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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1924 Mensaje a los estudiantes peruanos. José Vasconcelos

Febrero 13 1924

A los estudiantes de Trujillo que se dirigieron a mí en nombre de los estudiantes del Perú.

Desde que recibí el mensaje en que me participaban haberme nombrado su maestro me hice el propósito de escribirles largamente, pero no sólo me han detenido mis preocupaciones a veces desconsoladoras y mis ocupaciones siempre absorbentes, sino también el temor de ir a complicar con mis palabras una situación ya de por sí peligrosa, temor tanto más justificado cuanto que no puedo ir a compartir sus penalidades, y es por lo mismo muy comprometido enviarles consejos impunemente y a distancia. En efecto, qué puedo yo decirles ante la situación que guardan, ante el estado en que se encuentra todo ese mundo contemporáneo, plagado de injusticia y odio; ante todo este triunfo de Caín allá en el Perú y aquí en México, y casi en todo sitio en donde hoy viven hombres. Laceradas por el odio ajeno cuando se han sentido desbordar el amor, esa es, me imagino, la situación en todas las almas nobles del mundo. No se quiere creer en el mal; nos parece un absurdo y un error de fácil corrección, pero muerde y destroza, de suerte que si nos examinamos por dentro nos sentimos desechos; pero esto, al fin y al cabo, viene de mucho bregar y se pasa pronto, y en realidad la vida sólo vale por los instantes nobles, que hay que empeñarse en vivir aunque todo lo demás se pierda. También debe reflexionarse en que hablo a jóvenes de ánimo ardiente y no puedo permitir que un descorazonamiento mío, aunque sea pasajero, los contagie. Si he de mencionarles penas, lo haré para mostrarme enteramente sincero y para que se den cuenta de la enormidad de la tarea que tiene delante de sí todo el que combate por un ideal, pero no para desanimarlos, sino para que se apeguen con más afán a la empresa reformadora, a la tarea sin fin que no se consuma con una sola victoria ni con derrocar un tirano (aunque es preciso derrocar a cada tirano), sino que debe renovarse una y otra vez, sin descanso y sin ilusión, pegando sin tregua contra los grandes obstáculos y también contra los ruines contratiempos que agotan oscuramente el anhelo. Duro es el camino del ideal sin reservas; quien lo siga ha de contar de antemano con la desilusión y el infortunio, y deberá examinar su conciencia para ver si posee algo de la sustancia de lo que se yergue.

Un evangelio de la juventud

El que ambicione dicha o se complazca con la comodidad y la fama que nadie disputa póngase en la frente la coyunda de las ideas corrientes, y con buena salud y un poco de esfuerzo alcanzara ventura y hará a los suyos felices siempre que cuide de dar su parte al más fuerte y la razón no tanto a quien la tiene, sino más bien a quien la impone. Hombres así suelen ser útiles y sin duda merecen su dicha tranquila y ruin. Ustedes que son jóvenes deberán interrogarse sinceramente, y si es la felicidad lo que ambicionan no vacilen: háganse cuerdos, desarrollen ingenio y fuerza, y todos los tesoros del mundo llegaran a ser suyos. Pero si en el fondo del corazón han sentido una sorda inquietud que no se satisface ni con el lucro ni con falsa fama ni con la dicha ruin, entonces todavía deténganse a pensarlo porque el camino es arduo. Si a pesar de todo eso se sienten movidos por un afán que se atreve a todo y padecen el disgusto de la verdad incompleta, de la dicha infecunda; si el día que termina sin suceso ilustre les causa angustia; si el ansia de la vida infinita los llena de un dolor confuso que nada cura del todo; si una sed de ser y de gloria les devora las entrañas; si están dispuestos a padecer, resueltos a no hacer otra cosa que sufrir por toda una vida de martirio y grandeza, entonces serán de los elegidos.
 
 
           
Lo que cuesta la verdad

Pero estén seguros de que les esperan la indiferencia y la pobreza, el escándalo, la persecución y el odio; seguros de que causarán la desdicha de los que aman, de que sufrirán separaciones lacerantes y enseguida la calumnia y la burla, el desdén y la saña, el presidio, el destierro y quizás la muerte. Y aun antes que la muerte física, la muerte del sentimiento en un desgarrarse de todos los afectos y un perder cuanto se ama. Vendrán después las horas rápidas, momentáneas del triunfo, y padecerán entonces un mirar claro que revela la miseria de gentes y cosas, de un no poder creer, de un ya no querer nada que se refugia en los días mismos del infortunio porque en ellos siquiera habla la profundidad infinita del dolor sin consuelo; seguirán mirando como unos sonámbulos las cosas de la tierra, y con el alma perdida en un vago infinito que a veces guía pero frecuentemente nos deja solos. Y así que hayan concluido la tarea, o cuando apenas esté iniciada, quizás verán que se reanudan las persecuciones, las penas, las inquietudes sin término, hasta que la muerte se les aparezca como una positiva liberación. Si desean arrostrar todo esto a cambio de unos breves instantes de verdad resplandeciente o de pasión sin freno se sentirán invencibles, y por mucho que los atormenten podrán seguir adelante sin que nada pueda tocarlos: ni el dolor, que si es grande y encuentra en ustedes temple roza como el arco en la cuerda, para crear sonoridad y alegría; ni la muerte, que si es heroica enciende un más vivo anhelo. Podrán seguir adelante contra los despotismos de la tierra y contra los abusos de la suerte, desarrollando todas las capacidades para que trabajen por el triunfo de la acción libre y de la locura generosa. No estén entonces cuerdos ni un solo instante, batallen y forjen sin descanso. En patrias como éstas no hacer es un pecado y todo lo demás es virtud. Obren en grande pensando en belleza. Suelten sus fuerzas como río desbordado, pero consciente de que remueve la tierra y fecunda inmensidades. Nadie podrá detener el impulso de una juventud unida y activa, generosa y libre. Usen su fuerza para derribar la tiranía del hombre, la tiranía de las instituciones y la tiranía de los propios apetitos. Y para todo esto venzan primero en ustedes mismos, renuncien la vida dulce para merecer la vida sublime. Los jóvenes que aspiran a dirigir pueblos y a redimir gentes podrán conocer la pasión pero no tienen tiempo para los deleites; quienes prefieren la voluptuosidad al deslumbramiento no serán intérpretes del afán colectivo ni gozaran jamás el transporte de sentirse como instrumento divino de los procesos humanos.

La valiente actitud que ustedes han comenzado a desarrollar me obliga a enviarles la palabra de mi experiencia; también el afecto me inclina a sufrir con las penalidades que azotan al Perú. No debemos ser indiferentes al dolor de ningún pueblo de la tierra, mucho menos al de un pueblo que es porción de nuestra patria iberoamericana.

Una visión del Perú

No puedo olvidar tampoco lo que debo personalmente al Perú en los días en que era libre y yo arribé allá perseguido y sin más titulo que el de ser un mexicano que había sido perseguido por todos los dictadores de su patria; y eso me abrió todas las puertas y me ganó todos los pechos. Como una visión de una vida aparte guardo el recuerdo de aquel viaje, y tiemblo de pensar en la emoción de un retorno a Lima: me cocería el ambiente y tendría que volver a vivir las horas profundas, las horas amargas, los ásperos deleites; la asombrosa, la desgarradora vida de mis diez meses de amor, de desesperación y de videncia. Fue aquello un conflicto de la placidez de afuera y la tempestad que llevaba adentro, y tanto anegue mi alma en cosas y gentes que todavía me parece que sigo envuelto como en una aura que volvería a poseerme entero si encontrase mis recuerdos un instante. Sin embargo los años no pasan en balde: el tiempo nos purifica, dicen los necios; yo mas bien creo que nos roba, nos desvanece el tesoro de las emociones, nos deja viles y pobres; viles porque olvidamos, pobres porque perdemos porciones de la misma existencia, y así es como aquel vivir profundo se me ha ido haciendo sueño. Y ya ahora sólo guardo la visión refulgente de las moles andinas que trepé todo un día asombroso, y la noche estrellada de la Oroya, y los ríos y las planicies y las cumbres de nieve, y las grandes olas encrespadas de sonido y de espuma, y el mar vigorizante, verde, impregnado de su potencia que penetró en todos mis poros. Veo las tabernas oscuras del Callao, en donde vagabundos de todo el planeta bebíamos aguardiente de Pisco igual que si fuera un cauterio de heridas sangrantes. Pasan más gentes: las jóvenes lindas, las matronas de ojos que humedece la ternura, los amigos cordiales, y me asalta la amargura de una vida que no volverá. Veo los desfiles militares acompañados de músicas tristes, monótonas, que me hinchan el pecho de patriotismo peruano; un patriotismo que yo interpretaba como la afirmación del derecho divino que asiste a las razas nobles y dulces para perpetuarse en un sitio y hacer un oasis de bondad en el vasto mundo perverso. Recuerdo muchas cosas más y las comparo con las noticias que ahora llegan de allá, y desde el fondo del alma maldigo a quien quiera que haya hecho o este haciendo sufrir al Perú. Y me digo que no es gobierno honrado el que mutila la patria haciendo deportar a sus hijos.         

Por qué los fuertes son buenos

Los honrados y los fuertes no temen y por lo mismo no persiguen; en cambio, los que padecen terror aterrorizan. Y les repito que sin libertad y sin justicia ningún gobierno puede ser, ya no digo bueno, tolerable siquiera. Pero los malos gobiernos no dependen del capricho de un hombre sino del estado de corrupción general de una sociedad. Los tiranos se producen cuando falta una clase independiente y fuerte, es decir, virtuosa. En la actualidad no hay nada qué esperar de las clases altas, porque pudiendo vivir cómodamente en cualquier parte no necesitan sacrificarse y emigran sin oponer resistencia a la tiranía. Las clases acomodadas, que en la antigua burguesía francesa pudieron ser un baluarte de las libertades publicas, ya no representan ahora ni ese papel útil, y lo único que con ellas debe hacerse es reducir sus privilegios mediante una legislación radical. En cambio, la esperanza de los tiempos actuales se encuentra en el elemento trabajador, entendiendo como tal el conjunto de los que se esfuerzan para ganar el pan en todos los órdenes de las actividades sociales. La clase productora necesita hacerse del poder para socializar la riqueza y organizar sobre nuevas bases las libertades públicas. El error de los políticos de países donde no ha prendido una revolución ha sido confiar en la acción de personajes encumbrados en vez de remover las mayorías trabajadoras. Recuerdo que, por ejemplo, cuanto yo estaba en Lima mucha gente ilustrada y joven puso sus esperanzas en un partido de intelectuales selectos y de señoras ricas; un partido de mesas directivas sin contacto alguno con las clases humildes; y por lo mismo, cuando vinieron las persecuciones el pueblo no se interesó por defenderlo. Los intelectuales sacrificados clamaron y siguen clamando en el extranjero, pero nadie los escucha porque ellos no tuvieron en cuenta al pueblo en sus planes. Recuerdo que en aquella época de mera política, hablando en cierta ocasión con un líder de uno de los partidos militantes Ie dije (abusando un poco de su benevolencia): "Por que no suprimen ustedes un partido y con el dinero ahorrado limpian o canalizan el río?". En efecto, ni se pensaba en pavimentar calles, en sanear barrios, en carreteras y escuelas. Desgraciadamente así pasa en todos nuestros países no obstante que todo está por hacer.

Lo que pueden producir los tiranos

Por supuesto, obras de verdadera importancia social no puede ejecutarlas un tirano. Un tirano es capaz de abrirlas para ponerles su nombre, pero las empresas útiles y silenciosas de la civilización sólo las realizan los pueblos en masa, no son producto de un hombre sino de una generación que ha podido vivir laboriosa y libre. Señalo estas circunstancias simplemente como un ejemplo de la incompetencia de nuestros políticos. Se habla, se discute, se combate pero rara vez, casi nunca, se construye. Y lo que necesitamos es una política de trabajo, con libertad, sin duda, y con justicia social, pero con ardiente vocación de trabajo. Tenemos un atraso de más de cien años respecto al resto del mundo, y sólo podemos reparar lo perdido trabajando doble que todas las demás naciones, trabajando sin descanso hasta que toda una generación se agote por entero en la obra modesta de alcanzar el nivel de los países civilizados.

La desgracia continental

Nuestra cultura la tenemos en la mente, pero no parece por ninguna parte en la realidad. En el Perú, en México y en Chile son los extranjeros los que hacen los ferrocarriles; los puentes, los que explotan las minas, los que regentean las grandes empresas, y los criollos vivimos de la política o de la explotación usuaria de la tierra o de la miseria burocrática de los puestos de gobierno. Por eso no hemos llegado a constituir verdaderas naciones independientes, sino soberanías ficticias que dan pretexto para holgar veinte o treinta días del año en conmemoraciones de batallas estériles o de planes bastardos. De esta suerte, los mismos sucesos históricos que forman la tradición nacional se van empequeñeciendo aunque sean grandes, se van empañando porque ningún suceso humano merece el recuerdo si no ha sido fecundo, si no ha dado lugar a grandes acciones de los creadores de nuestras nacionalidades. Tenemos vanidad pero carecemos de orgullo; nos creemos lo mejor del mundo pero no nos abochorna vivir como parásitos de una patria donde es el extranjero el que explota las riquezas naturales, el que trabaja y construye. Descontentos del valer propio no podemos llegar a constituir un pueblo, y nos dedicamos a destruirnos de palabra y de obra. En todas nuestras acciones se revela el desprecio de cada casta contra las otras veinte en que estamos subdivididos. La casta indostánica tiene una tradición venerable y se funda al fin y al cabo en diferencias de orden espiritual; pero las castas de la América latina se basan simplemente en la posesión o carencia de fortuna personal y no por eso la división es menos honda. En el Perú se habla del "huachafo", en Chile del "roto", en el México prerrevolucionario se hablaba despectivamente del "pelado". Pero en México la revolución puso al "pelado", al hombre de campo, al humilde en condiciones de azotar el rostro del hacendado (gamonal) y de dictarle la ley; y si no se suprimen radicalmente la explotación y el abuso, el odio perdura y una nación dividida no puede defenderse de sus enemigos exteriores ni de los enemigos internos. Los tiranos se sostienen adulando hoy a una casta, mañana a otra; pero sólo cuando desaparecen las castas se establece la democracia que derriba definitivamente al tirano. Si deseamos aniquilar la tiranía no en una cabeza sino en todas sus monstruosas reapariciones, procuremos redimir al indio, al "cholo", al "huachafo", a todas las gentes que habitan el territorio de esa nación. Destierren de la conversación misma ese desdén, esa constante burla del pobre "huachafo" que a veces trabaja más que sus censores y, por lo mismo, sirve mejor a la nación.

Lo que se debe hacer

Claro que siempre es un problema resolver si la reforma de un país por la educación de sus masas puede intentarse desde fuera del gobierno, o si es mejor derrocar el mal gobierno para construir uno que se ocupe seriamente de los problemas nacionales; pero en todo caso será prudente comenzar por lo que este más de acuerdo con las posibilidades del momento. La labor de propaganda, la labor de ejemplo que ustedes desarrollan tendrá que trascender y crecerá hasta que se torne invencible.

Es una lástima que no se hayan aprovechado los años de libertad para organizar movimientos cívicos de carácter educativo, pero ya que se perdió esa ocasión conviene que ahora quede bien planteado el problema a fin de conocer los medios de atacarlo.

Otro de los recursos de tiranos es la exaltación del falso patriotismo. El patriotismo, que debiera ser siempre amor, el déspota lo torna en odio como para apartar de sí la ira del pueblo dirigiéndola contra sus vecinos, contra sus hermanos. No hay déspota que no se exhiba ante sus siervos como un caudillo de la causa nacional, vengador de los agravios patrios y encarnación viviente del orgullo colectivo. Pero nada hay más triste que ver a una patria que fía su destino a un solo hombre, y todavía es peor el espectáculo de un pueblo que entrega sus libertades al déspota por una mera promesa ilusoria. La patria la encarnan sus hijos, jamás sus verdugos. Y un déspota es peor enemigo que veinte ejércitos extranjeros. La patria nada vale si no significa libertad y justicia. El orden y la paz fundan el progreso, pero no pueden rendir fruto si no es a base de libertad y de justicia. Organizar un orden social justo y libre es más importante que fomentar el odio al extranjero. Por eso me atrevo a deciros (aun cuando comprendo lo delicado que es hacerlo), pero se los digo como quien cumple un deber, ique cada vez que un político hable de la cuestión chilena debéis desconfiar! Sí, debéis deciros: ¿por que ese empeño en derrochar la energía peruana en algo que no es la inmediata regeneración por el trabajo y el saber? ¿Cómo vamos a emprender revanchas si acaso no se han corregido los vicios que originaron la derrota? Acabemos primero con la disensión interna, construyamos la patria, aumentemos sus recursos, usemos el temple colectivo para castigar a los tiranos de adentro, y ya después, libres y poderosos, podremos enfrentarnos a los tiranos de afuera. Las sirenas podridas del despotismo susurran peligros extraños y cantan patriotismos morbosos; pero en realidad no sucede sino que el déspota quiere soldados para sofocar huelgas, para suprimir protestas, para afianzar su dominio.

No hay que fomentar odios

Más varonil que injuriar al enemigo extranjero, que está distante y ya no hace daño, es combatir al dictador que deshonra las tropas de la nación cada vez que hace que le presenten armas. Yo sé todo eso, lo he visto, y lo digo no sólo por el Perú, lo digo por el México de años recientes, por Venezuela, por tantos otros países nuestros que la tiranía estrangula. A nosotros nos lanzaron contra los norteamericanos los Santa Anna, los Victoriano Huerta, los Carranza, pero cada uno de ellos cuidó de asegurar ayuda o tolerancia norteamericana para los propios fines perversos. A ustedes los incitan contra los chilenos y a los chilenos contra los peruanos casi siempre por razones egoístas de política venal por eso es necesario tener presente que el enemigo de la patria rara vez esta fuera: casi siempre se halla adentro. El enemigo del progreso latinoamericano es el hacendado de México, el gamonal del Perú, el estanciero de Argentina y Chile. Los explotadores no tienen patria, pero la disimulan para desorientar a los siervos. Lanzan unos contra otros los pueblos para aumentar sus riquezas orangos; pero ya es tiempo de que los pueblos comprendan que son hermanos y que tienen intereses comunes. El nacionalismo de la América Latina tiene que pasar al plano secundario de un corto y gastado provincionalismo. El patriotismo necesita reformas; ya no debe hacer peruanos, ni mexicanos, ni argentinos o chilenos. Sólo las almas de moluscos siguen apegadas a la roca de la patria. Hay que decirlo bruscamente: yo reniego de la mía en el instante mismo en que pretenda agrandarse a costa de otras naciones o no esté dispuesta a servirlas y a amarlas fraternal y recíprocamente. Y tampoco habría de prestarme a gastar mi querer en el odio estéril de ofensas pasadas. Si alguien me pega, y es más fuerte que yo y no puedo contestar, no deberé ir lamentando el mal cometido; no me pondré a esforzarme en silencio para ser mejor y ganar poder que un día repare la injusticia. Pero volveré siempre a mí mismo, porque el mal esta en mí mismo y también el remedio. Y así debe ser el ciudadano, sereno y confiado en su tesón y en su destino. De allí que yo sienta que el primer deber de chilenos y peruanos es cerrar para siempre el venero de odios de esa guerra maldita del Pacifico. Resuélvanse de prisa y de cualquier modo las cuestiones pendientes y enseguida maldíganse de una sola vez, para enseguida olvidarlos, a todos los necios, torpes o arrogantes que consumaron una guerra que dividía la estirpe ibérica en la misma época en que los anglosajones del norte del continente sellaron con sangre la alianza perenne del bando del norte con el bando del sur, levantando así la base del poderío norteamericano. Esta mancha del iberoamericanismo que se llama la "guerra del Pacifico" solo pueden borrarla las dos juventudes del Perú y de Chile. Y cuando llegue el momento no disputen territorios, dejen la tierra a quien mejor la aproveche, a quien más la necesite pero eso sí, cuiden de no dejar en pie un solo monumento que recuerde el crimen, derriben las estatuas, borren las leyendas, castiguen a la historia, y que no quede un sólo recuerdo de la maldita disputa que condena el alma de dos nobles pueblos. Obreros y pensadores de los dos países rivales: solo ustedes, los que trabajan o los que piensan, podrán convertir el odio en amor y la pugna en progreso. Y para esto no hacen falta tiranos: estorban.

EI paréntesis del Perú

La situación actual del Perú es penosa y amarga, tanto más cuanto que no es excepcional, sino de una de esas calamidades intermitentes de las que es muy difícil librarse. Nosotros hemos pasado por vergüenzas semejantes y estamos amenazados de volverlas a sufrir. La experiencia debe ya convencernos de que el remedio tiene que ser un remedio colectivo de educación general y de acción común. Organicen ustedes el movimiento salvador pero si no pueden hacerlo recuerden por lo menos que por ser jóvenes no deben manchar su juventud unciéndola a una dominación que, por mucho que dure, tendrá que llegar a ser para ustedes un vago recuerdo; un vago recuerdo bochornoso para todo el que se sume a ella un noble orgullo de toda la vida para los que se nieguen a prestarle apoyo. Yo que conozco la nobleza del carácter peruano pienso que tal vez no sea necesario llegar a la violencia; me imagino que bastaría una protesta sostenida y numerosa para que la fuerza de la opinión pública se impusiera rápidamente. Lo que importa es que no sea un grupo el que proteste, sino la nación entera, indignada y unida en un propósito de regeneración y de libertad. Se me dirá que es muy difícil sacudir mayorías que solo atienden a sus intereses inmediatos y materiales pero también es cierto que toda reforma comienza por la acción de una minoría intrépida, que si tiene la razón y es tenaz acaba por imponerse a todo. No hay un solo caso de juventud honrada y resuelta que no se haya hecho heredera del mando. El secreto es perseverar en un propósito noble y levantado. Sean ustedes mas firmes, más tenaces que sus enemigos, más sobrios, más laboriosos, más claros en el pensar y más resueltos en la acción, y el triunfo llegará inesperado y esplendido. Y así que hayan vencido, así que esté en sus manos todo el Perú vuelvan a hacerlo amable, dulce; pero antes que todo háganlo justo para que la bondad y la dulzura sean verdaderas y perdurables. Combatan la explotación del hombre por el hombre en las ciudades y en los campos, establezcan la paz que nace de la justicia y la abundancia, y una vez lograda esta victoria proscriban la violencia, condénenla y maldíganla hasta que no pueda renacer; mátenla con un derroche de bien; paguen la cárcel con la libertad, el destierro con el retorno y el odio con el amor.