteriormente. Así fué como se promulgó la constitución de Querétaro, pero nunca se pusieron en vigor los capítulos en que predominó el criterio de los constituyentes revolucionarios de buena fe, mientras no se hizo cargo del Poder Ejecutivo Federal un hombre identificado con ellos, empezando a regir con Adolfo de la Huerta, primero, en su interinato; con el suscrito después, y con el señor general Calles ahora; y sin embargo, las cuatro administraciones aquí citadas se rigieron por la misma Constitución.
Las tierras ejidales que se han repartido
Dichas administraciones, con las mismas leyes agrarias, repartieron los siguientes ejidos a los pueblos:
POSESIONES |
Posesiones
Individuos
beneficiados
Provisionales |
Definitivas
Hectáreas |
Con posesión
Previa Definitiva
Hectáreas Hectáreas |
Gobierno del señor Carranza, en 6 años
|
214,883-99-13 |
149,859-72-40 |
25,015 |
45,972 |
Gobierno del señor De la Huerta, en 6 meses |
54,464-39-70 |
36,969-67-80 |
2,927 |
6,848 |
Gobierno del C. Álvaro Obregón, en 4 años |
3,244,101-01-62 |
1,170,035-09-23 |
277,335 |
122,167 |
Gobierno del C. General Calles, en 2 años 6 meses |
1,695,71859-72 |
2.304,32956-5 |
160,146 |
185,651 |
Esto quiere decir que había mucho margen de interpretación y que con las mismas leyes pueden protegerse los intereses de los terratenientes contra las peticiones de tierras de los pueblos, como pueden protegerse los intereses de los pueblos contra los grandes intereses de los terratenientes; demostrando esto con toda elocuencia que mientras la Revolución tenga un representativo honesto y de carácter en la Primera Magistratura de la Nación, las leyes serán buenas para proteger los intereses y prerrogativas que la Revolución decretó para la reivindicación moral social y política de las inmensas mayorías, cuyos sagrados derechos habían sido pospuestos antes eri beneficio de un reducido número de privilegiados; y cuando llegue a encargarse del Poder Ejecutivo Federal un hombre que aun siendo revolucionario, haya seguido la trayectoria de tantos otros que han abdicado para aliarse con la reacción, estarán suficientemente protegidos los intereses del reducido grupo de privilegiados que, además de querer resarcirse de las pérdidas materiales que, según ellos, les ha reportado la Revolución, habrán de intentar también un desagravio por su amor propio y su vanidad, ofendidos, y esto es lo que deben evitar las clases trabajadoras todas del país y las demás clases sociales que en forma más o menos directa han palpado los beneficios obtenidos a causa de la revolución, en la que tomaron parte proporcional todas esas clases sociales, después de exceptuar la privilegiada.
La prensa fue la que habló de reelección
Debe llamar la atención el hecho de que fueron los grandes rotativos "El Universal" y "Excélsior" los que bautizaron el proyecto de reformas de los artículos 82 y 83, con el nombre de "REELECCION," y que protestaron vehementemente en diversos editoriales, contra aquellas reformas que dizque violaban por su base uno de los postulados-que había servido de bandera al apóstol Madero. ¿Habrá quien acepte como sinceros esos aspavientos de estos dos órganos representativos y defensores de los intereses de la reacción? Es claro que no. Ellos protestaban contra las reformas, porque expeditaban el camino, hasta entonces discutido y ambiguo, para que pudiera retornar al más alto poder público un hombre que, después de desempeñarlo por cuatro años, saliera de él conservando la confianza y el cariño de las masas populares y demás clases sociales que sancionaron su política, y que éstas pudieran traerlo nuevamente al poder para confiarle la custodia de sus prerrogativas. Así fué como inició la reacción su campaña para llamar "reeleccionistas" a los que apoyaron las reformas que, dadas las condiciones en que se realizaron, se ligaban siempre con mi modesta personalidad.
Los llamados "antirreeleccionistas" invocan el nombre del señor Madero, dizque para salvar un principio político, olvidando que el señor Madero está consagrado como apóstol, y que los apóstoles en materia política no existen. El apostolado se ha ejercido siempre en materia social, y lo que más conmovió al señor Madero hasta impulsarlo a la revolución, fueron las condiciones tan deprimentes que guardaban en toda la República las clases desheredadas de la fortuna, que estaban siendo explotadas sin piedad y sin conciencia, y esa fué siempre la médula de sus discursos en la propaganda política; y la nueva orientación de la humanidad entera, en los actuales tiempos, tiene como objetivo los postulados sociales en que fundan las mayorías sus esperanzas de un mayor bienestar futuro.
Lo llama antifaz del Partido Conservador
En la lucha vecina, el falso "antirreeleccionismo" será el antifaz del Partido Conservador y de los revolucionarios aliados a él.
Enhorabuena que se funde un Partido de ciudadanos independientes, y que tome el nombre de mejor le plazca; si lo desea, 'antirreeleccionista;" que establezca como médula de su programa la incapacidad de todo funcionario público de elección popular para volver a ocupar el mismo puesto que, como principio, habría de generalizarse a todos los cargos políticos, y que presente un candidato independiente también, y con la misma ideología, que no haya sancionado con su colaboración las reformas que ahora pretenden atacar, y tendrá entonces todos los derechos a que se le considere Partido de principios.
El país no debe abrigar ningún temor por el resultado de la próxima campaña electoral, aunque se repita muchas veces que va a degenerar en tragedia.
El candidato que tenga fuerza política bastante para obtener la victoria por medio del sufragio, no va a ser tan torpe ni tan criminal para trastornar el orden, y ensangrentar al país, para llegar al puesto que por medios legales y honestos puede tener a su alcance. La violencia sólo podrán aconsejarla el o los candidatos que no cuenten con la opinión pública; pero careciendo de esa fuerza, tampoco podrían desarrollar un movimiento armado de significación, y yo, por mi parte, condeno y condenaré francamente a cualesquiera de los que, llamándose mis partidarios, exciten a la violencia para exaltar los ánimos y tratar de arrebatas el triunfo al que favorezca la mayoría de sufragios.
Profecía pesimista que no se realizará
Las profecías pesimistas son una de tantas maniobras de la reacción, tratando, primero, de desprestigiar a la Revolución, pretendiendo crear la impresión fuera y dentro del país, de que este movimiento evolutivo ha sido infecundo, y segundo, para intimidar al mayor número posible de ciudadanos, con objeto de ver si se abstienen de ejercitar sus derechos cívicos por temor a las consecuencias que provoque la derrota de los candidatos vencidos. La nación entera va a poder darse cuenta, cuando la lucha cívica entre en un franco período de actividad, de cuáles son los candidatos que excitan a la violencia y al tumulto para resolver la contienda, y cuáles son los que invocan el voto popular para someterse a su fallo.
Casi inútil resulta hablar de programa de gobierno cuando se ha desempeñado el cargo de Presidente de la República durante un período completo de cuatro años, en el cual período quedó francamente definida mi concepción política y social, que nunca traté de negar y a honor tuve servirla con toda sinceridad. Y es natural que la nación conozca de antemano cuáles serían las pautas de la Administración Pública que yo presidiera, si llegara a favorecerme el voto popular. Deseo, sin embargo, exponer a la consideración de mis conciudadanos algunos puntos de vista sobre los problemas que a juicio mío demandarán mayor atención del que reciba el alto encargo, en el próximo período presidencial, de suceder al actual Encargado del Poder Ejecutivo:
Consolidar la personalidad política y moral de nuestra nacionalidad como pueblo autónomo, ha sido una de las principales preocupaciones de los hombres de la Revolución, y a ella han hecho honor hasta ahora todos los revolucionarios que han tenido a su cargo la dirección de la cosa pública, desde Carranza hasta los días presentes.
Nuestras condiciones geográficas nos imponen dar atención preferente en los problemas extranjeros, a nuestros vecinos del Norte y a las Repúblicas hermanas al Sur de nosotros. Por lo que se refiere a nuestra política con Norteamérica, debemos seguir sosteniendo con energía y decoro el derecho que a México asiste como Estado soberano, para darse la legislación que más acomode a sus finalidades y a su intereses, sin más limitación que la que impone entre sí el Derecho Internacional a todos los Estada soberanos.
Debemos ser sumamente cautos con las inversiones que en nuestro territorio pretenden realizar los intereses imperialistas de Wall Street, y dar toda clase de facilidades compatibles con nuestras leyes al capital industrial, comercial y agrícola, que del vecino país quiera venir a cooperar con nosotros al desarrollo y explotación de nuestros recursos naturales, para que así podamos ser más conocidos por el capital honesto de la vecina República, que será siempre nuestro aliado para dar a conocer la verdad en su propia nacionalidad, cuando los intereses absorbentes de Wall Street pretendan tergiversar la verdad para provocar conflictos y crisis internacionales entre las cancillerías de ambos países, como ha ocurrido en repetidas ocasiones.
El imperialismo de los Estados del Sur
Debe ser estudiada con todo cuidado e interés, una política arancelaria que pueda contrarrestar el imperialismo de los productores de los Estados del Sur del país vecino del Norte, que han logrado boicotear muchos de nuestros productos nacionales, y están intentando boicotear ahora la mayor parte de ellos, no obstante que México importa productos de esos Estados, por un valor mayor que las exportaciones nuestras, y que son producidas por los mismos interesados; procurando haber una propaganda diligente e inteligente para demostrar a la gran masa de consumidores del país vecino, que si muchos de los productos mexicanos que ahora son artículos de lujo en aquella nación, y no están al alcance de las clases trabajadoras, es debido a los altos derechos de importación que la influencia de esos Estados ha logrado imponerles, y que podrían estar al alcance de los más modesto consumidores sin esas restricciones que benefician a unos cuantos productores con perjuicio de todos los consumidores. Una franca atención debe merecer también por parte del Gobierno Federal, la exportación desordenada que se está llevando a cabo a los Estados Unidos del Norte, de productos de muchas regiones de México que podrían significar negocios de magníficas utilidades para la riqueza pública y privada, y que en la actualidad, por falta de organización y de reglamentos adecuados, han causado grandes pérdidas y dado lugar a especulaciones inmoderadas por parte de compañías o agentes, generalmente norteamericanos, que toman a su cargo esas exportaciones para manejarlas a comisión con resultados desastrosos, causando la ruina a millares de agricultores y reduciendo los ingresos públicos, federales y locales, en proporción considerable.
En relación con nuestras hermanas, las Repúblicas del Sur, el programa está definido y lo han desarrollado igualmente todos los gobiernos emanados de la Revolución, buscando con perseverancia un acercamiento espiritual y material, que se viene realizando gradualmente, y que constituye una esperanza para la protección de nuestros mutuos intereses.
Hay que preferir el problema hacendario
Nuestra política exterior con el resto del mundo, no requiere un capítulo especial: ella se reduce a cultivar la cordialidad más franca buscando siempre un intercambio cultural y comercial que reporte beneficios mutuos.
No podremos afanarnos de haber realizado nuestra consolidación definitiva de pueblo autónomo y soberano, mientras nuestra independencia económica no quede igualmente establecida en forma definitiva también.
Es el problema hacendario uno de los que tienen que abordarse con mayor diligencia y energía, prosiguiendo el programa de economías que con plausible perseverancia ha desarrollado el actual encargado del Poder Ejecutivo, limitando siempre los presupuestos de egresos a nues tra capacidad económica y fomentando la explotación de nuestros recursos naturales para aumentar la riqueza pública y privada.
Una depuración constante de carácter moral par eliminar a los funcionarios públicos que no sepan corresponder a la confianza que se les dispensa, con la honestidad con que deben ser manejados los dineros del Tesoro Común y la honestidad con que deben conducirse para hacer honor a sus puestos.
Para la resolución de nuestros problemas económicos, se requiere una eficaz atención en el desarrollo y explotación de nuestros recursos naturales para transformarnos en un pueblo exportador, y abandonar la categoría de tributario que por muchos años ha soportado México, teniendo que importar muchos de, los artículos que consume, y que puede producir en abundancia.
La política de la actual Administración, fomentando el desarrollo de nuestra agricultura a base de grandes obras de irrigación, que nos libran de la escasez que los años de sequía nos han hecho sentir, así como las facilidades que se están dando a este ramo tan importante, es muy encomiable, y debe merecer un franco y decidido apoyo del Ejecutivo que la suceda, así como al construcción de caminos, cuya política podría resumirse así: producir y transportar; dando preferente atención a los caminos tributarios de nuestros actuales sistemas de comunicaciones, que permitan el transporte de los grandes centros de producción a las estaciones ferroviarias y a los puertos, de nuestros productos, para su distribución dentro del territorio, y para la exportación de los excedentes.
Proseguir el desarrollo del programa social, extendiendo su radio de acción a todas aquellas clases sociales que tienen que subvenir a las necesidades de su hogar con los emolumentos que obtienen por su trabajo personal promoviendo las reformas y las leyes más adecuadas para la realización de esta finalidad, y atendiendo los diversos aspectos que el problema agrario presenta par su desarrollo sucesivo.
Seguir intensificando la educación pública sin más límite, que la capacidad económica de nuestro Erario, ya que de ella y de la distribución equitativa de al riqueza pública debemos esperar la futura grandeza de nuestra nacionalidad.
Apoyar francamente todas las actividades honestas que se desarrollen en nuestro territorio en beneficio de la riqueza privada y pública: industriales, comerciales, agrícolas, estimulándolas y protegiéndolas siempre, con el estudio cuidadoso de las leyes arancelarias y siempre tendiendo a convertirnos en un país exportador.
La política con los Estados debe caracterizarse por el absoluto respeto a su propia soberanía, laborando siempre por que predomine la más completa armonía entre los poderes que integran sus gobiernos respectivos.
Toda la libertad para la prensa nacional
A la prensa, toda la libertad que nuestras leyes le conceden.
En materia de cultos, libertad completa para el ejercicio de todos, sin admitir ninguna influencia sectaria y exigiéndoles siempre a sus ministros el absoluto respeto a la reglamentación que nuestras propias leyes establecen.
Estudiar y promover cuotas especiales de transportes con todas las empresas de comunicaciones establecidas en el territorio nacional, para facilitar el movimiento de braceros, de las regiones en donde se susciten crisis de trabajo a los lugares en que puedan encontrarlo; procurando por este y otros medios al alcance de la Administración Pública, evitar la emigración de braceros mexicanos al territorio de Norteamérica.
Fomentar la colonización extranjera, principalmente de aquellas razas que mayor afinidad tienen con la nuestra, y que son, por lo tanto más susceptibles de asimilarse.
Por las distintas manifestaciones de simpatía y adhesión que he recibido, y por las consideraciones de lógica que expondré en seguida, tengo la impresión de que mi candidatura ha sido de generación absolutamente espontánea, y que cuento con el apoyo de las siguientes clase sociales para el triunfo de ellas y para el desarrollo del programa, cuyos puntos esenciales he dejado establecidos:
De los campesinos; porque todos ellos saben que durante el período en que actué como encargado del Poder Ejecutivo Federal de la Nación, se realizaron todos los esfuerzos compatibles con la ley y con la moral, en favor de su mejoramiento material y moral, venciendo resueltamente la resistencia que oponían a la política agraria de aquel Gobierno los grandes intereses que se sintieron lesionados por ella.
Mejoramiento de la clase trabajadora
De la gran mayoría de las clases trabajadoras; porque ellas están convencidas de que durante la administración que me cupo el honor de presidir, se destinaron muchas energías en favor de su mejoramiento; no habiendo logrado realizar en esta materia todas las aspiraciones del suscrito, porque las Cámaras rehusaron discutir y aprobar un proyecto de ley, que sometí a su consideración, en el cual se establecían todas las prerrogativas de las clases laborantes, desde el más modesto obrero, hasta el profesionista, abarcando a todas las esferas sociales que cuentan únicamente con su esfuerzo personal para subvenir a las necesidades dé la vida. Este proyecto de ley se publicará después.
De la que ha dado en llamarse "clase media;" porque ella está comprendida entre las clases trabajadores, y a ella precisamente pertenece la gran familia de empleados, particulares y oficiales.
De una gran mayoría de los elementos ferrocarrileros; porque ellos comprenden que durante mi actuación en el Gobierno fueron tratados con equidad, y aunque en muchos casos las reducciones de la Administración Pública no estuvieron en armonía con sus peticiones, ellos mismos reconocieron la justicia que asistía a la Administración, siempre quedaron satisfechos de las oportunidades que se les brindaron para tratar y discutir ampliamente sus asuntos.
De los hombres de negocios; que nada piden ni esperan de los gobiernos que conscientes de su capacidad y su perseverancia, anhelan sólo el establecimiento de un Gobierno que imponga la ley como estatuto máximo, para que se rijan por ella todas las clases sociales, y que establezca el orden en todo el territorio nacional; porque son los dos factores dentro de los cuales los hombres de acción aseguran el éxito de sus esfuerzos.
De los periodistas honestos de toda la República; porque los periodistas que poseen esta rara característica, fundan su idealidad máxima en la libertad del pensamiento, y todos saben que constituye una garantía para esa idealidad el retorno del suscrito al Poder Ejecutivo Federal.
De una gran mayoría de los sufragios que en su ejercicio cívico tendrán que depositar los miembros del Ejército Nacional el día de la elección; porque ellos recuerdan, seguramente, que el suscrito, como soldado primero y como Primer Magistrado de la Nación después, siguió invariablemente el camino del honor, compartiendo con ellos todas las vicisitudes de la campaña y compartiendo igualmente el privilegio de haber ignorado la derrota; objetivo máximo éste con que el destino premió nuestra conducta.
Discurso explicado porqué vuelve a la lucha política y su programa. México. D. F. 25 de junio de 1927.
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